tag:blogger.com,1999:blog-39675079820327261662024-03-13T17:17:25.320-07:00El conde de Raousset-Boulbony la expedición de SonoraCarlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.comBlogger12125tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-91601569721207738262012-02-20T21:10:00.000-08:002016-03-21T14:10:03.811-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO I<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: center;">
<div style="color: white;">
<span style="font-size: large; font-weight: bold;">EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON</span></div>
<div style="color: white;">
<span style="font-size: large; font-weight: bold;">Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA</span></div>
<div style="color: black;">
<span style="font-weight: bold;"></span></div>
<span style="font-weight: bold;"><span style="font-size: large;">POR ANDRÉ DE LACHAPELLE</span>
<br />
</span><span style="font-size: 85%;"><span style="font-size: large;">(Traducción y notas de <b><a href="https://facebook.com/carlosmal" rel="nofollow" target="_blank">Carlos Mal</a></b>).</span><br />
</span></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div style="text-align: justify;">
<blockquote>
<span style="font-size: 85%;">Correspondencia, recuerdos y obras inéditas, publicadas por André de Lachapelle, exredactor en jefe del </span><span style="font-size: 85%; font-style: italic;">Messager </span><span style="font-size: 85%;">de San Francisco, etc., etc.<br />
<br />
París, E. Dentu, librero-editor. Palais Royal, 13, Galerie D'Orléans. 1859. Todos los derechos reservados.<br />
<br />
Impreso en Bonaventure et Successois, <a href="http://goo.gl/maps/T7NtQ" target="_blank">Quai des Augustins, 55, París</a>.</span></blockquote>
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: center;">
<blockquote>
<span style="font-size: 130%;">I</span></blockquote>
</div>
<br />
<br />
Algunas noticias más o menos exactas han sido publicadas en el tiempo en el cual el señor De Raousset-Boulbon se hizo célebre por sus expediciones en el norte de México.<br />
<br />
Todo no se ha dicho: el autor de este nuevo libro debe la la publicación a aquellos cuyo corazón verdaderamente francés jamás permanece insensible a lo que interesa a la patria, a aquellos cuyo juicio sabe pesar fríamente las cosas; la debe, en fin, a aquel quien, la víspera de ser ejecutado, le ha confiado especialmente el cuidado de su memoria en una conmovedora carta que ya ha sido publicada desde entonces.<br />
<br />
Este asunto siempre ha parecido digno de la atención pública. Muchos aún recuerdan el momento en que Francia, ocupada con <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_Crimea">la guerra de oriente</a>, volteó de repente la vista al horizonte americano, y prestó atención al súbito eco de un nombre que había ignorado. Era el nombre de uno de esos hombres excepcionales, de gran carácter, que no brillan sino un instante en los ojos de la historia, a los que una suerte fatal les quita de súbito el manto con el que quieren burlar una porción del destino humano.<br />
<br />
Si en su marcha aventurada, diseñada precipitadamente, el conde de Raousset-Boulbon hubiera tenido a la suerte como amiga, si él hubiera sido secundado de una manera eficaz, él habría audazmente roto las puertas de un imperio agusanado que se hunde cada día más en un abismo de desorden; le faltó el más mínimo apoyo y no es su culpa que no haya podido preparar la regeneración de uno de los países más bellos de la tierra.<br />
<br />
Después de haber vivido en la intimidad del conde de Raousset-Boulbon hasta el punto de conocer sus proyectos más secretos; después de haberlo ayudado sin descanso en la organización de sus actividades; después de haberlo visto derramar en California tal vez las únicas lágrimas que cayeron de sus ojos en toda su vida, como él mismo me dijo, me encuentro en posesión de documentos inéditos y auténticos, creo poder presentar al público una historia dotada de algún interés.<br />
<br />
Esta gloria de un día y tan lejana se ha encontrado, como todas las de este mundo, con críticas más o menos benevolentes; además, es normal que haya un trago amargo antes del calvario. Que vayan y vengan los reproches de algunos que no perdonan los primeros años de la juventud sin experiencia, en los que el conde disipó una fortuna de la cual se hizo poseedor demasiado temprano.<br />
<br />
Su naturaleza no podía ser parsimoniosa, porque veía todo en grande, y es por eso que para muchos, de natura diminuta, es difícil comprenderlo. Era hermoso verlo y escucharlo, en ruinas, tirado en las orillas del Pacífico; no parecía un montón de escudos, sino la completud de cosas grandes y nobles; se golpeaba la frente, pensando en los tiempos caballerescos de la Edad Media, y decía amargamente: <a href="http://www.youtube.com/watch?v=9FZV_oh7YGE" target="_blank">"Nací demasiado pronto o demasiado tarde!"</a> Él hablaba con el entusiasmo de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Geoffroy_de_Villehardouin"> Villehardouin</a>, quien se arrodilló llorando en las escaleras de San Marcos, Venecia, y pidió a la ciudad de los dogos algunos barcos para reconquistar Palestina.<br />
<br />
No era menos elocuente al recordar la memoria de aquellos señores cruzados que, después de la victoria, se repartían el Oriente conquistado jugándose a los dados en el altar de Santa Sofía las provincias de Antioquía, Siria el reino de Judea, y muchos otros principados. Se puede imaginar cómo sería doloroso para su natura bajar de estas alturas y luchar en las filas de una chusma mercantil, positivista y egoísta que revoloteaba como un mar impuro a los pies del ídolo de oro de California.<br />
<br />
En cuanto a las críticas de filibusterismo, no nombro el asunto ni siquiera en honor de una réplica, y se ha susurrado por labios injustos o ignorantes. El examen a conciencia de los hechos muestra que el señor De Raousset-Boulbon estaba en su derecho a la hora en que tomó las armas, y que él había sido constantemente el juguete de la perfidia mexicana, sin hablar de otras perfidias extranjeras más inesperadas, que en conjunto constituyen lo que podríamos llamar el <span style="font-style: italic;">deus ex machina</span> de estos eventos distantes. “El aventurero que tiene éxito es un héroe; el héroe que falla o que sucumbe no es más que un simple aventurero», escribió por ahí un escritor de mérito, acerca del señor De Raousset. ¿Qué sería, en efecto, del ilustre Hernán Cortés a los ojos de la historia si, en 1519, hubiera fallado en Tabasco y en la capital de los aztecas?...<br />
<br />
Desviemos un poco la cortina que nos oculta una escena al fondo de la cual se ve, modesta y silenciosa, una tumba en la playa de Guaymas; contemos los hechos con imparcialidad, y dejemos que el público decida lo que dirá en última instancia. Si, más de una vez, yo mismo tomo personalmente la palabra en este relato, que los lectores me lo perdonen; la narración lo exige. No soy sino un historiador fiel, un amigo sentado junto a la tumba sobre la que cuelga una sombra que cada día crece más; los que encuentran esta publicación un poco tardía, podrán culpar circunstancias independientes a mi voluntad.<br />
<br />
Me ocuparé poco de los primeros años del señor De Raousset en Europa; espero poder llevar al lector a las orillas del Pacífico y a los desiertos de esta rica Sonora; pero se debe entender, sin embargo, que fue necesario consagrar también algunas páginas a los principales incidentes de su vida en Europa.<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_27.html"><b>IR AL CAPÍTULO II</b></a> </div>
<br />
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhDyofFPJsvDAfkhIQNTYL-ICQDZfumST-KkA7mBC3Sn-yasXZEUQLKDAu9w7RrIYGZjYHipjNRPHbJJDxv2QtJ98LCWqy0ccu7xMimd_FJsQSQ2rMsLQc-fz36octRHEbNJxZewNlLeNI/s1600/Gaston_de_Raousset-Boulbon+copia.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5600249555057813346" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhDyofFPJsvDAfkhIQNTYL-ICQDZfumST-KkA7mBC3Sn-yasXZEUQLKDAu9w7RrIYGZjYHipjNRPHbJJDxv2QtJ98LCWqy0ccu7xMimd_FJsQSQ2rMsLQc-fz36octRHEbNJxZewNlLeNI/s400/Gaston_de_Raousset-Boulbon+copia.jpg" style="cursor: hand; cursor: pointer; display: block; height: 400px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 386px;" /></a><br />
<br />
<br /></div>
</div>
Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com2104, Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.824949169310763 2.36343383789062548.74137116931076 2.2055053378906249 48.908527169310766 2.5213623378906251tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-35392621319125249642012-02-20T21:09:00.000-08:002012-03-11T07:59:12.266-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO II<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<span style="color: white; font-weight: bold;">EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: center;">
<br />
<blockquote>
<span style="font-size: 130%;">II</span></blockquote>
<br /></div>
<br />
El conde Gaston de Raousset-Boulbon, sale de una de las más añejas familias de la <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Provenza">Provenza</a>; nació en <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Avi%C3%B1%C3%B3n">Aviñón </a>el 2 de diciembre de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/1817">1817</a>. Desde la más tierna infancia tuvo la desdicha de perder a su madre (Constance de Sariac [1]). Más de una vez, en California, tuve ocasión de escucharlo hablar con amor y respeto de esta madre que apenas conoció; era una mujer de un mérito de los más raros, idolatraba al niño cuyo singular destino se vio forzada a no conocer.<br />
<br />
Gaston se mostró desde temprano orgulloso e irascible, su carácter demasiado entero tuvo que chocar sin cesar contra las exigencias paternales. No mencionaremos los rasgos numerosos con los que todo biógrafo acostumbra adornar los primeros años de su héroe; estos rasgos son casi siempre los mismos; basta decir que este niño abandonó más de una vez el castillo paterno en lugar de someterse a castigos que humillaran su amor propio; en el colegio de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Fribourg">Fribourg</a>, donde la mayor parte de los <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Legitimismo">legitimistas</a> enemigos de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Monarqu%C3%ADa_de_Julio">la dinastía de julio</a> educaban a sus hijos, hizo estudios bastantes buenos. Casi olvidado por su padre quien, asqueado de la revolución, habitaba las ruinas de Boulbon; seducido poco a poco por la hábil bondad de los padres jesuitas, acabó por abandonar a estos el cuidado de hacer eclosionar su alma y su inteligencia, y se dedicó a trabajar con ardor.<br />
<br />
Hablando más tarde de esta época de su vida, él nos recordaba, no sin algo de amargura, de las diversas privaciones que le infligía el descuido paternal, sea a propósito de un traje demasiado corto o demasiado gastado, sea a causa de un gasto inalcanzable para su reducido monedero: «Durante dos años, me dijo un día, rechacé las cerezas que me ofrecían mis compañeros, diciendo que no me gustaban, porque me era imposible ofrecerles algo a cambio.» No nos equivoquemos: estas primeras arrugas del alma permanecen imborrables en ciertas naturas; con lo ligeras que parezcan a primera vista, son heridas que sangran toda la vida.<br />
<br />
A la edad de los dieciocho, él vuelve a la casa paternal donde, en lugar de un padre amigo, él encuentra sólo un dueño severo; el señor marqués era uno de estos viejos emigrados del antiguo régimen cuyo tipo ha sido ronzado tan bien por muchos de nuestros novelistas célebres.<br />
<br />
A los dieciocho años volvió a la casa de su padre, donde, en lugar de un padre amistoso encontró solo a un amo severo; el señor marqués era uno de esos viejos emigrados del antiguo régimen cuya tipología ha sido ya bien tratada por muchos de nuestros novelistas célebres.<br />
<br />
Uno de los mejores registros que se han publicado sobre nuestro tema, el del señor H. de la Madelène, recuerda con gran razón el capítulo de las <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Memorias_de_ultratumba"><span style="font-style: italic;">Memorias de ultratumba</span></a> donde <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Chateaubriand">Chateaubriand</a> cuenta la vida del castillo de Combourg. En esta obra tan breve y de un género tan específico, no tenemos en absoluto la pretensión de tocar la filosofía de la historia.<br />
<br />
Dejemos la enseñanza de estas materias a los grandes maestros, los cuales solo les toman una pastilla nociva, la cual sirven de una manera más o menos ceremoniosa a una juventud que es más fuerte y más inteligente de lo que ellos piensan; Francia cuenta con un gran número de individuos que un abismo de tres revoluciones separa para siempre de la generación que les dió a luz; el número de jóvenes que, como <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Honor%C3%A9_Gabriel_Riquetti">Mirabeau</a>, Chateaubriand, Raousset y tantos otros, poseídos del espíritu del futuro, tuvieron que luchar contra un mundo viejo vencido, pero desafiante, este número, digo, es más grande de lo que uno piensa; es una de las cifras más grandes de nuestros días; como contingente del ejército del futuro, es uno de los más meritorios, porque las edades de transición son y las más difíciles y las más dolorosas.<br />
<br />
Dejemos el detalle de las preocupaciones a las cuales debía estar expuesta la existencia de un hombre tan fuertemente empapado, imbuido de ideas nuevas y lleno de aspiraciones hacia el futuro. El marqués le rendía escrupulosamente las cuentas de su tutela, y no intentaba en absoluto saber el grado de instrucción del que su hijo podía estar dotado; sin duda su opinión estaba ya establecida en cuanto a este asunto, y he aquí por qué: un día que Gaston, aún niño, escribía un dictado de su padre, interrogado sobre el día del mes, contestó, temerariamente, un treintaidós! «Este niño no será más que un imbécil,» dijo el marqués, volviéndole la espalda. Esta anécdota, tanto como otras, son enteramente dignas de fe, y el autor las escuchó de la boca misma del señor De Raousset, quien lo ha honrado con las confidencias más íntimas.<br />
<br />
<span class="" id="result_box" lang="es"><span class="hps" title="Click for alternate translations"></span></span> Antes de empezar definitivamente el hilo de su biografía para ya no abandonarlo, contaremos algunas reflexiones del señor De Raousset <span class="" id="result_box" lang="es"><span class="hps" title="Click for alternate translations">sobre la vida</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">en</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">Europa</span></span>, reflexiones nacidas bajo el cielo de América <span class="" id="result_box" lang="es"><span class="hps" title="Click for alternate translations">es como</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">un</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">arco de</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">la alianza</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">entre</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">dos</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">épocas</span> <span class="hps" title="Click for alternate translations">distantes</span></span>, pero muy útil para mostrarlas como son.<br />
<br />
Hacia el fin de uno de sus días sombríos, por así decirlo, caminábamos juntos por Telegraph Hill, que domina la bahía de San Francisco, lo vi considerar con pena el <span style="font-style: italic;">Challenge</span><span style="font-size: 85%; font-style: italic;"> </span>[2] que les irritantes estadounidenses amenazaban con retener más tiempo; él se quejaba de todo lo que lo traicionaba o le faltaba sin cesar en este mundo, y de que una suerte fatal parecía perseguirlo sin descanso; en breve, el ya no creía en la sociedad, ni en la amistad ni en nada; nuestra conversación se prolongó, y no veo por qué no reproducirla a grandes rasgos.<br />
<br />
«—¿Y su madre? le dije.<br />
—Mi madre, apenas llegué al mundo, la perdí, y la habría adorado.<br />
—¿Y su padre?<br />
—Mi padre— exclamó, y una sonrisa llena de ironía y amargura brotó de sus labios que articularon algunos reproches que no valen la pena reproducir.<br />
—¿Y sus amigos?<br />
—¡Ah!—dijo, casi sonriendo, y <a href="http://youtu.be/CNNGpgqfXnU">chasqueó los dedos de la mano derecha, la cual llevó por encima de la cabeza.</a><br />
—¿Las mujeres, tal vez? No sé de qué oasis se ha visto adornada su vida pasada, pero recientemente, a bordo del <span style="font-style: italic;">steamer</span>, estas palabras escritas sobre el margen de un libro prestado, «¡por ti daría mi alma!», ¿estas palabras que repite usted a veces con una cierta complacencia, son picaduras muy irritantes?...<br />
—Pasemos a otra cosa.<br />
—¿Y su perro?— exclamé al fin, creyendo haber encontrado la cuerda sensible de esta feroz melancolía, como diría un vodevilista cualquiera.<br />
—¡Mi perro! se me perdió una vez en París; seis meses después, mientras pasaba por Champs-Elysées, lo vi, le llamé, vino a mí, me reconoció y se fue; ¡y eso que nunca lo había maltratado una sola vez!...»<br />
<br />
Todo esto se ponía cada vez más triste y demasiado sombrío; esta alma pura y noble se tornaba negra y dura, este gran corazón se apagaba, atragantándose de hiel. «Vamos, le dije, bajemos, está bien convenido que por el día de hoy no creamos en nada ni amenos nada; afortunadamente las Parcas le hilan raramente horas tan siniestras; él consideró de nuevo el <span style="font-style: italic;">Challenge</span>, y como era un poco sordo me preguntó que si no escuchaba que viraban el <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Cabrestante">cabrestante</a>; mi respuesta fue negativa.<br />
<br />
Esa noche, extendido en un diván en una de las esquinas del <span style="font-style: italic;">Café-Français</span>, murmuraba, como para sí mismo, y con un tono triste, un poema del cual no pude sacar el sentido, pero cuyas notas extrañas parecían tal vez dominar el ruido de la multitud. Dos de sus amigos lo interrogaron sobre la naturaleza de su monólogo:<br />
—Ah! —dijo, con un abandono de lo más gracioso—, es mi horóscopo, es la profecía de la bruja de Boulbon; en otro tiempo, cuando todavía era niño, fui con una bruja española para que me leyera la fortuna, una nigromante más o menos iluminada; un día de inspiración puse en versos su lectura, la cual parece cumplirse un poco cada día.<br />
<br />
Nos recitó entonces, con un timbre que jamás olvidaré su pieza en verso, de la cual muestro un fragmento:<br />
<br />
<blockquote>
[...]<br />
En los harapos rojos del regazo,<br />
fatídicos tarots leyó la vieja,<br />
miró en mi mano símbolos; perpleja,<br />
movió su cuello y dijo sin retraso:<br />
<br />
«¡No hablo yo, el espíritu es quien grita!<br />
«incrédulo, escucha cuando tu hora<br />
«resuene como este viento que llora,<br />
«cuando tu frente se pliegue, contrita,<br />
«y creas que el cielo goza con tus cuitas<br />
«¡acuérdate de la bruja española!...<br />
<br />
«Amigos, suerte, amores, te abandonan,<br />
«el tiempo inexorable los acaba,<br />
«¡muy pronto tendrás nada!<br />
«Los días que soñabas<br />
«con soles de esperada bienvenida,<br />
«tal vez sus rayos lucirán tu vida,<br />
«y cuando las traiciones lleguen luego,<br />
«y cuando hambre, sed, veneno y fuego<br />
«hayan gastado tu cuerpo y tu mente<br />
«si tu gran corazón sigue vigente<br />
«si, tan molido, la fe has conservado<br />
«¡serás todo un monarca coronado!<br />
<br />
«¡Pero sobre tu espalda que se inclina<br />
«sangrando está la corona de espinas!<br />
«¡todos podremos verte atormentado!<br />
«como una uva a una prensa arrojado,<br />
«Pisado por el hado y sus guadañas,<br />
«¡Destino siempre ciego y sin entrañas!<br />
«Vas a sufrir, se escapará tu oro,<br />
«te ganarás el pan, y sin decoro;<br />
«funestos días te esperan en las playas,<br />
«lejanas en la tierra a donde vayas.<br />
«¿Podrás revisitar, mucho lo dudo,<br />
«tu cuna o ver grabados de tu escudo?<br />
«Tus labios mezclarán cada momento<br />
«el nombre de tu patria con lamentos;<br />
«¿La volverás a ver?... Ignoro eso.<br />
¿Quién sabe dónde dormirán tus huesos?<br />
«Un ciervo o una paloma blanca y pura,<br />
«¿cuál de ellos rondará tu sepultura?»<br />
<br />
¡Lo que dijo la bruja cierto ha sido!<br />
¡Ingratitud, traición, mentira, olvido,<br />
se mezclan en la copa que los labios<br />
aspiran sin querer dejar resabios!<br />
<br />
«Herido de amor buscarás el amor<br />
«como un aguilucho que ansía el albor,<br />
«o el gamo que herido el llano recorre<br />
«en busca de sombra o del agua que corre.<br />
«Darás tu lealtad, franco y esperanzado.<br />
«En muy mala hora, serás traicionado.<br />
«¡Sí, qué desgracia! pues cada destino,<br />
«que esté por ventura unido a tu sino<br />
«el día que el triunfo por fin te reclame,<br />
«¡de amor morirá la persona que te ame!»</blockquote>
<br />
<br />
Dejemos este castillo en ruinas, partamos a París, el cual, gigantesco vampiro, succiona y bombea tan bien la sangre más pura de su dócil provincia; sigamos allí a este joven rico, noble, apasionado, instruído, conversador espiritual, elocuente a veces y experto en el manejo de todas las armas.<br />
<br />
El señor De Raousset tenía los ojos azules, los cabellos rubios, rasgos regulares que indicaban al mismo tiempo audacia y resolución, un aire de nobleza y de grandeza que sorprendía a propios y a extraños. Recorramos esos días y noches, estas horas ardientes de su vida, tales como las inspira la atmósfera de esta Babilonia moderna; dejemos fluir esta primera lava de naturaleza volcánica, y no lo culpemos por el hecho de que, organizado de modo especial, este muchacho haya empezado a tomarle el pulso a la sociedad, en lugar de hacerse de golpe una existencia prosaica, por honorable que esta hubiera podido ser.<br />
<br />
El señor De Raousset tenía ya vistas elevadas y serias; por instinto de familia y de educación, él soñó con la posibilidad de venir a socorrer el derecho divino que estaba en vías de ser derrotado, esto significa que soñó con los <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Jacques_Cathelineau">Cathelineau</a>, los <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Charles_Melchior_Artus_de_Bonchamps">Bonchamp</a>, los <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Henri_de_La_Rochejaquelein">Rochejaquelein</a> de la heroica <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Vandea">Vandea</a>. Un viaje a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Morbihan">Morbihan</a> rompió las dos alas de este sueño; no encontró en ningún lado los campos y los corazones de otros tiempos; por todas partes se contaba dinero, se calculaba, se maldecía y se manifestaba la cobardía; casi en todas partes se le concedía a los viejos tiempos tan solo un suspiro estéril; pudo en ese entonces, más que nunca, constatar el vacío inmenso que separa las generaciones del pasado a las del futuro. Volvió muy triste a París, hizo una corta aparición en Boulbon, donde lo acecharon nuevas peculiaridades. Tuvo que cortar su barba, dejarla crecer y volverla a cortar. El señor De Raousset se fue para siempre pensando tal vez en aquellos dos versos de su horóscopo:<br />
<br />
<blockquote>
«¿Podrás revisitar, mucho lo dudo,<br />
«tu cuna o ver grabados de tu escudo?</blockquote>
<br />
Se lanzó de nuevo y más que nunca hacia esta vida parisina calcinante, donde las locuras no podían calmar la sed de su alma. A veces cenaba alegremente con sus amigos, con los cuales el espíritu más ligero se adoptaba a todas las risas, mientras que el suyo era presa de un malestar desconocido; a veces probaba la vida retirada, y lanzaba una mirada inquieta hacia el porvenir; cuando su exaltación moral era atacada por cuestiones serias, su naturaleza sensible salía a flote, por así decirlo, entre las nubes más amenazantes y menos rosas; que se nos permita una comparación menos ambiciosa de lo que la juzgarán, tal vez, algunos lectores: se parecía a César, quien, a la edad de treinta años, recorría llorando las calles de Roma con el remordimiento de no haber todavía hecho nada, excepto un gasto de treinta millones de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Sestercios">sestercios</a>. En estos momentos de reflexión la poesía del señor De Raousset se revestía de un tono diferente, como lo demuestran las siguientes líneas, y los hermosos poemas que se encuentran al final del volumen.<br />
<br />
<blockquote>
[...]<br />
[...]<br />
Al hombre condenó Dios al trabajo,<br />
Y del dolor le hizo compañero;<br />
Hay que romper la tierra y por debajo<br />
sembrarle hasta el más mínimo sendero<br />
[...]<br />
Más queremos saber, mayor la pena,<br />
El paso de la ciencia es largo y duro,<br />
Y cuando, sin aliento, al fin se acerca,<br />
¡La Muerte llega, supremo futuro!<br />
[...]</blockquote>
<br />
<br />
En sus momentos de locura improvisaba versos como estos, los que nos repitió dos o tres veces en América:<br />
<br />
<blockquote>
Mi inquieto corazón,<br />
recorre los peldaños;<br />
¡Quién va a saber si yo<br />
llegaré a los treinta años!<br />
<br />
Que el futuro alegre sea<br />
O <span style="font-style: italic;">que me fusilen...</span><br />
¡Bésame, Camille!, ¡feliz!<br />
¡Bésame, Camille!...</blockquote>
<br />
Esta naturaleza ardorosa y viva no podía contar con los votos de unos cretinos tan egoístas como positivos; así, él era visto por ellos como un desquiciado temerario; ¡cuántos genios pasaron por locos! el infortunio de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Torquato_Tasso">Tasso</a> tiene más de un hermano; vemos en una de las publicaciones sobre el Sr. Raousset que un día alguien le dice:<br />
<br />
<blockquote>
«—Pero, Gaston, cuándo te calmarás?<br />
—Cuando esté muerto—, respondió.</blockquote>
<br />
Hemos hablado mucho de sus excentricidades; estas son excusables en un joven sin experiencia que se cree obligado a hacer lo que hacían los otros, y a vivir como un gran señor. Realmente dotado del desprecio por las riquezas, despilfarró su fortuna no por miserable, como tantos asumen falsamente, sino como lo haría un príncipe; su prodigalidad apuntaba tal vez hacia la una filosofía; ¿no sería acaso ese sentimiento el que lo inspiró una tarde que regresaba de una reunión a la que había asistido para atender a ciertas pequeñeces, cuando llegó al <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Puente_de_las_Artes">Puente de las Artes</a>, dio al controlador una pieza amarilla o blanca, recibió el cambio, lo lanzó al Sena y se fue a su casa en <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Quai_Voltaire">el muelle Voltaire</a> con la satisfacción de poder decirse libre del yugo bajo del cual se curvan tantos cuellos?<br />
<br />
Dejemos este arado obscuro a los arreos de dinero, que rodeaban a la muchedumbre en ciertas estaciones del bulevar, de los que, más tarde, en América, hablaba con una sonrisa a la que no le faltaban ni felicidad ni tristeza; dejemos su villa en <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Auteuil_%28Seine%29">Auteuil</a>... Obligado a abandonarla, rentó un barco de vapor y se instaló allí con toda la comodidad necesaria, cocineros, músicos, etc..., y se dio a vivir lo más que le fuera posible descendiendo lentamente las olas del Sena y las de la vida. Al final de algunas semanas, se veía como una bella residencia, inclinada sobre los bordes del río, en los alrededores de Ruán; fue alquilada y estuvo fija por un tiempo en este encantador retiro, era como una copa de miel en su mano, pero una copa al fondo de la cual todavía había amargura.<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Estas delicias de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Capua">Capua</a> no satisfacían en nada las aspiraciones de un alma que soñaba incesantemente con cosas grandes, según su propia expresión. Durante estas alternaciones de sueño y emociones fuertes, él escribía de vez en cuando páginas que caben más específicamente en el campo de la fantasía. Su novela corta, <span style="font-style: italic;">Une Conversion</span>, escrita <a href="http://www.acanomas.com/Diccionario-Espanol/64653/CALAMO-CURRENTE.htm"><span style="font-style: italic;">currente calamo</span></a>, denota en el autor las cualidades de un buen escritor; estilo, imaginación, elocuencia, todo se encuentra allí. El señor De Raousset leyó su manuscrito en los salones de la duquesa de G***, frente a un auditorio femenino de los más graciosos y de los más ávidos. Es a propósito de uno de los miembros de este aerópago, que una de las crinolinas más malas de la asistencia exclamó alguna vez: “¡Tanto amor y tanta escualidez!...» La naturaleza especial de una confidencia nos prohíbe decir más. La pequeña novela en cuestión fue publicada hace algunos años, y ha, se dice, traído consigo sumas considerables a los editores. En un pasaje de su carta a su hermano, el señor De Raousset se explica así: «No olvides los manuscritos que P. tuvo la debilidad de entregar a..., etc....» El señor De Raousset escribió también un par de dramas que no vieron en absoluto el fuego del teatro, ya sea porque no las acabó o porque consciente de que era incapaz de solicitar cualquier tipo de dirección abandonó la idea de presentarlas; tenemos todos estos papeles entre las manos gracias a la diligencia de su amigo íntimo, el conde E. de M.</div>
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_28.html"><b>IR AL CAPÍTULO III</b></a></div>
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____________<br />
<br />
<span style="font-weight: bold;">Notas:</span><br />
<br />
1. De la sangre de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Juana_III_de_Navarra">los Albret de Béarn.</a><br />
2. Navío encargado de la segunda expedición.<br />
<br />
<br />
<br /></div>
</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.819716 2.345522348.817102 2.3405867999999996 48.82233 2.3504578tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-56585575832232648462012-02-20T21:08:00.000-08:002012-03-11T08:17:13.675-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO III<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: center;">
<span style="color: white; font-weight: bold;">EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA</span><br />
<span style="font-weight: bold;"></span><span style="font-size: 85%;"><br />
</span></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<blockquote>
<span style="font-size: 130%;">III</span></blockquote>
</div>
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br />
Algo arruinado, Gaston De Raousset volvió su mirada hacia África; en 1845 se dio cuenta de lo poco que le quedaba y se convirtió en colono; no de los colonos a la manera de aquellos trabajadores humildes y perseverantes que, después de largos años logran hacer de su pequeño capital una buena fortuna, sino de esos colonos ardorosos, de planes vastos y audaces; de aquellos colonos cuyo coraje e inteligencia incontestables son paralizados por la falta de capital y la falta del espíritu práctico para hacer negocios sin el cual raramente se producen bienes.<br />
<br />
Le hacía falta por otra parte más libertad que la que el gobierno central tiene la costumbre de conceder a nuestras empresas coloniales. Él organizó grandes cacerías, y fue parte de varias expediciones militares. Él hablaba a veces de su disputa con el mariscal Bugeaud a propósito de un olivo que hizo cortar sin consultar a nadie; un oficial de ordenanza vino para hacerle saber que él no era la única autoridad en su casa.<br />
<br />
Al oír esto, nuestro impetuoso amigo se enfureció y protestó con todas sus fuerzas; tomó la pluma y publicó artículos llenos de inspiración y de brío contra las lamentables restricciones bajo las cuales nuestro sistema administrativo aplasta a veces la iniciativa de los colonos. Su reconciliación con el mariscal se hizo solo más tarde, después de la publicación de un folleto en el cual reivindicaba los derechos de la población civil, y no sin cierta elocuencia.<br />
<blockquote>
<br />
« Nadie rinde más homenaje que nosotros a los servicios del ejército de África; pero si la tarea del soldado es bella, la nuestra tiene su precio.<br />
<br />
«La fuerza que destruye está en el ejército; la fuerza que produce y que funda está en nosotros.<br />
<br />
«Francia ha gastado un billón en Argelia; gracias a una población civil demasiado enérgica como para no haber huido de las aventuras, hay hoy cerca de 800 millones en capitales inmóviles en Argelia.<br />
<br />
«Esta cifra tiene su elocuencia.<br />
<br />
«La sociedad europea de Argelia, ya sea que fuera integrada únicamente por "cantineros" del ejército, como les dicen algunos, o ya fuera integrada como dicen otros, por la escoria de Europa y la espuma del Mediterráneo, esta población cuenta hoy con ciento diez mil almas. Trabaja y tiene posesiones; no es una plebe, es una sociedad interesada en el orden y madura para el estado de Derecho.<br />
<br />
«Que nos digan, ¿quiénes son los capitalistas que consintieron vivir en un país donde los intereses son confiados a una administración que los administrados no tienen derecho a controlar?</blockquote>
<br />
<blockquote>
«El hombre que en su departamento puede ser consejero municipal, consejero general, elector, diputado, ¿renunciará con gusto a las ventajas, a la influencia, a la consideración que se adjuntan a tal posición para ir a establecerse a un país donde la libertad no se le garantiza?</blockquote>
<br />
Y más adelante:<br />
<br />
<blockquote>
«Un cañonazo a través del océano puede poner en peligro nuestras posesiones en África; una batalla perdida puede sacarnos de esta Argelia que tanto nos costó conquistar. </blockquote>
<blockquote>
<br />
«En esta catástrofe, el ejército pierde un gran campo de maniobras, pero conserva sus grados, sus decoraciones, su sueldo, sus posibilidades de prosperar. Nada para este cambia. </blockquote>
<blockquote>
«La administración se hace francesa; esta encuentra allí sus lugares, sus sueldos y... otros administrados. </blockquote>
<blockquote>
«En cuanto a nosotros que debemos dejar en Argelia nuestras granjas, nuestras tierras y nuestras casas; ¡nosotros, que en definitiva, representamos el único resultado, el único trabajo que se haya producido hasta hoy, volveríamos a nuestro país a mendigar!»</blockquote>
<br />
Vemos en una de sus correspondencias de África que primero había tratado de obtener una concesión del gobierno, y que después de esfuerzos inútiles, había debido resignarse a hacer la adquisición de un millar de <a href="http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=arpende">arpendes </a>en la planicie de la <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Mitidja">Mitidja</a>.<br />
<br />
<blockquote>
«No tengo un trozo de terreno que no sea de admirable fecundidad; poseo fuentes abundantes que me permitirían regar toda la propiedad durante los calores más fuertes. El día en que la Mitidja tenga veinticinco mil habitantes, Ben-Bernou dará un beneficio bien cerca de los 100,000 francos al año. He aquí muy bellas promesas para el futuro, pero sabes que uno se puede morir de hambre al lado de una mina de oro; tal vez, yo también moriré de miseria sobre mis 100,000 francos de renta en esperanzas, etc...</blockquote>
<blockquote>
Mis recursos se agotarán pronto, y entonces simplemente comenzará la lucha; me desesperaré por no poder explotar mi mina de oro. ¿No existe, pues, uno de esos usureros valientes que me prestarían sobre una herencia por venir?... etc. Mis cálculos son auspiciados bajo el ejemplo de varios colonos, mis vecinos. Me até esta propiedad por las esperanzas que me da, y es un desconsuelo para mí pensar en las dificultades que va a presentarme su explotación por falta de dinero; desconsuelo tanto más cruel como no puedo poner en tela de juicio su éxito. </blockquote>
<blockquote>
Uno de nuestros compatriotas vino para establecerse en África hace ocho meses, su propiedad valía, cuando mucho, lo que vale Ben-Bernou. ¡Entonces! El señor B., sin haber gastado 100,000 francos, ganará este año 50,000 francos... No hay dinero más seguro que el que se emplea en una colonización inteligente.</blockquote>
<br />
<blockquote>
«África cambió mucho desde el gobierno del mariscal B... La provincia de Argelia en la que vivo es perfectamente tranquila. Los árabes viven con nosotros como buenos vecinos, y los empleamos en el cultivo de las tierras. El país ofrece grandes recursos a la agricultura, y la industria promete florecer. La parte de la Argelia que se llama Tell (Tellus), es decir, la parte arable, ocupa varios miles de leguas cuadradas, y puede sostener por lo menos diez millones de habitantes. Las porciones más bellas de Francia no se acercan en fertilidad a las partes medianamente fértiles de esta tierra que reposada desde hace casi dos mil años, etc... Con un pequeño esfuerzo por parte del gobierno, la Mitidja podría poblarse y cultivarse como un jardín, en dos años, etc...</blockquote>
<br />
Nuestro amigo, como vemos, no se equivocaba mucho acerca del rico futuro de esta bella colonia francesa; hay que lamentar solamente que los capitales y la madurez de los asuntos le hayan fallado doblemente en esta circunstancia. <br />
<br />
Una vez en América, él pudo estudiar <i>de visu</i> las consecuencias de este sistema mucho más grande bajo la protección del cual aumentaba una innumerable muchedumbre de pioneros que, en unos meses, podían derribar bosques y edificar ciudades. Pudo reconocer entonces el éxitos de las empresas está en el carácter de los colonos, y que los gobiernos no siempre tienen la culpa. Como ejemplo nos citaba el hecho siguiente. Paseando un día en una de las planicies de Argelia, encontró la pequeña cabaña de un colono francés, un parisino, ocupado en grabar su tarjeta de visita, ¡para llevarla a un vecino acampado dos leguas más lejos!... Un pionero estadounidense jamás habría concebido idea igual.<br />
<br />
Tal vez el señor De Raousset descuidaba las ocupaciones serias por ir de cacería o por recibir en su villa a numerosos amigos. Uno de sus caprichos consistía en hacer aparecer súbitamente a un león en el desierto; este incidente no dejaba muy tranquilos a todos sus invitados<br />
<br />
