lundi 20 février 2012

CORRESPONDENCIA Y POESÍA DEL SEÑOR DE RAOUSSET-BOULBON

SEGUNDA PARTE: POESÍA

A MADAME DE P…

Allá, altos palacios, grandes catedrales,
príncipes, señores y figuras reales
entre los batallones pasan gravemente;
rondan los caballeros al fiero uso;
París, donde el placer ilumina incluso
la ruina de los indigentes.

Aquí, árboles verdes cimas encumbradas;
nobles corazones, almas recatadas;
el dolor no existe en este paraíso
donde todo es bello, esta casa vuestra,
donde cada día la dicha se muestra
incluso a quien no creer quiso.

¡LA COLGADA!

Hoy la han colgado en la horca los verdugos.
Cerca de poste fatal nadie ha llorado;
su pelo flotó por encima del yugo;
los cuervos buscaban sus muertos mendrugos,
y vela el cadalso un arquero enlutado.

La vimos tan bella, la vimos tan pura;
brilló como estrella su ojo azulado;
jinetes galantes la encontraron dura...

por ella un príncipe cayó en la locura.
Y vela el cadalso un arquero enlutado.

Mataron con lanzas, la gente decía,
a un clérigo joven que a ella había amado...
A grandes de Francia les hirió la hombría:
desposó la horca su amada este día,
y vela el cadalso un arquero enlutado.

G. R.

LA CADENA

Te enmohecieron mis lágrimas, ¡Oh, cadena!...
Pasé muchos días y amargas lunas
insomne en la losa vil de mi condena,
jadeante, bajo el hierro de mi fortuna.

Tus goznes enormes muerden las murallas
cerca de las rejas y el ancho cerrojo,
y vienes hasta mí, arrastrando tus mallas,
para ceñir de metal mi cuello rojo.

Yo mis días o mis años los ignoro;
me han hecho encerrar aquí desde hace tanto;
ahora, tan débil como sombra, lloro,
tengo cien años... Di, cadena, ¿tú cuántos?...

Si sobre tus anillos los presos lloran,
océanos sin final formarían, seguro,
con la gota de agua que cae cada hora
y lame tus enlaces entre estos muros.

¿Tú no te cansas a veces, Oh, cadena
de oír a tantos que gimen por sus vidas,
o ver al que muere, con profunda pena,
con su último aliento darte de mordidas?..

De tu gran pilar cuelga de la cintura,
más de uno que allí quedó sin aliento,
y se hunden cada día en charca impura,
los que cuyos huesos bajo mis pies siento.

Pero hoy la muerte de cuencas vacías
vendrá cual relámpago esta noche cruel,
y me dormiré con la caricias frías
de tus duros pliegues que entran en mi piel!...

G. R.


LOS MUERTOS Y EL NIÑO

Si velas hoy en la sombra no te espantes
si escuchas unos suspiros penetrantes;
las voces que te mantienen tan despierto,
se oyen como el eco de un arpa ajena,
ellos hablan a los que viven en pena;
          ¡esos que hablan son los muertos!

Seguido vimos tus pálidas miradas
contemplar triste las tumbas demacradas...
Niño, ¿qué haces con los ojos abiertos?
¿Qué tienes, qué gran dolor te resquebraja?
Escuchamos que dijiste en voz muy baja:
          ¡Oh, felices los que han muerto!

Te vimos por la noche salir por horas,
lejos de los vivos y de donde moran,
sobre los peñascos, en bosques cubiertos
grave, serena, austera, una voz te dijo:
hay que morir un día, hay que morir, hijo,
          ¡ven a unirte con los muertos!

¿Acaso te ha manchado un crimen terrible
negro como el caos, como el abismo horrible?...
El oro de reyes que cubra el desierto
no vale más que tu llanto arrepentido;
ve hacia tu tumba, desciende agradecido,
          ¡vas a llorar con los muertos!