Tratado como amigo por el nuevo gobernador, el duque de Aumale, iba frecuentemente a Argelia a convivir con príncipes y oficiales superiores, o hablar con las princesas. Su costumbre de hacer las cosas en grande consumió su ruina. El duque de Aumale vino a socorrerlo con una vasta concesión cuando estalló la revolución de 1848, la revolución que modificó el curso de tantas cosas y existencias.<br />
<br />
Esta revolución sin duda lo arruinaba, pero abría a la ambición de una juventud ardiente las puertas de un futuro desconocido, un futuro que su imaginación rellenaba enseguida con oro y luz. A los que todavía no tienen en absoluto su sitio hecho en la sociedad, las revoluciones parecen ofrecer una de estas arenas gigantes a las cuales descienden las masas, y a través de las cuales esperan hacer su día; como si en medio de estos tropeles aullantes, la voz del verdadero mérito llegara siempre a dominar la de los intrigantes hambrientos de oro y de honor.<br />
<br />
Veremos cómo el señor De Raousset gobernó su barca en medio de la flota popular, y contra cuales escollos se estrelló.<br />
<br />
Este joven era demasiado ardiente, demasiado inteligente, demasiado innovador para rechazar el progreso como su padre, y para tachar la revolución de la historia, a semejanza del <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Jean_Nicolas_Loriquet">padre Loriquet</a>. Era demasiado juicioso para desear una república roja y desenfrenada, que pudiera hacer recordar los días sangrientos de 1793; era demócrata como <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Lamartine">Lamartine</a>, es decir, más poeta que estadista, más honrado que intrigante. Tenía principios demasiado educados para descender al nivel de las masas; reconociendo en cada uno de los partidos en competición las exageraciones perjudiciales para el establecimiento de un gobierno sólido y duradero, él mismo concibió una especie de síntesis ecléctica tal vez muy bella, pero de seguro torpe desde un punto de vista político.<br />
<br />
<br />
Él mismo se apartó de todos los partidos políticos, es decir, prácticamente se apartó de toda posibilidad de pexito. Estableció su cuartel general en Aviñón, y fundó allí el periódico <i>La Libertad</i>. Tomó muchas veces la palabra con éxito en los clubs de esta ciudad; Causaron sensación sus profesiones de fe en las que el amor por el orden marchaba con orgullo junto al amor por la libertad.<br />
<br />
Sus gustos aristocráticos no eran en absoluto los de un hombre enemigo de masas, y, más de una vez, lo vimos reunirse con los estibadores del <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%B3dano">Ródano</a>, con los cuales discutía francamente algunas cuestiones cotidianas; se hizo de partidarios sinceros entre esta clase de hombres; él se acordaría sin duda de esto en California cuando, asqueado del positivismo de ciertos mercaderes, exclamaba con amargura: "¡Siempre encontré más corazón bajo la blusa que bajo el hábito negro!"<br />
<br />
Vinieron las elecciones: dos veces perdió por algunos millares de votos; y hasta se hizo de "un asunto", como él mismo diría. El encuentro se llevó a cabo cerca de París y la bala del conde rompió el brazo de su adversario.<br />
<br />
Continuó la lucha solo con su pluma, y el periódico<i> La Libertad</i> llamó la atención por el talento, la energía, la inteligencia audaz de su redactor; él sostuvo vivamente la candidatura del <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Napole%C3%B3n_III">príncipe Louis</a> contra la del general <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Louis_Eug%C3%A8ne_Cavaignac">Cavaignac</a>.<br />
<br />
Publicó más tarde, en <i>El Mensajero de San Francisco</i>, artículos relativos a otros asuntos, pero más dignos de la atención pública. No les hacía falta ni tanto talento, ni tanta honradez, ni tanta independencia a los hombres de los partidos, a los que hacen apuestas con los asuntos nacionales; es por eso que el conde fracasó en las elecciones de la Asamblea legislativa, tal como había fracasado a las de la Asamblea constituyente.<br />
<br />
Los que creerían que en Francia el señor Gaston De Raousset-Boulbon había despilfarrado sus millones y sus años de juventud se equivocarían grandemente. Ellos podrían hacerse una idea de lo que había en fermentación en este corazón y en esta cabeza, si pudieran recorrer los papeles que están entre nuestras manos. La colección de su periódico <i>La Libertad</i> demuestra que, como hombre político, era de los que, con el respeto del orden y de las instituciones fundamentales de la sociedad, quieren una marcha progresiva hacia el futuro, bajo pena de muerte a manos de las generaciones del presente.<br />
<br />
Cuando una crisis inesperada pone en peligro la paz del mundo, la opinión pública se emociona; se abre paso de un modo u otro, y su pensamiento estalla forzosamente, cualesquiera que sean las restricciones aportadas a la libertad de prensa en ciertas partes de Europa. En el mismo momento cuando doy la última mano a esta obra, los folletos surcan el horizonte político, hasta el punto de crear una verdadera tormenta. No hay que olvidar que hay a veces "relámpagos de calor", sin trueno, como decimos vulgarmente. En 1848 no fue así; los levantamientos de Hungría y de Italia les hicieron descender a la arena, donde se dieron un baño de sangre, Austria primero, Rusia después.<br />
<br />
El señor De Raousset escribió entonces un folleto bastante fuerte que no salió a la luz pública, y que acabo de leer con tanto asombro como admiración. En un lenguaje rico en elocuencia, de propiedad, de sabiduría y de claridad, él trata cuestiones sociales y políticas que la tempestad acababa de poner en el orden del día. Aprecia en este texto el manifiesto del señor Lamartine, la conducta del gobierno provisional, la de los poderes del Norte, las cuestiones húngaras e italianas, con una verdad tal, que se diría que se trata de historia escrita fríamente veinte años después.<br />
<br />
Él también, refiriéndose a un gobierno al cual culpa de una actitud irresoluta, y en respuesta a los artículos del señor <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/%C3%89mile_de_Girardin">De Girardin</a> que reclama la paz anual, se pregunta en cada instante: "¿Es la paz, es la guerra?" Este escrito tiene a la vez filosofía, historia y política práctica.<br />
<br />
Encontramos también bosquejos de obras que la agitación de su vida no le permitió acabar ni publicar, hecho lamentable. Uno de estos ensayos trata de reformas políticas, centralización, descentralización, de funcionarios públicos, elecciones, asambleas nacionales, etc... El plan de otro libro dividido en cinco partes abarcaba: 1 ° la Europa moderna; 2 ° el Renacimiento; 3 ° la Era Cristiana; 4 ° el Mundo pagano; y 5 ° Conclusiones.<br />
<br />
Un prefacio con el título siguiente: Ojeada sobre el Mundo, da una alta idea del talento y de la inteligencia de este muchacho que, no habiendo encontrado hacerse paso aquí buscó en la distancia la ocasión de intentar algo grandioso, una gran lucha por sostener.<br />
<br />
Es hora de una anécdota californiana; el lector comprenderá que trazando el cuadro de una vida tan agitada, el autor es obligado a hacer frecuentemente un estudio comparativo entre diversas épocas de este pasado, y a acercar a esto ciertas fechas.<br />
<br />
Era 1851; visitábamos un rancho situado en lo mejor de una propiedad de diez leguas cuadradas, en el <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Condado_de_Yolo">condado de Yolo</a>, en California, en pleno desierto. A caballo, la carabina en la bandolera, nos aliamos para irnos a cazar <i>elks </i>(alces), una animal inimaginablemente grandioso, y que ningún soberano de la tierra no podría concederse hoy, porque ignoro en cual comarca todavía se puedan encontrar semejantes rebaños de siete u ochocientos ciervos de alto tamaño, huyendo muy lentamente delante de estos enemigos extraños y nuevos para ellos, al punto que a menudo se volvían para considerarnos solo con cierto aire de sorpresa.<br />
<br />
El señor De Raousset, esperando la señal de salida, parecía soñar; dos palabras condujeron la conversación hacia la cacería en Francia, y luego al pasado. «¿Quién me habría dicho, exclamó, que un día estaría en esta planicie desierta, cazando alces?» En unos minutos, la conversación —que saltaba, por así decirlo, como los rebaños de antílopes que pacían a media milla de nosotros— nos devolvió, no sé cómo, a Aviñón y al tiempo de las elecciones. Entonces él exclamó con un tono lleno de tristeza y un poco irónico:<br />
<br />
¡«—¡O aviñonés! ¡has preferido a B *** de <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Carpentras">Carpentras</a>!». En ese momento todo estaba listo, y nuestros caballos partieron al galope.<br />
<br />
Su fracaso en el departamento de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Vaucluse">Vaucluse </a>le causó un desaliento profundo. Él discurrió con vehemencia contra este desastre general, como él lo llamaba, publicó varios folletos muy elocuentes sobre los abusos, las reformas, y se fue finalmente a París en mayo de 1850.<br />
<br />
Ya hemos hablado de sus relaciones con el duque de Aumale; antes de la revolución de febrero, había tenido la oportunidad de ver al rey Louis-Philippe en <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Ch%C3%A2teau_de_Neuilly">Neuilly</a>; él había ido a esta audiencia, a pesar de la objeción de los médicos y las torturas de una fiebre atroz. No hay duda que sin la revolución, el señor De Raousset habría acabado por hacerse un sitio digno de él.<br />
<br />
Incapaz de dar la espalda a las víctimas del infortunio, el señor De Raousset hizo la adquisición de un bonito lote de frutos de los jardines de Versalles, y lo envió al castillo de Claremont. Partió a Londres, donde recibió del duque de Aumale las dos cartas siguientes, cuyos originales tenemos entre las manos:<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%; font-weight: bold;"></span><br />
<blockquote style="font-weight: bold;">
<span style="font-size: 85%;">Lunes 22 de octubre.</span></blockquote>
</div>
Mi querido conde</div>
<blockquote>
<br />
He sido solicitado hoy desde Londres para unos asuntos, y estaré encantado de verle allí. Me encontrará a la una y media en 23, Northumberland Street.—Strand.<br />
<br />
Mi hermano estará allí también; estará encantado de verle, así como el señor L.... No falta decir que el señor de P. será también muy bienvenido.<br />
<br />
Espero con impaciencia la ocasión de estrechar su mano. Mil amistades.</blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: right;">
H. D'ORLEANS.</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"><br />
<a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Claremont_%28country_house%29">Claremont</a>, mardi 23 octobre.</span></span></div>
<br />
<div style="text-align: center;">
Mi querido conde</div>
<br />
El rey y la reina me encargan de invitarlo a venir mañana en la noche, junto a M. L... comerá Claremont las bellas frutas que usted nos trajo de Versalles.<br />
<br />
Si usted parte de la estación de Waterloo-Bridge a las dos y media, llegará a Claremont de modo que podamos hablar todavía dos o tres horas antes de la cena, que es a las seis y media. Si se va de Claremont la tarde a las ocho, puede tomar un convoy que lo deja a las nueve y media en Londres; si lo prefiere, puede pasar la noche en Esher, en el pequeño hostal del Oso (The Bear), que es muy bueno.</blockquote>
<blockquote>
Hasta mañana, mi querido conde.<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
Mil amistades.<br />
H. D'ORLEANS.</div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<br />
<br />
En esta entrevista puramente de cortesía, ambos amigos, por lo visto, no debatieron ningún proyecto serio, o, por lo menos, la visión del señor De Raousset no encontró en casa del duque de Aumale una acogida tan completa como habría podido desearlo. Lo cierto es que, más tarde, en América, el señor De Raousset me dio cuatro cartas del príncipe; dos ya no las tengo conmigo. A una pregunta bastante vaga él me respondió apenas, y como con tristeza; no insistí, pero estoy firmemente persuadido de que si el duque de Aumale hubiera seguido los ojos de los cuales escribimos la historia, lo habría ayudado al menos un poco y así el duque y la duquesa de Montpensier no se arrepentirían como lo hacen hoy, y tal vez México tampoco. A menudo hace falta solo una paja, un grano de arena en uno de los platos de la balanza para hacerla inclinarse de un lado y resolver los intereses más graves.<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<b><a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_9444.html">IR AL CAPÍTULO IV</a></b></div>
<br />
<br /></div>
</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.819716 2.345522348.817102 2.3405867999999996 48.82233 2.3504578tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-5897227140147212812012-02-20T21:07:00.000-08:002012-03-11T08:01:47.955-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO IV<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: center;">
<span style="color: white; font-weight: bold;">EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA</span><br />
<span style="font-size: 85%;"><br />
</span></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: 130%; font-weight: bold;">IV</span></div>
<br />
<br />
<br />
El señor De Raousset volvió a París en mayo de 1850. En ese entonces no se hablaba de otra cosa sino de California, esta joven y salvaje comarca que bañaba sus pies de oro en los flujos del Pacífico de los que parecía haber salido de pronto, como para invitar la tierra entera a saludarla. Las primeras historias parecían de fábula y provocaban solamente sonrisas.<br />
<br />
La asombrosa realidad finalmente se erigió más que nunca frente del mundo, Europa se apresuró a verter más allá de los mares un flujo de emigrantes de una moralidad discutible, pero de la que la mayoría se encontraba dotada de la audacia y de la inteligencia que constituyen las razas fuertes, si no más puras. Sin fortuna, después de varios reveses, el señor De Raousset no vaciló, y, como un nuevo argonauta, se embarcó para ir a la conquista del moderno vellocino de oro, el cual le daría el abrigo de la gloria solamente por un día... Lo que justificaría sus dos propios versos anteriormente citados:<br />
<blockquote>
Y cuando, sin aliento, al fin se acerca,<br />
¡La Muerte llega, supremo futuro!</blockquote>
<br />
Teniendo solo recursos muy módicos, tomó un boleto de tercera clase a bordo de un <i>steamer </i>inglés, y Dios sabe lo que debió sufrir en esta circunstancia. Solo los que hicieron este viaje pueden hablar del mismo con conocimiento de causa. Nosotros callaremos los sufrimientos materiales que tuvo que aguantar; diremos solamente que esta degradación social, aunque provisional, debió parecerle muy dolorosa.<br />
<br />
¡En medio de este tropel de aventureros sin fe ni ley, todos alterados por la sed del oro, sucios, groseros, rabiosos de egoísmo y de pobreza, qué no debió sufrir él, obligado a quedarse en la proa y a respetar el límite qué le prohibía los paseos en la parte trasera!... Estas contrariedades son intolerables en el mar, sobre todo para un caballero. He aquí la carta larga que le escribió a uno de sus amigos y que ya ha sido publicada:<br />
<br />
<br />
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"></span></div>
<blockquote>
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;">“A bordo del <i>Ecuador</i>, el 22 de julio,<br />
10 grados de latitud, 84 de longitud.</span> </div>
</blockquote>
<blockquote>
<br />
«Ecuador es un pequeño <i>steamer </i>que baila a esta hora sobre el gran oleaje del Pacífico. A pesar de estas condiciones detestables, voy a tratar de describir, mi querido amigo, las malas condiciones, en efecto, porque las plumas de hierro me persiguen hasta tus antípodas.</blockquote>
<blockquote>
«Son las doce; el sol está en este momento perpendicular al puente del navío. El pasajero estupefacto busca vanamente su sombra; el oleaje es fuerte y mi perro aulla sobre la proa; ¡pobre animal! Como su dueño, él aspira a la libertad. ¡Buque singular! El pabellón es inglés, el capitán americano, la tripulación un poco de por todas partes. Por lo demás, anda bien, y si encontramos carbón en <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/San_Blas_%28Nayarit%29">San Blas</a>, sobre la costa de México, podremos estar dentro de veinticinco días en San Francisco.</blockquote>
<blockquote>
«Solo a bordo, probablemente, pienso y escribo. Un centenar de pasajeros se revuelca, por acá y por allá, durmiendo y rezumándose, las únicas cosas que puede hacer un extranjero en estas tórridas regiones. Todo este mundo viene de los Estados Unidos, la mayoría son, de origen, españoles, alemanes o franceses. La sed del oro los arrastra a todos por el mismo camino, y California está al final. ¿Cuántos encontrarán allí la satisfacción de sus deseos? Y yo mismo, ¿cual suerte me espera al final de este viaje?</blockquote>
<blockquote>
«¡Ciertamente sufrí ya bien, desde mi salida de Europa! Me vi en lo más bajo, apenas alimentado, nada acomodado, confundido con patanes: tengo que sufrir todavía veinticinco días esta existencia. Lejos de verlo mejorar, lo veo agravarse en California, sin embargo no me arrepiento, y me felicito de haber tomado esta resolución.</blockquote>
<blockquote>
Hasta en medio de mi miseria actual, y más que nunca, siento que no puedo vivir en Francia, a menos que poseyera allí la independencia vigorosa de la fortuna. ¿La alcanzaré? Dios lo sabe. Yo apenas confío. Me encuentro naturalmente pensando en tu vida, mi querido E... Pobre amigo, ¿cómo haces para ser desdichado? ¡porque lo eres! ¿Qué te hace falta? en mis ojos, nada, ya que posees una buena parte de las cosas que deseo, y que solo depende de ti darte el resto.</blockquote>
<blockquote>
Si a esta hora te movieras como yo, entre un montón de vagos, acorralado en un buque sofocante, con carne salada y agua execrable; ¡si estuvieras aquí, ¡de qué aureola encantadora parecería rodeada tu vida actual! Yo te lo decía en París, te lo repito hoy. Deja Francia con seis camisas y sin criados, hazte miserable, pero realmente miserable, durante un año o dos; viaja, da la vuelta al mundo, y cuando reencuentres a tu madre, París, no pensarás más en quejarte, estarás feliz.</blockquote>
<blockquote>
«¡Pero, tonto de mí, te hago moralejas, te doy consejos como si esto sirviera para algo! Quieres que te hable más bien de mí y de lo que me rodea. Déjame maldecir esta execrable pluma de hierro y el buque que rueda, y te satisfago. </blockquote>
<blockquote>
<br />
«Partí de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Southampton">Southampton </a>el 17 de mayo, a bordo del <i>Avon</i>, soberbio <i>steamer </i>de 1,800 toneladas. Es seguro que los gozan de toda comodidad imaginable. El hecho es que ví vastos aprovisionamientos de corderos, de aves de corral y de verduras frescas; hasta una vaca iba a bordo; ¡pero, Oh desdichado E...! Yo tenía un boleto de marinero, y del <i>Avon </i>solo puedo hablarte de la carne salada y de los bizcochos.</blockquote>
<blockquote>
Uno no se muere de eso, es todo lo que puedo decir. ¿Te imaginas lo que es encontrarse sin transición, como lo hice, en un círculo de marineros y de criados? La primera hora es la más cruel. Ciertamente no me faltaron buenas razones para apelar al estoicismo, pero para mí como para ti, la vida está hecha de sentimientos. Había a bordo una docena de franceses, un vizconde de buena ley, de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Turena">Turena</a>, creo, reaccionario fogoso, aunque nada falto de espíritu; un gentilhombre bretón, muy <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/La_Gazette">"Gaceta de Francia"</a>, un buen diablo y muy testarudo; un señor de Navailles, funcionario en <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Guadalupe_%28Francia%29">Guadalupe</a>, un hombre bueno, espiritual y sensato; dos bretones inofensivos, aunque capitanes de altura; un señor que, habiendo viajado mucho, se creía en la obligación de mostrarse muy reservado; un abarrotero de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Burdeos">Burdeos</a>, hablador como un loco; un señor Jocrisse, y finalmente el hermano de un banquero de California...</blockquote>
<blockquote>
Estos señores quisieron reconocer bien, después de unos días de travesía, que yo podía tratar con ellos sin comprometerles a pesar de que era pasajero de tercera clase. Esta sociedad me permitió sentir que el tiempo corría más deprisa, aunque, como dignos galos hayamos berreado sobre política por tres cuartas partes de lo que duró la travesía.</blockquote>
<blockquote>
«Yo debería, mi querido E, como buen viajero, hacerte una descripción detallada de la <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Madeira">Madeira</a>, con la vanguardia pintoresca de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Porto_Santo">Porto Santo</a>. Estos paisajes se sienten los amos; <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Salvator_Rosa">Salvator</a> no los habría hecho mejores: crestas sombrías cuyas siluetas intrépidas cortan el cielo; peñascos calcinados que rebanan el índigo de vacíos; horizonte blanco, cielo de fuego, todo esto, mi amigo, habría valido la pena que lo cargara en su paleta; pero sueño que escribo sobre un puente que tiembla, y que mi amistad hacia ti es la única fuerza que me impide romper el atroz pico de hierro que tengo entre mis dedos; ¡vaya manera de ser pintor y poeta en estas condiciones!</blockquote>
<blockquote>
«El abarrotero bordelés se me unió en el puente, de frente a esta isla, hermana de las <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Islas_Afortunadas">Islas Afortunadas</a>, y me informó que Madeira producía un vino muy estimado; le agradecí la información, y le aseguré que verificaría su exactitud después de nuestra llegada a tierra. Aunque era pasajero proletario, reconozco que no falté allí. Murió a bordo un mayor inglés que iba a Jamaica; muerte por aguardiente, como conviene a un mayor inglés. El aguardiente lo condujo al <i>delirium tremens</i> y de allí al tétanos. Sabes cómo se entierra a bordo. El muerto cosido en un saco es echado al agua. Es bastante triste.</blockquote>
<blockquote>
«El 3 de junio, pasamos el trópico; esperaba alguna de estas ceremonias que hacían la alegría de los viejos navegantes; pero el buen Trópico no descendió por el gran mástil, no recibimos su bautismo. El paso del trópico dio lugar solo a esta broma hacia Jocrisse, el pasajero; le mostramos la línea del trópico en un anteojo, y él estaba convencido de haberla visto. Y eso fue todo. La ciencia viene, la poesía se va, el positivismo falso sustituye a la vieja alegría de nuestros padres. </blockquote>
<blockquote>
<br />
«El 7 de junio echamos ancla en <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Barbados">Barbados</a>. Finalmente, aparece ante nosotros la población negra en toda su profusión. El europeo desaparece, el mulato ocupa aquí la altura de la pirámide. Por la tarde, tuvimos un baile de mujeres de color, un baile muy descotado, como bien piensas. Las mulatas saltaban con los sonidos del <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/P%C3%ADfano">pífano</a> gratamente acompañado por el pandero y por el violín; casi olvido mencionar un <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Baj%C3%B3n">bajón</a> que no hacía, a mi fe, un mal efecto.</blockquote>
<blockquote>
Yo esperaba ver la <i><a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Bamboula">bamboula</a></i>, el verdadero baile que conviene a estos salvajes, y encontré solo la <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Contradanza_%28Danza%29">contradanza</a> importada por los ingleses y los vestidos con volantes. No hay colonia inglesa donde el negro no procura parecer inglés; te dejo a pensar qué caricatura puede ser una negra en sombrero rosa, ataviada con un vestido de tres volantes. En suma, pasamos muy gratamente dos días en Barbados. La isla es pequeña, pero muy vívida, muy cultivada, muy floreciente. </blockquote>
<blockquote>
<br />
«De Barbados a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Saint_Thomas_%28Islas_V%C3%ADrgenes%29">Saint-Thomas</a>, vamos casi siempre a lo largo de las Antillas hacia la derecha. El mar es tranquilo, el cielo constantemente tempestuoso. Contrario a su reputación, en ninguna parte el mar de los trópicos alcanza la limpidez de los parages de África.</blockquote>
<blockquote>
«El día 11, llegamos a Saint-Thomas, bello puerto cuyo aduanero fue desterrado. Allí, querido amigo, compré redes, precaución que tomé en caso de verme obligado a ganarme la vida en San Francisco. Me haré pescador. ¡Pescador, vendedor de pescados, qué suerte! </blockquote>
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<br />
«Tengo ganas de desgarrar esta carta, y esperar a que resucite para escribirte. "Pescador..." Es muy bonito soñar a la sombra y en lo fresco, tomando el té... Pero... ¡Vamos! ¡Con coraje y adelante! ¡Cuánta filosofía hago a partir de estas redes! Filosofía, moral, razón: ¡han llegado ustedes muy tarde!</blockquote>
<blockquote>
«Después de Saint-Thomas, <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Puerto_Rico">Puerto Rico</a>, un país como nunca has visto, un panorama como de sueños, un marco en el cual parece que la vida debe estar hecha de oro, de luz y de amor. Imaginación, facultad dulce y cruel a la vez, ¿por qué me hablas de amor, de luz y de oro? El Atlántico rueda pesadamente; los estadounidenses, mis compañeros, dejan ver solo caras siniestras; ¡tengo la cabeza aturdida, y mi bolsa está casi vacía!</blockquote>
<blockquote>
«El 14 de junio, Santo Domingo, la tierra baja, la vegetación apagada; el día siguiente la tierra se acerca, se eleva, reverdece y toma color: he aquí nuestra bella colonia perdida, cuyas revoluciones hicieron el imperio ridículo de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Faustino_I">Soulouque</a>. No habiendo visto a Su Majestad, ni al duque de <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Trou-Bonbon">Trou-Bonbon</a>, ni al barón de <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Petit-Trou-de-Nippes">Petit-Trou</a>, ni al príncipe de <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Marmelade_%28Artibonite%29">Mermelada</a>, ni al marqués de Bacalao; no puedo hablarte de eso sin exponerme a inexactitudes graves. ¡En cuanto a su país, es, por desgracia, más bello que Provenza!</blockquote>
<blockquote>
«Dejamos Jamaica el día 20; es la última de las Antillas que veremos: tierras benditas donde el hombre debería refinar la vida, y donde solo se refina el azúcar. Es una pena ver este paraíso terrestre tan afligido. Aquí, cambiamos de buque; estamos a bordo del <i>Dee</i>, otro buque inglés que va a llevarnos a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Chagres">Chagres</a>. Estuve a punto de ahogar mi equipaje yendo a bordo. Juzga mi angustia: mis ahorros estaban en mi maleta. Desde ese día, los llevo con cariño alrededor de mi cinturón.</blockquote>
<blockquote>
«¡<a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Santa_Marta">Santa Marta</a>! Finalmente estamos aquí, en la verdadera América, la América española. Ruinas, mendigos, una raza bastarda, una mezcla arriesgada de todas las sangres, perezosos que picotean la guitarra, mujeres en los balcones, pequeños niños salvajes errantes y muy desnudos, que se confunden con los perros; de vez en cuando un monje, un <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Basilio_el_Grande">Basilio</a> de cara plana; ningún buque, ni una sola barca en el puerto, y todo esto en un país admirable: he aquí la América española tal como las revoluciones la hicieron. Después de Santa Marta pasamos a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Cartagena_de_Indias">Cartagena</a> y desembarcamos en Chagres. Es en los alrededores de esta ciudad que desembarcó <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Pizarro">Pizarro</a>. ¿Qué haría Pizarro hoy? </blockquote>
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<br />
«Aquí, mi amigo, el viaje comienza a hacerse pintoresco. Tomamos el río Chagres para atravesar el istmo, pero no parece que el viajero toma posesión de estas riberas que siguen tal como Dios las hizo.</blockquote>
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«Hasta el coche de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Auxerre">Auxerre </a>a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Joigny">Joigny</a> se vería extraño en los meandros de este río raro. Yo me he acostado en una de estas piraguas en las que los viajeros nos cuentan maravillas, talladas de un árbol, conducidas al remo por tres salvajes totalmente desnudos. De vez en cuando, con mi fusil, me divierto en dispararle a alguna garza que pasa; el eco del río se despierta, bandadas de loros despegan gritando.</blockquote>
<blockquote>
«No te imagines Chagres como una ciudad. Un viejo fuerte a la entrada del río se esconde bajo un abrigo de verdor; unos mendigos mestizos representan la guarnición; sobre la orilla derecha, chozas de cañas se hacen pasar por ciudad; es verdad que enfrente de este antigualla española, la bandera constelada de la joven América flota sobre casas de madera de un aspecto más moderno; esta es la conquista pacífica de la industria; España y los Estados Unidos están allí de costa en costa, pero los primeros viven y los segundos duermen para no despertarse jamás. </blockquote>
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<br />
«El río de Chagres es de un esplendor monótono. Caminamos entre dos cortinas de verdor; gigantescos árboles, arbustos de especies innumerables, plantas raras, lianas sin fin se zambullen en sus aguas verdes; loros revolotean gritando en esta frondosidad tan abigarrada como ellos; los monos escalan los cocoteros, las serpientes se mecen y se funden con las lianas; los caimanes juegan en el limo del río. Esto, mi amigo, vale tanto como el <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Durance">Durance</a> y <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Beuvron">Beuvron</a>; ¡pero feliz aquel que no cede a la tentación de dejar sus riberas pacíficas!</blockquote>
<blockquote>
«Nuestros salvajes tienen remaron hasta las diez de la noche; un pueblo marca esta estación. Pasé la noche en la barca; mis compañeros de camino, más delicados, fueron a acostarse sobre una piel de vaca con el suelo como colchón y una piedra como almohada.</blockquote>
<blockquote>
«Tomé un chocolate excelente en uno de estos pueblos, y, tanto mejor, me fue servido por una de las criaturas más bellas que haya visto en mi vida; una mujer color terracota con cabellos crespos; ¡pero qué líneas! ¡qué colores y qué hombros! Esos hombros bienaventurados están siempre desnudos; ninguna especie de corsé encarcela su garganta, la garganta soberbia que a menudo descubren las ondulaciones de un vestido mal atado. De todo lo que ví, desde mi salida, estos hombros son una de las bellezas menos incontestables y más curiosas. Tuve oportunidad de convencerme totalmente de eso en vísperas del día de mi salida, en el baile, en la alcaldía de <a href="http://www.panamaface.com/sp/locality/locality_detail.php?idLocality=28">Cruces</a>. Aquí, finalmente, encontré lo que esperaba en los bailes del país. La graciosa España dejó sobre estos salvajes su sello como el rey de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Albi%C3%B3n">Albión </a>impone el suyo a sus negros. </blockquote>
<blockquote>
<br />
«Saliendo de este baile, encontré en plena calle una mesa de juego tendida por estadounidenses, una ruleta. Los mulateros, los barqueros venían a ella para perder los dólares que sacaban de los viajeros; comencé por indignarme y acabé por perder seis <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Piastra">piastras</a>. </blockquote>
<blockquote>
<br />
«Salgamos de Cruces, atravesemos el istmo sobre los lomos de una mula y vayamos a Panamá. Pero antes de llegar allá, quiero contarte el encuentro que hice en este istmo que, como dicen los periódicos, está infestado de bandoleros. Caminábamos, escoltando nuestras mulas, en esa ruta estrecha y sombría, con nuestras carabinas al puño, el ojo al acecho. Delante de nosotros un obstáculo se había formado, mulas y arrieros se peleaban círculo; nosotros nos pusimos cada vez más en guardia y seguimos avanzando. Había una veintena de mulos cargados cada uno de dos cajas de mediocre apariencia, cinco o seis hombres del país andaban detrás, y con emoción en la voz y en el gesto les pregunté —¿qué llevan ahí? —Oro, me respondieron, como si me hubieran dicho "cobre". —Cada mulo llevaba doscientas libras; haz la cuenta.</blockquote>
<blockquote>
«Estas fortunas, estas diez fortunas estaban allí, sin escolta, en medio de una selva virgen. Miré mi carabina con un aire vergonzoso. Los habitantes del país deben tener una dosis fuerte de gravedad española para no reírse del atavío guerrero de los extranjeros que pasan. —Tengo decididamente mucho mérito en escribirte a pesar de esta pluma de hierro.</blockquote>
<blockquote>
«<a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Ciudad_de_Panam%C3%A1">Panamá</a> está repleto de viajeros; un único <i>steamer</i> estaba a punto de salir, e imagina tú, para hacerte una idea de la confusión general, que el abarrotero bordelés pagó 425 dólares por un boleto de tercera clase cuyo precio es de 150 en la oficina. Llegué a Panamá el 25, creo, y solo irme de allí el 20 del mes siguiente. Finalmente, voy en camino y después de cuatro veces veinticuatro horas, y dentro de quince o veinte días, probablemente, saludaré a California.</blockquote>
<blockquote>
«Panamá nos dio un sabor anticipado del país. He aquí lo que es un hotel en esta ciudad. Imagina una gran casa de madera ocupada por hileras de muebles flexibles sin paños, sin cubiertas, sin colchones. Estos muebles flexibles, uno los pone si puede. El propietario de la <i>Mansion-House</i>, mejor avisado, hizo construir las cabañas sobrepuestas alrededor de sus habitaciones, desde donde se le insinúa el viajero. </blockquote>
<blockquote>
<br />
«Sillas, mesas y orinales están aquí unos muebles desconocidos. Viví quince días de esta manera, cuidadoso de mis asuntos, como tu me conoces, y, aunque anduviera en compañía de gente que, ciertamente no acababa de salir de hacer su primera comunión, no me robaron nada. Este <i>lodging</i>, mi querido, cuesta un dólar al día...</blockquote>
<blockquote>
«En cuanto a Panamá, la ciudad de los monjes, iglesias, conventos, murallas, todo está en ruinas. Toda institución, por muy buena que sea, perece por el abuso; esto es aplicable sobre todo a los monjes españoles. Edificios arruinados, murallas, iglesias, conventos, cañones abandonados, la población que duerme; aquí se está como en España. </blockquote>
<blockquote>
<br />
«Aquí sobre todo es aparente la invasión del Norte; todos los letreros están en inglés, las calles están llenas de yanquis graves, sucios y óseos. al francés se le reconoce por la barba; al español porque tiene algo de monacal en sus pasos; el alemán es ampliamente representado en todas las variedades de la gran familia germánica; todas las modificaciones del negro, desde el del Congo hasta el mulato blanco; el indio nativo y el indio cruzado de español, cruzamiento que produce plásticamente una de las razas más bellas; el chileno de cabellos largos y la mirada dulce. No acabaría, mi querido amigo, si te enumerara todo lo que se encuentra en las calles de Panamá. Pero lo que la mirada se complace en buscar, son los hombros espléndidos de las mujeres amarillas de este bello país; cuando digo amarillas, es porque que sufro involuntariamente la influencia de un recuerdo, porque del blanco europeo al negro de Guinea, todos los colores se encuentran entre los indígenas.</blockquote>
<blockquote>
«Tenemos a bordo a varios estadounidenses que regresan a California: uno informó a Nueva York 20,000 piastras recogidas en las minas en cuatro meses; otro cosechó por lo menos 13,000 piastras de oro en once meses. Uno de estos ofrecía hoy a un capitán de buque 20 dólares al día, si quería trabajar para él en las minas. Esta gente me dio detalles de costumbres que son la cosa más deseable del mundo. El juego, en California, es un furor, pero un furor y un desenfreno magníficos. Hablamos de mesas de juego en las cuales el banquero expone un millón de dólares, y se encuentra alguien que ponga para hacer el banco. Adiós, yo mismo voy a verificar todo esto. Pasamos por una catarata, ¿llegaré vivo o ahogado? </blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«G. DE RAOUSSET-BOULBON. »</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;"></span></div>
<br />
El señor De Raousset dejó a M. de P... en Panamá, este último contó que abrió una tienda de comestibles; muchas veces el señor De Raousset nos habló de esta parada en su ruta a California, no sin reírse. Desembarcó en San Francisco el 22 de agosto de 1850.<br />
<br /><br />
<div style="text-align: right;">
<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_9506.html"><b>IR AL CAPÍTULO V</b></a></div>
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<br /></div>
</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.823171453137938 2.352221900000017748.779885453137936 2.2293609000000179 48.86645745313794 2.4750829000000176tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-7516684185655320722012-02-20T21:06:00.000-08:002012-03-11T08:03:02.700-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO V<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: 130%;"><span style="font-weight: bold;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small; font-weight: normal;"></span></span></span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span style="font-size: 130%;"><span style="font-weight: bold;"><span style="color: white; font-weight: bold;">EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span style="font-size: 130%;"><span style="font-weight: bold;"><span style="font-size: 14px;"><br />
</span></span></span></div>
</div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span style="font-size: 130%;"><span style="font-weight: bold;"><br />
</span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<span style="font-size: 130%;"><span style="font-weight: bold;"> V</span></span></div>
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<br />
<br />
La primera impresión debe haber sido dolorosa. San Francisco era una especie de enjambre de Cafarnaúm donde bullía toda la suciedad de todas las razas de la tierra, y en todas partes se hablaban varios idiomas, inglés, francés, alemán, español, chino, etcétera. La ciudad ya había sufrido la prueba de dos grandes incendios, pero siempre renació desde sus cenizas como por encanto. La audacia y la actividad de los estadounidenses son proverbiales, pero este pueblo nunca demostró tanta energía como lo hizo en esta circunstancia. En ese entonces las construcciones eran de madera, lo que no ofrecía manera de prevenir los incendios.<br />
<br />
Durante un incendio la gente compraba algunos cuantos miles de pies de madera, y al día siguiente los carpinteros reanudaban su trabajo en medio de las ruinas humeantes. Muchos consignatarios se aprovecharon de estos frecuentes siniestros para <i>salvar el dinero</i> y bienes, y luego escribían a los expedidores que todo estaba perdido, <i>¡menos el honor!</i> Este fue el origen de más de una fortuna en California.<br />
<br />
Por todas partes no se podía ver más que salas de juego, donde la ruleta, el monte y el faraón, cosechaban rápidamente el oro que descendía de las minas. Las aceras estaban cubiertas de mercancías, el puerto lleno de barcos. Esta heterogénea multitud parecía agitada por un movimiento febril y desordenado. Las filas se confundían; el respeto, la cortesía, la veracidad, la sobriedad, no eran más que palabras huecas, y las frecuentes detonaciones de armas de fuego en las esquinas o en las salas de juego, anunciaban de vez en cuando a los transeúntes que un proceso se había juzgado de la manera más sumaria, entre dos partes, y que una bala perdida podía en cualquier momento, terminar la carrera de ser el más inofensivo y poner fin a sus sueños de fortuna.<br />
<br />
En los hoteles construidos de madera se habitaba en salas comunes, es decir, uno se extendía más o menos lánguidamente sobre un colchón sencillo con una manta de lana; se debía comer en las<i> boarding houses, e</i>s decir, a vivir de carne mala, té o café, los restaurantes franceses, como tales, no existían todavía.<br />
<br />
El señor De Raousset vio todo esto con cierto disgusto, pero ya había quemado sus naves. También tenía la suficiente agudeza para ver más allá de estas perturbaciones iniciales, el amanecer de un nuevo mundo, la marcha de una sociedad fuerte y rica. Se tranquilizó de inmediato, reunió sus fuerzas y contempló fríamente los medios rudos, pero honestos con los que podría ganarse el pan. No siendo capitalista ni mercantil, ni propietario, no quiso tocar ninguna especulación de tahúr, aceptó sin rubor descender de clase social, preferible a la degradación moral. Compró un barco y, con la ayuda de dos marineros, comenzó a descargar los paquetes de los buques anclados en alta mar. Es lamentable que por lo menos en este aspecto otros franceses no siguieron su ejemplo, en vez de ir a pescar puñados de oro en el barro. He aquí cómo se expresa en una de sus cartas:<br />
<blockquote>
«¿Sabes lo suficiente sobre California para tener una idea de lo que sucede con nuestros franceses, con nuestros pícaros parisinos, nuestros exsoldados, nuestra población inquieta y apasionada, ignorante y brutal, ingeniosa y entusiasta, después de dos o tres años de esta vida californiana? Aquí el impudor es templado solo por la resistencia facultativa de cada uno. El mismo hombre es a menudo al mismo tiempo policía, juez y verdugo.</blockquote>
<blockquote>
En esta mescolanza un marqués está comprometido con su antigua peluquera, el cual es ahora banquero. Un antiguo banquero, exmillonario. solicita un</blockquote>
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"En esta en desorden, de un marqués ... está comprometida con su ex peluquera, ahora es banquero. Un ex banquero, ex millonario, busca trabajar en una casa de apuestas de un viejo Hércules que maneja hoy más oro que el que alguna vez había hecho de las bolas del cuarenta y ocho. El señor H..., excoronel de húsares, lava y plancha camisas; un exteniente naval es aguador; el vizconde de... es mozo de cabaret y aspira un día a ser cabaretero, y no sé qué duque es limpiabotas...</blockquote>
<blockquote>
Ya te harás una idea, repito, de esta desvergüenza, de la licencia, de la negación de toda ley. A dónde llega uno después de dos o tres años de este tipo de carnaval? ¡Y sin embargo con esta justicia absurda, esta nula fuerza armada, esta policía ausente, este problema de organización, todo funciona! ¿Qué dicen ahora, filósofos, políticos, teóricos, gobernócratas?<span class="Apple-style-span" style="font-size: 14px;">»</span></blockquote>
<br />
Aquí, nos vemos obligados a entrar en un episodio que no tomará mucho tiempo, al que no le faltará cierto interés, y que se relaciona con nuestra historia. Se hablaba mucho ya de un hombre extraño en muchos aspectos: Pindray. Vino a California para continuar una de las vidas más aventureras, y pronto se había instalado en la imaginación de los franceses. Incluso más de un estadounidense le otorgaba una deferencia especial. De gran estatura, dotado de un rostro distinguido, siempre con un aire de frescura y dignidad, atraía todas las miradas cuando, envuelto en su sarape, caminaba lentamente por las calles de San Francisco, de regreso de sus cacerías desde el otro lado de la bahía. Se volvía una figura fascinante cuando las circunstancias le permitían entrar en conversación con interlocutores lo suficientemente inteligente como para comprenderlo, o con personas a las que él creía que necesitaba para asegurar la ejecución de sus planes.<br />
<br />
Obligado a abandonar Francia tras un caso que tuvo un impacto enorme que había amenazado con socavar los intereses de varios bancos de Europa, había viajado mucho y aprendido mucho. Pocas personas podrían soportar la expresión enérgica y fría, sombría y luminosa a la vez de su singular mirada. Luego fue a San Francisco, donde se conocía de su historia solo que era caballero en ruina, un duelista famoso, y un gran cazador. Conoció rancheros mexicanos de confianza de quienes se auxiliaba para dar caza al oso gris. Es insensato que un hombre solo se enfrente a semejante animal. La manera más segura de hacerlo sin demasiado peligro consiste en lazarlo a caballo y dispararle mientras la bestia lucha furiosamente contra las cuerdas que lo atrapan. Era este método el utilizado por Pindray para poner en el mercado de San Francisco la mayor parte de estos animales. Allí le disparaba una bala a corta distancia antes de entregarlo.<br />
<br />
Este truco rudo sorprendía de buena manera a la multitud de comerciantes, especuladores, citadinos y recién llegados, quienes se maravillaban de las historias del desierto, y que veían a Pindray como a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Nemrod">Nemrod</a>. En definitiva, se trataba de un cazador excelente, y la abundancia de caza que trajo al mercado de la ciudad era una prueba positiva. Un día que desembarcaba su producto de caza de la semana en uno de los muelles, fue insultado por algunos alborotadores irlandeses. Lentamente levantó los ojos a ellos, los miró atentamente, y luego reanudó su trabajo sin decir nada. Cuando terminó, tomó a uno de estos tipos y lo lanzó fríamente al mar como si fuera un niño. Al asalto de otros seis respondió desquijarrando a dos o tres, e hizo huir a los demás.<br />
<br />
Gaston no pasó mucho tiempo sin saber de la presencia de Pindray en San Francisco y sin ver la clase de prestigio que lo rodeaba. Llegó una noche en una de estas mascaradas donde vagan erráticamente piezas de todas las razas, donde todo el mundo fumaba, bailaba, bebía y peleaba. Era el célebre "Salón de la Polka" atendido por el señor Bàr. Con un sombrero grande de paja y la barba larga, avanzó hacia Pindray que, de pie y apoyado en una columna, parecía contemplar impasiblemente esta arlequinada terpsicoriana.<br />
<br />
—"Usted es el Marqués de Pindray".<br />
—"¿Sí, señor?"<br />
—"Y yo soy el conde de Raousset-Boulbon".<br />
<br />
Entonces Pindray expresó al recién llegado toda la alegría de saber que por fin había conocido personalmente, después de haber oído tantas veces de él, y le agradeció calurosamente por haberlo, en diferentes circunstancias, protegido contra ciertos ataques violentos. Comenzó entre estos dos exploradores del Nuevo Mundo una larga conversación, que las oleadas de galopes y de polkas no podían interrumpir. Es probable que se trasladaron a viejos recuerdos de la Europa de la que uno tuvo que huir por conflictos con cierta sociedad, el otro porque se había quedado en la ruina un poco demasiado rápido. Pindray, cuya conversación no fue sin encanto, aprovechó su experiencia en las Américas para dibujar con gran arte las diferentes fases por las que había transcurrido su vida aventurera.<br />
<br />
Algún tiempo después, Gastón tomó su rifle, cruzó la bahía, y se fue a explorar el área de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Monte_Diablo">Monte Diablo</a>; comenzó a buscar uno de estos osos terribles de los cuales Pindray parecía hacer tan buen negocio. Subió a la cima de Monte Diablo a contemplar el lago solitario que el señor Pindray le había descrito de manera encantadora. El lago no existía. Su intención era matar uno de estos animales y enviar la piel a una ilustre dama francesa con esta inscripción en la sangre de la bestia: "Para la Duquesa de G... - El conde de R. B." Su intento falló, sufrió un poco, y regresó con la convicción de que este tipo de lances poéticos no le traerían ningún beneficio en California.<br />
<br />
Compró otra barcaza, y con la camisa de lana roja en los lomos, trabajó aún con más fuerza en asociación de uno de sus amigos, lo que le permitió hacer crecer su negocio. El trabajo era bastante difícil, pero fue lucrativo hasta que con la instalación de los <i><a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Muelle_%28construcci%C3%B3n%29">wharfs </a></i>estadounidenses llegó la ruina de estos señores. Ahora el desembarco de las mercancías de este <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Tiro">Tiro</a> de nuestros días sería en los muelles. El encuentro con un barco de vapor estadounidense de gran tonelaje le causó grandes daños; cuando esto ocurrió el señor De Raousset estaba decidido a abandonar este tipo de labores, ya que no había venido a California solo para ganar para comer.<br />
<br />
Pindray acabó por convencer a un ranchero que poseía diez leguas cuadradas, para llevar un rebaño suyo de quinientas cabezas de ganado, a través de mil obstáculos, a trescientas millas al norte de la Bahía de Humboldt. Esta expedición difícil a lo largo de la cordillera, a través de ríos y bosques, requería tanto de audacia como de energía, y era un peso considerable, si no para los inversionistas, por lo menos para todas las conversaciones: Gastón, en un secreto espíritu de antagonismo constante, estudiaba sin cesar a Pindray. Así, concibió la idea de explorar los condados de México que lindan con Los Ángeles y San Diego, una vez tan florecientes bajo la administración de los jesuitas. Se veían allí grandes manadas vagando por las llanuras. Gastón juntó sus limitados recursos a los de algunos amigos y se fue a Los Ángeles.<br />
<br />
Esta vida en el desierto le gustó desde el principio; esta le sonreía mucho más que la vida material, positiva, egoísta, grosera y alborotadora de San Francisco, donde bullían juntos tantos elementos impuros; elementos a través de los cuales su pensamiento no podía caber, ni encontrar el menor eco. Los señores compraron unos animales mexicanos, es decir, mitad salvajes, impropios para el uso doméstico, malos para la carnicería. Fue una amarga derrota, pues en el mercado abundaban los rebaños americanos venidos de las planicies. Nuestros demasiado novicios especuladores solo pudieron deshacerse de sus animales y volver desembolsados solo yéndose a Stockton, donde unos proveedores de los placeres del sur les dieron un precio aceptable. Este le diría después en tono irónico y en voz muy baja a Pindray, que el conde Raousset había encontrado en su excursión de los condados meridionales solo <a href="http://www.biblegateway.com/passage/?search=G%C3%A9nesis%2041&version=RVA">las vacas flacas de que habla la Escritura</a>.<br />
<br />
Si esta empresa no fue feliz en términos monetarios, lo fue en otro sentido, y esto lo oí en labios de Gaston. Sus sueños en la noche bajo los árboles cerca de los cuales acamparon a lo largo de los ranchos mexicanos cuyos habitantes desaparecieron, temblando ante sus enemigos naturales, permitieron a su imaginación pasear a sus anchas a través de las soledades de España e interrogar a los recuerdos de la historia. Disgustado con lo prosaico de la cultura estadounidense y amante, por el contrario, de las formas poéticas y grandiosas de la raza española, la cual veía inundarse indefensa ente la progresiva invasión de los anglosajones, sin darse cuenta dirigió sus pensamientos a los países más al sur. México ha sido durante mucho tiempo presa de una anarquía que no hacía sino empeorar. Dejó que su imaginación volara a gusto en designios de otro tipo, y aspiró un aire nuevo, más misterioso y extraño, pero condimentado con el aroma dulce de gloria y de poesía.<br />
<br />
Regresó a San Francisco tan pobre de dinero como cuando se había ido, pero era rico con una nueva idea, una idea que terminó matándolo, pero que lo ha engrandecido en los ojos de sus contemporáneos y de la posteridad. Partió hacia las minas con la intención de organizar una empresa. Aquí está un extracto de su correspondencia.<br />
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<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"></span></div>
<blockquote>
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;">Mokelumne-Hill, 20 avril 1851.<br />
</span></div>
<div style="text-align: center;">
«Estimado E. ...</div>
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«<a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Mokelumne_Hill">Mokelumne Hill</a>, desde donde estoy escribiendo, es uno de los <i>placeres </i>más famosos en California. He estado aquí dos días y me voy mañana, me reservo de minar hasta el final.<br />
«Singular espectáculo! Sin duda el más extraño en este país extraño. Mokelumne, dentro de un radio de dos millas, tiene unos cinco a seis mil mineros, una tercera parte de ellos son franceses. </blockquote>
<blockquote>
«Esta población ofrece una combinación global de todas las razas y todas las naciones, desde los negros hasta los chinos. Nuestros compatriotas cumplen allí desde las más altas posiciones sociales hasta las más humildes. Pero las desigualdades sociales borradas aquí dan mucho que pensar acerca de lo que valen en Europa. Cómo es poca cosa, mi amigo, un marqués con chaqueta de marinero. Recorro la larga lista de los distinguidos caballeros de California, y puedo citar venteros, tahúres, comerciantes ropa, camareros, lavavajillas y todos así. Pero ninguno que haya hecho fortuna, y muy pocos que sostenidos por su dignidad, hayan podido sobrellevar la miseria mediante la creación de una vida independiente.</blockquote>
<blockquote>
«Todavía no he hecho una fortuna. Un policía francés se lanzaría sobre mí a todo galope si me viera a quinientos pasos. Imagina a tu amigo en un caballo flaco con un rifle a través de la silla de montar, un revólver americano colgado en el cinturón, y un traje indescriptible. Esta noche, me acosté a dormir en plena calle.</blockquote>
<blockquote>
«¡Pero bien! No cambiaría esta vida salvaje, pero libre, por un lujo que degenerara mi independencia, por un lujo de funcionario, de marido con sirvientes, por un lujo de periodista asalariado... ¡Qué cosa tan rara! ¡En medio de esta miseria profunda, la idea de una honesta mediocridad no me viene a la mente! Nunca he deseado más intensamente las fortunas, pero las fortunas amplias y robustas, los bienes con los que uno no cuenta. Sí, mi querido E., el mismo hombre cuyo harapos revelan la piel se encontraría de maravilla con un millón de...</blockquote>
<blockquote>
«Se me escaparon algunos impulsos del corazón, un hábito que cada día pierdo más; atesóralos, querido E... y mira a tu alrededor todos los don nadie que se pavonean por el mundo, todos los poderes oscuros...</blockquote>
<blockquote>
«Para describirte la vida de las minas requeriría un talento para la descripción que nunca he tenido.<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<br /></div>
«El éxito es una lotería. Alguien encuentra aquí una fortuna y diez pasos más allá alguien más no encuentra un solo centavo. He visto a muchos borrachos que en el espacio de unos días, habían acumulado y gastado hasta 200 libras de oro. Los ahorros son raros, los cabarets, y las casas de apuestas ponen el orden. Aquí, toda la industria innoble está segura de nadar en oro...</blockquote>
<blockquote>
«Adiós, amigo, trata de no tener que venir a California.</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">GASTON. »</span></span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"></span></span></div>
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<a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Dem%C3%B3stenes">Demóstenes </a>tiene razón. El nervio real de cualquier empresa es el dinero. El señor De Raousset lo sabía bien, y fue para él muy embarazoso ser acogido de manera tan fría por los jugadores y mercaderes que llenaban sus sacos de oro sin correr ningún riesgo, y veían solo locura en sus proyectos de expediciones lejanas. Su agitación se hizo todavía más dolorosa cuando supo que Pindray, después de haber vendido, haber jugado, haber perdido, despilfarrado los numerosos recursos que gente demasiado confiada había puesto entre sus manos, iba a ir él mismo a esta Sonora sobre cuyas riquezas corrían grandes rumores. El señor de Pindray tenía sus partidarios, más dinero, más crédito; le agradaba la idea de ocultar su pasado entre un centenar de franceses que estaban hartos de California; los convenció a equiparse a costa de ellos mismos y de que lo consideraran jefe. Este centenar de hombres, la mayoría honrados, intrépidos y dignos de una mejor suerte, se embarcó sobre el <i>Cumberland</i>, e izó las velas hacia Guaymas; allá iba a tocar las puertas de la misteriosa Sonora, a ofrecer al débil gobierno mexicano la protección de sus fronteras contra las incursiones de los apaches, entre otras ventajas.<br />
<br />
Pindray de Gaston y se encontraron antes de la partida, y si hemos de creer algo a este último, cosa que no será difícil, Pindray le había hecho propuestas encaminadas a una alianza que nuestro amigo inmediatamente rechazó por dos razones: en primer lugar, porque, como él mismo dijo después, él se sentía bastante dotado de facultades de mando como para ejercerlas como subalterno, y habría sido completamente imposible para Pindray obedecer a alguien. Por otro lado, la delicadeza y respetabilidad de su propio carácter le impedían ligar su presente y su futuro al pasado de Pindray, pasado del cual se empezaba a hablar en todas partes.<br />
<br />
Sabemos la historia del proceso que sostuvo el Times de Londres contra el marqués de B... y sus asociados aristócratas, y este caso había ocupado la atención de toda Europa durante algún tiempo. El famoso marqués de B..., después de ganar un chelín en concepto de daños, luego perdió en la apelación y se había refugiado en los bosques de Arkansas como muchos otros que querían ver la tierra del oro y probar suerte. Allí conoció a antiguos cómplices, vencidos como él por el viento de la adversidad, y descendió unos cuantos grados más, si es posible, y fue en parte la causa de la desaparición de Pindray, quien amaba la estima pública, pero probablemente trató de evitar una mancha indeleble, y prefirió retirarse al desierto en lugar de tener que avergonzarse ante la población entera que tanto lo estimaba.<br />
<br />
Los hombres del Cumberland obtuvieron la concesión del rico valle de Cocóspera, no muy lejos de Sáric. Se establecieron allí, en representación, para muchos, del heroísmo de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Cincinato">Cincinato</a>, con el arado en una mano y la espada en la otra. Estas ilusiones iban a ser de corta duración. Las autoridades sonorenses estaban lejos de cumplir sus compromisos con los colonos franceses. Estos atacaron varias veces a los indios apaches, les despojaron de un gran número de caballos, y se retiraron sin pérdidas significativa, a pesar de los bien dirigidos proyectiles de los salvajes.<br />
<br />
Entre estas balas había algunos que eran lingotes de plata que venían sin duda de la famosa Plancha de Plata, donde nadie podía penetrar.<br />
<br />
La molestia de los colonos, privados de las cosas más esenciales para la vida se hizo tal, que Pindray debió presentarse muchas veces al ayuntamiento de Ures para solicitar ayuda. Un día en que asistió a la deliberación del consejo, muchos de estos señores se sintieron intimidados, por no decir asustados, por la actitud, el aire feroz y silencioso y fascinante de este gran jefe de los franceses; incluso le rogaron que se alejara, diciendo que era imposible deliberar en su presencia.<br />
<br />
De cualquier manera, un tiempo después, Pindray murió en el pueblo de Rayón, situado sobre el río San Miguel, a cuatro o cinco leguas de Opodepe; murió asesinado, dicen unos; se voló los sesos, dicen otros. La aspereza de sus costumbres hacia aquellos a quienes él consideraba como inferiores o inútiles, su modo de llevar los asuntos, pudieron crearle más de un enemigo que, no atreviéndose a abordarlo de frente, lo habría atacado de improviso; esta es una fuerte consideración a favor de la primera hipótesis.<br />
<br />
Además, era un hombre tan intrépido en su desesperación que, incitado hasta el extremo de sus fuerzas, habría sido capaz de afrontar algo cien veces peor. Es alguien que preferiría hacerse matar a atentar contra él mismo, en solitario, y reconocer así, de modo indirecto, la culpa de su parte hacia un hombre o hacia una sociedad; su orgullo era incapaz de una confesión tal. ¿Por quién habría sido asesinado? es lo que se ignora. Las sospechas se cernieron mucho tiempo sobre un tal D., de su tropa, una lacra de la peor especie; ¿pero dónde están las pruebas?<br />
<br />
El señor de Pindray acababa de jugar al billar; se tendió en la cama de su tienda y se oyó una detonación fuerte; el balazo fue en la sien, y había rendido el último suspiro antes de que se hubiera podido tener una sola palabra sobre este enigma para siempre inexplicable. Los mexicanos se apoderaron de su sortija de sello, y echaron su cuerpo en un hoyo que recubrieron piedras; ¡cada domingo iban a oír al cura de Rayón, qué, desde lo alto de su púlpito, prohibía a sus feligreses rezar por este perro francés!... He aquí una muestra de la caridad evangélica en México; ¿el honor de haber escrito este drama se le debe dar a los concejales de Ures o a alguien más?... ¿Es solo una página más en el libro de los suicidas?.. .. En este último caso, ¿no hay que conceder un cierto crédito a la versión según la cual es dicho que notas expedidas por el consulado francés de San Francisco a las autoridades mexicanas habrían tenido por resultado molestar a Pindray en el cumplimiento de sus proyectos, y de mostrarle que no había refugio para él, ni siquiera en el desierto?....<br />
<br />
El consulado francés de entonces pudo considerar oportuno soltar una flecha semejante, y, en ese caso, se habría considerado justo. Es un punto difícil de aclarar; nuestros datos son insuficientes. Tanto como el señor de Pindray, el señor De Raousset había podido llevar una vida arremolinada y extravagante, pero sin mancharse nunca. Es precisamente esta convicción íntima lo que volvía intolerable para Pindray el sentimiento de la derrota; no pudiendo aniquilar el pasado, él se parecía al ángel caído que, en su implacabilidad, se esfuerza por crecer lo más posible, pero con habilidad y prudencia, suma todo el mal que pudo haber ya hecho.<br />
<br />
La adversidad lo había hecho un pensador iluminado, pero amargo; conocía muy bien a los hombres, hasta mejors que el conde De Raousset, por ejemplo. Se apoderaba fácilmente de la imaginación de la gente con el relato más o menos elaborado de su vida de aventuras, y mantenía el orden con mucha firmeza; lo temían, y sin embargo lo seguían; primero porque se le perdonaban sus faltas, y después porque tenía algo de ese prestigio fascinante del que Alexandre Dumas dotó tan bien a su célebre Monte-Cristo.<br />
<br />
Un día que, con palabras finas y espirituales, ridiculizaba, no sin razón, el espíritu de mercantilismo de los recogedores de piastras californianas, llegó a quejarse amargamente de la imposibilidad de llegar a la ejecución de sus proyectos, y acababa, hablando bajo y con gran sangre fría, por mostrar inquietud y asco hacia todo y todos. «¿En qué pues consiste la felicidad? alguien le dijo. — En la paz del alma, » respondió él con una cierta gravedad melancólica. Al elogio de un hombre con el cual tenía negocios, y a favor del cual estaban todas las apariencias, él respondió fríamente: «¡Todo hombre es enemigo de otro en este mundo!»<br />
<br />
Estas citas, tomadas al azar entre mil no menos características, pintan de un solo rasgo al individuo. Pindray era un hombre hermoso, de un tamaño hercúleo, de una sangre fría extraordinaria y hábil en el manejo de toda arma, acostumbrado a todas las privaciones; sus ojos de un azul claro tenían un fulgor que pocas personas podían sostener; su cara de bronce era tan impasible que se le podría haber tomado por una máscara si no hubiera sido su expresión triste y sardónica la que la hacía viva; su paso era lento; su sonrisa rara era graciosa algunas veces, siempre amarga.<br />
<br />
El señor De Raousset escribió sobre este hombre páginas notables y nos hizo su lectura en su morada de Mansion-House, en la calle Dupont; ellas son tanto más notables ya que respiran a veces el elogio, la imparcialidad siempre, mientras que se trataba de un hombre cuyas circunstancias habían estorbado, por decirlo así, su sendero durante un tiempo. La imposibilidad a la cual me encuentro de reproducir a algunas de estas páginas proviene de una mala voluntad que sorprendería a todo el mundo y que, sin embargo, Gaston había previsto; sus palabras proféticas todavía resuenan en mi oreja... Un sentimiento de delicadeza nos prohibe repetirlas; pero tenemos el derecho de sonreír a la idea de gente que se considera tal vez comprometida por la visita de un relámpago de gloria y su corta visión no sabría sostener su fulgor; todo lo que escribió entonces el conde estaba marcado de una rara elocuencia.<br />
<br />
Al tener noticias de esta muerte, la compañía de Cocóspera fue primeramente consternada y luego nombró por voto unánime como su sucesor al señor de O. de Lachapelle, mi hermano, hacia quien su probidad, lealtad valor y bondad, guiaban naturalmente todos los sufragios. Era uno de los más valiosos jóvenes que Pindray había traído consigo.<br />
<br />
Después de habernos quedado tanto tiempo en California, nos vemos obligados a dar todos estos detalles, pues nos reencontraremos más tarde a estos señores en Sáric, antes de la toma de Hermosillo.<br />
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<b><a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_3289.html">IR AL CAPÍTULO VI</a></b></div>
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</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.819663822646227 2.3456262772407448.813231322646224 2.33657727724074 48.826096322646229 2.35467527724074tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-84241309096923430322012-02-20T21:05:00.000-08:002012-03-11T08:03:53.040-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO VI<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: 130%; font-weight: bold;"><br />
<span class="Apple-style-span" style="font-size: small; font-weight: normal;"></span></span><br />
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span style="font-size: 130%; font-weight: bold;"><span style="color: white; font-weight: bold;">EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA</span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<span style="font-size: 130%; font-weight: bold;"><span style="font-size: 14px;"><br />
</span></span></div>
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<span style="font-size: 130%; font-weight: bold;">VI</span></div>
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Durante ese tiempo, Gastón, ansioso de ver hacia adelante en la consecución de esta famosa Sonora, luchó de mil maneras para llegar a la organización de una compañía. Aquí nosotros dejamos un poco a este hombre ilustre que hoy cubre el sepulcro, y por consecuencia, hablaremos con mucha cautela, a pesar de los muchos resentimientos de un gran número de franceses en California.</div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
No se puede escribir una historia sin hablar de los muertos; no hay que olvidar que en Egipto se les juzgaba solemnemente, y que más de un vivo temblaba ante este juicio supremo del cual sus oídos no podían escuchar mención. Si uno rinde respetos a una tumba, si uno tiene heridas que aún sangran, no le debemos menos a la verdad; no obstante, vamos a aminorar los derechos de esta cubriéndola del velo de la indulgencia en lugar de invocar toda su severidad.</div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<br /></div>
En efecto, como dijo Gaston, en una de sus últimas cartas, ¿todo hombre no se lleva más allá de la tumba la responsabilidad de sus actos?... Además, habiendo tenido relaciones adecuadas con el señor Dillon, no nos será difícil hacerle justicia en todas las cosas, y es más fácil alabar que culpar; nuestro único remordimiento será no poder borrar por completo una de estas alternativas para el beneficio de la otra. Nos parece que el señor De Raousset sigue en pie, por decirlo así, detrás de la persona que escribió esta historia, listo a apoyar sus afirmaciones, dispuesto a renovar el mandato que le fue otorgado antes de morir.<br />
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Confidencias graves, íntimas, que no se reproducen en este libro, miedo de abrir las puertas del templo a todas las tempestades, nos dan la razón al decir que nuestro amigo no siempre se encontró con otros funcionarios la lealtad que él mismo mostró. Esta fue la más noble falta de sus últimos y brillantes años. Para él, defraudado y víctima, queremos mostrar que hay amigos leales, aunque la losa de un ataúd les separe de ellos.</div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Dillon era un cónsul y notorio y notable. No vamos a hacer su biografía, su vida ha tenido lados brillantes y lados desdichados, y nosotros solo tocaremos los que interesan a nuestra historia. Adoptó el punto de vista del conde Gaston, e incluso lo animó, probablemente para ser útil a todos aquellos franceses cansados de California que no habían cumplido sus expectativas. Estos franceses, acosados en las minas, sin ningún tipo de capital para llevar a cabo trabajos duraderos o establecerse en las ciudades, darían la bienvenida con entusiasmo a la idea de ir a México, es decir, a lo desconocido, lo vago, la aventura. La realidad era demasiado triste para que ellos pudiera imaginar que pudiera ser incluso más difícil; el ejercicio del fusil les sonreía más que el del tamiz, además, se les mostró México como repleto de oro, plata y "señoritas"; este último aspecto sobre todo les hizo agua la boca, ya que sufrían gran carencia de estas en California.</div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Antes de seguir nuestra historia, creemos que es útil insertar aquí algunas notas sobre Sonora, anteriormente publicadas por varios periódicos de San Francisco: El Eco del Pacífico y el <i>Messenger</i>, entre otros.</div>
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
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<b>POSICIÓN GEOGRÁFICA</b> </blockquote>
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Sonora se extiende desde el grado 27 al grado 33 de latitud y desde el 110 al 117 de longitud (meridiano de París). Está limitado al norte por el río Gila, al este por las tierras altas y las montañas que separan a Nuevo México y Chihuahua, al sur por el Río del Fuerte y Sinaloa, al oeste con el Mar Vermejo o Golfo de Cortés.</blockquote>
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<b>TERRITORIO</b> </blockquote>
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La extensión de Sonora es de alrededor de cien mil kilómetros cuadrados, sesenta y cuatro millones de acres. Llanuras, valles y mesetas ocupan más de la mitad del territorio. Las llanuras y mesetas están generalmente cubiertas de hermosos bosques y pastizales. Los ríos surcan los valles, el agua se puede utilizar con eficacia en beneficio de la agricultura. Es fácil encontrar agua en las llanuras a poca profundidad. La conformación geológica del país indica que suficientes pozos de agua serían exitosos. Las Sierras proporcionan a la construcción árboles como el roble, el fresno, el álamo, el pino, el sicomoro, el cedro, el mezquite, etc. </blockquote>
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Difícilmente se pueden estimar más de ciento cincuenta mil hectáreas de tierras actualmente en cultivo alrededor de las ciudades hay pueblos. Los pueblos, haciendas y ranchos todavía habitadas no ocupan activamente más de un millón de hectáreas. Todo lo demás está abandonado como consecuencia de los estragos causados por los indios. Parte de Sonora es desconocido por sus habitantes, que por temor no se aventuran más allá de pocos kilómetros de los centros de población. Cerca de dos terceras partes del territorio pueden ser reclamadas por los individuos que previamente las han poseído y que han sido expulsados por los indios. De veinte a veinticinco millones de hectáreas son propiedad del Estado.<br />
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<b>CLIMA</b><br />
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Sonora es atravesada de este a oeste, en el paralelo 31, por una línea de cerros, cordilleras y mesetas que descienden gradualmente al norte hacia el río Gila, que está a ciento veinte millas al sur y al oeste, rumbo al mar. Esta elevación, que en las mesetas y los valles es superior a cinco mil pies de altura, ofrece un clima templado a la mitad de la superficie terrestre. El calor aumenta a medida que nos acercamos al mar y al río Gila. Ernory señala a lo largo de este río, y en toda su longitud, una temperatura de 65 a 76 grados Fahrenheit. En diciembre la temperatura es de 76 grados en San Diego, California. El calor es fuerte en Guaymas durante los meses de verano. El país es muy saludable y no es raro ver allá hombres que viven cien años o más.<br />
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<b>POBLACIÓN</b><br />
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Los estragos cometidos por los indios apaches se han reducido considerablemente. Los registros oficiales estiman una cifra anual de mil personas como sus víctimas, sin embargo, los blancos, indios y mestizos siguen siendo superiores a cien mil almas. Una oligarquía de familias ricas explota el país. Las clases más pobres son ignorantes y dóciles; los indios "mansos", muy tontos. Esta región es, sin embargo, lo mejor de todo México y, en especial, la más sociable.</blockquote>
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<b>AGRICULTURA</b><br />
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La gente cultiva un poco menos de lo que necesitan. Guaymas exporta harina en la costa de México. Con la excepción de una zona arenosa que corre a lo largo de la costa por encima del paralelo 28 y con la excepción de algunas sierras sin vegetación, pero llenas de metales preciosos, el suelo Sonora es de alta fertilidad. Este país en el momento de su prosperidad, fue celebrado por la gran cantidad de animales que vivían en las misiones y ranchos; casi todo fue destruido por los indios. </blockquote>
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Por un raro privilegio, productos muy valiosos pertenecientes a diferentes climas crecen en el mismo suelo, en el mismo campo. Trigo, maíz, caña de azúcar, uvas, algodón, naranja, todos los árboles frutales se cultivan en Hermosillo.</blockquote>
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<b>MINAS</b></blockquote>
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Sonora contiene abundancia de todos los metales. Sus minas fueron trabajadas parcialmente en el pasado, pero fueron abandonadas por varias razones: el miedo a los indios, la apatía de los habitantes, la falta de recursos, la falta de industria. </blockquote>
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Esta rama de su riqueza es la que parece más sorprendente a la imaginación, nos haremos una idea con mención a algunos detalles.</blockquote>
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Los mexicanos llaman mineral a todo un sistema metálico propagado por una porción de territorio. Así, los minerales de cualquier clase situados en la Sierra de Antunes componen "el mineral de Antunes".</blockquote>
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Arizona es un mineral de plata descubierto en 1769. No se ha cavado más allá de unos pocos metros de profundidad. La plata virgen se encontraba allí en masas, una de las cuales pesó hasta 3 500 libras. El comandante militar reclamó las minas para el Tesoro Real. Se hizo una demanda legal. De Guadalajara, el juicio fue llevado ante el Tribunal de Justicia de Madrid, donde se tardó siete años. Un decreto resolvió la cuestión en favor de la Corona. El levantamiento de los apaches y los conflictos civiles no permitieron explotar estos recursos después de haberlos cerrado a la industria privada. </blockquote>
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<b>El mineral de plata de Los Álamos</b></blockquote>
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Gamboa, en su <i>Tratado de Minería</i>, dijo que hubo un tiempo en que este mineral era el más productivo de todo México. El mercurio era objeto de un monopolio, hizo falta durante los disturbios causados por las revoluciones en Europa, y fue una de las causas de su declive. </blockquote>
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En 1828, aunque el mineral de Álamos estuviera en decadencia, las pruebas de regla de este único mineral devolvieron 28,000 piastras de ganancia. Se estima que un tercio del producto generó dicho dinero. </blockquote>