¿Vendiste el campo que tu padre había arado ?
¿No tienes amigo, ni hermana, ni hermano?...
¿Crueles usureros y amigos inciertos
expulsaron a tu madre de su hogar?
La tumba hospitalaria te abre un lugar,
          ¡dormirás entre los muertos!

¡Oh alma! ¿perdiste a tu amada valiosa?
¿A tu rival se le entregó tan gozosa?
¿Los celos y sus tan crueles desaciertos
hicieron en tu corazón una herida?...
Ven, baja a la tumba a encontrar la salida,
          ¡tu amor será de los muertos!

Tuvimos días de juventud y de vigor,
tuvimos como maestro loco al amor,
fuimos grandes, fuertes, ricos y despiertos;
ven y desciende a la sombría morada,
niño, y dirás, acostado en tu almohada;
          ¡Oh, felices los que han muerto!

G. R.



II

(1849)

En los papeles que, gracias a la amabilidad del señor conde Edmé de Marcy, pudimos leer después de nuestra vuelta a Francia, encontramos unos fragmentos en prosa y en verso que el señor De Raousset había escrito antes de su salida para América. Creemos que debemos hacer los extractos siguientes:

Sí, usted tiene razón, todo hombre en la vida
carga con su cruz y su pesar despacio,
la envidia su suerte que crece convida,
ve su alma a esclava del placer reducida;
las penas conoce el mármol del palacio.

Nadie en ningún grado de escasez o duelo,
o desdicha a la que Dios lo ha conducido,
debe gritar: «Mi triste desconsuelo,
es este amargo cáliz que me dio el cielo,
sufro; ¡maldito sea el día en que he nacido!»

Muy a menudo puse en vagas quimeras
la dicha que huye de mí en la realidad.
Entonces imagino, escapo a las afueras
feliz, sueño con el cielo en primavera
en el que he poblado la inmensidad.

Feliz de poder hablar lenguas divinas,
con las estrellas, al soplo de los vientos,
feliz de contar en valles y colinas,
y de bosques, en la calma de las ruinas,
a la noche su alegría y sus tormentos.

Estos sentimientos de resignación piadosa se encuentran frecuentemente en sus escritos; hasta en su drama sobre Bianca Capello, que estoy leyendo, veo al príncipe cardinal, hermano de Francesco de Médici, decirle a Juana de Austria cosas admirablemente cristianas a las que él responde con estas palabras tan dulces, tan amargas, tan profundas: “¡Mi hermana, el sacrificio es fuente de inmensas alegrías!» Y en otra parte: “Las malas pasiones que se agitan lejos de las leyes del Dios llevan el germen del castigo; tarde o temprano ellas se apagan con lágrimas y remordimiento.»

La pieza siguiente no nos parece menos bella. Sus dos cantos son todo un poema.


QUEJA Y ENSUEÑO.


I

Una tarde de este invierno indiferente
el teatro anunciaba una función famosa;
la ciudad estaba extática y la gente
en tumulto se acercaba presurosa.


Yo huyo del ruido, y sacudiendo la testa,
erraba sin rumbo, escuchando al azar
el beso mezclado a los ecos de fiesta
que en el cielo oscuro se oía temblar.

El viento nocturno y sus quejas funestas:
alrededor de los sepulcros desiertos
hay llantos que, a veces, en sombras siniestras,
a quienes morirán dedican los muertos.

Qué importan un beso y la tumba que llora,
y las almas errantes, suspiros y llantos,
¡Misterios nocturnos!, ¡no importan! Ahora
El ciego placer nos regala sus cantos.

¡Que importa! no me explico qué magnetismo
más que la pena guio mis pasos perdidos;
Del teatro ruidoso crucé el umbral mismo,
sonrisa en labios y corazón herido.


La gente era mucha, bulliciosa tanto,
que al mirar al intrépido trapecista
pasaban sin más de la risa al espanto,
y vi tus manos aplaudir al artista.

Qué buena actuación, la chusma avasallada
En sus gradas triples "bravos" exclamaba,
las llamas de la bóveda iluminada,
sol chispeante, en cascadas la luz volcaba.