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San Ildefonso de Cieneguilla, fue descubierto en 1783, consiste en muchas minas de oro y plata. Una de sus minas de plata, llamada <i>Descubridora</i>, fue utilizada por primera vez por don Antonio Enrique de Castro. Esta es la única operación regular que se ha conocido en Sonora: ella dio en cuatro años un producto de 4 millones de piastras.</blockquote>
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Al haber sido atravesada la vena por una falla, un accidente que se controla fácilmente en trabajos emprendidos bajo una dirección científica, nos desanimamos y quitamos los pilares. Estos pilares produjeron 500 000 piastras. </blockquote>
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El oro no es menos abundante que la plata. Al principio en la Cieneguilla el oro era recogido a mano. "Lo recogen" dijo Velasco, "como pollos comiendo maíz". Fue entonces así como en California. Un hombre llamado Covarrubias sacó de su propia más de cien mil dólares. El oro es conocido mixtos, a veces con la tierra calcárea, a veces el suelo rojo. </blockquote>
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Se hicieron después pozos como en California. Uno de nombre Covarrubias sacó del suyo más de cien mil piastras. El oro se encontraba mezclado a veces con tierra calcárea, a veces con barro rojo. </blockquote>
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Los <i>placeres </i>de San Francisco, ubicados a pocos kilómetros de la costa, fueron descubiertos ocho años más tarde. De quince a veinte mil personas provenientes de Durango, Sinaloa y Chihuahua se reunieron allí en menos de un año. Los <i>placeres </i>descubiertos en tierra de pápagos fueron abandonados casi inmediatamente después de su rebelión. Podemos con certeza considerar estos <i>placeres </i>como extremadamente ricos. </blockquote>
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Es bien sabido que muchos ríos que descienden de las montañas de Cananea, y varios afluentes del Río Gila atraviesan <i>placeres </i>de oro. Las minas de este metal, en general, consisten en vetas de tierra rojiza o piedra caliza que contienen fragmentos y polvo. Ni siquiera tomamos en cuenta el muy abundante cuarzo en las minas. Sonora tiene cosas mejores que el cuarzo.</blockquote>
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Los sonorenses nunca han ejecutado obras de minería. Apenas han sido capaces de construir algunas bombas rústicas para extraer agua. Siempre han abandonado las minas porque les presentan algunas dificultades. Ni siquiera tienen la industria para desviar las aguas, para explotar el petróleo o para lavar la tierra en los <i>placeres </i>localizados en las llanuras, como el de la Cieneguilla.</blockquote>
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Los indios, masacrando a los trabajadores bajo una lluvia de flechas, han provocado este abandono. La apatía general, la falta de recursos industriales, explican por qué tan pocas personas aprovechan tan poco los tesoros ocultos de este vasto territorio. </blockquote>
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Podríamos agregar a estas citas una multitud de minas y <i>placeres </i>de cuya riqueza se conoce. Podemos decir que Sonora no tiene una sola montaña que no esté impregnada de metales. En estas hay vetas de pobre calidad, pero muy abundantes en metal, así que una uindustria inteligente sacará siempre un algo de producto. Hemos citados las más ricas y entre ellas hay algunas que darán resultados maravillosos.</blockquote>
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Las minas de oro y de plata no son la únicas de la cual la industria de una emigración podría beneficiarse. Se conoce de minas de mercurio en las laderas norte y oeste de la Sierra Madre, a cincuenta millas de Guaymas. </div>
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<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Sierras que lindan con Tucsón y Túbac están llenas de masas de hierro virgen. Hay cerca de San Miguel una gran mina de hierro magnético sin explotar donde el mineral produce 80 por ciento.</div>
El cobre es muy abundante. En la Sierra de Cananea a menudo se encuentra en estado virgen y siempre mezclado con oro, también se le encuentra en la costa, a la altura de Hermosillo, y pueden ser cargados por buques como carga de retorno.</blockquote>
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<b>COMERCIO</b><br />
Ya existe un comercio interno considerable, ya que la aduana de Guaymas produce un promedio de 15 a 18 000 piastras al mes. Hay exportación todos los años, alrededor de 1 500 000 dólares. Guaymas, por su posición,es conocida como proveedora de alimento para Nuevo México, Chihuahua, Sinaloa y Baja California. Este puerto es el segundo en importancia después de Acapulco.</blockquote>
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En cuanto al tabaco, es ya objeto de una gran explotación en Sonora, todos los residentes tienen plantaciones a la puerta de sus pueblos o ciudades porque no se atreven a aventurarse más lejos. Los productos que recogen son, en muchos aspectos, superiores al heno que ofrece el mercado y que disfraza la especulación. Podemos citar como apoyo de nuestra aserción el testimonio de nuestros compatriotas que se establecieron en el valle de Cocospéra; comenzaron plantaciones de tabaco y se maravillaron de que no tenían ningún derecho qué pagarle a nadie. </blockquote>
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Los sucesos que todo mundo conoce no les dejó tienen para la cosecha. Lejos de sentirse intimidados por los apaches, más bien era muy raro poder ver a uno de estos salvajes, pues la única intención de estos era escapar tan pronto como se pudiera del "Colorado", como les decían a los franceses porque casi todos llevaban camisas de lana roja. Parece que cuando se enfrentaban a los mexicanos, las cosas eran al revés y eran estos los que siempre eran atacados por la espalda. Esta situación requiere una solución rápida, y parece que estas ricas comarcas no pueden esperar mucho más tiempo el orden y la protección que necesitan para prosperar.</blockquote>
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Las tribus salvajes que viven en Sonora o en los estados adyacentes ha sido un problema constante. Un rápido análisis de las características de estos <i>hijos del desierto</i> no parece fuera de lugar. </blockquote>
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<b>Los yumas</b> acampan cerca de la desembocadura del río Colorado, y hacen viajes frecuentes al sur de Mazatlán y Durango. Es una necesidad imperiosa para ellos viajar, cambiar de lugar y distraerse. Una vez en las ciudades y aldeas habitadas por los blancos, permanecen durante horas, a veces durante días frente a una ventana, una puerta, una tienda, sin decir una sola palabra, sin expresar con una mínima contracción de los músculos de la cara cualquier emoción. Viven en armonía con los mexicanos. Al igual que los pápagos, que son negros, grandes y de robusta apariencia, pero por lo general son sucios. En 1779, dos misiones conocidas como las misiones de la Concepción y San Pedro y San Pablo, se establecieron en medio de ellos, pero en 1781, masacraron a todos los blancos, y tomaron a las mujeres y a los niños en cautiverio.</blockquote>
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<b>Los seris</b> no son más de cuatrocientos el día de hoy. Durante más de veinte años son, a su manera, la policía de la carretera entre Guaymas y Hermosillo. Podemos encontrar la explicación de tanto desorden y de la impunidad de la que gozan, en la apatía y debilidad de los sonorenses. Antes de la gran rebelión de los seris, pimas, apaches y algunas otras tribus en 1779, acampaban cerca de Horcasitas. En 1789, se fueron al campo llamado hoy Villa de Seris, cerca de Hermosillo.</blockquote>
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Los seris son estúpidos, perezosos, caprichosos y traicioneros. Se dedican a hacer vasijas de barro. Vienen de la isla de Tiburón, donde varios de ellos aún viven. De vez en cuando desembarcan en la costa y robar, saquear y amenazar a rancheros o arrieros es su pasatiempo preferido. Se alimentan de pescados y mariscos. Sucios, semidesnudos, con el rostro tatuado, con la nariz horadada, la tez bronceada, así son los seris en general. Las mujeres están lejos de ser feas, sus pies pequeños y buen tamaño generalmente despiertan las envidias de las señoras de Hermosillo. Ellas tienen la cabellera negra y gruesa; simplemente olvidan peinarla. Estos indios adoran la luna y celebran la luna nueva con grandes ceremonias más o menos regulares.</blockquote>
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<b>Los ópatas</b> son los indios que desde la llegada de los españoles mostraron más simpatía hacia los extranjeros. Los españoles formaron tres compañías de infantería entre los indios, que sirvieron de vanguardia en la guerra contra los apaches. Ellos son buenos soldados, y la custodia del Presidio de Bacoachi les fue encomendada. Ellos comprenden la agricultura, no son borrachos, y han apoyado constantemente al gobierno mexicano. </blockquote>
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La compañía llamada Bavispe se rebeló en 1820 en contra de un intendente. Ellos trataron muy bien a sus prisioneros en esta ocasión y algunos pasaron por las armas solo después de haber sido llevados ante un consejo de guerra. El coronel Lombán, envió contra ellos mil quinientos hombres y fue derrotado completamente por los ópatas que solo tenían quinientos hombres, trecientos armados con fusiles y doscientos con arcos. Se les obligó finalmente a rendirse frente a fuerzas más numerosas; las municiones comenzaron a escasear. Se cuentan muchas cosas acerca de la valentía de los ópatas. No fue hace mucho tiempo que ocho soldados ópatas responsables de escoltar a dos mujeres de Bacoachi a Fronteras se encontraron con cincuenta apaches contra los que se defendieron a muerte. Seis de ellos quedaron en el suelo, no sin quemar hasta su último cartucho. Su jefe asignó a los dos que habían sobrevivido a huir con las dos mujeres, y de hecho lograron llegar a Fronteras. Los sonorenses no conservan este tipo de templanza ante situaciones semejantes.</blockquote>
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El ópata son buenos para caminar. Pueden recorrer cuarenta y cinco leguas en veinticuatro horas a pie. Vestidos a la manera española, hablan bien el idioma, tejen sombreros de paja y alfombras. De tamaño mediano, un cutis más delicado, se ven mejor y más civilizados que otros indios. Es muy probable que haya sangre española en las venas de los ópatas. Si el gobierno mexicano no hubiera caído hace mucho tiempo en el cretinismo, la civilización ópata sería una poderosa barrera contra los apaches. </blockquote>
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<b>Los pápagos</b>, <b>pimas </b>o <b>gileños</b> viven en la parte noroeste del estado, y son los más numerosos. Viven de la caza y de los frutos silvestres. Los pápagos incluyen varias tribus, algunas están en el interior, ocupados en el trabajo de las minas, y se conocen como pimas o pápagos cristianos. Otras tribus se establecen en las riberas del río Gila, donde tienen siete pueblos; estos son los gileños. Dos de estos pueblos son los restos de las antiguas misiones de Encarnación y San Andrés, fundadas en 1694 por el padre jesuita alemán Kino, el primer apóstol de Sonora. </blockquote>
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Los pápagos acostumbran vagar por las grandes llanuras que se extienden desde el río Gila hasta el Golfo de Cortés. Van en familia a tomar parte de las cosechas; cuando los suministros escasean se dedican al comercio de la sal que se encuentran en las orillas, o a vender un jarabe de extracto de pitaya, el fruto de un cactus gigante que crece en sus desiertos. Fabrican vasos de barro y obras de paja hábilmente tejidas. A veces tienen polvo de oro, pero es imposible saber de dónde lo recogieron.<br />
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Los indios pimas viven al norte Altar, entre los mexicanos; a veces trabajan en las minas, a veces recogen bellotas y pitayas; su existencia es bastante miserable. Los gileños son más avanzados: siembran trigo y frijol; cultivan melones y otros productos. Son vecinos de los apaches, de quienes son enemigos jurados, y esto explica por qué los gileños tienen tan poco ganado. Los gileños son arqueros muy hábiles. Algunos de ellos tienen fusiles. Su líder es Cuzo-Azul. Son adoradores del sol y son muy amigables con los extranjeros. No son tan negros como los yaquis, su pelo es negro, espeso, pero fino. Son hombres hermosos, un poco suaves, de un aire melancólico.<br />
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<b>Los apaches</b> están divididos en tribus de cien a doscientos hombres, al mando de un capitán. Cada campamento es custodiado por centinelas, y se comunican con los campos vecinos con ayuda de fogatas que les sirven como señales. Llevan caballos a los habitantes de Nuevo México, y los intercambian por municiones, sarapes y aguardiente. Aquellos que han convivido con los blancos son cruelmente ejecutados si son capturados. </blockquote>
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Usan cualquier trapo como vestimenta para estar entre ellos, pero se visten a la mexicana cuando van a las llanuras. Trabajan bien el cuero, hacen bridas hermosas, y utilizar el arco y el rifle. Cortaban e cuero cabelludo con la cuerda su arco, haciendo este girar rápidamente alrededor de la cabeza de su víctima. El apache roba todo a sus prisioneros, con excepción de sus zapatos y es tan temido por los mexicanos que cuando aparece en una ciudad en la frontera con el producto de sus robos de fecha reciente nadie le reclama nada. Su montura está hecha de dos rollos de paja atados por una correa de cuero.</blockquote>
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Están calzados con pieles de venado, suaves como un guante y no ponen frenos a sus caballos, sino riendas de cuero fijas bajo el mentón del animal por dos lazos. Son sobrios y ágiles. El apache atrapado no se rinde, y muere sin un murmullo; son silenciosos, rencorosos y útiles y leales. Acostumbrar secuestrar mujeres mexicanas jóvenes y matar a los viejos, y su modo de ataque recuerda al de los árabes: cuando hacen una emboscada, se cubren de <i>sacate</i>, una especie de hierba detrás de la cual se esconden como serpientes. La región habitada por estos indios es hostil, montañoso, cruzado por hermosos ríos y llanuras. </blockquote>
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A menudo se habla de la riqueza fabulosa que hay en la región de los apaches, a menudo se oyen relatos de viajeros que, por más de treinta años, han hecho el recorrido del Río Grande hasta las orillas de Sacramento o del río Gila, pero sin penetrar el interior de la región. Se habla de sus lagos de mercurio a los que se refiere como Laguna de Agua Pesada y también está la cuestión de la Plancha de Plata, esta montaña de plata de la que habla de la tradición, y a las faldas de la cual los apaches recogen las pequeñas pepitas que les sirven de balas.</blockquote>
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<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_3704.html"><b>IR AL CAPÍTULO VII</b></a></div>
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</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.823171453137938 2.350848608984392748.779885453137936 2.2279876089843929 48.86645745313794 2.4737096089843926tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-92218787586454691782012-02-20T21:04:00.000-08:002012-03-11T08:05:04.038-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO VII<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: 130%; font-weight: bold;"><br />
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VII</span></div>
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<div style="text-align: justify;">
<span class="Apple-style-span">La correspondencia del señor Dillon con el señor Levasseur, Ministro de Francia en México, dio como resultado lo siguiente: las minas de Arizona, una vez famosas, pero desde hace mucho tiempo abandonadas a causa de los ataques de los apaches, podría tentar la codicia de una empresa mexicana o extranjera. Hacer la concesión a una empresa franco-mexicana con la misión de combatir a los apaches, </span>tal fue el tema sobre el cual se tramó el plan de la Compañía Restauradora<span class="Apple-style-span">. Contando con el apoyo del señor Dillon, Gaston fue a México el 17 de febrero 1852. Después de permanecer dos meses en esta capital, obtuvo una concesión del presidente Mariano Arista. La casa Jecker & Torre, interesada en la compañía, proporcionó los fondos necesarios para la explotación, a condición de que el señor Raousset se presentara en el menor tiempo posible en Guaymas, Sonora, con una compañía francesa armada y equipada para la guerra. Esta cláusula tan particular es aún menos sorprendente que la que estipulaba que los nuevos pobladores tuvieran que intercambiar tiros con los apaches. La Compañía Restauradora acordó proporcionarse suministros de Guaymas o de Sáric. Detrás de la intención de excavar las rocas de su escondite de Arizona ya la idea de colonizar Sonora para abrir las llanuras a la inmigración de todo quien no fuera anglosajón. Se ha dicho ya que el gobierno francés, descontento con sus relaciones con Washington, no miraba mal a cualquier proyecto que pusiera, aunque sea un poco, en problemas al Tío Sam. Si es así, ¿por qué, más tarde, de Raousset si no contó con apoyo (más o menos directo) en el intervalo transcurrido entre la primera expedición y la segunda? ¿por qué se dio de bruces con la puerta tantas veces, junto al autor de este libro, en las oficinas de correos, a donde fue a buscar las noticias que tanto esperaba desde Francia o de cualquier otra parte?... Pero no nos adelantemos, vamos a decir que el señor Levasseur fue uno de los accionistas más celosos de la Compañía Restauradora y el señor Dillon parecía bogar en compañía de estos señores. Sabíamos que el señor Levasseur, Ministro de Francia en la Ciudad de México, había dado cartas de recomendación al señor de Raousset para el cónsul de Francia en San Francisco. Esto es derribar un muro ya en ruinas. Para el Oficial Consular Guaymas, llamado, Pepe Calvo </span>no era solo alimentar una traición hacia el general Blanco, jefe militar de la provincia de Sonora; era recomendar a un enemigo. Para el señor Cubillas, gobernador civil interino era enviarle otro enemigo, que combinaba todas las perfidias de sus compatriotas, y vamos a publicar más tarde una proclama en nombre de los franceses Cocóspera... Todo esto, sin en modo alguno incriminar a la buena fe del señor Levasseur, que podría haber estado tan engañado como su protegido.</div>
<br />
Dejo aquí unas pocas líneas de la correspondencia del señor de Raousset. Ya vemos que su carácter fogoso se deja llevar por grandes esperanzas:<br />
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
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<div style="text-align: right;">
<b>México, 4 de abril de 1852. </b></div>
</blockquote>
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<div style="text-align: center;">
«Mi querido E...</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
«Hay una provincia al norte de México tan grande como dos tercios de Francia, se atravesada por altas montañas y poblado de cerca de cien mil habitantes. La opinión pública y la tradición dicen maravillas sobre las minas de oro y plata contenidas en estas montañas. Pero numerosas tribus guerreras de indios defienden estas sierras misteriosas... Es Sonora.... </blockquote>
<blockquote>
«Hace casi un año un solo pensamiento me ocupa y he dedicado mi vida a su ejecución... conquistar las minas de los indios de Sonora. Cuando, triste y solo, vagando a través de California, me ganaba el pan dolorosamente, llevaba dentro de mí la idea de la conquista. Yo no soy, y estoy orgulloso, de aquellos cuya espíritu se degrada cuando decrece su riqueza. Desde los primeros días de mi llegada a California, yo sentía que solo podía levantarme de un golpe, y me decidí a probar una de estas grandes aventuras que llevan al éxito o a la muerte. Las circunstancias, el azar y mi propia búsqueda, me pusieron en relación con hombres que compartían mis ideas y que están dispuestos a ayudarme: buenas personas de buen corazón que carecían de una cabeza, que se me han entregado como yo me entrego a ellos.</blockquote>
<blockquote>
«Estas minas no me interesan solo a mí. Algunos intentos ya se han hecho, pero todos se han rendido después de dar los primeros pasos. Allá me esperan... No me emocionan las partidas precipitadas: las minas de Sonora siguen vírgenes y soy yo a quien ellas esperan.<br />
<br />
«Pasado mañana me regreso a California, y cuando recibas esta carta, yo ya estaré a la cabeza de doscientos hombres organizados y disciplinados... A finales de mayo llegaremos a la tierra prometida, y veinticinco días de caminata nos llevarán al pie de las montañas donde dormitan las minas de oro. Tengo armas, caballos, cañones, comida, etc... Mi expedición es apoyada por poderosos capitalistas, el gobierno y la simpatía de todo México. Tengo títulos en regla me aseguran para mí y para mis compañeros la propiedad de la mitad de todas las tierras, las minas y los <i>placeres</i> donde voy a clavar mi bandera. El rango de estas concesiones es limitado tan solo por los alcances de mi compañía. </blockquote>
<blockquote>
«A esta hora, mi querido E., la suerte está echada, y me voy: si tengo éxito, puedo esperar una gran fortuna si no, voy a terminar por lo menos con una catástrofe digna de mí. </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
«Adiós...</div>
<div style="text-align: right;">
«Gaston.»</div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
¿Es este el lenguaje de un filibustero... o un hombre que cree de buena fe en la honestidad de aquellos con los que ha contratado? Veremos más adelante que Gaston desenvainó su espada solo para defenderse de la traición de las autoridades mexicanas, y la usó por derecho legítimo.<br />
<br />
De vuelta en San Francisco, Gaston reunió sin dificultad una compañía de doscientos cincuenta hombres que, armados de pies a cabeza, a los que dotó de rangos más o menos reales, como ya lo veremos más tarde. El <i>Archibald Gracie</i> desembarcó en Guaymas en los primeros días de junio de 1852. El pequeño grupo fue muy bien recibido por los sonorenses de Guaymas, que hicieron sonar las campanas e hicieron un millar de otras manifestaciones.<br />
<br />
Es característico de los mexicanos llamar a los extranjeros para recibirlos bien, y después traicionarlos. Esta misma historia es una prueba, como lo es también la del Coronel Crabb, cruelmente masacrado en Caborca, y como lo es la de otra expedición, organizada después por mí en San Francisco a petición de los generales Álvarez y Comonfort en contra de Santa Anna. Los generales se negaron a pagar las cuotas de mi expedición después de la expulsión del presidente de la pata de palo. Afortunadamente, los ministros de Estados Unidos en México han defendido con valentía los derechos en disputa en esta circunstancia, aunque el asunto sigue siendo una cuenta sin pagar.<br />
<br />
Después de pasar la revisión de sus hombres, el señor Raousset fue al refugio preparado para ellos, entonces en un cálido discurso, hizo hincapié en los beneficios que surgirían de la expedición.<br />
<br />
<span class="Apple-style-span">«Lo que yo querría</span>»<span class="Apple-style-span">, dijo, </span>«es no solo su felicidad de todos ustedes, sino la de los franceses que, a partir de ahora, se podrán unir a nosotros. Ustedes sufrían en California, aquí tienen la posibilidad de ser felices. ¿Qué es lo que arriesgamos...?<br />
<br />
«No les faltará nada. La Compañía Restauradora suplirá todas sus necesidades y compartiremos con ella la posesión de las ricas tierras. ¿Piensan que sin ninguna razón la compañía hace todos estos gastos? ¿Creen que los capitalistas exponen su dinero en bienes imaginarios?... Por la enormidad de los costos, imagínense la riqueza, de la cual ustedes tendrán la mitad. Para que la expedición tenga éxito de es necesario que haya unión y confianza. Ustedes no me acusarán de avaricia, porque les dejo libres de fijar mi parte. Si es demasiado fuerte, lo sabré decir, si es demasiado baja, me callaré. Cuenten conmigo como yo cuento con ustedes; tengan fe en mis palabras, y confianza en la lealtad de mis acciones.»<br />
<br />
Todo era color de rosa, a excepción de las autoridades, que se mantenían frías. Ante la vista de los cañones del señor De Raousset, algunos funcionarios mexicanos sarcásticamente le preguntaron si planeaba perseguir a los apaches con cañones. El general Miguel Blanco, advertido de esta llegada y de este desembarco militar, comenzó por dar a las tropas francesas la orden de mantenerse en Guaymas hasta nuevo aviso. Nuestros galos en ese momento comenzaron a dedicarse a la adoración de Baco y de las Gracias. Esto es lo que Gaston escribió:<br />
<br />
<blockquote>
«...Estamos en Guaymas. Mis hombres estaban alojados en una casa grande con un patio. (Todas son así.) Los reuní allí y les di sin duda el mejor discurso que he dado en mi vida. Ahora bien, si he de creer un boletín que he recibido en San Francisco, les he dado buenas nuevas. Salieron entusiasmados y bebieron a mi salud; dos horas después era difícil decidir cuál de ellos estaba menos borracho. Afortunadamente, a los francés rara vez les viene mal el vino; nos hace alegres y cariñosos. Esta sobriedad se mantuvo cuidadosamente durante tres días.<br />
«Las autoridades habían descargado sobre mí la tarea de mantener el orden. Patrullas regulares recorren la ciudad de noche y día y recogen a los borrachos escandalosos. Hay que notar que las patrullas estaban tan borrachas como la comuna de los mártires, pero hemos exaltado tanto en esta gente el sentido del deber, que aun en la embriaguez se mantenían convencidos.<br />
«¡Qué episodios tan encantadores hay que contar sobre este viaje a Guaymas! Te dejo adivinar si mis galos han hecho sus caprichos entre las mexicanas! Conozco uno, un pícaro muy guapo, ex oficial de suboficiales de lanceros, que con algunos amigos bebió hasta la última botella de una tienda de licores cuya dueña había demostrado que a ella también le gustaba él. D'Artagnan se contentaba con algunos polluelos de la hermosa Madeleine!... Encontré en Guaymas, la raza desperdigada, taberneros complacientes. Uno de estos valientes tenía una mujer que le hizo compartir su entusiasmo por los franceses hasta el punto de extender el crédito a toda la Compañía. Todos no se han beneficiado, pero en veinticuatro horas a nuestro hombre vendió 500 francos en tragos. Si no consumimos más, es porque tuvo la desafortunada idea de mostrarnos la cuenta. ¡Los consumidores le dieron sus firmas!<br />
«Hay de todo en estos días. Ventanas escaladas, maridos desafortunados, duelos, funerales, bailes, representaciones teatrales, y sobre todo un montón de ollas rotas y sin olvidar mis camisas-de-lana, que un día, muy galantemente gastaron un billete de mil francos .<br />
«Pero no hay que olvidar que la autoridad seguía viva y absoluta en medio de este lío. Uno de los hombres, probablemente borracho, se negó a pagar después de beber. Sus compañeros vinieron a mí a informarme que había dicho: "¡Bah! somos los dueños de este país, nosotros no pagamos!" Era la oportunidad de poner un ejemplo. A la mañana siguiente, ante toda la compañía, bajo las armas, degradé y expulsé humillantemente a este hombre. Era belga... </blockquote>
<blockquote style="text-align: right;">
«G. R.»</blockquote>
<br />
Esta <i>furia francesa</i> podría ser del gusto de las señoritas, que allá había, con respecto a los hombres, una proporción de siete para cada uno, pero al final ensombrecía un poco a los caballeros en sarape, que podría ver a los recién llegados como rivales en la gloria y el amor. Desde los primeros días, las autoridades sonorenses declararon una guerra de retrasos y de reticencias. Los reclamos del conde de Raousset fueron respondidos solo por una carta del señor Levasseur desde la Ciudad de México, el 13 de julio, la cual dice lo siguiente:<br />
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«Si el general se hubiera acordado de lo que tuve el honor de decirle unos días antes de su salida de México, en lugar de alarmarse debía haberle dado la bienvenida, y sin perder tiempo, los debería haber enviado en vanguardia contra los bárbaros con dirección a Arizona, el objetivo y el propósito de la compañía. Pensé que me entendió, pero estaba equivocado.»</blockquote>
Vemos hasta donde llegan los caprichos de las autoridades de Sonora, ¡así es como entienden la regeneración de este hermoso país y el respeto debido a los convenios más sagrados! Antes de involucrarnos en la narración de los acontecimientos que siguen, será útil reproducir el siguiente extracto de una correspondencia del conde de Raousset-Boulbon<span class="Apple-style-span">:</span><br />
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«Es un triste espectáculo ver estas hermosas llanuras en el silencio de la soledad, estos ranchos vacíos y en ruinas, estos pueblos cuyas paredes están por los suelos, las iglesias, incluso, despojadas de sus sacerdotes, esta gente miserable y estupefacta, estos presidios donde unos pocos soldados harapientos y temblorosos representan a los orgullosos castellanos del pasado, los descendientes de los compañeros de Cortés. De la prosperidad que prevalecía hace cuarenta años, solo la memoria sobrevive, y con esta continúa el respeto hacia aquellos a quienes se les debe. Las poblaciones de estas fronteras lamentables no olvidan que deben su antigua seguridad al vigor del gobierno español. En vano ahora piden a sus estúpidos sucesores virreyes. Toda comparación entre las dos potencias lleva a amargas recriminaciones en contra de México.<br />
«Se puede ir incluso al corazón de la región y pasar por espacios de ochenta a cien millas y encontrar apenas una granja medio demolida, cuyos desafortunados moradores solo existen por el olvido de los indios. Crían ganado y caballos salvajes, pero los apaches se roban la mayor parte. La tierra está sin cultivar, y en ninguna parte la mano del hombre deja rastro en estos espacios sin horizonte. Al Norte en un tramo de ocho a diez grados superficiales, no hay ni un habitante. Bandas de caballos y vacas salvajes, restos de rebaños de ganado abandonado por la generación anterior, ruinas de casas de fortalezas, ruinas de iglesias, ruinas de aldeas, ¡y alrededor de este desierto, ruinas de hombres que tiemblan y de mujeres que lloran!»</blockquote>
<br />
El orden reina de tal manera en México, las convenciones y los tratados son tan respetados por las autoridades superiores que en el momento mismo en que el presidente Arista honró de su aprobación la formación de la Compañía Restauradora y le dio a esta el privilegio de las minas de Arizona, otra empresa de rival se organizó en las sombras. Era la Compañía Bolton y Barón, concebida por dos banqueros de San Francisco y avalada por el general Blanco, el gobernador Cubillas, el señor Aguilar, las autoridades civiles y militares de Sonora, y por el señor Calvo, de triste memoria, quien tan bien representó a Francia al final del episodio en Guaymas... En fin, la compañía rival era apoyada por todos aquellos a quienes el señor Levasseur, demasiado confiado, había recomendado al señor De Raousset.<br />
<br />
Los planes para estos traidores era muy transparentes: cansar a la compañía francesa reteniéndola en Guaymas, preparar así, poco a poco, su disolución, aprovechar ese tiempo para llegar a las minas con un título ilegal, etc. etc. Se intentó de mil maneras desorganizar la compañía, y Dios sabe que este trabajo es fácil para hombres traidores, conscientes de las debilidades del carácter francés; compraron a unos, calumniaron a otros, incitaron los celos y la vanidad de los soldados contra sus oficiales, hicieron que surgieran sospechas de egoísmo y ambición acerca del jefe de la expedición. Tal fue el conjunto de maniobras a las que recurrieron los miembros de la nueva compañía.<br />
Gaston fue a Hermosillo a entrevistarse con estas desleales autoridades, así se enteró de lo que estaba ocurriendo en Guaymas, pero dejemos que hable por sí mismo:<br />
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«Yo estaba en Hermosillo; preocupado por no tener noticias de mis voluntarios, hice partir a uno de los hombres de mi escolta con una carta. Al día siguiente, mi soldado volvió a mí todos pálido y desolado. Su informe fue lamentable. Ya no había jefes, ni soldados, ni disciplina. Solo se escuchaban maldiciones; era un motín. Una hora más tarde, me lancé al galope por el camino a Guaymas.<br />
«La compañía estaba acampada de manera desaliñada cerca de un rancho llamado La Poza. Los jefes y soldados estaban en completo desorden, dos carruajes se rompieron y fueron abandonados, los nadie atendía a los enfermos, algunos habían arrojado sus armas. Se hablaba, se vociferaba, algunos exigían que hubiera elecciones. Alguien había elaborado todo un manifiesto de cuatro páginas que una delegación me iba a presentar. Era toda una linda anarquía.<br />
«Tuve la mala suerte, mi amigo, de tener abogados y antiguos notarios entre mis voluntarios. Como no preví mis dificultades con el gobierno mexicano había permitido un poco de todo. Debería haber admitido solo a exsoldados.<br />
«Los agitadores eran uno llamado D... C..., ex-abogado, un cometido exsocialista cobarde, un sastre, un exreservista y otros de la misma estofa. El caso era grave. Había que reformar a todos los jefes que yo había designado y aceptar el sistema de sufragios.<br />
«Recibí la denuncia firmada por toda la Compañía, le contesté que le haría saber más tarde mi determinación, hizo ahí mismo sonar la asamblea. Empresa en orden de batalla, cada oficial a mis órdenes volvió a ocupar su mando asignado, y todos se pusieron en filas, a paso militar, como si nada hubiera sucedido.<br />
«Caminamos por una noche magnífica; fue como un paseo. Sin embargo, esta última etapa, que terminó siendo un viaje desastroso, tuvo también sus accidentes. Una de mis piezas de campaña, atada detrás de un carruaje, chocó contra un tronco, y se averió de forma que ya no pudo continuar. Yo la remolqué con mi caballo y un lazo hasta el rancho que acabábamos de dejar. Es sin mostrar pena y actuando así que uno puede lograr controlar las naturalezas violentas que no admiten freno sin aceptarlo por voluntad plena, y que se desembarazan del mismo tan pronto como sienten que se debilita la mano que las gobierna.<br />
«Era de noche, el campo era un páramo, accidentado de una vegetación excepcional: arbustos cuyas raíces muerden las piedras, cuyas frondas se alimentan del sol. En primer plano, bultos de todas las formas, los enfermos en la cama, un hombre moribundo...<br />
A la izquierda, una carroza destrozada y otras carrozas en movimiento o recibiendo cargamentos nuevos. Entonces, de repente llegan varios coches escoltados por jinetes mexicanos, con trajes muy pintorescos. Era el gobernador y su familia que iban a Guaymas.<br />
«La escena era iluminada por el resplandor de una hoguera encendida por el campamento de los hombres destinados a permanecer allí, hasta que pudiéramos venir a retirar todos los objetos que la columna se vio obligada a dejar atrás. Caballos, mulas, herraduras, armas, uniformes, ropas, coches elegantes, las caras de los ladrones, las cabezas de las mujeres, ollas al fuego, la sombra, el fuego, una vegetación trenzada y grotesca; todo esto haría un cuadro interesante... Me gusta más que una rúa de la Cámara de Diputados.<br />
«En Hermosillo, les hice justicia a mis revoltosos de pacotilla. La mañana posterior a nuestra llegada, decidí actuar enérgicamente, ordené, si no su desarme, por lo menos algo equivalente a este. La orden fue dada de llevar las armas a un salón asignado para dejarlas allí. Se obedeció. la segunda sección pareció querer resistir, fui yo mismo a sus dormitorios y les exigí las armas. No vacilaron mucho. Me las dieron en silencio. A partir de ese momento, seguido fielmente con el apoyo de unos cuantos hombres resueltos, me preparé a castigar, por fuerza, toda tentativa de resistencia.<br />
«Nuestros abogados no se consideraban vencidos y recomenzaron sus intrigas. Se me advirtió una mañana, cerca de las seis; llegué al antiguo hostal de las Monedas, donde los voluntarios estaban encuartelados y los combatí:<br />
«¡Hay algunos entre ustedes», grité cuando todo el mundo estaba allí reunido, «que no los traicionarían mejor ni aunque fueran pagados por el enemigo! ¡Las quejas que se me han hecho son obra de unos pocos alborotadores, y que ustedes las han firmado por debilidad! Hay entre ustedes un hombre que me ha calumniado personalmente. Ese hombre es usted, señor D... ¡Salga de las filas!<br />
«<span class="Apple-style-span"><span class="Apple-style-span">Usted ha dicho que Arizona era una mentira, </span>—aquí están los títulos de propiedad—. Usted ha dicho que no iríamos a las minas, ¡aquí está un tratado que demuestra que treinta mil raciones están esperándonos en Sáric, a pocos kilómetros de la Sierra! ¡Usted me ha calumniado, señor! ¡Usted ha desgastado el espíritu de sus compañeros, usted ha mentido en todos los aspectos! Como líder de la expedición, lo expulso de una compañía de la que usted no es digno; </span>—<span class="Apple-style-span">como un hombre, exijo de usted una disculpa formal o restitución con las armas. ¡Usted elija!</span><br />
«Se puede adivinar lo que siguió a esto, mi amigo. Con D..., expulsado en compañía de otros de su tipo, la Compañía se encontró más fuerte, más unida, más disciplinada que antes de esta prueba.»</blockquote>
También hay que mencionar la siguiente carta:<br />
<br />
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
«Al señor Dillon, cónsul de Francia en San Francisco.</div>
<div style="text-align: center;">
«Señor, </div>
</blockquote>
<blockquote>
«Aprovecho la ocasión del regreso del señor de M... a California para cumplir mi promesa.<br />
<span class="Apple-style-span">«Estoy aquí en Hermosillo. Hace mucho tiempo que la Compañía debía estar en las montañas de Arizona, sin este tipo de obstáculos que yo jamás imaginé. Los hombres que componen el Gobierno local, incluido el comandante general, quisieron tomar posesión de las minas de las que la </span>Compañía que <span class="Apple-style-span">me ha enviado posee un título legal. Mientras que la fuerza de la cual dispongo y el estado miserable de la administración y la organización militar de la provincia me han permitido seguir adelante, he querido dar una prueba de mi profundo respeto por las leyes del país, por las autoridades y por las sensibilidades nacionales. Finalmente, después de una estancia de un mes en Guaymas, después de muchos viajes y muchas acciones, terminé por obtener la autorización de ir a Arizona. Ahora vamos en camino.</span><br />
«La condición de la Compañía es excelente y tengo la máxima confianza en el futuro; he venido a explorar Sonora. Se oyen un montón de historias necias sobre nosotros; no las crea. Solo esta carta dice la verdad. Las dificultades que encontré me obligaron a separarme de la Compañía. Durante mi ausencia, su orden, su gobierno, su autoridad, todo estaba en peligro. Cuando la columna se ha formó en línea de marcha, enervados por un mes de reposo absoluto, puestos en un camino sinuoso, los hombres responsables en mi ausencia no han comprendido ni ejecutado mis instrucciones. El orden, la obediencia, la autoridad, todo desapareció. Pero tenga por seguro, señor, volví a ellos, y media hora después de mi llegada el orden fue restaurado. Ahora todo va perfectamente. Mi empresa tiene más de doscientos hombres organizados, disciplinados y armados en el estilo militar. Mi presencia es requerida en otro lugar. Mis franceses y yo estamos en nuestro elemento.<br />
«Es un país extraño este, señor; la ley, la decencia pública, no son nada aquí. La compañía formada para privarnos de nuestra propiedad cuenta entre sus miembros al gobernador, al comandante militar, los dos jueces del tribunal de minas, dos diputados de la oposición, etc., etc. De mi parte tengo a un exgobernador, pero estoy seguro de que él está interesado en ambas empresas. No obstante, mi título es bueno. Estos señores han entendido que era imposible hacernos retroceder. Ellos tomaron su partido, y habiendo cesado toda resistencia, voy a tomar posesión plena de las minas concedidas.<br />
«Usted conoce el resto, señor. Usted sabrá considerar la absurdidad de los rumores. Tanto se ha dicho, en Guaymas, a la hora de la llegada de la Compañía en Hermosillo, que algunos necios, presas del pánico, volvieron a California, en lugar de unirse a mí.<br />
<br />
«El resto de la Sociedad de Pindray está todavía en Cocóspera bajo el mando del señor Lachapelle. </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
«Tengo el honor, etc.</div>
<div style="text-align: right;">
«G. De Raousset.»</div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
Si los franceses habían entrado en voz baja y suavemente en Hermosillo, salieron con toda la parafernalia y el fragor de la guerra: el clarín sonó, las armas volvieron a aparecer y la artillería hizo resonar los muros de la ciudad. Gaston comenzó por resistirse a las órdenes del general Blanco con buena razón, pues Blanco había trazado una ruta intransitable durante la temporada de lluvias, con el consentimiento de los residentes. Iba a Sáric por los llanos, cuando en Pueblo de Santa Ana un ayudante de campo del general vino a darle la orden de presentarse inmediatamente en Arizpe, en compañía del coronel Giménez. Este último era un oficial mexicano, representante de la Compañía Restauradora responsable de apoyar al señor Raousset en Arizona, de ayudarlo en cualquier circunstancia, y salvaguardar los intereses de la empresa. Vamos a ver cómo este emisario realizó su tarea, y cómo se las arregló para obtener las simpatías de los hipócritas con los que hizo causa común. En apariencia estaba en la compañía del señor Raousset, mientras en realidad estaba con la otra compañía. Cobarde, maquinador, traicionero, ergotista, afeminado, etc., así lo describió el señor De Raousset en su primera campaña. Esta especie de coronel insistió mucho en que el señor Raousset debía presentarse en Arizpe, de hecho, una vez que su líder preso, los franceses no serían una amenaza. Toda la Compañía se opuso a la salida de Gaston, quien, sin embargo, persistió en su intención de ceder una última vez a los deseos del general, y escribió las siguientes líneas al señor Levasseur, en México:<br />
<br />
<blockquote>
«Es por usted, señor ministro, por su bien, que me tomo en serio una autoridad arbitraria, inicua, despreciable, prostituida a los intereses personales.<br />
«Puede contar conmigo, señor, para hacer respetar y estimar el nombre francés, es por eso que voy a Arizpe. No quiero dejar a estos hombres ni siquiera la sombra de un pretexto para insultar al gran nombre de Francia que llevamos con nosotros.<br />
«Estoy rodeado de trampas, de intrigas, de traiciones, y, por respeto a usted, señor Ministro, yo me lanzo en medio de aquellos que quieren destruirme.<br />
«Si vuelvo de Arizpe, lo que pueda suceder más adelante, usted comprenderá que es porque la paciencia y la resignación tienen límites. Si no regreso, recoja los nombres de mis compañeros, y que Francia cobre a México sus intereses perdidos.»</blockquote>
<br />
Se fue, y en su camino encontró el valle de Cocóspera donde languidecían los restos de la colonia francesa que le precedieron en Sonora. Su actual comandante, el señor de Lachapelle, no se había hecho grandes ilusiones sobre la mala voluntad de las autoridades sonorenses. Al no poder obtener las subvenciones prometidas, valientemente tomó el partido de ir con su pequeña fuerza a explorar el interior del país de los apaches, y verificar los muchos rumores que circulaban en México y California, sobre las fabulosas riquezas de esta región.<br />
<br />
Dos mexicanos, después de catorce años de cautiverio, habían escapado de sus captores; vinieron y se postraron a sus pies, rogándole que los tomara como guías. Dijeron que la historia de la Plancha de Plata no era una fábula, y nuestros compatriotas estaban más persuadidos por el hecho de que, en sus enfrentamientos con los apaches, a menudo eran atacados por sus proyectiles de plata, a falta de balas de plomo, seguramente. Se trataba, pues de un número de ochenta hombres, bien montados, bien equipados, varados en el desierto, cuando Gaston llegó a encontrarlos; les expuso la vergüenza de su situación y les pidió su ayuda. Los cocospereños no dudaron un momento. Se unieron a la bandera de Gaston, que desde entonces podría contar con una pequeña caballería, y partió para Sáric, donde acampaba la compañía. El gobernador civil, el señor Cubillas advertido de lo que estaba pasando, envió de inmediato al jefe de Cocóspera la siguiente nota:<br />
<br />
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
«Para el señor Lachapelle, en Sáric,</div>
<div style="text-align: center;">
«Gobierno Supremo del Estado de Sonora: </div>
</blockquote>
<blockquote>
«Este gobierno está consciente de que usted y los colonos franceses de Cocóspera, olvidándose de los beneficios de los que usted ha gozado y de los gastos efectuados por el Estado para ayudarle, ha dejado el valle de Cocóspera para reunirse a la compañía de Raousset-Boulbon sin nuestro permiso, sin dar aviso a la prefectura de San Ignacio, de la cual depende, y creemos que es nuestro deber decirle formalmente que si, al recibir esta nota usted y sus compañeros no regresan de inmediato a su primera resolución, y no vuelven al pueblo de Cocóspera, perderán los derechos de las tierras y de los bienes de los que han estado en posesión; esta medida se basa en la violación de las cláusulas estipuladas en el tratado del 3 de marzo pasado en favor de la compañía de Cocóspera. Lleno de confianza en su inteligencia y lealtad, le ruego que crea en mi más alta consideración. </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
«Dios y libertad.</div>
<div style="text-align: right;">
<b>«14 de septiembre de 1852.</b></div>
<div style="text-align: right;">
«Fernando Cubillas.</div>
<div style="text-align: right;">
«Joaquín. V. Urai, secretario.»</div>
</blockquote>
<br />
Los cocospereños no le pusieron atención a las amenaza de estas personas fuera de la ley que siempre habían roto sus compromisos con la colonia. Gaston renunció de inmediato al viaje a Arizpe y escribió así al general:<br />
<br />
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
<b>«Cocóspera, 20 de agosto de 1852.</b></div>
<div style="text-align: center;">
«al señor general Blanco.</div>
<div style="text-align: center;">
«General, </div>
</blockquote>
<blockquote>
«A veinticinco leguas de Arizpe, una enfermedad que es difícil para los europeos, y el envío de un mensajero proveniente de Tubutama, me obligan a retroceder a Sáric, donde mi presencia es absolutamente necesaria. Lamento los inconvenientes que me privan del placer de verlo y hablar con usted personalmente, no solo de los grandes intereses en los que me encuentro involucrado, sino también sobre las importantes comunicaciones que he tenido el honor de hacerle en mi primera carta.<br />
«Usted ya está bien informado de la finalidad en Sonora de la Compañía que comando. La alta protección del señor ministro de Francia nos sirve de garantía. La pureza de nuestras intenciones no puede caer bajo ninguna sospecha. Por lo tanto, no se debe a esto que usted quiera verme y oírme. No puede haber ninguna duda en la mente del Comandante General sobre la situación en Sonora de los extranjeros que me acompañan.<br />
«Impedido de presentarme yo mismo ante usted, tengo el honor de enviarle uno de mis compañeros, el señor Garnier, investido de poder en todo lo que nos ocupa. El señor Garnier, conoce tanto como yo los sentimientos y los intereses de la compañía francesa. Él puede responder a todas sus preguntas, resolver todas las dificultades, hacer todas las transacciones. En una palabra, general, que se presente el señor Garnier o que me presente yo, el resultado es el mismo para el comandante general y para nosotros. El señor Garnier, repito, está investido de todas mis fuerzas y sus compromisos serán los míos.<br />
«El señor coronel Giménez, representa a la Compañía Restauradora y le dará a conocer el tratado que me compromete con esta empresa; en él encontrará una nueva prueba de la sencillez de nuestras intenciones y la necesidad de nuestras armas, si las cartas del ministro de Francia pudieran permitir la menor duda.<br />
«El coronel Giménez tiene más calidad que yo, general, para hacerse cargo de los asuntos de la Compañía Restauradora y aceptar los acuerdos que le convengan: yo soy y siempre he estado en completo acuerdo con el coronel en todos los asuntos que tocan los intereses que nos son confiados.<br />
«Le suplico, general, que recuerde que estamos a pocas leguas de Arizona, que tenemos un título legal a la posesión de esta mina, y, aunque podríamos ver el término y la recompensa de nuestro trabajo, permanecemos varados al pie de la Sierra, en espera de su permiso para entrar. Usted no querrá, general, prolongar esta situación que es tan dolorosa como desalentadora. Nuestro objetivo, nuestras intenciones son claras, nuestros intereses están definidos; el regreso del señor Garnier nos llevará, en mi opinión, el levantamiento de las restricciones subsistentes.<br />
<div style="text-align: right;">
«Reciba, general, etc.</div>
<div style="text-align: right;">
«Conde de Raousset-Boulbon. »</div>
</blockquote>
Pronto veremos si Gaston pasaría mucho tiempo en perfecto acuerdo con el traidor Giménez. Apenas regresó a Sáric, encontró su mundo en la más profunda agitación, todos estos retrasos, todas estas dificultades, las privaciones, las conversaciones sin fin, acosaban a la Compañía que, además, empleaba su tiempo en pulir las armas, fabricar balas y cartuchos, y a montar los cañones.<br />
En la noche del 28 de agosto un mensajero del general trajo de Arizpe una carta del señor Garnier con el siguiente ultimátum:<br />
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
«Se ordena», dijo:</div>
«Primero: Dar consentimiento a la desnacionalización, es decir, hacernos soldados mexicanos, sin goce de sueldo, bajo el mando del general de división, con usted como capitán. En estas condiciones, podemos entrar a Arizona, explorar las minas, tomar posesión y explotarlas;<br />
<br />
«Segundo: Otra opción es aceptar para cada uno de nosotros una tarjeta de seguridad con la que podremos circular en Sonora, hacia Arizona, pero sin tomar posesión de ninguna mina, lugar o tierra, ya que se nos considera extranjeros, y como tales, incapaces de poseer tierras, en virtud de una ley antigua del país. Y, sin embargo, mediante la adopción de estas tarjetas de seguridad, nos sería prohibido movernos de este lugar en el que estamos hasta la llegada de dichas cartas de seguridad desde la Ciudad de México;<br />
<br />
«Tercero: La última opción es reducir la Compañía a cincuenta hombres, con un jefe mexicano a su cargo. En este último caso, se le permitiría marchar de inmediato a Arizona a reconocer las minas, reclamarlas y tomar posesión de ellas en nombre de la Compañía Restauradora.»<br />
<br />
Aliado fiel, el señor Giménez aconsejó encarecidamente la adopción de esta última alternativa. Gaston de inmediato tuvo que luchar contra todos estos desdichados que habían sufrido durante tanto tiempo y no esperaban sino el momento de ser libres. Se reunieron alrededor de su líder; pensaban que eran por fin libres de todos los obstáculos para comenzar a operar la mina de Arizona. ¿Cuál fue su sorpresa cuando, después de este ultimátum, Gaston dijo que dejaba a todos en libertad de seguirlo o retirarse? Se oyeron risas, gritos, abucheos a Su Excelencia, Blanco, cuya noble misiva fue clavada en el tronco de un árbol como en una picota. Estos primeros movimientos fueron sucedidos por amenazas y gritos de venganza. Ni siquiera falta mencionar que ninguno abandonó el campamento.<br />
<br />
En una respuesta digna y fría, Gaston demostró claramente en qué desórdenes administrativos se encontraba este pobre México. Recordó una carta del señor Levasseur, del 12 de julio de 1852, de la Ciudad de México, en la que le dijo que todo estaba arreglado, que el general Blanco había recibido instrucciones especiales... Luego le preguntó si el contenido de estas instrucciones incluía el requisito de la desnacionalización. Gaston concluyó diciendo que, por su parte, rechazaba absolutamente las tres cláusulas del ultimátum. O las autoridades de México jugaban con el señor Levasseur o el general Blanco se burló abiertamente de las órdenes del gobierno central.<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_3485.html"><b>IR AL CAPÍTULO VIII</b></a></div>
<br />
<br />
<br /></div>
</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.821363111785566 2.356341773046892748.778077111785564 2.2334807730468929 48.864649111785567 2.4792027730468926tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-44633828296515615622012-02-20T21:03:00.000-08:002012-03-11T08:07:21.270-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO VIII<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: 130%; font-weight: bold;">VIII</span></div>
<br />
<br />
<br />
<br />
<span class="Apple-style-span">El señor De Raousset conocía el corazón de hombres tal vez menos de lo que él pensaba; creía demasiado que eran como si él. Tampoco era un diplomático de primer orden, y así lo prueban las cartas que siguen, cartas que descubren mucha más lealtad que habilidad.</span><br />
<span class="Apple-style-span"><br />
</span><br />
<span class="Apple-style-span">Hay un adagio que dice: «Según el ganado es el forraje.» ¿Es necesario, en efecto, no responder a gente acechante y pérfida, a traidores, sino por el escaparate de sus convicciones, de sus pensamientos, de sus proyectos?... ¿Hay que empujar la franqueza hasta decirles todo lo que uno piensa y todo lo que uno quiere hacer?... ¿Sin convertirse en una copia de la mentira encarnada, sin recurrir a todas las astucias del carnaval diplomático, sin pagarles esa fe púnica que los mexicanos exageraron degradándola, no estaba permitido disimular un poco lo que se pensaba, y lo que se quería hacer?... Se engañó, se traicionó, se amenazó con una emboscada; </span>era necesario hacer parecer que no se comprendía lo que se hacía<span class="Apple-style-span">. </span><br />
<span class="Apple-style-span"><br />
</span><br />
<span class="Apple-style-span">Sabemos que el señor De Raousset marchó en Hermosillo y que se apoderó de la ciudad para salir de ahí poco más tarde. Sin anticipar los acontecimientos, queremos a hacer observar que habría sido una política mucho mejor unirse a una de las facciones que se repartían por Sonora, antes que mantenerse en el país haciendo guerra de guerrillas, era necesario haberse asegurado allí un punto de apoyo entre las poblaciones descontentas del interior, y esperar los refuerzos que habrían llegado inevitablemente de todos los puntos de América. Solo California estaba a punto de enviarle cuatro o cinco mil aventureros, cuando se supo que Hermosillo había sido tomado, y luego evacuado casi enseguida.</span><br />
<br />
Retomemos el hilo de nuestra historia.<br />
<br />
<blockquote>
«Estamos en el Saric, un antiguo convento de monjes, al que las paredes en ruinas abrigan más o menos bien a nuestros compatriotas; nos preparamos evidentemente para la guerra por todos los costados: no hay más que fraguas y armas y municiones puestas en condición de servir al primer instante.<br />
«En esta circunstancia, el señor De Raousset mostró su habilidad; develando a los jefes de sección todos sus planes, haciendo reflejar en sus ojos las consecuencias naturales de una victoria, la adhesión de un gran número de mexicanos, la independencia de Sonora, llegó a apoderarse de sus imaginaciones, a hacerles olvidar por un rato las minas de Arizona, de las que Blanco hacía impedir la explotación, a incendiar todo el coraje y halagar todas las ambiciones. He aquí lo que él mismo escribe:<br />
«Desde hace seis semanas, acampamos en medio de las ruinas de una antigua misión llamada El Sáric; las bóvedas de la iglesia, bella en otro tiempo, yacen sobre el suelo; vastos edificios acaban de hundirse alrededor de las murallas destripadas. A donde uno se dirija, al norte o al sur de estas ruinas, inmensas planicies, valles rellenados de verdor, circulan alrededor de las montañas... Las rocas revelan por todas partes a las miradas maravilladas el oro, la plata, el cobre, el hierro, el mercurio, mezclados con mármol. Un arroyo ligero baña el suelo con sus aguas siempre frescas. Peces deliciosos abundan allí, y, de vez en cuando, los accidentes del terreno producen diminutos lagos azules y profundos donde vienen a beber los ciervos. Al borde de estas bellas aguas, fresnos, plátanos, álamos anchos iguales a los álamos de Italia, mezclan amorosamente sus follajes...<br />
«Nuestro campamento es curioso a la vista. Mis hombres pusieron en ejecución toda su industria. En unas cuantas horas, salas de verdor, barracas de toda forma se elevaron como por magia. Por delante de mi tienda me construyeron un verdadero salón con ramas de álamos. Veinte personas por lo menos podrían habitarlo. Bajo este follaje el sol no puede penetrar, eternas brisas de este bello país me hacen de de mi palacio agreste un paraíso... Estoy seguro de que extrañaré Sáric...<br />
«Nuestra situación empeora: la hostilidad se hace más viva. Es amenazadora. Nuestros hombres se preparan para una marcha de ochenta leguas, la prudencia me obliga a esconderte a cuál destinación. Arreglamos con un gusto más o menos fantástico nuestros poéticos andrajos. A falta de zapatos, producimos sandalias. ¡Para montar nuestras dos piezas de cañón, forjamos hasta el clavo más pequeño! Talleres de carreteros, de herreros, de guarnicioneros, de fundidores, de zapateros, todo esto se improvisó en los cuarteles improvisados. ¡Las sombras de los monjes muertos debieron asombrarse bien en sus pequeños féretros!<br />
«No puedo repetirlo demasiado: mis franceses se mostraron magníficos en esta lucha de la industria contra el desierto, de la paciencia contra mil dificultades, contra improvistos llenos de irritación. El espíritu de la compañía es excelente; nos vamos, según toda apariencia, dentro de siete u ocho días.»</blockquote>
<br />
<br />
A una carta del gobernador responde así:<br />
<br />
<blockquote style="text-align: center;">
«Señor gobernador: </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Jamás se nos había dicho ni escrito nada sobre las condiciones que el general nos impone y nos levante como una barrera frente a nosotros. Yo podría añadir que habría sido fácil proponérnoslas en Guaymas, o incluso en Hermosillo. ¿Había que esperar tres meses a que estuviéramos a punto de terminar nuestro viaje para ponernos en entre esas propuestas inaceptables y un reembarco?</div>
«Usted lo ve, señor gobernador, las pruebas abundan. Las condiciones que se nos ponen tienden a un objetivo inicuo: expulsarnos de Sonora.<br />
«¿Y por qué?<br />
«Es imposible que me haga ilusiones más tiempo. Hemos sido sacrificados, nosotros y nuestros derechos adquiridos, los de la compañía que nos envía y los intereses públicos mismos, a la avidez personal de unos cuantos hombres poderosos.<br />
«Lejos de darnos ayuda y protección, se ha hecho todo para entorpecernos o desanimarnos. Fingen que entienden mal nuestras intenciones, levantan malentendidos sobre las cosas más claras, y todavía nos que preguntan si debemos o no quedarnos en el país.<br />
«¡Nuestras intenciones!<br />
«¿Las cartas mismas del señor ministro de Francia al señor comandante general, al señor Aguilar, al señor Calvo, no bastan, pues?<br />
«No hablemos de mis declaraciones personales, borremos el tratado hecho con la compañía Restauradora: olvidemos todas las pruebas de sumisión, de buena voluntad, de devoción a este país, dadas por mis compañeros durante noventa y seis días; pero las declaraciones oficiales emanadas del representante de la nación francesa, declaraciones tan francas, tan noblemente inspiradas, tan cálidamente escritas, estas son las cosas que se dejan de lado sin que el sentido común público no las levante y diga "¡la verdad está ahí!" Estas son las informaciones, las declaraciones que usted me pide.<br />
«La inmigración francesa en Sonora era esperada como un beneficio por las poblaciones de este país; fue aprobada por el gobierno central, por el señor Blanco, por ustedes, por todos.<br />
«Es entonces cuando vino la primera expedición, conducida por señor de Pindray: la recibieron con entusiasmo, le dieron sus debidas tierras, sus subsidios, y... no le pidieron renegar su nacionalidad; lo dejaron libre, lo respetaron.<br />
«Pero en ese entonces no estaba en cuestión la mina de Arizona, su plata, el vasto monopolio que se puede establecer de ella en la Sierra. La compañía Barón, finalmente, todavía no había formado la liga poderosa con cada nombre conocido en todo Sonora.<br />
«¡Y llegamos nosotros! pero, por una fatalidad imprevista, llegamos aquí para tomar posesión legalmente, en virtud del derecho y de las leyes, del mineral de Arizona concedido a la Compañía Restauradora, de las que la compañía Barón se quiere apoderar, en desprecio a toda justicia, bajo la protección de las armas del comandante general mismo.<br />
«Así como no dimos ningún lugar a quejas después de noventa y seis días de prueba, no pueden decirnos "Salgan de este país", pero cada llegada algo nuevo, una traba imprevista, una preocupación, una exigencia intolerable. Cada día finalmente nos hacen dar un paso atrás hacia el desaliento y hacia la jubilación voluntaria.<br />
«No me engaño más, señor gobernador, no quiero prestar más tiempo a una comedia que haría que se me creyera débil. Pido solo al sentido común público un apoyo, una protección y una simpatía que las autoridades nos niegan.<br />
«Vivimos en un siglo en que la verdad perfora todos los velos, y triunfa en el tiempo y en el espacio. La opinión pública no es solo la de un país, abraza a todo mundo. Poseo bastantes documentos, piezas y correspondencias auténticas, para dar a conocer nuestra expedición en Sonora.<br />
«Es a este tribunal supremo al que pienso apelar.<br />
«Tengo el honor, etc...<br />
«Conde de Raousset-Boulbon.»</blockquote>
<br />
No es el lugar de exclamar como ingenuos «¡Dios mío, el señor De Raousset era demasiado digno como para prodigar una prosa tan bella a todos estos sinvergüenzas!... Viene al caso decir: <i>Margaritas ante porcos!...</i>»<br />
<br />
Inútil es decir que el coronel Gimenez le escribía sin cesar de Arizpe a nuestro amigo, para hacerle ceder, para seducirle o para intimidarle; Blanco incluso llegó a intentar corromper a algunos de sus oficiales. ¡Esfuerzos vanos! estas maniobras viles solo encendieron la indignación de nuestros compatriotas. El señor De Raousset se contentó con responder como sigue a todas estas comunicaciones:<br />
<blockquote>
«Mi carta, usted dice, me convierte en insurrecto; el buen juicio del pueblo me juzgará de otro modo.<br />
«¿Son las palabras de un hombre libre cosa tan rara en los oídos de sus comandantes generales que no pueden oírlas sin pensar en una revuelta?<br />
«Le Basta al comandante general haber recibido la carta de la que usted habla, para que me envíe, por la intervención de usted, la amenaza de tratarme de pirata.<br />
«¡Un pirata! ¡porque me habré negado a renunciar a mi nacionalidad por el derecho dudoso de ir a Arizona por unos puñados de dinero! ¡Un pirata! ¡porque me niego a hacer de mis compañeros soldados sin saldo, sin trajes, y sometidos a bastonazos!<br />
«¡Le pesa muy poco a mi conciencia esta amenaza y mi resolución poco se asombra!<br />
«Usted le asume a mi resistencia ideas y proyectos que no tengo en absoluto en este país. Me adjudica ilusiones que no tengo. Puede que el general Blanco pueda aniquilarme en un abrir y cerrar de ojos; sin embargo, coronel, los hombres a quienes tengo el honor de mandar no se intimidan fácilmente: amenazarlos es fortalecer la resistencia. </blockquote>
<blockquote style="text-align: right;">
«Conde de Raousset-Boulbon.» </blockquote>
<blockquote style="text-align: right;">
</blockquote>
<blockquote>
«Cuando un hombre, investido de un poder y de una responsabilidad como los del comandante general, osa imponer condiciones semejantes; cuando después de haber oído las observaciones de alguien tan serio como el señor Garnier, mi apoderado, y aquellas que usted debió haberle enviado igualmente; cuando un hombre de su estatura se determina a escribir y a públicas decisiones como estas, nadie puede suponer que este hombre está actuando con ligereza.<br />
«Es, pues, de esta manera tan formal que el señor comandante general me manda a Arizpe con la decisión de exigirme que renuncie a mi nacionalidad o que deje Sonora.<br />
“Pero ¿por quiénes, pues, por qué especie de gente sin corazón, sin memoria, sin sentimiento alguno de la patria, toma el señor general Blanco a mis compañeros? ¿por quiénes los toma usted mismo, cuando me transmite tales proposiciones? Cuando incitó al señor Lenoir a relevarme del mando, ¿lo consideró usted más dispuesto que yo al sacrificio de su nacionalidad? ¿No comprende que si yo fuera tan débil como para abdicar mi patria bajo el golpe de cualquier una amenaza, ningún hombre me seguiría en esta vía vergonzosa?<br />
«¿Cómo puede caber en el espíritu de un hombre razonable que mi entrevista con el general Blanco puede resolver una cuestión tan insoluble?<br />
«Sepan bien también esto, coronel, y que todos lo sepan: ni la fuerza, ni la intimidación, ni el interés me harán olvidar lo que me debo a mí mismo. Mi fortuna y mi vida no son nada para mí, absolutamente nada allí donde mi honor está puesto en tela de juicio.<br />
«El señor comandante general de Sonora ha puesto en duda mi honor.<br />
«¡Si él tuviera cien veces más fuerzas de las que posee, o si estas fuerzas fueran cien veces más temibles de lo que son, no me haría retroceder un solo paso, pues no puedo retroceder sin abdicar vilmente mi derecho y sin envilecerme! </blockquote>
<blockquote style="text-align: right;">
«De Raousset-Boulbon.»</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
Las cosas se embrollaban tanto en una parte como en la otra, y nos preparábamos para la guerra. Los mexicanos se habían familiarizado con esta idea desde hace tiempo, y todas las hipócritas intervenciones del ilustre Giménez tenían como objetivo solo inducir a los franceses en el error y hacerles perder tiempo. Entonces, aunque un poco tarde, el señor De Raousset comenzó a hacer un poco de política y diplomacia. Procuró reunir un número de rancheros arruinados por las incursiones de los apaches y por las divisiones intestinas de Sonora; hilo brillar en sus ojos la magnitud de las ventajas que podrían encontrar detrás la bandera sobre la cual él transcribiría estas palabras: ¡INDEPENDENCIA DE SONORA!<br />
<br />
No pudiendo tocar el importe de una carta de aviso de 10 000 piastras, tomó solo lo que era necesario para su tropa, y pagó en bonos reembolsables por la Restauradora y el gobierno mexicano. Al menos esto es lo que nos revela unas las reseñas que consultamos. Gaston se apoderó de un convoy de trece mulas cargadas de víveres de los soldados de Blanco, y el 21 del mismo mes envió a sus compañeros la bandera sobre la cual estaba la inscripción que citamos antes.<br />
El general Blanco acabó por enviarles, muy inútilmente, a los cocospereños, la nota siguiente:<br />
<br />
<blockquote style="text-align: center;">
«Brigada Blanco. </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Supe que muchos franceses siguen unidos al conde de Raousset-Boulbon porque este los engañó diciéndoles que las autoridades les persiguen y que no debían esperar de ellas, ni del generoso pueblo mexicano ninguna especie de recurso para suplir sus necesidades; con el fin de destruir esta calumnia, usted dará a conocer a todos los franceses que el comandante general protege y da su apoyo a quienquiera de ellos que quiera separarse de la compañía del rebelde Raousset y protese obedecer las leyes y las autoridades del país; que se les avise que no se lo perseguirá en absoluto y que gozarán de las garantías concedidas a todo extranjero; pero al mismo tiempo hágales saber que los que sigan al señor De Raousset y hagan uso de las armas en contra de la República, serán considerados como fuera de la ley, y serán infaliblemente castigados.</div>
<div style="text-align: right;">
«Dios y libertad.</div>
<div style="text-align: right;">
«Ures, 11 de octubre de 1852.</div>
<div style="text-align: right;">
«Miguel Blanco, general en jefe.»</div>
</blockquote>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
La gente de la región parecía aliarse sinceramente a las ideas de insurrección y de independencia de la que se les exponían. Prometían levantar sus pueblos y marchar sobre las tres capitales de Sonora en caso de que los franceses fueran vencedores. el día 23, Gaston pasó por la ciudad de Hermosillo. Los franceses llegaron a Magdalena en el momento en el que celebraba la fiesta anual de esta localidad, fiesta muy importante para los habitantes de Sonora septentrional, y que dura varios días. Descansaron allí un poco, hablaron de la independencia a centenares de rancheros que respondían a sus nuevos amigos más o menos sinceramente, pero con un invariable "sí señor". Bailaron con las señoritas, probaron el mezcal de la región, y se vieron en el momento de ser sorprendidos por una tropa enemiga. Si ellos no cayeron en esta emboscada, fue gracias al cura de Magdalena, un hombre de un mérito poco común, y que ganó las simpatías al señor De Raousset. Se arrestó a dos o tres espías que vendrían seguidos de ejecutores, y las fiestas continuaron. Casi todas las mujeres estaban a favor de los franceses y de la independencia. Ellas trataban abiertamente con los piratas, y no se iban de su lado. Más tarde, en San Francisco, Gaston nos hablaba frecuentemente de esta época de su campaña sonorense; narrador inteligente y gracioso, él sabía animar algunas veces lo que la historia podría tener de demasiado serio con alguna anécdota que sonaba un poco novelesca, pero que no dejaba de tener su encanto. Cuando le preguntamos si era Antonia, la hija del prefecto de Altar, la mexicana de cabellos rubios, quien lo había retenido tanto tiempo en Magdalena, él negaba, sonriendo, tal debilidad, y nos demostraba la necesidad de hacerse de antemano partidarios entre los habitantes principales del norte de Sonora; también la de tener en la incertidumbre al general Blanco sobre el camino que se pensaba seguir, porque el punto triple de intersección de los caminos de Ures, de Arizpe y de Hermosillo, ciudades situadas a distancias casi iguales de Magdalena, hacía que el general Blanco, siempre en guardia, esperara un movimiento de su adversario para saber hacia donde debía echar su ejército de milicias, de indios y de regulares. He aquí un extracto de una carta del señor De Raousset a uno de sus amigos, el conde E. de M..., una carta ya publicada en la biografía de la que ya hablamos antes:</div>
<br />
<blockquote>
«¡Y, luego, tantas cosas me preocupan, tantos diversos cuidados me obligan a una agria y persistente actividad cada instante! ¡Atención! Pocos hombres hay en estado de secundarme; ningúno capaz de reemplazarme. — Doscientos cincuenta aventureros a comandar, mitad héroes, mitad bandidos, que, semejantes a los ciervos de Van-Àmburg, obedecen solo a la voz conocida.<br />
«Obligado a correr a través de los espacios interminables que separan a estas poblaciones escasas, hoy, para ir a recalentar el entusiasmo de la revolución nacional en un pueblo a treinta o cuarenta leguas de mi campo, mañana perseguir a los indios, ¡luego, en la tarde, montar a caballo, recorrer quince leguas de desierto, para ir a desatar las trenzas rubias de una mexicana enamorada!... Porque, en Sonora, amigo (y es una de las excelencias de esta tierra bendita por el sol), encontramos hasta mujeres rubias entre estos grupos de bellas carnes bronceadas, de hombros redondeados, de pies nerviosos, de miradas negras y cabellos teñido en las aguas de Estigia.<br />
«Las mujeres de Sonora son bellas, buenas y espirituales. La raza se concentró en ellas. Todo lo que había de caballeresco en el carácter español en el tiempo inmortal de Cortés se conservó en ellas; solo ellas conservaron la tradición noble que uno buscaría en vano entre los hombres.<br />
«Pocos días después de que el gobierno de Sonora me hubiera declarado rebelde y pirata; en el mismo momento cuando fui puesto fuera de la ley, cuando cualquier individuo tenía el derecho de matarme como a un perro rabioso y a gran mérito de la patria, se encontraba en estas fiestas de Magdalena, las que reúnen a la élite del país, una grande y bella muchacha, llamada soña María Antonia... Ella pertenece a una familia considerable; su padre, que es una de las autoridades principales del país, está, necesariamente, entre mis enemigos. Se hablaba de mí. Alguien me atacó; ella tomó mi defensa. Su tía, una vieja dama de mucho espíritu, le dijo bastante seriamente —«¿acaso estás enamorada del jefe de los piratas?» Mi querido Edme, Antonia se levantó sin vacilación, se cubrió con su rebozo, y con la sangre más fría dijo: —"¡sí, estoy enamorada del que ustedes llaman pirata! ¡En esta hora de maldición para Sonora hay solo un hombre que piensa en salvarla realmente de su ruina!, ¡y es el conde! ¡Si los hombres de este país no fueran todos cobardes, tomarían las armas como él para sacudir el yugo de México! ¡Sí, quiero al conde, y lo quiero con amor!"<br />
Antonia, mi querido Edme, es alta, bella y rubia. Ella estaba allí, en medio de sus morenas compañeras, como una rosa en un ramo de tulipanes negros.<br />
«Ayer, a la vista de cinco o seis mil personas, Antonia vino a mi campamento, a mi tienda.<br />
«No te cuento esto para satisfacer la fatuidad común de los animales de nuestra especie, sino con el fin de darte a juzgar lo que valen las mujeres en Sonora, y si tengo razón o no de creer que exista apoyo para mí en el país.»</blockquote>
<br />
Los habitantes del norte no levantaron a uno solo de sus hombres para Blanco. Gándara mismo no se movió. Blanco hizo un gran alboroto en las prefecturas del sur; todo hombre sano era enlistado; adiestraba a estas tropas al manejo de las armas; montaba cañones sobre sus soportes; fabricaban cartuchos. Las tropas mexicanas creían sinceramente que la Compañía francesa era pan comido. Cuando llegó esta última cerca de Hermosillo, vió sobre el camino los rastros todavía frescos de las tropas abigarradas del general mexicano, el cual acababa de echarse con prisa sobre la ciudad. El prefecto Navarro envió a los franceses dos delegados, encargados de ofrecer una suma de dinero; eran los señores Camou, negociante, nuestro compatriota, y Ortiz, juez, gran devoto de Cubillas. Gaston se mostró, en esta circunstancia, tan firme como inteligente; él despreciaba ya demasiado a sus adversarios como para negociar con ellos; él sacó su reloj y les dijo:<br />
<br />
«Son las ocho; dentro de dos horas yo atacaré la ciudad; a las once seré su dueño; vaya a decirle esto a su prefecto.» Y les dio la espalda.<br />
<br />
<span class="Apple-style-span">A la hora fijada, marcharon sobre la ciudad rodeada de paredes y de jardines en terrazas. La columna francesa desembocó en un puente que sirve para cruzar un foso ancho y profundo; la cabeza de este puente era defendida por un puesto enemigo de avanzada; los mexicanos se habían fortificado en una casa aislada, desde donde podían dirigir un fuego que llovía sobre nuestros compatriotas; pero la<i> furia francesa</i> los desalojó muy rápidamente. Con gritos de "</span><i>Vive la France!</i><span class="Apple-style-span">" la pequeña tropa replicó a los primeros disparos del enemigo por una descarga general, luego se desplegó en una línea de hostigadores que se lanzaron a paso de carga y combatieron con armas blancas. La casa de la que hablamos fue atacada por detrás; aprovechándose de una escalera que los mexicanos habían tenido la imprudencia de olvidar, los franceses subieron sobre la terraza e hicieron presos a todos los que todavía estaban allí, entre otros al oficial Borunda, que fue más tarde el defensor del señor De Raousset. </span><br />
<span class="Apple-style-span"><br />
</span><br />