¡Poder del azar! yo había, con toda calma,
venido a buscar una hora de placer,
y encuentro más bien una herida en el alma,
de esas que hacen vivir o perecer...

Una dama estaba allí, joven, y pura,
Y en cuanto la miré busqué con audacia
los rayos dulces de su pupila obscura,
como flores de un ramo aspiré su gracia.

¡Qué mirada hechizante, casta y salvaje,!
¡Qué oda infinita el Amor cantaría!
Vi su mirada como uno ve una imagen
reflejada en un lago en la selva sombría!

Y me sentía triste, y sobre mi mejilla,
al contemplar sus ojos, una lágrima huyó,
y en esta clara mirada se leía:
"¡la felicidad no está aquí, y no soy yo!"

¡No está aquí y no soy yo! Altura misteriosaa donde sus rezos ascienden, sagrados,
Virgen y Cruz de quienes su voz piadosa
invoca a diario los nombres consagrados!...

Díganme qué es la devoradora llama.
qué esperanzas vanas, sueños, pesadillas;
qué dolor llena ese corazón de dama,
cuando en las losas reza, de rodillas.

… … … … … … … … … …
… … … … … … … … … …
… … … … … … … … … …
… … … … … … … … … …


Pues, durante esa noche larga y fatal
embriagué mi alma con perdidos sueños,
mi desasosiego me hace mucho mal,
quisiera olvidarla; no soy más mi dueño.

¡Fatalidad, locura! ¡El cáliz amargoque me persigue de la infancia a la muerte!
¡Por qué, pues, la vi! ¡Qué castigo tan largo!
¡Por qué pues, Oh, Dios, este cáliz tan fuerte?


25 de febrero de 1849.



II

¡Pues  no, ya no puedo arrancarte de mi mente,
oh, profundo recuerdo! Dulce llama ardiente,
crecerás a la par de estos fuegos dispares
que, antaño atizados por las mismas Vestales,
sin tregua ardían para quienes, virginales,
velaban los altares.

¡Olvidar! ¡olvidar! cuando el alma se quema,
cuando este embriagador y tan dulce poema
nos vierte encima el perfume de un amor tierno;
cuando el alma descansa y se mece sin lucha,
¡Olvidar! Olvidar cuando uno solo escucha
Una palabra: ¡eterno!

No, no puedo olvidar, y callarme es en vano;
Mucho tiempo he andado, soñador, este llano
al que mundo llamamos agreste y ruidoso;
Pero he aquí el espíritu en mí que resucita,
Desde que sentí, frente a ella, contrita
mi alma vibrar de gozo.

¡Dios puede ser mi testigo! Desde ese día
en que yo sufrí esa graciosa epifanía,
he luchado y he sufrido y hasta he rezado;
De mis labios, cerrados por tres meses largos
no salió nada que le diera un rato amargo;
Fingí haberla olvidado.

¡En vano! Me rindo al encanto que me engaña.
¡Oh, río, oh llano de verdor! ¡Oh, montaña!
Estrellas de noche, confidentes serenas
a quienes contaba sobre ella lo ocurrido,
cuando a ella la vean lleven a su oído
la historia de mis penas.


Mas no le digan cosa que parezca grave
Nada que espante un corazón ingenuo y suave,
de donde irradian, como un soplo de los cielos,
solo respeto y virtudes, fe y oraciones.

Por eso no le causen malas emociones
Ni funestos anhelos.


Murmullos de noche, oh, brisa perfumada,
oigan el sonido de su boca enamorada,
vean esos ojos dulces, son un gran don
para mí, que sufro de una insensatez feroz;
¿no le llevarían sobre mí una dulce voz
de simpatía y de perdón?

Díganle que, prosternado en esta penumbra,
Sueño en mi noche espesa, triste y de ultratumba,
aspirar un día a por su amor ser feliz.
La amo y se lo digo, y muero de impaciencia,
Así como antes el proscrito de Florencia,
Dante, amaba a Beatriz.