Los vencedores, mezclando alegremente la broma a la metralla, decían a sus presos: «Gracias por la escalera.» Durante este tiempo, otros franceses, derribando atrevidamente al enemigo, habían podido penetrar en la ciudad y comenzar una guerra no de matorrales, sino de ventanas, de tragaluces, de paredes y de terrazas. Sus dos pequeñas piezas de artillería barrían las calles principales.<br />
Obligado a replegarse por todas las direcciones, el general escogió La Alameda, un parque público, como el lugar más propicio para la concentración de sus tropas y la prolongación de la resistencia; su artillería, colocada en el centro, y apuntada hacia todas las avenidas, volvió los accesos bastante peligrosos; se le dio orden a la pequeña caballería francesa de volar a Alameda, y de cargar allí a los cinco o seiscientos mexicanos que intentaban reunirse allí.<br />
<br />
El señor O. de Lachapelle fue al galope, y llegó primero frente a este batallón de regulares, y se quedó solo allí unos instantes, expuesto a la mira de todas las balas que silbaban cerca de sus orejas. Pronto se le reunió el resto de la caballería y el oficial Lenoir, que le dijo: “¡Eh! ¿pero, que haces allí? —«Te estoy esperando», respondió el jefe de los cocospereños, con el aire más simple y tranquilo del mundo<span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;"><b>*</b></span>.<br />
<br />
Este episodio fue escrito divinamente por el señor De Raousset en un relato de su primera campaña, y nos hizo su lectura en otro tiempo en San Francisco. Si no podemos reproducir sus propios términos, y otras notas interesantes, lo debemos a la diligencia con la cual, después de su muerte, enviamos de San Francisco a la Francia los papeles que habríamos podido guardar, con su permiso, y sobre los cuales todavía no hemos podido volver a poner la mano; además, estos papeles no contienen nada demasiado importante.<br />
<br />
En un abrir y cerrar de ojos, la Alameda fue tomada. Los franceses eran dueños de Hermosillo. Los mexicanos huían por todas partes, así como los indios yaquis, sus dignos aliados, los cañones y las banderas cayeron entre nuestras manos. El general Blanco tomó al galope el camino de Ures. Sus pérdidas fueron sensibles, cerca de doscientos soldados muertos o heridos; las del conde lo eran también, si consideramos el pequeño número de hombres de quienes disponía; él contaba a diecisiete muertos y veintitrés heridos, entre los cuales varios eran oficiales. La muerte del señor Garnier, con la cual el señor De Raousset nos entretuvo más de una vez, se cuenta así en una reseña publicada en otro tiempo en <i>La Revue de Paris</i>.<br />
<br />
<blockquote>
«El señor Garnier había entrado el primero en una casa ocupada por mexicanos, y había sido herido mortalmente por dos golpes de bayoneta y un balazo. Gaston le hizo transportar a la más aristocrática casa de Hermosillo, de la que habían roto la puerta a cañonazos. Garnier sonrió al verse acostado en un mueble elegante.<br />
«La víspera, durante la marcha, el señor Fayolle, que era un tenor encantador, había cantado la canción africana que comienza con estas palabras: </blockquote>
<blockquote>
<blockquote>
"No creas que es el plomo el que mata.<br />
¡Es el destino que nos hiere y nos hace morir!..." </blockquote>
</blockquote>
<blockquote>
«—"¿Fayolle murió?" preguntó el señor Garnier con una voz débil.<br />
«— "¡Sí, por desgracia!" ¡respondió Gaston, "¡pero me queda usted!"<br />
«El moribundo sonrió una segunda vez, tocó con su dedo los agujeros de las balas que perforaban el redingote de su comandante, y, mirándolo largamente, dijo:<br />
«No crea que es el plomo el que mata, es el destino...<br />
«La muerte le impidió acabar.»</blockquote>
<br />
El señor De Raousset se había hecho abrir a cañonazos las puertas del hotel ocupado la víspera por la rica señora Marión Parra. Allí, reunió a toda su Compañía orgullosa de su victoria, él dice: «He prometido a nombre de ustedes, que aunque andemos sobre pilas de dinero y sobre sacos de onzas, no nos inclinaremos para recogerlos». Se hizo esa promesa y se mantuvo. Los franceses, casi desnudos, miraban con un ojo de desdén a los ciudadanos que huían la ciudad, llevándose con ellos sus objetos más preciosos.<br />
<br />
Después de esta victoria, que tuvo una cierta resonancia en el mundo a causa de las consecuencias que parecía deber traer, el señor De Raousset se encontró tan aislado como antes; había enriquecido los anales franceses de un bello hecho de armas más, y ya. Los pueblos del norte no se movieron. Un consejo provisional y compuesto de los principales negociantes se había organizado para hacer frente a las circunstancias y entenderse con el señor De Raousset. Este consejo no tenía ninguna autoridad legal; Gaston envió, sin embargo, a algunos de sus miembros a Gándara, a quien la asamblea legislativa de Ures acababa de llamar en reemplazo del gobernador Cubillas. Gándara se contentó con ordenar al señor De Raousset que evacuara la ciudad. Así son las razas españolas, siempre y nunca vencidos. ¿Qué significaba la conquista sin el asentimiento del país?... Gaston pudo entonces ver claramente cual era su posición: bastante complicada; además, como todos sus compañeros, habiendo bebido agua de Sáric, padeció de una disentería que un error de su médico solo empeoró. Sus fuerzas físicas y morales se debilitaron rápido; las de la tropa, cuya alma era él, también sufrieron; esta es una razón seria, así que no podemos culparlo demasiado por haber hecho sonar la retirada y así convertir su victoria en algo estéril. El plan contrario lo obligaba a reinar por el terror o por la astucia, a mantenerse en Hermosillo, a mantener allí un sitio lo suficientemente largo como para que los refuerzos tuvieran tiempo de llegar de San Francisco. Esta política era la mejor, pues su hecho de armas había provocado en California y en todo el resto de la Unión una sensación profunda, un entusiasmo indecible; si hubiera podido mantener su conquista, en poco tiempo habría visto cinco o seis mil voluntarios reunidos bajo su bandera; pero, casi tan pronto como la noticia de su victoria, llegó la de su retirada a Guaymas, y todo impulso fue paralizado. Con el fin de asegurarles una protección eficaz a sus heridos, a quienes él no podía transportar, Gaston le escribió a señora Aguilar y a las damas de Hermosillo para confiar a su protección benévola a sus pobres camaradas.<br />
<br />
Presionado por los murmullos y las necesidades de su Compañía y con la promesa de Gándara de no ser interrumpido en su retirada, el señor De Raousset se dirigió del lado de Guaymas; lo cargaban en litera; estaba tan enfermo que casi no tenía control de sus facultades. En lugar de curarlo, su médico, por <i>inadvertencia</i>, como dijimos, lo había envenenado, pero no hicieron falta la ciencia y la devoción de un farmacéutico francés para traerlo de nuevo a la vida. En cuanto a nosotros, que conocemos el carácter mexicano y las maneras estos señores, la palabra inadvertencia nos parece curiosa; otros jefes ya habían sido envenenados por ciertas aguas o por la <i>inadvertencia </i>de alguien; lo que sigue lo prueba bien. Sin duda el señor de Pindray, también murió por inadvertencia. El pobre señor De Lachapelle, alcanzado ya por la disentería, la cual le causaría la muerte más tarde en San Francisco, viajaba en el coche del señor de Monteverde, viejo habitante de Hermosillo, rico a millones; este último era uno de los rehenes de la Compañía; durante el trayecto, él procuró seducir al señor De Lachapelle y le ofreció una suma considerable. —"¿por quién me toma?" le respondió el señor De Lachapelle, que era el honor y la probidad personificadas, y al cual, mientras tanto, se le robaban su beliz, sus papeles y sus efectos personales, en uno de los vagones de la retaguardia.<br />
<br />
Algunos críticos descontentos, siempre y a pesar de todo, censuraron las palabras que el señor De Raousset pronunció sobre la tumba de a quienes la muerte retenía para siempre en el cementerio de Hermosillo. He aquí estas palabras tales como las informa un pequeño folleto publicado en México:<br />
<blockquote>
«¡Están muertos! Sobre ellos no nos volquemos en lágrimas. Su gloria negaría las lágrimas; sus padres, orgullosos de tales hijos, no les llorarán; ellos se regocijarán al contrario sabiendo que tuvieron una muerte tan gloriosa, etc.»</blockquote>
¿Qué tienen de duras o de crueles estas palabras?.... Hay que ponerse en los zapatos del señor De Raousset. ¿Hacía falta que él se lamentara como una vieja sobre aquellos a quienes había perdido, a riesgo de ablandar el valor de los supervivientes? En cuanto al reproche de no haber visitado frecuentemente a sus heridos, no olvidemos que él mismo estaba enfermo gravemente. Con el fin de mostrar hasta dónde puede ir nuestra imparcialidad, hasta hablando de un amigo, reconoceremos que en efecto, en dos o tres circunstancias capitales, el señor De Raousset mereció algunos de los reproches que le fueron hechos por individuos de una gran independencia de carácter. Él se mostraba algunas veces egoísta y duro, estos dos defectos comunes en los ambiciosos; pero si bien verdad que cuando las circunstancias se agravaban y su alma se encontraba solicitada por alternativas opuestas, su gran carácter se revelaba entonces de manera sublime.<br />
<br />
Este hombre <i>duro </i>mostraba el deseo ardiente de darle una fortuna a cada uno de sus compañeros, este <i>egoísta </i>debía acabar por hacerse fusilar valientemente, por ofrecerse como una víctima expiatoria, por ser mártir, finalmente, de una idea que era la de beneficiar grandemente a sus compatriotas. He aquí cómo hay que juzgar a los hombres de este orden y de este remojo: si, de leones que son se transforman en tímidas ovejas; si, en lugar de andar atrevidamente y sin mirar hacia atrás hacia un fin considerable, se divierten intercambiando mil ternuras sentimentales a las que algunas naturalezas son tan aficionadas, no tendrían en absoluto entonces las facultades de mando de las que el señor De Raousset se jactaba con buena razón. Todo es relativo, y ciertos defectos son solo los síntomas infalibles de ciertas cualidades.<br />
<br />
La Compañía se fue de Hermosillo el 26; el mismo día la ciudad fue militarmente ocupada por los mexicanos; la retirada fue solo una especie de desbandada acompañada de escaramuzas incesantes. Se detuvieron a tres leguas de Guaymas con la intención de entrar allá el día siguiente, por las buenas o por las malas. Hacia medianoche, dos negociantes vinieron a buscar a Gaston por parte del general para ofrecerle un armisticio de cuarenta y ocho horas; la oferta fue aceptada. El día siguiente el señor De Raousset se fue al campamento del general Blanco sin consultar a la Compañía, que pareció bastante preocupada por este modo de actuar. A las observaciones de algunos de los suyos, habría respondido: «Soy libre de ir donde me parezca, y hasta de volarme los sesos, si me parece.» Él rechazó ser acompañado de su caballería y pidió una escolta mexicana; el general Blanco se apresuró a enviarle un grupo de treinta hombres; a su llegada al campamento mexicano, fue recibido con los honores debidos a un comandante en jefe.<br />
<div>
<br /></div>
Veremos por lo que sigue que el coraje, la confianza, la salud, la disciplina, todo se había desvanecido al mismo tiempo. Gaston, sintiendo empeorarse su enfermedad, se quedó en el campamento mexicano; la Compañía, en la desorganización en la cual el señor Calvo trabajaba arduamente en secreto, le envió representantes que él no pudo o no quiso recibir. Dos delegados de parte de la tropa francesa, los señores M. y R., negociaron, entonces, con el general Blanco, quien los hizo volver con una suma de 11 000 dólares, con la cual una centena de ellos pudo rentar el barco <i>Alerta</i>, y volver a San Francisco. La disolución de la Compañía era un hecho consumado. Las notas publicadas en aquella época por el <i>Trait d'Union</i> y el <i>Siglo Diecinueve</i> están lejos de ser exactas.<br />
<br />
El señor De Raousset se fue a Mazatlán, donde estuvo mucho tiempo en convalecencia. Recibió allí al señor Dillon, cónsul de Francia en San Francisco, una carta de la que extraemos las líneas siguientes:<br />
<blockquote>
«Si su intención es empezar de nuevo, como no lo dudo, vuelva aquí lo más pronto posible; veremos juntos cómo volver a montar este asunto.»</blockquote>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Se sabe que Dillon, cónsul capaz e iluminado en muchos aspectos, tenía la desgracia de mezclarse en absolutamente todo, y que su intervención perpetua en los asuntos, grandes y pequeños, de unos y de otros, le suscitó más de una confusión y le causó más de un disgusto. Él se movía sin cesar, ya sea a favor de sus aliados, ya sea contra sus enemigos. Tenía tiempo de participar en vastas empresas, más o menos difíciles, y de atender los pequeños asuntos de sus connacionales.</div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Nos gusta creer que ha estado inspirado más a menudo por buenas intenciones, pero no era poco frecuentemente que se levantaran contra él flujos de odio y de cólera. La abstención, para todo lo que se trataba directamente de su competencia consular, habría sido más ventajosa para él y más meritoria en los ojos del gobierno francés. </div>
<br />
El cónsul estaba lejos de siempre estar de acuerdo con el señor De Raousset, de quien, según su doctrina general a propósito de los hombres, quería servirse solo como de un instrumento; y no olvidamos ciertas escenas violentas, en las cuales el vencedor de Hermosillo se enfurecía, enumerando sus quejas; pero hay que comprender nuestra confusión hablando de estas circunstancias pasadas: no está en nuestro carácter hacer demasiado ruido alrededor de sus tumbas. Es, sin embargo, nuestro deber indicar por lo menos ciertas particularidades de esta historia.<br />
<br /><br />
<div style="text-align: right;">
<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_6916.html"><b>IR AL CAPÍTULO IX</b></a></div>
<blockquote>
<span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;"><br /><br />______________________</span> </blockquote>
<blockquote>
<span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;">* Hay quienes pueden sorprenderse de que haga una o dos menciones halagadoras a favor de un pariente mío que ya no está entre nosotros, y las pueden considerar prueba de falta de tacto o de imparcialidad. Por mi parte digo que, como pariente, tengo derecho de hacerlas; como historiador, es mi deber. (El autor).</span></blockquote>
<br />
<br /></div>
</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.822267290617532 2.34981864072267448.807571290617531 2.3253461407226741 48.836963290617533 2.3742911407226739tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-15181602660144484902012-02-20T21:02:00.001-08:002016-03-21T14:08:36.484-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO IX<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: 130%; font-weight: bold;">IX</span></div>
<br />
<br />
<br />
De regreso a San Francisco el señor de Raousset fue objeto de la atención general; saboreó allí un poco de gloria, este fruto embriagador que seduce demasiado a ciertas almas y que está lejos de no tener su amargura. La posesión de Sonora se hizo su idea fija: «No puedo vivir más sin Sonora», a menudo nos decía; publicó artículos y cartas sobre su expedición. He aquí extractos de algunas de sus cartas:<br />
<br />
<blockquote>
«No, no abandoné la esperanza de triunfar en la lucha contra la contrariedad en la que me he visto desde la cuna. Sísifo rodando su peñasco eternamente, Jacob que lucha toda una noche contra un fantasma, son imágenes de la vida de ciertos hombres: ¿no son un poco de la mía? ¡no renuncié!<br />
<br />
«Cuando me ví abandonado por mi gente que, incapaces de conducirse solos durante mi terrible enfermedad, se sometieron a una general vencido aun cuando ellos eran vencedores; cuando me ví moribundo, y esto duró seis semanas, tuve solo un pensamiento: recobrar la salud, la fuerza, la inteligencia, la voluntad, y regresar a Sonora. </blockquote>
<blockquote>
«Regresar en Sonora, es el pensamiento único de mi vida. </blockquote>
<blockquote>
«He aquí que pronto hará un mes y medio que estoy en California; si fuera estadounidense, todo marcharía bien. Ya habría encontrado el capital necesarios, y hasta más; ya me habría ido de nuevo. Mi calidad de extranjero me es un obstáculo en este país. Los estadounidenses me demuestran mucha estima y simpatía; entre ellos soy más apreciado que entre los franceses; pero la idea que ellos se hacen de la ambición del gobierno francés, sus ideas de ampliación, sus vistas anchas e intrépidas, que desgraciadamente existen solo en la imaginación susceptible de los estadounidenses, todo esto les hace temer que si colocan armas entre mis manos estas están destinadas a volverse contra ellos un día. </blockquote>
<blockquote>
«Ellos se equivocan, sin embargo. No tengo, desgraciadamente, nada en común con el gobierno francés. Mis ideas están en mí, mis medios están solo en mí; ¡las consecuencias de mis intenciones pertenecen a la humanidad!<br />
<br />
«Esta carta, mi querido Edme, no está destinada a la publicidad de los periódicos; es íntima y no debe salir del círculo estrecho de las personas que se interesan en mí. Seré más explícito pues y te diré cuál es hoy mi situación, cuales son mis proyectos y mis esperanzas. </blockquote>
<blockquote>
«Cuando ví, desde mi llegada en Sonora, la hostilidad de los altos personajes que habían sido aliado para robarme las minas de Arizona, comprendí que dentro de poco me vería reducido a tomar las armas contra el mismo gobierno o a abandonar el país vergonzosamente. Tomar las armas era proclamar la independencia de Sonora. Me aseguré prontamente de que una buena parte de la región estuviera dispuesta; me hice partidarios, preparé los espíritus a una revolución nacional.<br />
<br />
«Esta revolución habría tenido éxito sin traición de un hombre cuyo apoyo fui forzado a aceptar. A pesar de esta misma traición, mi proyecto habría sido exitoso sin la inconcebible fatalidad que me privó de todos los refuerzos que vendrían de California, y sobre todo sin la enfermedad terrible que me ha abatido. </blockquote>
<blockquote>
«Hoy, sin embargo, estos elementos subsisten tales como los he elaborado. Hoy, más que hace un año, este país está listo para un levantamiento general. Basta que yo aparezca allí mañana con fuerzas suficientes, y quince días después de mi desembarco la República de Sonora existirá.</blockquote>
<blockquote>
«De tener a mi disposición una suma de 150 o 200 000 dólares, yo respondería por todo: ¡proclamo la independencia y llamo a Sonora, como en una California renovada, a los inmigrantes de todos los continentes! Mi expedición constaría exclusivamente de franceses, todos antiguos soldados y marineros; la organización sería absolutamente militar, con todas sus consecuencias. Estos hombres estarían perfectamente prevenidos de que van a Sonora a combatir, que hay fortuna para ellos solo a punta de bayonetas; que si son vencidos serán fusilados infaliblemente, como piratas; ¡que es vencer o morir!<br />
<br />
«Desde este punto de vista, no tengo nada que desear; todo mi mundo está determinado, y yo lo estoy como nunca antes lo estuvo nadie en este mundo. ¡Si lo quisiera, tendría aquí cuatro o cinco mil hombres en menos de quince días! </blockquote>
<blockquote>
«Desde mi llegada aquí, muchos estadounidenses vinieron para verme, para hacerme proposiciones, y casi caí en la tentación, pero resistí. Si me hacía acompañar de estadounidenses, perdería mi prestigio en los ojos de los sonorenses, porque detestan a sus vecinos del norte. No quise hacerme simplemente agente de una idea que me pertenece, y de la que quiero seguir siendo el dueño. Me negué a estas proposiciones, y esta empresa conservará el sello individual que le di. Sé que aumento así las dificultades, pero si tengo éxito, cuento, por la misma razón, con aumentar su energía y sus consecuencias. ¡El momento es bueno! </blockquote>
<br />
<blockquote>
<b>«San Francisco, 30 de mayo de 1853.»</b><br />
<br />
«He aquí que hace más de tres años abandoné Francia, mi querido amigo. Mi fortuna, después, ha sufrido muchas vicisitudes. Alguna vez que podría estabilizarla. Las minas de las que iba a tomar posesión en Sonora son de una riqueza incontestable. La mitad de estos vastos terrenos debía pertenecerme, pero tú sabes sin duda que las autoridades mexicanas, tentadas por su riqueza, me las disputaron para ellos. Sabes más o menos el resultado de esto: si los refuerzos que yo esperaba y si la enfermedad cruel que estuvo a punto de matarme… etc. etc. </blockquote>
<blockquote>
«Sonora es un bello y rico país; abre un mapa de México, y lo encontrarás entre el grado 27 y el 33 de latitud, entre el mar Vermejo y la Sierra Nevada. Imagina un archipiélago cuyas islas serían montañas, cuyo mar sería una planicie: es más o menos el aspecto de la región. A través de las sierras abundan valles anchos y fértiles donde crecen de costa a costa productos de todas las zonas. El trigo, la caña de azúcar, la vid, el naranjo, todo esto florece y madura en los mismos surcos.<br />
<br />
«El algodón es nativo de las orillas de río Gila y del río San Pedro, en estas mismas comarcas donde la tradición coloca los palacios de los aztecas, los palacios con tejados de oro y puertas de plata. Todos los metales, sin excepción, están desperdigados confusamente en el crisol de sus sierras. En las minas de las cuales iba a tomar su posesión fue descubierto en 1769 un pedazo de plata virgen que pesaba 3 500 libras. Sobre los bordes de río Yaqui, en las montañas que encierran uno de los más fértiles valles del mundo, los <i>minerales </i>de hierro dan 80 por 100, etc., etc … ¡Entonces!, imaginarás difícilmente la miseria de este bello país, que cuenta sin embargo con más de cien mil habitantes, etc, etc.»</blockquote>
Veremos más tarde que para hacer pasar ciertas cosas en sus cartas, mientras estaba <i>en capilla ardiente</i>, el señor De Raousset fue obligado a escribir algunas cosas que, ciertamente, no debían ser muy de su gusto. Pero él mismo había previsto la oportunidad de un caso igual, me habló al respecto, y me rogó, me autorizó, llegado el caso, de hablar entonces, de retirar lo que se le habría podido robar a su libertad, de dar el testimonio más íntimo para atreverme a decir: «esto es, esto no es».<br />
<br />
Usaremos este derecho solo con reserva... En las cartas que preceden, hay restricciones, declaraciones prudentes, destinadas a cubrir responsabilidades que no queremos designar...<br />
<br />
La República Mexicana estaba en completa anarquía; además, es su estado normal. ¡La salida de Arista, pronunciamientos por aquí, pronunciamientos por allá, Santa Anna en el horizonte! etc. etc...<br />
<br />
Los partidarios de este último apenas se lo habían llevado...; un buque del Estado iba en busca del expresidente exiliado, quien, desde su quinta de Cartagena, siempre tenía el ojo puesto en su antiguo trono. En este momento el coronel William Walker, a quien hicieron célebre varias expediciones bastante desgraciadas, buscó la alianza de Gaston; había que apresurarse.<br />
<br />
Un día, atravesamos la bahía, y presentamos en Oakland, donde nos esperaba el coronel Watkins, el confidente de Walker. La entrevista no dio fruto. El señor De Raousset no podía asociarse a un jefe militar, porque le era imposible no ejercer el control, lo que llamaba facultad de mando. Además, temía aminorar su influencia en México, enajenar ciertas simpatías, admitiendo en sus filas a estos anglosajones, a quienes los de raza española tienen tanto horror. Una entrevista con el coronel Frémont tampoco tuvo resultado.<br />
<br />
El señor Levasseur le escribió al señor Dillon, y este último incitó mucho a Gaston a que regresara a la ciudad de México. Él hizo este nuevo viaje a pesar de nuestras advertencias. ¿En efecto, que más podía esperar de Santa Anna que de Arista?...<br />
<br />
Provisto de un salvoconducto, se fue a México, y fue perder allá meses en negociaciones estériles. Santa Anna lo recibió, le prometió reparar las injusticias de la administración precedente, se expusieron sucesivamente varios planes o proyectos de colonización y de emigración; arrulló finalmente al héroe sonorense con bellas palabras. Él encontró en esta capital <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/An%C3%ADbal#.C2.ABDelicias_de_Capua.C2.BB">las delicias de Capua</a> de un lado, y las perfidias mexicanas del otro.<br />
<br />
Para entender de lo que va a seguir, debemos decir que todos los pasos del señor De Raousset, antes de su salida de San Francisco, no habían sido infructuosos. Un hombre poderoso y rico, honrado con la confianza de la población francesa, el depositario de muchos capitales, notario, abogado, etc, todo lo que se querrá, el tal Hubert-Sanders, tan célebre después, y consagrado a la infamia para siempre, había sabido captar nuestra confianza. Se decía en condiciones de poder organizar la segunda expedición, listo para hacer los gastos, mediante tal o cual condición; no rechazando precisamente la idea de un viaje a la ciudad de México, le recomendaba a Gaston ponerlo al tanto de las negociaciones, y prometía tener finalmente todo listo para su vuelta, en caso de que las conferencias no tuvieran resultados.<br />
<br />
Entonces, Gaston, considerándose respaldado en San Francisco, presionó mejor a Santa Anna. Este acababa de firmar un tratado según el cual debía proporcionar al conde un avance de 250 000 francos, y 90 000 francos al mes, con la condición de que el señor De Raousset combatiera a los indios hostiles y asegurara la seguridad de las fronteras del norte. Este tratado fue anulado en cuanto fue firmado; así es como funcionan las cosas en México.<br />
<br />
Siguieron violentos intercambios entre el presidente de la pata de palo y el señor De Raousset, al cual terminó por hacerle la oferta de desnacionalizarlo y de tomar un puesto en el ejército mexicano. Él se negó, y le dijo al presidente: «Tengo el honor de ser francés; cuando doy mi palabra, la mantengo.»<br />
Cultivando siempre en San Francisco las relaciones cuya cuestión ya hemos mencionado, yo tuve la oportunidad de escribirle frecuentemente y de decirle en dónde estábamos; él y yo fuimos perfectamente engañados por el miserable que ya mencioné. Este último se deshacía en promesas que su catástrofe dotó de enigma. El señor De Raousset me escribió también muchas veces sobre este tema; he aquí unos extractos de sus cartas:<br />
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<div style="text-align: right;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<blockquote>
<b><span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;">«México, 18 de julio de 1853. </span></b></blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
“Señor André de Lachapelle: </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Recibo hoy las cartas que usted me envía para el señor M...<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Sus cartas han sido leídas y meditadas con toda la atención que merecían. Le agradezco las declaraciones que me hace; ellas me honran, y me dan palabra al mismo tiempo de que puedo contar con usted tanto para el futuro como para el presente.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«No se asombre si no entro en ningún detalle sobre mis ocupaciones actuales. Que el señor Hubert Sanders continúe siempre en el mismo sentido.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«No me escriba más, porque no pienso prolongar mi estancia en México bastante tiempo como para recibir allá sus cartas.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«De todos modos, volveré, probablemente, a San Francisco con títulos que me permitirán realizar, sobre bases anchas, mis proyectos de colonización.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Habríamos querido comprometerme aquí al servicio de México; pero, a pesar de todo mi deseo de servir este interesante país, no pude aceptar una posición que, por más brillante que quisiera hacerla, no me permitía desarrollar el poder que creo que tengo, pues sus concepciones eran de otra naturaleza. Usted hizo perfectamente bien en fundar un periódico; absténgase bien de dejarlo.</div>
«Adiós, y considéreme su aficionado.<br />
«Conde de Raousset-Boulbon.»<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</blockquote>
<br />
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;">«México, 2 de agosto de 1853. </span></b></div>
</blockquote>
<blockquote style="text-align: center;">
«Señor de Lachapelle, </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«El gobierno mexicano todavía no ha tomado ninguna resolución. Las intenciones anunciadas son buenas; la realización sería útil para el país, pero las irresoluciones del presidente me hacen temer haber hecho inútilmente este fastidioso viaje.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Ignoro las historias más o menos fundadas que corren por el público respecto a mi estancia aquí. Usted debe, teniendo un pie en el periodismo, pesar sobre la opinión pública. Rechacé un puesto en el ejército mexicano, y debe comprender las razones...<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Ahora hay sobre la alfombra dos proyectos, ambos considerables, pero es todavía prematuro hablar de eso. Las elaboraciones financieras de nuestro francoalemán podrían acomodarnos. Adiós, mi querido señor, no me acuse de un laconismo al cual me veo forzado por lo impreciso y problemático de nuestros asuntos. </div>
</blockquote>
<blockquote>
«Hasta pronto, espero....<br />
«Raousset-Boulbon.»</blockquote>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; text-align: justify;">
Las negociaciones con Santa-Anna tomaban un mal giro, la correspondencia del señor De Raousset era vigilada tanto como su persona. Me escribió las tres líneas siguientes: </div>
<blockquote>
<br />
<span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">“Mexico, 10 de agosto de 1853</span> </blockquote>
<blockquote style="text-align: justify;">
«La casa con la cual estoy en tratos persiste en imponerme condiciones que no puedo aceptar. Si no se decide mañana, tomo mis disposiciones para regresar a mis asuntos en unos ocho días. De todos modos, pienso ir a reunirme con usted casi tan pronto como esta carta. </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
«G.R.B.»</div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
</blockquote>
<blockquote>
«<span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;"><b>México, 14 de septiembre de 1853. </b></span></blockquote>
<blockquote style="text-align: center;">
«Mi querido señor de Lachapelle, </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Hace casi un mes que querría haberme ido. Diversas consideraciones retrasaron esta salida. Mañana jueves debo ir a discutir con Santa Anna y sus ministros un nuevo plan cuyas consecuencias podrían convenir a la gente valiente que puso su confianza en mí. El gobierno mexicano desconfía evidentemente de mí, pero sin razón. Es con tales desconfianzas que se rechazan los corazones más rectos, con una lealtad que acaba solo por confundirlos.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Le había dicho que no estimaba a más de un mes el tiempo de mi estancia en México; si tardé tanto, y si todavía tardo, es porque me ato hasta a la última esperanza a los medios de ejecutar mis proyectos, mientras estos medios están a mi alcance.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«En quince días, toda esperanza estará perdida. Entonces regresaré a San Francisco, y veremos si estos señores son hombres de discurso. Dios lo quiera, porque las circunstancias son mejores hoy de lo que lo eran hace tres meses. Me han recomendado tener paciencia; podemos ver que seguí escrupulosamente este consejo.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«No le escribo a Sanders porque las cartas son inútiles entre gente que se ha comprendido bien. No tengo, con estas líneas, otro fin más que satisfacer la impaciencia suya y la de él. </div>
</blockquote>
<blockquote>
«Queda de usted,<br />
«Raousset-Boulbon.»<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">“México, l de octubre 1853.</span> </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
«Señor de Lachapelle,</div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Es probable que mis tres meses de estancia en México vayan a rendir frutos; usted sabrá cómo a través del señor... </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Mantenga su periódico, trabaje noche y día. Es probable que nos haga falta. La publicidad es un arma que descuidé demasiado; estoy muy acostumbrado a contar absolutamente solo conmigo; los auxiliares son necesarios, y... Prudencia y discreción... acepte mi consejo Usted me dio este derecho, y crea que aprecio en usted todo lo que... etc, etc... </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Recuerde a Sanders el proverbio: <i><a href="http://es.wikiproverbs.com/index.php/Intelligenti_pauca.">Intelligenti pauca.</a></i></div>
«Hasta pronto,<br />
«Raousset-Boulbon.»</blockquote>
</div>
</div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
</div>
<br />
No dimos los extractos que preceden sino para mostrar una vez más cual era la debilidad del señor De Raousset; ¡él creía en la lealtad de los hombres, hasta en la de los mexicanos, y negociaba con ellos!... jugaban con él; cuando lo percibió finalmente, el señor De Raousset se puso furioso. Se puso en relaciones con generales conspiradores y se jugó el pellejo; iba a ser arrestado a pesar de su salvoconducto, a pesar de nuestra embajada. Cuando fue advertido a tiempo de esto, a la medianoche, saltó sobre un caballo y se fue al galope a Acapulco. Esta carrera a franco estribo duró varios días y varias noches; el conde reventó varios caballos.<br />
<br />
Llegando a San Francisco lo primero que dijo fue que Santa Anna era solo un traicionero. Gaston se puso, con más ardor que nunca, en busca de los medios necesarios a la realización de sus proyectos. No escatimó ni en pasos ni en palabras; a días de actividad febril sucedían a veces momentos de desaliento profundo. La catástrofe de Hubert-Sanders era un hecho consumado; lo bueno es que era una ilusión menos.<br />
<br />
Hubo que resignarse a gestionar por todas partes, a tocar a las puertas de estos vendedores insensibles, estos apostadores impasibles que no veían más allá de sus tiendas o sus mesas de juego. Vender cien cajas de vino, especular con la harina, jugar al faraón y mantener a una muchacha, tal era, (tal todavía es) el esfuerzo único del que eran susceptibles sus almas, si acaso tenían una. Ellos hasta gozaban en secreto ver a este conde de grandes ideas, de sentimientos nobles, chocar, estrellarse contra pequeños obstáculos, contra la falta de unos cuantos sacos de monedas, que aquellos desperdigaban al azar, con los ojos cerrados, en especulaciones locas. Esto no sorprenderá a quienes hayan observado a los franceses en el extranjero ni a quienes hayan podido reconocer hasta qué grado son capaces de portar el odio feroz que en Francia los separa a todos en distintas clases sociales.<br />
<br />
Viviendo con Gaston, lo vi soportar horas llenas de amargura y de angustias; lo vi un día con lágrimas en los ojos porque una de nuestras tentativas no había tenido éxito, y su carácter orgulloso apenas se acomodaba con estos avances; comíamos en un restaurante modesto, y se interrumpía algunas veces para decir con ironía: «¡No tenemos bastante para vivir en la buena sociedad!...» Luego él subía a su habitación de <i>Mansion-House</i>, anatemizando a la gente de pequeños espíritus, a los egoístas, al espíritu de mercantilismo de los californianos, etc... Se ponía a trabajar: tomaba un mapa de Sonora o escribía páginas y luego me hacía su lectura. ¡Él se encontró algunas veces sin dinero sobre esta tierra de oro! y hacía luego falta ocuparse de él... le era tan imposible pedir...<br />
<br />
¿Qué hacía pues entonces su asociado oculto... su presunto protector? Lo descuidaba; se hacía el muerto, diciéndose finamente y en voz baja: «¿Para qué? ¡este muchacho está acabado!» ¡Oh ingratas palabras! Cuando cualquier viento aportaba su eco al señor De Raousset, maldecía a este auxiliar indispensable, nadaba a llenas aguas en el sarcasmo y la ironía, exclamaba que la sociedad fue hecha solo para los fuertes, y escribía líneas como las siguientes:<br />
<br />
<blockquote>
«...¡Me dejé meter resueltamente a este horno donde trato de fundir mi <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Columna_Vend%C3%B4me">columna Vendôme</a>! ¿Veré de nuevo a Antonia? ¿Acabaré por <a href="http://www.biblegateway.com/passage/?search=Genesis32:23-30;&version=RVA">vencer al fantasma de Jacob</a>? </blockquote>
<blockquote>
«Cuando me pasa por la mente que todos mis esfuerzos serán tal vez en vano; que seguiré sin resultados por meses enteros, en persecución de mi sueño; ¡noches de insomnio que me aran el cerebro con este pensamiento único, entonces me sacude una rabia ciega contra todo y contra mí mismo! ¡Hay tantos elementos tan bellos, una especie tan fuerte de hombres a los que hay que lanzar hacia la agonía de México! ¡Y para hacer estas grandes cosas, para limpiar el gobierno que pesa sobre una tierra milagrosamente rica, para entregarla a la industria fecunda de la civilización, hace falta solo un poco de oro, y este oro no lo tendré!... Hace falta, sin embargo, que acostumbre mi pensamiento a esta última derrota de la esperanza que determina mi vida; si no, me veré reducido a tomar cualquier arma y a desembarazarme de una existencia sin sentido. </blockquote>
<blockquote>
«Mi amigo, cuando se rueda de abismo en abismo a través de las cataratas de la vida, hay horas en las que los están en medio de estas tormentas prueban una sed ardiente de descanso, y el descanso es imposible. Sentimos que sería una alegría profunda, y la necesidad irresistible del movimiento nos lleva muy a nuestro pesar hacia nuevas sacudidas. ¡Sea cual sea el medio en donde vivimos, todos obedecemos a un poder fatal, un genio del cielo o del infierno que está en nosotros, que nos domina, juega con nosotros, que nos hace vivir o que nos mata!... </blockquote>
<blockquote>
«¡Qué educación tan estúpida recibimos en Francia! ¿Yo querría saber para qué sirvieron nuestros diez años de colegio? Si tuviera veinte años y Sonora me faltara, como lo temo ahora, aprendería las diez o doce lenguas que se hablan en las <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Islas_de_la_Sonda">islas de la Sonda</a>, e iría a la aventura a los mares de la India. ¡Hay mucho que hacer en esta patria del tifus y de los diamantes!»</blockquote>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Él escribía también el 14 de diciembre de 1853:</div>
<br />
<blockquote>
«.... Te asombras, mi amigo, de que cuente tan poco con el apoyo que pueden darme mis amigos de Francia. ¡Por desgracia! creo en el egoísmo, en la cobardía, en la codicia, en todas las infamias. Creo poco, lo reconozco, en las devociones ciegas, las únicos que me sirven. Hace ya casi cuatro años que llevo en mí esta idea, la paseaba en mi cabeza cuando vivíamos juntos en los desiertos californianos; hablé de esto a todo el mundo, a los inteligentes, a los ricos; ¡y entonces! Exceptuando a los pobres aventureros, los desesperados de la vida, los rabiosos de la miseria, ¿a quiénes se asocia esto? ¡En Sonora exaltaba el coraje de mis hombres hablándoles de Francia! ¿Qué hizo por nosotros Francia? ¿Y sin embargo, quién puede negar que Francia es el primer interés de mi éxito? </blockquote>
<blockquote>
«De un día a otro, Sonora, Sinaloa, las altas y magníficas llanuras de Durango y de Chihuahua van a ser presa de los estadounidenses. Hay que prevenirlas. Echar en esta parte del Pacífico los fundamentos de un pueblo nuevo, es erigir una barrera, un poder rival que se prepara, y en un próximo futuro esta rivalidad podría ser el equilibrio del continente americano. </blockquote>
<blockquote>
«Nos escandalizamos en Europa de la expansión de los Estados Unidos, y tenemos razón. Si ellos no se dislocan, si no se eleva al lado de ellos un poder rival, por su comercio, por su fuerza naval, por su población, por su posición geográfica sobre ambos océanos, los Estados Unidos serán los verdaderos dueños del mundo. Dentro de diez años no saldrá un cañonazo en Europa sin permiso de ellos. </blockquote>
<blockquote>
No olvidemos que la independencia de Sonora sería proclamada por los sonorenses mismos; que yo desembarcaría en su país solo llamado por ellos. El país es tan rico que la emigración está segura. Unos años deben bastar para asegurar su independencia y ponerlo en condiciones de secundar la política europea. Tanto Francia, como España e Inglaterra estaría interesadas en este resultado. Que estas naciones no cuenten con México no parará nada, no impedirá nada. Ceguera, ignorancia, fanatismo, necedad, odio al extranjero, vicios inveterados, impotencia radical, esto es México, mi amigo. En el mismo momento cuando escribo esto, cincuenta estadounidenses intentan apoderarse de Baja California y van a tener éxito tal vez; esto es los Estados Unidos. Saca tú tus conclusiones...»</blockquote>
<br />
El señor De Raousset había llegado a obtener los fondos necesarios para la organización de una segunda expedición cuando los periódicos hablaron de la venta de Sonora a los estadounidenses por Santa Anna. Fue un flechazo para él; así es como él mismo habla de esto en una carta, con fecha del 28 de enero de 1854.<br />
<br />
<blockquote>
«En verdad, mi querido amigo, si yo no temiera a hacer el ridículo, diría que un genio maligno se ata a mis pasos para privarme, en el momento en el que voy gozarlo, del fruto de mis planes laboriosos. </blockquote>
<blockquote>
«A pesar del egoísmo estrecho que caracteriza a los vendedores o a los rapaces de este país, había llegado a reunir el capital necesario para invadir Sonora con un millar de hombres. Tan pronto como hubiera sido dueño de Guaymas y de la aduana, me encontraría a mano de los recursos suficientes para reunir un ejército de <i>niños perdidos</i> dispuestos a intentar todo contra las promesas de lo desconocido. Añade a esto también el partido considerable que tengo a Sonora. Reuní los medios, las armas, los buques, las subsistencias y a los hombres; solo me faltaba partir. En ocho días navegaría las olas como <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Hrolf_Ganger">Rollon</a>, con compañeros tan dignos como los normandos... ¡Entonces! cartas nos llegan de México anunciando la venta de Sonora a los Estados Unidos.</blockquote>
<blockquote>
«Mi sueño se desvaneció, y lo que es más desconsolador es que tengo la certeza de que la noticia es falsa... Mis proveedores de fondos lo creen también; pero con la duda, el dinero, que es santa, delicada, sagrada cosa, el dinero no se arriesga. Estos señores quieren esperar más noticias. Si Sonora no es vendida, me aseguran los medios de conquistarle. ¡Pero las ideas cambian tan rápidamente! ¡Los vendedores de candelas y de melaza, los abarroteros obtusos, los banqueros rapaces, los imbéciles que son todo porque tienen monedas, estos ladrones cobardes —¡que Dios los confunda!— son intrépidos hoy, mañana tímidos. Si olfatean <i>un bello golpe</i>, ellos prometen. ¿Qué una mentira para esta gente? </blockquote>
<blockquote>
¿«Qué idea, sin embargo, fue mejor hecha para ser comprendida por un hombre con dinero al servicio de una alta inteligencia y de un corazón compasivo? ¡Pero vaya pues a pedir inteligencia y corazón a esta sinagoga de usureros que se llama San Francisco! Hay aquí rateros honrados que poseen diez millones; hay miserables que roban o pierden cien mil piastras en una sola noche de juego; hay pillos que gastan, en un año, veinticinco o treinta mil francos de renta sobre el vientre de una... Y todo este mundo innoble, americanos y franceses, no consagraría un óbolo a la fecundación de una idea que puede dar la holgura a millares de hombres, abrir a la humanidad una nueva vía. No hay uno solo de estos millonarios, en los que algo noble podría justificar sus millones vergonzosos, que haya venido para decirme: "Lo comprendo, lo que hace es grande. ¿Le hace falta dinero? ¡Aquí está! Es poca cosa para mí, para usted lo es todo. ¡Tenga éxito!" ¡No! los que dan lo harán solo con la esperanza de tirar una gruesa usura de mi sangre y de la de mis compañeros... Es un mercado; ¡ellos ponen en él su dinero, yo, mi cabeza!<br />
«Sí, mi idea es grande. </blockquote>
<blockquote>
«México es un país donde la civilización puede entrar solo con violencia. Lo que Hernán Cortés hizo por el imperio de los aztecas, hay que empezarlo de nuevo hoy; hace falta que una raza más fuerte venga a tomar el lugar de los descendientes enervados de este gran hombre, mezcla impotente de dos razas también bastardeadas, los mestizos hispano-indios, peores que los pueblos que regaló a Carlos V. </blockquote>
<blockquote>
«Un pueblo no tiene derecho de dejar sus campos infecundos, sus minas enterradas, sus fronteras amuralladas; hay que perecer o andar con los siglos. </blockquote>
<blockquote>
«Aquí, millares de franceses languidecen en la miseria. Antiguos soldados, la mayoría, no teniendo la costumbre del trabajo, no ejerciendo ningún estado, no sirven para nada en la sociedad californiana, y sin embargo pueden devolver al mundo entero un servicio señalado abriendo a la industria de todos los pueblos este país cerrado, que, ciertamente, no tiene rival sobre el globo. </blockquote>
<blockquote>
«¿Se trata de empezar de nuevo las invasiones de la Edad Media, de robar y de masacrar, de gritar <i><a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Vae_victis">v</a></i><i><a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Vae_victis">œ</a></i><a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Vae_victis"><i> victis</i></a>, y de establecer la servidumbre? ¡Claro que no! Este abuso de la fuerza estará tal vez aún en nuestras costumbres, pero no en mi carácter. Mis hombres tendrán un sueldo y tierras; cada individuo se encontrará clasificado según su valor en la nueva patria. Ellos llevan con ellos la prosperidad y no la desolación. El pueblo de Sonora lo sabe bien; ellos están conmigo. Contra mí tengo a los grandes propietarios, a la oligarquía que estruja este desafortunado país, a los que sacan provecho de la explotación de los pobres diablos, y el que ven en la introducción de un elemento más iluminado el fin de su poder. </blockquote>
<blockquote>
¡«Sí, mi idea está grande, noble, llena de promesas! Es más atractiva que una novela, más intensa que una aventura. Pero nadie sacrifica dinero por una idea. ¿Quién lo pensaría? ¿Un resultado que solo interesa a la humanidad? Si ga caminando, mi valiente; ¡no podemos hacer nada por usted! ¡Oh, esta venta! ¡Si al menos fuera real! ¡Ya no puedo dormir!...»</blockquote>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
La tarde en que él escribió esta carta, se encontraba a mi lado en una mesa de la calle Merchant, entre quince o veinte pensionistas a quienes nada grande les preocupaba. Vi a mi pobre amigo, quieto, silencioso, levantarse sin terminar la la cena; tiró su servilleta sobre la silla y se fue sin decir una palabra. Esta naturaleza volcánica necesitaba más exhalar una cólera muy legítima que comer.</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Acabábamos de saber que un francés miserable había vendido la correspondencia del señor De Raousset a Santa Anna, quien, después de publicar extractos de la misma en el periódico El Universal, calificó al señor De Raousset de traidor y lo puso fuera de la ley. A esta noticia, Gaston, hastiado de tener que tratar con traidores, se presentó en las oficinas del <i>Messager </i>y publicó allí la carta siguiente, que fue reproducida por todos los periódicos:</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;"><b>«</b></span><span class="Apple-style-span" style="font-size: 14px; font-weight: bold;">San Francisco, 28 de febrero de 1854.</span> </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
Señor encargado de los asuntos de Francia, en México, </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Encuentro en <i>El Universal</i> una correspondencia mía, interceptada o, más bien, vendida. Este periódico ve allí un acto de traición, y publica a propósito un artículo muy injurioso hacia mí, sin que usted haya creído que debía retirarlo, cuando conocía que se cometía una injusticia. La Legación de Francia en México se mostró muy reservada en el momento de mis entrevistas con el general Santa Anna; esta actitud era conforme, sin duda, con sus instrucciones; pero me es difícil creer que la reserva oficial vaya hasta dejarme injuriar sin motivos por un periódico mexicano. Yo mismo debo rectificar los hechos, y me veo en la necesidad penosa de publicar la carta que tengo el honor de escribirle.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«<i>El Universal</i> se equivoca tremendamente al decir que ofrecí mis servicios al general Santa Anna; usted sabe lo contrario, y pido su testimonio. Sabe que el mismo señor Levasseur (ministro de Francia en México), le escribió al señor vicecónsul en Acapulco, al señor Dillon, (cónsul en San Francisco) y a mí mismo. Él lo hizo en los términos más apremiantes, con el fin de incitarme a venir a México; lo hizo bajo petición misma del general Santa Anna. Yo consentí difícilmente; tenía pocas esperanzas, y lo expresé al señor Levasseur. Es falso pues que haya ofrecido mis servicios. La correspondencia de la que hablo le es a usted perfectamente conocida.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«<i>El Universal</i> también se equivoca al decir que le hice diversas proposiciones al gobierno mexicano; usted sabe que me limité a responder a las que me fueron hechas. Usted asistió día a día a todo lo que pasó. Ningún proyecto de mi parte fue presentado si no fue por petición expresa del general Santa Anna. Usted lo sabe, y pido su testimonio. Un mes después de mi llegada a México, ya desengañado del valor de estas promesas tan comunes del gobierno mexicano, que nunca acaban en nada, le escribí a usted mismo con el fin de declarar mi resolución de regresar a California. El presidente me hizo enseguida nuevas proposiciones, y tuve la sencillez de creer en su buena fe. Un tratado fue discutido y aprobado en el consejo de ministros, lo que era de su parte una comedia y una mentira.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Me fueron hechas también proposiciones totalmente personales, y no me convinieron. Al aceptar ir a México no me ocupaba solo de mis intereses; mucha gente valiente había sido injuriada en Sonora; no era solamente mi propio asunto, era el de ellos el que quería negociar con el general Santa Anna.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Pasé, pues, cuatro meses en la ciudad de México, siempre a la disposición del gobierno mexicano, limitándome a escuchar sus proposiciones, siempre siendo paseado de un proyecto a otro, de una palabra a otra, no esperando mucho, pero queriendo, antes de resolverme a actuar como enemigo, agotar toda paciencia para obtener una reparación justa, tan conveniente a los intereses del México como a mis compañeros. <i>El Universal</i> me acusa de ingratitud; en realidad me gustaría saber lo que me obligaba a estar agradecido; y si todo, al contrario, no motivaba mi resentimiento.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Ahora hablemos de la carta vendida al gobierno, y publicada por <i>El Universal</i>. Tiene fecha del 27 de octubre. Usted no pudo olvidar, señor Encargado de los asuntos de Francia, que yo debía irme el 28, es decir el día siguiente. La puse esa misma tarde en un paquete bastante voluminoso, destinado al señor Ph. Martinet, vicecónsul de Francia en Mazatlan. El paquete contenía la correspondencia publicada por <i>El Universal</i>. Usted insistió en que yo retrasara mi salida hasta la llegada del correo de Europa; consentí, y le rogué aceptar el paquete destinado al señor Martinet. Si entonces el general Santa Anna se hubiera decidido, yo habría quemado la carta. Pero los ocho o diez días que siguieron fueron una pérdida de tiempo. La antevíspera de mi salida le informé a usted de la carta destinada al señor Martinet, y me fui de México después de cuatro meses de negociaciones inútiles, después de haber perdido mi tiempo a mis propias expensas. ¿Qué debía al gobierno mexicano? ¿Quién podía discutirme el derecho de armarme contra el general Santa Anna?<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«No es todo; por favor, señor Encargado de los asuntos de Francia, consulte sus memorias, ellas le repetirán nuestras conversaciones: "Si el gobierno mexicano negocia conmigo, lo serviré fielmente; pero si me trajeron aquí para jugar conmigo, es una afrenta de la que me vengaré ciertamente". Tal es el lenguaje que tuve en presencia de usted no una vez, sino a menudo. Permítame recordarle que tuve el honor de decirle, repetidas veces: "Hasta el último momento, es decir, hasta el día en que haya tomado las armas contra él, será cuando el general Santa Anna va a negociar conmigo". Fui tan franco como para hablar de la misma manera con el cónsul mexicano cuando llegó a San Francisco. Él me repugnaba de llegar a extremos tan violentas; esperaba una solución conforme con los verdaderos intereses de México y con los hombres que piensan como yo. Toda conspiración se haría superflua el día en que el general Santa Anna nos hubiera dado acceso a un país que miles de personas valientes consideran como una segunda patria. Usted conoce, señor Encargado de los asuntos de Francia, todos los hechos que acabo de relatar; ignoraba, es verdad, que su correspondencia con el señor Martinet llevaba un plan de conspiración; pero el pensamiento que lo motivaba le fue perfectamente conocido el 27 de octubre. Mi resentimiento y sus consecuencias no eran en absoluto un misterio para usted. Me es pues difícil suponer que la Legación de Francia haya creído deber permitir a <i>El Universal</i> ultrajar calumniosamente el carácter de un hombre venido a México bajo la protección del ministro francés. Abandonado por usted, señor Encargado, yo mismo me veo a disgusto forzado de enderezar imputaciones injuriantes, y de dar a mi carta una publicidad que exige la de la acusación.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«En resumen, el gobierno mexicano se negó a reparar las iniquidades indignas y el despojo cometidos por su predecesor. El 27 de octubre, todas mis ilusiones sobre la buena voluntad y sobre la buena fe del general Santa Anna se desvanecieron, toda relación entre nosotros terminó. Comenzando a armarme contra él, desde este día, hacía uso de mi derecho. Que escribiera de México o de San Francisco, mi derecho era el mismo. ¡El 27 de octubre, ya no era solo un conspirador, sino un traidor!... Creo, señor Encargado de los asuntos de Francia, que usted habría podido, sin comprometer su carácter oficial, hacer rectificar este insulto imprimido en <i>El Universal</i>. En los actos presentes de mi vida, sé muy bien, me juego la cabeza, pero mi honor permanece inatacable.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«¡Sí, conspiré, y me vanaglorio de eso! Indignamente afrentado por los agentes del gobierno mexicano que me pedían renunciar a mi nacionalidad o abandonar Sonora; no existía ningún tribunal en el mundo al cual mis compañeros y yo pudiéramos apelar esta iniquidad. El general Santa-Anna jugó con la Legación de Francia como conmigo mismo. No soy de los que ceden bajo un insulto. El general Santa-Anna me puso él mismo en las filas de sus enemigos. Conspirar con ellos me unirá a los que lo quieren destronar, es mi derecho. La caída del dictador es un hecho fácil de prever; ¿la historia del pasado no es siempre la del futuro? Soy paciente, y sé esperar. Desde el descubrimiento de mis proyectos, el miedo hizo sobre este gobierno lo que no había podido obtener la persuasión. Se decidió hacer a los franceses de California proposiciones de las cuales usted aprecia ciertamente el verdadero motivo y el fin; dudo que usted pueda verificar la veracidad de la sinceridad de ellos. En cuanto a la colonización mexicana, permítame recordarle la carta que tuve el honor de escribirle al señor ministro de Francia, el l de julio de 1852. Si mis proyectos personales les causan inquietudes a las cancillerías francesas, la situación de los franceses en México merece también sus consideraciones.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Me queda a aclarar un último hecho. ¿Quién es el miserable que vendió mi correspondencia? Fue enviada al señor Chaumont, francés, domiciliado en La Habana, habitante de Mazatlán desde casi quince meses. Estaba en relaciones con él desde hace más de un año. Si el señor Martinet le ha enviado a él mi carta, pudo ser vendida solo por él. </div>
</blockquote>
<blockquote>
«Tengo el honor, etc.;<br />
<span style="font-size: 14px;"><span style="font-weight: bold;">«Conde de Raousset-Boulbon.»</span></span></blockquote>
</div>
</div>
<br />
Algunos de los ensayos biográficos de los que hablé más alto creyeron que debían suprimir los nombres propios en ciertos pasajes de las cartas reproducidas. No vemos así en absoluto la marcha de la historia; creemos más conveniente llamar al pan pan y al vino vino, y a un traidor un traidor... Aquellos a quienes podría descontentar la exposición de una doctrina como esta solo tiene que darlo a conocer.<br />
<br />
Mientras tanto, el señor De Raousset no se desanimaba en absoluto. Furioso y agitado, a medida que los obstáculos crecían, su coraje crecía también. Él declaró abiertamente la guerra a Santa Anna, como nosotros mismos lo hicimos más tarde, un año después de su muerte, con un grupo de estadounidenses. Unas semanas bastaron para que armáramos dos buques y enlistáramos a doscientos cincuenta hombres destinados a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Revoluci%C3%B3n_de_Ayutla">apoyar a Álvarez y a Comonfort</a>; mientras que en la circunstancia actual, Gaston, habiendo rechazado el elemento estadounidense, encontrando que el capital francés no tenía entrañas, fue obligado a dejarse calificar de traidor por los mismos que lo habían traicionado, y esto sin poder vengarse. Era la guerra en contra de Santa Anna, se veía rodeado de varios millares de franceses desgraciados que solo querían irse, y no tenía medios para armarlos, embarcarlos y hacerlos combatir. Sin saber cómo comportarse para seducir a uno de los adoradores del ternero de oro, ofreció un día su cabeza como garantía, como en otro tiempo el gran <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Afonso_de_Albuquerque">Albuquerque</a>, en la <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/India_portuguesa">India portuguesa</a>, quien empeñaba sus bigotes como garantía de un préstamo necesario para la continuación de sus guerras. Las cosas lo apuntalaban allí cuando se supo que Santa Anna, asustado, acababa dado la orden al cónsul de México en San Francisco, el señor Del Valle, de enrolar a los franceses que querrían servir en México, y de dirigirlos inmediatamente a Guaymas. Él pensaba así desbaratar los planes del señor De Raousset. Este resolvió enseguida reunir un millar de hombres y de hacerlos irse con los gastos pagados por México. El cónsul publicó circulares en los cuales llamaba a todo voluntario que no fueran estadounidenses. Tierras, grados, sueldo, todo era prometido de manera fastuosa por la convocatoria; siempre es así.<br />
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Los franceses consentían a brindar el servicio, pero bajo la condición de mantener la nacionalidad francesa, y un año de servicio militar hacía perder la nacionalidad. El cónsul mexicano, ya sea por temor a comprometer su gobierno, o ya sea para atraer más fácilmente a los franceses (su misión primordial era la de enlistar, con la ayuda de los consejos del señor Dillon, cónsul de Francia), se retractó de lo que había dicho, no con relación a las tierras, sino con relación al año de servicio militar, que era lo que causaba todo el conflicto. Así es como se expresa un pequeño folleto francés publicado en México en 1855.</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Los estadounidenses arrestaron al cónsul Del Valle por haber violado las leyes de neutralidad al hacer reclutamientos sobre el territorio de los Estados Unidos. El señor Dillon fue también acusado y citado a comparecer frente a la Corte de los Estados Unidos. Él creyó que debía resistir a las intimaciones de la Corte y atrincherarse al amparo de sus prerrogativas consulares. Los estadounidenses emplearon la fuerza; el sheriff Richardson arrestó al señor Dillon, que con su pabellón se fue a la Corte, y fue soltado bajo caución.</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<blockquote>
«Todo se me destroza en la mano», escribía entonces Gaston; «¡pero no renuncio, no!, ¡no renunciaré! La vida no es nada; ¡dejaré allá mi cabeza si hace falta, pero jugaré mi parte hasta el final!»</blockquote>
</div>
<br />
El armamento del <i>Challenge </i>tenía a todo San Francisco emocionado; a menudo subíamos sobre <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Telegraph_Hill_%28San_Francisco%29">Telegraph Hill</a> para admirar este buque del cual los estadounidenses retrasaban la salida, después de haber hecho reducir a 400 el número de los hombres primeramente embarcados. El pobre señor De Raousset se entregaba entonces a reflexiones que se traducían en quejas, en exclamaciones febriles donde todo el mundo quedaba mal. Optaremos por no reproducirlas aquí. Citemos más bien las cartas siguientes, escritas por él un tiempo después de la salida del <i>Challenge</i>, el 2 de abril.<br />
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
La primera fue publicada en el <i>Écho d'Oran</i>.</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<blockquote>
«<span style="font-size: 14px;"><span style="font-weight: bold;">San Francisco, 8 de abril de1854.</span></span> </blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: justify;">
«Mi querido D., su carta del 27 de enero me llega hoy después de haber hecho un recorrido de los mil demonios para encontrarme, pues usted la envió a la ciudad de México, donde no he estado más desde noviembre. Respondo sin retraso, así como lo ve; nuestras memorias del pasado me son demasiado preciosas para que las suyas no hayan sido bienvenidas.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Usted me pide contarle tantas cosas, ya que me supone más ocio que el que tengo. Mi tiempo está ocupado de mil modos, y no podría, en realidad, hacerle saber más de lo que ya lo hacen los periódicos.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«No obstante, en cuanto a mi último viaje a México, la información debe ser tan imperfecta, que le envío el extracto <i>Messager</i>, publicando una carta mía sobre este tema. Si algún periódico de allá hubiera publicado alguna versión inexacta, podría devolverme el servicio de un buen amigo y rectificar los hechos.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Hoy, he aquí lo que pasa:<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Cuando me ví forzado a dejar la ciudad de México sin haber podido concluir ningún arreglo con el general Santa Anna, hice pedir mi pasaporte por intervención del Encargado de los asuntos de Francia. Hizo falta, para obtenerlo, una decisión del Consejo de Ministros. Lo logramos, no sin pena. Se había previsto que la intención del gobierno era la de eliminarme en el camino, cosa fácil, poniendo el asesinato a cuenta de los bandoleros que pululan en México. Rogué al Encargado de asuntos de Francia pedir una carta de derechos. Me la concedieron. Me presenté en casa del general Alcorta, Ministro de Guerra, y le anuncié que dos o tres días antes de mi salida, vendría para prevenirlo con el fin de preparar la escolta.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Unas horas después, por la noche, salí corriendo sobre un buen caballo. Hice trescientas millas en seis días a través de montañas cerca de las cuales su <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Atlas_%28cordillera%29">Atlas</a> es un pequeñín. Los caminos de este país ahora me son bastante conocidos para que un guía sea útil para mí, y adquirí, por otra parte, en mi vida errante tal costumbre de lo desconocido, así que nunca me extravío, etc...»</div>
</blockquote>
</div>
</div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
Él cuenta luego que a su llegada a San Francisco se ocupó de preparar una segunda expedición. Los capitalistas americanos, no queriendo cooperar con un movimiento francés, no mantuvieron sus promesas. «<span class="Apple-style-span">En cuanto a otros tenderos, banqueros, especuladores</span>», dice, «esta gente no abre su bolsa al llamado de grandes ideas.» Explica que luego que su correspondencia había sido vendida por un miserable, Santa-Anna, aterrorizado, le escribió a su cónsul, el señor Del Valle, para que ofreciera a todos los franceses que quisieran ir a Sonora tierras y pasaje gratuito.<br />
<br />
Así es como se hizo el armamento del <i>Challenge</i>, el cual los estadounidenses detuvieron justo antes de que partiera. El buque pudo irse a Sonora solo el 1 de abril con cuatrocientos hombres, de los cuales la mayoría le eran fieles. La detención del cónsul mexicano y del cónsul francés, el señor Dillon, por las autoridades americanas, son hechos bastante conocidos para que sea necesario comentarlos de nuevo. Él se expresa así al fin de otra carta:<br />
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<blockquote>
«En verdad, las buenas personas que me han acusado de no tener ideas fijas, de que empiezo un proyecto para pronto abandonarlo, nunca me vuelven a la memoria sin hacerme sonreír tristemente sobre la injusticia de los hombres. ¿Cuándo un proyecto no vale la pena de ser perseguido, qué tenemos que hacer sino abandonarlo? Otra cosa es abrazarse a una idea fuerte y consagrarse a ella. Esto no quiere decir que perseguiré eternamente la idea de encontrar un millón en los bolsillos estadounidenses para saldar una expedición francesa. No, no soy una piedra de molino. El día en que me será demostrado que mi actividad se gasta en un problema imposible, dejaré de buscar la solución. ¡Oh! Se equivocan bien los que, para juzgar a un hombre, toman distancia y adoptan una visión de conjunto sobre el total superficial de su existencia. No: cuando se quiere juzgar a un hombre que merece la pena, hay que recogerse, hay que acercarse, sondear su vida, penetrarla, y sobre todo, tratar de comprenderla. Son raros los hombres que juzgan así.»</blockquote>
</div>
<br />
Uno de sus amigos le hizo esperar cierto apoyo de parte del gobierno francés; esperamos mucho tiempo, pero en vano. El gobierno francés tenía otras cosas entre manos, <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Sitio_de_Sebastopol_%281854-1855%29">el sitio de Sébastopol</a> y su costumbre de descuidar lo que concierne a lo que no se puede ver más allá del mar. Gaston escribió entonces:<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<blockquote>
<span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;"><b>«</b></span><span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">29 de abril de 1854.</span></span> </blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: justify;">
«...Ya lo dije, no sabría repetirlo demasiado, el peligro está aquí y no en otra parte. ¿Cómo es posible que Europa se inquiete por tan poco? La regeneración de México es una necesidad política de primer orden.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«El tiempo va a venir, lo sé bien, en que el interés europeo se verá vivamente amenazado por la extensión formidable de los Estados Unidos. ¿Pero no deberíamos alarmarnos ya? Este pueblo que, en un espacio de cincuenta años se hizo lo que es; que amenaza a Cuba, a Canadá y a México; este comercio sin rival con su peligrosa energía, cuyos buques dan la vuelta al mundo y llaman a las puertas de Japón; ¡este pueblo y este comercio, se lo digo, serán los dueños del mundo antes de veinte años!<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Hace falta, pues, una barrera. ¿Dónde está? Que una guerra estalle mañana, y, qué van a decir los lameplumas diplomáticos... D<span class="Apple-style-span">esconfío que una alianza con México sea de alguna utilidad. El estado interior de este país pobre puede solo estropearse cada vez más en las manos de la raza bastardeada que vive en él. ¡México puede levantarse solo por la conquista!</span>«No se asombre, mi amigo, de verme abarcar México entero; no me atrevo a decir que está en mis planes, sino en la fuerza de las cosas. Tengo la convicción que mi obra, el establecimiento de los franceses en Sonora, será solo el primer paso de Francia hacia la ocupación de este país magnífico. Lo habríamos sometido veinte veces con una cuarta parte de las fuerzas repartidas en África desde 1830. Aquí no hay poblaciones guerreras, móviles e inasequibles, pegadas a otras costumbres, a otras ideas, al fanatismo de otra creencia. Hay grandes ciudades; pueblos ignorantes y dóciles, rotos por el yugo; tienen una administración, un gobierno, un ejército, formas de vivir, una religión y aspiraciones semejantes a las nuestras. No tendríamos que cambiar nada. Bastaría con devolver la vida a estas ficciones de gobierno y de ejército. Con veinte mil hombres, me encargo de mantener a estas poblaciones en una obediencia pasiva, y aun si fueran hostiles.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Le expongo mi idea en sus consecuencias políticas; no importa lo que digan los banqueros, es una gran idea, una idea fecunda; ¡consagro a ella mi vida, daré por ella toda mi sangre si hace falta!...»</div>
</blockquote>
</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Leemos después en <i>La Prensa</i> la carta siguiente:</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<blockquote>
<span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">San Francisco, 15 de mayo de 1854.</span><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
«Mi querido A. de Lamothe,</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
«El último correo no me trajo nada de usted; sin embargo mis cartas habían sido enviadas desde hace ya quince días. Este silencio debe hacerme suponer que no obtuvimos nada: lo esperaba. No queda más que actuar.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Partieron el 2 de abril, por el <i>Challenge</i>, cerca de cuatrocientos hombres. Ellos debieron llegar a Guaymas desde hace quince días. La mayoría de estos hombres se fueron solo en la convicción de mi llegada casi inmediata. Soy vigilado muy de cerca por la policía estadounidense. Los capitalistas, asustados de esta hostilidad, no quieren arriesgar un céntimo. Estoy solo y es necesario que actúe solo. Acabo de comprar un pequeño bote de diez toneladas, y me embarcaré allí, yo y otros siete, antes del final de la semana.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Si engaño la vigilancia que se ejerce aquí sobre todos mis movimientos; si escapo de los cruceros estadounidenses y mexicanos; si llego a la costa de México después de haber recorrido las 600 a 800 leguas que me separarán de Guaymas; si puedo entrar en comunicación con la tierra, veré si mis hombres todavía están en la ciudad. Si ellos están allí, desembarcaré inmediatamente.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Si mis galos, desanimados por informes falsos, desmoralizados por seis semanas de espera, se dispersaron y penetraron en el interior, entonces trataré de reunirles, cosa difícil y lenta. Deberé patrullar el golfo durante quince días por lo menos, y escapar de toda observación. Si puedo reunir doscientos, me apoderaré de Guaymas, me instalaré allí y trataré de traer refuerzos de California.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Una vez dueño de Guaymas, no me baso en sistemas y cuento con lo imprevisto.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«He aquí a lo que me he visto reducido; usted sabe lo que habría podido hacer si hubiera sido apoyado. Estoy convencido de que tengo diez posibilidades contra una en esta arriesgada empresa. Los mexicanos me pusieron fuera de la ley. Si soy arrestado, acabo como un pirata. ¡Alas! podré decir como Chénier, golpeándose la frente antes de que su cabeza cayera bajo la guillotina: “aún me quedaba algo <i>ahí</i>"».<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Agradezca al señor M... las simpatías se aprecian cuando uno está aislado. Adiós, y para siempre, probablemente.</div>
<span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">«</span><b><span style="font-size: 14px;">Raousset-Boulbon</span></b><span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">.»</span></blockquote>
</div>
</div>
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
En efecto, el <i>Challenge </i>se había ido; los estadounidenses, que tenían tanto miedo de Gaston como los mexicanos, se calmaban viéndolo todavía en las calles de San Francisco. Además, habían lanzado sobre el norte de México a su célebre Walker, el cual atacó primero Baja California, amenazando a Sonora. Él ya proclamaba el advenimiento de la república del Norte y tejía dos estrellas más en su bandera. Esto hacía que, por parte de los estadounidenses, se adelantaran a toda anexión francesa. Era un enredo con el apoyo de la doctrina Monroe, en todo caso. El señor De Raousset era vigilado sin cesar; le advertí de eso un día, hacia las dos de la mañana, en la esquina de las calles Merchant y Montgomery, y nunca olvidaré el aire melancólico con el cual me respondió: «Lo sé, señor De Lachapelle, consentí jugarme el pellejo, pero antes de ser abatido por una bala mexicana, quiero saber por qué y cómo,»</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Por la noche del 23 de mayo de 1854, Gaston de Raousset se embarcó sobre un pequeño <i>schooner </i>de doce toneladas, la <i>Belle</i>, comandado por un hombre sin capacidad ni coraje, uno de esos exoficiales, de esos exmarineros, que se balancean sin cesar y por tropas alrededor del señor De Raousset, con el fin de captar su confianza. Yo había censurado esta elección, como tantas otras veces; lo que pasa a continuación me dio la razón; también había dudado de la elección que había hecho para el jefe del batallón que iba en el <i>Challenge</i>; no me había equivocado.</div>
<br />
Para volver de allí a la Belle, gracias a la cobardía y a la ignorancia del señor Perseval, su capitán o piloto, ella nunca pudo pasar la barra del Golden Gate, porque el mar tenía grandes olas. El señor De Raousset estuvo a punto de echar al mar a esta especie de marinero. Hubo que volver fondear en <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Sausalito_%28California%29">Sausalito</a>. Advertidos por la noche, sus amigos pudieron, los bolsillos llenos de dólares a la mano, enrolar a marineros de buena ley, y embarcarles inmediatamente, y la belle volvió a levar la vela para Guaymas antes de que los estadounidenses se informaran sobre esta salida.<br />
<br />
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
Era el tiempo; otras dificultades se habían elevado entre el señor De Raousset y el señor Dillon. No hablaremos de las escenas que estas provocaron, ya que ellos dos ya no están con nosotros; diremos solamente que es a la falta de armonía y de lealtad que los franceses deben atribuir la mayoría de sus derrotas. Una vez disipadas estas nubes, Gaston se fue, como ya lo dijimos, después de haber enviado las cartas siguientes al señor Dillon en San Francisco y al señor Levasseur en México.</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<div style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px;">
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