Entonces, como hoy, las discordias civiles
Enfrentaban a reyes, nobles y serviles;
Entre dos combates él abría su cuaderno,
Cuando Dante, alma de tristeza aquejada,
unía en una oda a Florencia y a su amada,
Era cielo e infierno.

Hoy como entonces, terrible, en nuestras afrentas
El negro horizonte se carga de tormentas...
Dios se cansa, se va, retira su mano fría
¿Quién mantiene, pues, el equilibrio del mundo?
¿Quién vislumbra el futuro, ese abismo profundo?
¿Habrá un nuevo día?

Esta pluma tal vez hará sitio a la espadamañana, o un día en que la suerte me evada,
mañana, mi sangre, de mis venas vertida,
Puede apagar el relámpago de mi hado;
¡Día supremo! llamar con mi labio helado,
llamar a mi querida.

¡Oh, no rompas este poema tan serenoque es canto de mi corazón, de ti muy lleno.
Puedes hacerlo; para mí es ley lo que dices...
¡Pero no lo hagas! voy hacia ti, graciosa,
como el mendigo va a la mano generosa,
¡Créelo, mis días no son nada felices!...

Junio de 1849.



¡He aquí las muy lastimeras estrofas de un hombre que todavía tenía que ver perderse su fortuna, de un hombre apenas en rozado por el primer contacto con el mundo y sus miserias! La adversidad, este escollo para las pequeñas naturalezas, no hacía más que irritar y agrandar su alma alterada de amor, de gloria y de verdad...

Yo, que fui como su hermano en las costas remotas, que seguí paso a paso las etapas de sus últimos años, me pregunto mientras escribo estas líneas si no es mejor para él dormir en su tumba sobre una playa extranjera.

En efecto, si el señor Gaston de Raousset hubiera regresado pobre, vencido, desdichado a esta Europa que que cree siempre estar al servicio de la marcha de la civilización hacia las regiones desconocidas del futuro, ¿qué le habría pasado?... ¿Qué acentos mucho más llenos de amargura no habrían arrancado de él el encuentro con las miserias en medio de las cuales resisten tantas pequeñas grandezas?... ¿Habrían encontrado el menor eco sus ideas, habría recibido el menor apoyo de la caja de los millonarios de la Bolsa, en las filas de los discípulos de Baal, en los salones dorados donde está entronados solo la intriga y la fortuna?... Imbuido de nuevas ideas y de concepciones tan intrépidas como anchas, ¿habría podido plegarse a las exigencias de una sociedad más o menos en decadencia?... Dejemos pues dormir a este pobre amigo sobre la playa de Guaymas, la playa donde debió encontrar esta calma que solo la muerte puede conceder, como él mismo lo decía.

Lloremos en el señor De Raousset-Boulbon a uno de esos gloriosos hijos de Francia a quienes su patria no supo cuidar, y a quienes el exilio parece perseguirlos hasta la tumba.

Un azar bienaventurado nos hizo poner la mano sobre unas páginas que son continuación de la novela titulada Une Conversion, publicada en otro tiempo por La Presse, novela digna del éxito que obtuvo. Estas varias páginas son el comienzo de una tardía segunda parte desgraciadamente inconclusa. Fueron escritas con esa inspiración, ese ímpetu, esa facilidad que distinguen el estilo del conde Gaston de Raousset-Boulbon. Las añadimos a este volumen, con interés solo en el bello tema que trata, y que, habiendo sido escrito precipitadamente, habiendo regresado de un viaje largo, pone a su autor en la obligación de solicitar la indulgencia de los lectores.

Sentimos tanto más que el señor De Raousset-Boulbon no haya acabado esta segunda parte de Una Conversion, tanto más que se ve nacer allí otro amor, y que uno escucha gruñir la tormenta que debe seguir a la calma después de la tempestad, la calma falsa en la que el personaje central, Robert de Langenais, había confiado demasiado temprano. Este sólo hecho denota del conde un gran conocimiento del corazón humano.

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