«Señor Dillon, </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Cuando usted reciba esta carta, habré dejado California, y ya nadie podrá impedir mi llegada a Sonora. Usted más que nadie debía estar informado de antemano sobre esta salida. En el momento de tomar una decisión tan grave, me debo a mí mismo exponerle los motivos. No quiero dejar ni al error ni a la malevolencia la facultad de desnaturalizar mis proyectos, ni de empañar mi memoria, si debo sucumbir en mi empresa.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Si hay que creer en el rumor general, desde la llegada de los franceses a Guaymas, las autoridades trataron de dispersarlos. Su resistencia totalmente natural originó un conflicto. Aunque se pueda dudar la exactitud de esta noticia, la considero bastante probable para hacer de mi salida un deber imperioso.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Trayéndolos a Sonora, el gobierno mexicano, como no lo podemos dudar después de la lectura de las instrucciones enviadas a su cónsul, no tuvo otro fin que paralizar sus medios de acción: ¡es justo que este gobierno pague la pena de su perfidia!<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Dando cuenta de mis preparativos, publicando conjeturas sobre mis proyectos, los periódicos americanos los confundieron con las empresas calificadas como filibusterismo. El gobierno mexicano cree ver en en mi empresa actos de piratería. Usted conoce mis proyectos, señor; sabe lo que los distingue esencialmente de este género de expediciones. Como extranjeros en Sonora no tenemos el derecho de tomar la iniciativa, aun cuando fuera por su propio bien: esta iniciativa pertenece a los habitantes. Entonces, ellos la han tomado y nos llaman; nuestro derecho es responder a esta llamada. Es pues a una revolución totalmente nacional a la que vamos a prestar el concurso de nuestras armas...<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Las correspondencias y los numerosos informes que recibimos no dejan ninguna duda sobre las disposiciones de los habitantes. Su voluntad razonada, fundada y definitiva, es la de constituir un gobierno local, ilustrado y fuerte; de atraer la inmigración; de devolver a la industria humana un país magnífico, condenado a la miseria más atroz por una administración deplorable. La única ambición de los franceses es de concurrir a esta revolución que interesa a la humanidad entera; ¡la mía, señor, es la de consagrarme a ella por entero y de morir si hace falta, para asegurar su éxito!<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«...Hay que temer que los resultados de este tipo no puedan obtenerse sin una lucha sangrienta contra ciertos hombres que tienen su interés en mantener al pueblo sonorense en una servidumbre que detesta y de la que quiere librarse...<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Usted lo ve, señor, solo compruebo hechos bien conocidos por usted. Apoyados por la población misma, luchando al lado de ella contra unos tiranos ricos y pérfidos sostenidos solamente por una clientela mercenaria, tenemos el derecho de rechazar enérgicamente toda calificación que injurie nuestras intenciones. Hay que lamentar, lo repito, que su ejecución no pueda efectuarse sin derramamiento de sangre; ¿pero de quién es la responsabilidad? Mi proyecto de colonización, adoptado por el gobierno mexicano, podía hacer una fortuna de Sonora y satisfacer las reclamaciones justas de los afrentados del asunto Arizona. Jugaron conmigo y con mis compañeros.<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Vamos a actuar...<span style="text-align: right;"> </span></div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Creí, señor, que debí entrar en estos desarrollos con el fin de establecer distintamente cuál es el carácter de mi empresa y cual es el papel que los franceses van a jugar en Sonora. </div>
</blockquote>
<blockquote>
«Tengo el honor, etc.<br />
<br />
<span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">«Conde de </span><b><span style="font-size: 14px;">Raousset-Boulbon</span></b><span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">. »</span></blockquote>
</div>
</div>
<br />
<blockquote style="text-align: center;">
«Al señor Levasseur, en la ciudad de México: </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Encontrará adjunto, señor, la copia de una carta que le envío a M..., a San Francisco. No tengo nada que agregar escribiéndole a usted mismo, ella explica mi conducta y justifica mi partida. </div>
</blockquote>
<blockquote>
«Al llamarme a México para retenerme cuatro meses sin ningún resultado, el general Santa Anna mismo me puso las armas en la mano. </blockquote>
<blockquote>
«Declaro solemnemente, sobre mi honor de caballero y sobre mi fe de cristiano, que si el general Santa Anna hubiera confiado en mi lealtad, le habría servido escrupulosamente. Su desconfianza es un ultraje que no merecí. Es un ultraje hacia usted también, y debió sentirlo como tal. </blockquote>
<blockquote>
«Lo que emprendo hoy contra al general Santa Anna le dará una idea de lo que pude haber hecho a su lado. </blockquote>
<blockquote>
«Hoy, señor, no hago proposiciones, porque no serían convenientes; no amenazo, porque todavía no tengo el derecho, me limito a comprobar bien lo que es. </blockquote>
<blockquote>
«Todavía no sé si encontraré a mis compañeros en Guaymas; hasta puede que sea arrestado antes de llegar allá; pero el día en que los haya reunido, cuando los tenga detrás de mí, armados, determinados y socorridos por sus compañeros de California... la memoria de Hermosillo no se han borrado tanto como para que el general Santa Anna no pueda calcular la resistencia de la que seré capaz. </blockquote>
<blockquote>
«¿Cuál será, entonces, mi situación? ¿Qué quieren mis compañeros? Lo que ellos querían en 1852, lo que le pedí en vano a México, es decir justicia: la mina Arizona, es decir su propiedad y la mía. No es la venganza que nos anima, es el sentimiento del derecho y la necesidad de tomar partido en hacerla respetar... </blockquote>
<blockquote>
«Amo Sonora, señor; me gustaría servir este lugar, protegerlo, fecundarlo. Siempre estoy dispuesto a consagrarme con entusiasmo a las ideas que ya le he dado a conocer, pero no sé retroceder allí donde mi honor está en cuestión. </blockquote>
<blockquote>
«Obtendré justicia, estableceré a mis compañeros a Sonora, o moriré con las armas en la mano.<br />
<div style="text-align: right;">
«Tengo el honor, etc.</div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">«Conde de </span><b><span style="font-size: 14px;">Raousset-Boulbon</span></b><span style="font-size: 14px; font-weight: bold;">.»</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<br />
Esta enérgica determinación habría sido recompensada tal vez por un éxito brillante, si el <i>Challenge </i>hubiera llevado consigo solo a hombres honrados y leales; lo veremos más tarde.<br />
<br />
El <i>schooner </i>llamado <i>Belle </i>tenía a bordo pólvora, doscientas cincuenta carabinas y ocho hombres. Naufragaron en la isla Santa Margarita, situada sobre las costas de Baja California. Durante una decena de días estos señores debieron alimentarse de conchas. Habiendo llegado finalmente a sacar a flote su embarcación, levaron velas para Guaymas, a donde llegaron hacia el fin de junio. Desembarcaron a unas millas de la ciudad. Enviamos inmediatamente al comandante Desmarais dos hombres portadores de las instrucciones siguientes:<br />
<br />
«Esta misma noche, marchar con fuerza sobre el cuartel general mexicano y apoderarse de la ciudad; poner las autoridades civiles y militares en lugar seguro, etc.» Estos emisarios fueron reconocidos, parados, arrestados y ocultos, y el rumor de la llegada del conde recorrió la ciudad en un instante. Tal fue el resultado de este modo de entrar en materia. La emoción fue general. El señor De Raousset en persona se presentó, entonces, en Guaymas.<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/el-conde-de-raousset-boulbon-y-la_3768.html"><b>IR AL CAPÍTULO X</b></a><br />
<br />
<br /></div>
</div>
</div>
Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.818876535890638 2.346385413183611548.804180535890637 2.3219129131836116 48.833572535890639 2.3708579131836114tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-50539436625517528742012-02-20T21:01:00.000-08:002012-03-11T08:11:40.584-07:00EL CONDE DE RAOUSSET-BOULBON Y LA EXPEDICIÓN DE SONORA, CAPÍTULO X<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div>
<br /></div>
<div>
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<b><span class="Apple-style-span">X</span></b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Incitamos al lector a seguir muy atentamente la continuación de esta historia; preferimos cederle toda iniciativa en esta circunstancia, es decir, dejar al lector ser dueño de sus propias reflexiones. Tenemos que contar, para acabar, cosas muy tristes y muy bellas al mismo tiempo; no vamos demasiado lejos al decir que ellas forman parte, por así decirlo, de la historia de Francia.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Gaston descendió, en pantuflas, vestido a medias, hacia la una de la mañana, a casa de nuestro amigo común, el capitán Pannetrat; con su gorra y su barba inculta, parecía un verdadero náufrago. Al cabo de unas horas, su metamorfosis estaba completa; un poco de champán, la ropa limpia, etc., etc., ayudaron mucho a hacerle olvidar el naufragio en la isla Santa Margarita. Pasamos toda la noche en conferencia. Desde la mañana, el señor De Raousset pudo ver de frente al general Yáñez que, al otro lado de la calle, asestaba un catalejo contra la casa de Pannetrat; él ya sabía a qué atenerse.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La situación del batallón francés no era de las más tranquilizadoras; apenas podíamos contar con poco más de la mitad de los hombres. Riñas habían venido a enturbiar más de una vez la armonía entre los franceses y los soldados mexicanos. La embriaguez de una y otra parte estaba de seguro involucrada. Cuando no era el mezcal, era alguna señorita; los fermentos de la discordia eran demasiado reales y demasiado numerosos. Dos sinvergüenzas del batallón se habían muchas veces descuidado las costumbres y las creencias de aquellos entre quienes vivían. De su lado, los soldados y oficiales mexicanos, animados de este odio indecible y feroz que la sangre española siempre alimentó contra el extranjero, buscaban pelear a cada instante. Era necesario restablecer el orden lo más prontamente posible. Tenemos entre las manos dos cuadernos llenos de los órdenes del día sobre la dirección del batallón francés, órdenes del día emanados de sus dignos oficiales durante estas varias semanas de espera. No los reproduciremos, primero porque agregar esto a una ya larga historia podría cansar al lector y develar infamias que es bueno dejar en la sombra. ¡Pero qué muchos desórdenes, inepcias y tonterías en un grupo tan pequeño de hombres!... Sobra decir que había también buenos oficiales, voluntarios valientes, que hacían todos sus esfuerzos, más a menudo sin éxito, para remediar tal estado de cosas; también hacen ellos, en esta historia, un contraste afortunado que queremos a comprobar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Gaston concibió inmediatamente la idea bastante intrépida de ir a ver al general Yaûez, de separarle de Santa Anna, de reunirle a la causa de Álvarez, que acababa de pronunciarse, y de ofrecerle las carabinas mojadas y enmohecidas de las que estaba encargada la Belle. A esta idea no le faltaba su mérito; habría hecho falta solamente que los emisarios portadores de instrucciones, venidos la víspera, no hubieran sido arrestados y despojados. ¡He aquí que, pues, todavía, este señor De Raousset, valiente, armado de franqueza y de lealtad, empezó negociaciones diplomáticas con un general mexicano!... La conferencia duró dos horas. Yáñez se reservó mucho, declaró que si tomara las susodichas carabinas le reembolsaría el precio de compra, etc. Hubo gran cortesía de ambas partes, pero cuando nos separamos, la cuestión seguía en el aire; más o menos como tantas muchas otras cuestiones que la política hace eternas para dicha de los periódicos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las situaciones fueron mal definidas, los intereses opuestos: de un lado procurábamos seducir con una gran exhibición de franqueza; del otro lado hacíamos el papel de Tartufo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Algunos oficiales mexicanos vieron la llegada del señor De Raousset con una repugnancia mal disfrazada; un pequeño número de ellos se mostraban satisfechos, al contrario, hasta el punto de que un día que el señor De Raousset pasaba por la plaza pública, varios oficiales se pusieron de pie y lo saludaron con respeto. Otra vez que él pasaba delante del cuartel general mexicano, el oficial de servicio los hizo salir del puesto y presentar las armas. Esta acogida favorable junto a informes erróneos hicieron que el señor De Raousset cayera en falsas ilusiones que no podían ser de larga duración.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Su presencia en Guaymas causaba una cierta agitation que pronto fue explotada por negociantes que únicamente aprovechaban el estado de anarquía del país. Por otro lado, el gobernador parecía tomar medidas inusitadas; patrullas numerosas recorrían las calles de la ciudad noche y día; los puestos fueron doblados por todas partes. Esperábamos de un día a otro cuerpos de tropas regulares expedidas de Ures, de Arizpe y de Hermosillo, así como bandas de indios. La guardia nacional era armada sin cesar; emisarios recorrían Sonora en todas direcciones para convocar los refuerzos necesarios.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Previendo un conflicto, el gobernador tomó sus medidas; pero, como un verdadero diplomático, él halagaba con habilidad el carácter de los franceses; visitaba a los voluntarios del batallón, escuchaba sus reclamos, les hacía prometer que estarían muy tranquilo, les aseguraba que nada se tramaba contra ellos; los hacía perder, en una palabra, el beneficio de las circunstancias, el inmenso beneficio en la mayoría de los asuntos de este mundo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las riñas no continuaban menos; unos franceses que asistían a la fiesta del viejo Guaymas habían sido maltratados indignamente. Otro voluntario había sido apuñalado por un mexicano. La gente que se encargaba del pan fue atacada de improviso; se intercambiaron disparos... El horizonte se ensombrecía. El gobernador, alarmado, habiéndose ido en seguida al cuartel, fue recibido allá por el conde de Raousset y el señor Desmarais, comandante del batallón francés, con todos los honores debidos a su rango. El general Yáñez, a quien se alabó demasiado después, arengó calurosamente a los franceses, deprecó la conducta de los mexicanos provocadores y se hizo indirectamente su abogado, culpando sus excesos a la embriaguez, y prometió, sin embargo, actuar con rigor y con severidad contra ellos. Es lo que se llama saber ganar tiempo, con el fin de jugar mejor su partida. Nuestros demasiado crédulos compatriotas dijeron ¡vivas! sin número a favor del ilustre Yáñez, y hasta lo escoltaron hasta su cuartel general, y fueron desengañados apenas el día siguiente, cuando vieron a los bribones que Yáñez había prometido castigar, paseando por todas partes y desfilar insolentemente en las calles. Mientras tanto se continuaban desarmando los fuertes y el arsenal; convoys de municiones llegaban sin cesar al cuartel general; se estacionó allí un gran número de piezas de artillería. Se tramaba evidentemente algo. Desde hacía unos días, Gaston se encontraba asediado regularmente cada tarde por dos individuos de quienes tenemos que decir unas palabras.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El primero era uno llamado Young, que, después de haber sido condenado por robo en Mazatlán, estaba retirado en Guaymas; durante sus visitas al señor De Raousset, estaba habitualmente acompañado por el doctor C... A la salida de estas conferencias, se iba invariablemente por un camino desviado hacia donde el gobernador Yáñez... Adivinamos por qué... Vimos más tarde a este espía, en San Francisco, en las oficinas del Messager y procuró, en vano, influir en su redacción; él tenía, fácilmente, la cara más patibularia que se pueda imaginar. Young tenía como cómplice a uno de los miembros de una de las familias más ricas de Álamos, recientemente condenado por el robo de un collar de perlas. A partir de del 8, el día cuando cesaron las entrevistas entre el señor De Raousset y el general Yáñez, estos dos individuos, que se encargaron bien de nunca encontraste juntos frente al señor De Raousset, lo visitaron alternativamente cada tarde para prometerle el apoyo de los oficiales de la guarnición, y el de los habitantes del interior. Así se encontraba engañado, traicionado, día a día, minuto por minuto, el pobre señor De Raousset. Probaré, si hace falta, que entre estos dos espías, el vicecónsul Calvo, y otros afiliados, reinaba un concierto diabólico del cual no develaremos su trama sin provocación directa. Todavía debemos mencionar el matiz bastante numeroso de estos semitraidores que, todavía no sabiendo sobre qué lado vendría a inclinarse la balanza, se preparaban para saludar salida del sol, cualquiera que pudiera ser su horizonte.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En este momento, los franceses, impacientes e indignados, redactaron la protesta siguiente, la cual enviaron al señor Calvo, vicecónsul de Francia, con la esperanza de que la tomara cuenta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
«Señor cónsul, </div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«En presencia de los acontecimientos lamentables que han ocurrido en la ciudad de Guaymas, el batallón francés, representado por sus oficiales, cree que debe enviarle la exposición de los hechos siguientes:«Llegados hace tres meses, con fe en promesas cuya realización se ha alejado de responder a nuestras intenciones, conservamos, en medio de una población prevenida contra nosotros, hostil tal vez, la calma, la firmeza, la dignidad y el primer deber de los franceses; nuestros votos habían de rendir por nuestra inteligencia, nuestro trabajo, al precio mismo de nuestra sangre, nuestro bienestar personal solidario con el bienestar del país. Unos cuantos malévolos, cegados por un egoísmo interesado, abrigados bajo apariencias falsas de patriotismo, se han dado, desde nuestra llegada, la misión de sembrar entre nosotros y la población semillas de odio y de discordia: amenazas, provocaciones directas, todo han hecho para procurar sacarnos de los límites de la moderación que nosotros nos hemos impuesto.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Adivinando el fin de estos tenebrosos, nosotros nos contentamos con señalarlas a la atención de las autoridades superiores.«Bajo la presión del pánico que ellos se habían complacido en mantener después tanto tiempo, se dio lugar, la noche del 11 de julio, a una manifestación armada contra nosotros, una manifestación que las autoridades, por lo que sentimos que fue un error, parecieron autorizar por su presencia.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Todo el día 11 las municiones que quedaban en el fuerte habían sido transportadas al cuartel general; órdenes especiales habían convocado a la guardia nacional en armas en este cuartel, que, unas horas más tarde, tenía consigo a las notabilidades comerciales y administrativas, así como a familias falazmente alarmadas.«A la vista de estos preparativos, de los que nosotros no comprendimos ni el fin ni el alcance, nos limitamos a tomar medidas de precaución para ponernos al amparo de un golpe que podría haberse intentado durante la noche.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Esta mañana, 12 del mes corriente, los franceses, convencidos de una solución pacífica, se difundían como de costumbre y sin armas en la ciudad; unos miserables, soldados sin duda, se enfrentaron directamente contra nuestros desarmados nacionales, hirieron a tres; hizo falta toda la autoridad de los jefes para salvaguardar la vida de los agresores, que después fueron reclamados por la justicia del país.«Mientras tanto, Su Excelencia el gobernador general se transportaba sucesivamente a los cuarteles francés para visitar, de un lado, a los heridos, del otro, a los presos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Si nuestras intenciones habían sido aquellas que se nos son calumniosamente imputadas, nos habría sido fácil darnos garantías y retener entre nosotros al gobernador y el estado mayor que lo acompañaba. Tuvimos hasta el final confianza en la legalidad de nuestra causa y en las promesas verbales de las que se nos regalaba desde hace tanto tiempo. Dejamos que el gobernador se fuera libremente: unos minutos después, los individuos cuya malevolencia señalamos más alto, de manera traicionera, dispararon sobre franceses apacibles que pasaban por las calles.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«En presencia de los hechos susodichos y los peligros que pueden amenazarnos en el futuro, venimos a ponernos bajo la salvaguardia del pabellón nacional.«Le rogamos pues, señor Cónsul, para probar al gobierno francés que en medio de agresiones de toda naturaleza conservamos intacta nuestra reputación proverbial de honor y de lealtad, de asegurar por su firma la veracidad de los hechos señalados en el proceso verbal que mencionamos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«En nombre de la equidad, le rogamos, le requerimos, de intervenir con las autoridades mexicanas para obtener todas las garantías que reclaman las dificultades de nuestra posición. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«El comandante del batallón,</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b><br />
</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b>L. Lebourgeois-Desmarais. </b></div>
<div style="text-align: right;">
<b><br />
</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b>Loiseau, A. Bazajou, Martincourt, E. de Fleury,</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b>S. Perret, Didier, Terral, F. Canton, E. Laval, A. Sueur</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«<i>P.S.</i>: A la hora en que le enviamos este proceso verbal, sabemos que bandas armadas llegan, no sabemos bajo qué órdenes, e invaden la ciudad.»</div>
</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div style="text-align: justify;">
El vicecónsul de Francia, sabiendo cuán verdaderos eran los hechos articulados en la pieza precedente, (aunque procuraban no obstante atenuar su alcance), no vaciló en escribir bajo las cuatro expediciones de esta protesta las líneas siguientes:</div>
<div style="text-align: justify;">
<blockquote>
«Aseguro que el batallón francés, desde su llegada, se mostró fiel a las tradiciones de honor y de lealtad, y que nunca se vio culpable hasta este día de ninguna agresión hacia la población de Guaymas.</blockquote>
</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b>«12 de julio de 1854.</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«El vicecónsul, Joseph Calvo.»</b></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las tropas del interior llegaban diariamente en despliegues más o menos considerables. Para el día 11. los espías de quienes hablamos tuvieron una conferencia muy larga con el señor De Raousset; insistieron mucho en un acto militar armado: estaban, sin duda, bajo el consejo de este Yáñez, a quien algunos franceses ingenuos después trataron de convertir en un héroe. Un francés que, desgraciadamente, gozaba de la confianza del conde, le dijo con vehemencia: «¡Eh! ¡Señor De Raousset, acuérdese de Hermosillo! ¿No es usted el mismo hombre de entonces?... » Solo eso hacía falta para ponerle fuego a la pólvora. Enviarle una interpelación tal a este hombre había de exaltar todos sus sentimientos de honor caballeresco que ya la ahogaban; esto había que tomarlo como su debilidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El día 12, todos los franceses se reunieron, y una discusión general comenzó. Había que comprometer la partida; ¿en qué se convertía entonces la obediencia pasiva y, por consiguiente, la fuerza directiva?Al abandonar las discusiones, al permitirle al jefe del batallón conservar el mando de un ejército cuya alma era realmente él, ¿qué buscaba, pues, Gaston? ¿Salvaguardar su responsabilidad?... Este cálculo no es admisible por demasiado inhábil, y sin embargo los hechos parecen indicarlo. De seguro Gaston no procuraba en absoluto ponerse a cubierto de las balas mexicanas que lo mataron; él temía tal vez más los reproches de sus compañeros en caso de fallar. Este exceso de delicadeza no era menos una defecto: nada hay más fuerte que las posturas francas y nítidas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El señor De Raousset, habiendo reunido a los franceses, se expresó así:</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Mis amigos, hice mis pruebas, pienso, y aconsejando la prudencia, espero que nadie tome a mal el sentimiento al cual obedezco. Sí, somos amenazados, sí, vamos a ser atacados, no tengo más dudas al respecto que ustedes. Como ustedes, creo que lo arriesgamos todo si esperamos, pero sin embargo, todavía no tenemos derecho a dudar de la palabra del gobernador. Nombren una diputación, pídanle al gobernador rehenes como garantía moral, cañones como garantía material; pidan el desarme de estas bandas quiénes se amontonan alrededor de nosotros. ¡Nada más justo! ¡Si el gobernador se niega, es porque quiere la guerra! ¡Entonces!, ¡en ese caso, haremos la guerra! ¡Tendremos la victoria de Guaymas para como tuvimos la victoria de Hermosillo!»</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La diputación fue nombrada; esta volvió una hora después; el general Yáñez se había negado a recibirla. Por orden de Gaston, el comandante Desmarais hizo formar el batallón en cuadrado. El señor De Raousset se puso en el centro y habló con vehemencia; les dijo a sus compañeros que no había que contar más con la vía de las conciliaciones, que había llegado el momento de elegir entre sufrir las exigencias de las autoridades sonorenses o de combatir, es decir, de vencer o de morir. Ellos todos exclamaron que querían combatir al instante.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Con el fin de no ser acusado más tarde de haber exaltado o forzado a sus compatriotas, Gaston cometió la imprudencia, según nosotros, de presentarles la alternativa de una derrota: «En ese caso», les dijo, «no tendrá derecho a jueces; escojan; no quiero en absoluto pesar por ustedes; les dejo totalmente libres de convertirse en soldados mexicanos, sometidos a garrotazos, o de combatir por libertad de Sonora, por el honor del nombre francés. ¡La hora de las vacilaciones se ha ido! ¿Qué quieren hacer?» Hubo solo un grito, y no necesitamos decir cuál.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Nos pusimos en marcha a gritos de: <i>Vive la France!</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Algunas voces se elevaron para invitar al señor De Raousset a tomar el mando como jefe. Nuestro desdichado amigo estaba hecho para ese puesto, y no sabemos todavía por qué no aceptó serlo al menos por cortesía. Él respondió así:</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«¡No, mis amigos, no! Ustedes tienen a sus oficiales, los conocen, consérvenlos. No es el momento de aportar confusión a esta organización. ¡Unidad de mando, sumisión ciega a las órdenes del comandante! ¡Quiero ser entre ustedes como un voluntario más! Quiero el derecho de ser el primero en la vanguardia, en pleno peligro: ¡quien me siga estará seguro de ir más lejos!»</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡En realidad es increíble! ¿Todavía esperaba hacer creer en la realidad del reclutamiento mexicano? ¡ser solo un voluntario en un pequeño ejército del cual era la cabeza, el alma y la idea! Reconocemos humildemente que en esta circunstancia no lo comprendemos. Lamentamos mucho esta manera de comportarse, ya que el método contrario habría traído tal vez resultados muy diferentes. De lo que viene más tarde él escribiría: «¡El batallón tenía oficiales y un comandante y de quien debí respetar la susceptible incapacidad, e incluso dejarle el mando durante el combate!» Desde el momento en que él quemaba sus naves, el señor De Raousset debió quemarlas como dueño, no como subalterno; debió poner a un lado el singular alter ego del que se había servido hasta entonces, y actuar atrevida, abiertamente, su rol.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Antes de emprender el relato del combate, daremos la descripción siguiente de Guaymas, tal como la publicó en otro tiempo el doctor Pigné-Dupuytren en un pequeño folleto.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
Esta ciudad está situada sobre el borde de una bella y vasta bahía, y forma más o menos un rectángulo, cuya dimensión más grande se dirige de Norte a Sur. La mitad del lado sudoeste es bañada por la bahía, y la mitad norte se apoya en jardines bastante numerosos, todos cercados de murallas de adobe de cinco a seis pies de elevación; el norte de la ciudad se acaba en el camino a Hermosillo, bordeado de obras de ladrillo y de adobe; el Este limita, en toda su extensión, por una montañas volcánicas muy elevadas, de cumbres irregulares en peñascos, que dominan toda la ciudad; en el Sur se encuentran el cementerio y la bahía. La ciudad está dividida en islotes por cuatro calles que van del Norte al Sur y son cortadas en ángulo recto por una serie de calles que va del Este al Oeste. Una de las cuatro calles longitudinales (segunda llegando de la bahía) es mucho más ancha que otras; en su parte Norte se encuentra el cuartel mexicano que forma un vasto paralelogramo, en el cual tres lados están ocupados por edificios, y el cuarto, el que mira hacia la montaña, es limitado por una pared de adobes de doce a quince pies de altura. El patio interior es grande; los tres lados, proveídos de edificaciones, son dominados por un tejadillo ancho que forma una galería; estos edificios tienen solo un piso bajo recubierto por un tejado llano que forma una terraza circunscrita por todas partes de una muralla o un pretil de dos a tres pies de elevación. Este cuartel está edificado en parte con adobes, en parte con ladrillos. En la misma calle, pero del lado opuesto al cuartel, más o menos a 200 metros de este, se encuentra el Hotel Sonora, que solo tiene un piso bajo, dividido en cuatro o cinco salas. Detrás, una galería domina la bahía; detrás de la galería se encuentra un pequeño patio que tiene una salida al muelle. A la extremidad sur de la ciudad, a poca distancia una de la otra, se encuentran dos cuarteles: uno ocupado por las compañías francesas números 1, 2 y 3, y el otro por la compañía número 4. Cerca de la extremidad sur, del lado oeste de la ciudad, se encuentra el fuerte, montículo rocoso, sin gran defensa, que domina el puerto y la ciudad, y que puede servir de almacén, pero que es completamente inútil para cualquier defensa o resistencia. Finalmente añadiré que todas las casas de la ciudad constan de solo un piso bajo y una terraza, la cual está siempre, como en los edificios citados, rodeada de una cerca de dos a tres pies de altura.</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El batallón, dividido en cuatro compañías de setenta y cinco hombres cada una, salió del cuartel a las tres. Íbamos al combate sin ánimo. La fatiga, la emoción de los días precedentes, la privación de alimento y de sueño, el conocimiento de divisiones que sabíamos que existían entre los franceses mismos, todo contribuía a reducir la confianza de unos y a enfriar el ardor de otros. De cualquier modo no abrimos fuego sin una cierta vivacidad. La cuarta compañía debía ir a lo largo de la bahía y ocupar el Hotel Sonora; otros debían dirigirse del lado Este y marchar sobre el cuartel general mexicano. El enemigo abrió en seguida un fuego que llovía desde lo alto de las terrazas, mientras que su artillería barría la gran calle por donde se adelantaba la columna francesa más fuerte. El comandante Desmarais perdió la cabeza, en el momento de la primera descarga, pues se puso fuera de sí y no cumplió más su papel. Un desorden indecible resultó.... ¡He aquí los hombres!... Si Gaston hubiera sido el comandante oficial de esa columna, como lo era el alma, con su mirada, su valentía de león, habría incitado hasta al más cobarde, hasta al más traidor. Pero no fue en absoluto así. Algunos voluntarios combatieron con la valentía de la desesperación; otros huyeron sin escuchar la voz de sus jefes. La primera descarga de la artillería mexicana sembró el suelo de cadáveres franceses. El señor De Raousset, que luchaba con rabia, en medio de un granizo de balas, se vio pronto rodeado tan solo de una veintena de sus hombres. Con tan pocos auxiliares, desmontó sucesivamente casi toda la artillería mexicana. El general Yáñez mismo se echó entonces a servir una pieza de cañón. Esta audacia reanimó el coraje de sus soldados, y la lucha se hizo más ensañada que nunca. Gaston, lanzándose entonces hasta la pared del cuartel, hizo una llamada suprema a unos valientes que lo seguían, con el fin de dar el asalto. Era un momento decisivo; un esfuerzo, y nos llevábamos el cuartel general, es decir la victoria. ¡Alas!... ¡Dos o tres hombres solamente respondieron esta llamada!... Su sombrero estaba acribillado de balazos, su camisa roja perforada de dos heridas de bayoneta, y sin embargo su sangre no fluía, porque la muerte que él buscaba todavía no lo requería.</div>
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Mientras tanto, la cuarta división se había apoderado del Hotel Sonora y se mantenía allí mal que bien. Andando sobre el cuartel mexicano, el tercero se había dejado romper, y la mayoría de sus miembros, divididos en grupos de quince o veinte hombres, se había dispersado en diversas direcciones. Por todas partes había solo desorden y confusión. Por aquí había combate en exceso, coraje y lealtad; por allá debilidad o ineptitud; más lejos, cobardía y traición mal disfrazadas.</div>
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El señor De Raousset, viéndose casi solo, debió dejar su peligrosa posición y reunió los restos del batallón. Su cabeza desnuda, sus ojos húmedos de lágrimas que resplandecían de rabia. Guardaba silencio. Batiéndonos en retirada de calle en calle, acabamos por encontrarnos todavía un total de cincuenta a sesenta hombres. Oímos una descarga de fusilería bien nutrida del lado del Hotel Sonora. «Vayamos, mis amigos!» exclamó Gaston, «hagamos un esfuerzo más!... ¿Quién me sigue?...»</div>
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<br /></div>
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Apenas unas cuantas voces aisladas le respondieron. «No tenemos más cartuchos», dijeron unos... «Vayamos al consulado», dijeron otros. Esta última invitación fue sin duda del gusto de la mayoría, pues este rebaño de hombres desmoralizados tomó inmediatamente la dirección de la casa de quien el Messager designó después con el nombre de «el Hudson Lowe del Pacífico», nombre consagrado mil veces por la prensa de los Estados Unidos. ¡Se fueron a casa del señor Calvo! Gaston rompió su espada y siguió en silencio a sus compatriotas.</div>
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El señor Calvo declaró que protegería en su pabellón a todos los que abandonaran las armas, que él garantizaba salvarles la vida: esto sin reprochar ni hacer ninguna otra observación a los supervivientes del batallón.</div>
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Calvo tenía prisa de verlos desarmados; los que restaban todavía lo hacían temblar. Entonces, uno de nuestros amigos exclamó con una voz fuerte y distinta: «¿Y qué hay del señor De Raousset, nos garantiza su vida?» «¡Sí, sí!» ¿dijeron entonces un gran número de voluntarios, del señor De Raousset, nos garantiza salvar su vida?...» El señor Calvo pareció vacilar, pero, advertido por unos vecinos que le dijeron que el combate iba a empezar de nuevo, este hipócrita extendió la mano y con una voz muy nítida, muy clara, dijo: <i>«¡El señor De Raousset también, también garantizo salvar su vida!»</i></div>
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<br /></div>
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Un triste silencio sucedió a esta declaración; la agitación se calmó poco a poco. Ciento cincuenta franceses se encontraban reunidos en el consulado; oíamos la descarga de fusilería del lado del Hotel de Sonora, eran los restos de la cuarta división que se replegaba poco a poco hacia el consulado, sobre el que habíamos enarbolado una bandera blanca; el resto de la división se había hecho masacrar en el hotel en cuestión.</div>
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<br /></div>
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El día estaba a punto de acabar, el fuego había cesado de todas partes; el cónsul se presentó en casa del gobernador, quien exigió la entrega inmediata entre sus manos de todas las armas depositadas en el consulado.</div>
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Las autoridades mexicanas se presentaron allá en seguida, se apoderaron de los franceses, los dividieron en dos categorías y los condujeron a prisión. Los oficiales fueron puestos aparte, numerosos puestos se establecieron en toda la ciudad. Los residentes franceses de Guaymas que no habían tomado ninguna parte al asunto, fueron igualmente arrestados y puestos en prisión.</div>
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<br /></div>
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Gaston se había acostado en una cama, todavía con las botas puestas, en una de las habitaciones del consulado. Contrariamente a lo que se ha dicho, no trató de huir, no echó una mirada del lado del mar; por otro lado, los que se habían quedado sobre la Belle habían izado prudentemente las velas en cuanto supieron de la derrota de sus compatriotas. Se fueron al norte del golfo, donde encontraron su tumba. Cuando fue invitado a huir, Gaston respondió así: «¡No tengo nada que temer, estoy bajo el cuidado de la bandera de Francia!»</div>
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<br /></div>
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El general Yañez, escoltado de todo su estado mayor, visitó las prisiones. Él se difundió en violentas invectivas contra los franceses, que guardaron un triste silencio.</div>
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<br /></div>
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El combate de Guaymas había durado más de tres horas. Treinta y tres franceses habían quedado sobre el campo de batalla; hubo más de cincuenta y nueve heridos. De los más de mil ochocientos mexicanos que participaron en la batalla, se encontraron treinta muertos y ciento veinte heridos.</div>
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El aislamiento en el cual se retenía al señor De Raousset mantenía vivas las aprensiones. Todo el mundo recordaba la promesa del cónsul de Francia; contábamos también con el discurso del general Yañez, más que con el del señor Calvo. Cuando al cabo de dieciocho días, se supo que el señor de Raousset sería traído frente al Consejo de Guerra, toda ilusión se perdió. si el señor Calvo hubiera visitado las prisiones, se le habría recordado su promesa a favor del señor De Raousset; ¡pero después el señor Calvo renegó audazmente su discurso! Es este el lugar de una cita que tomamos prestada de un serial publicado en otro tiempo por el doctor Pigné-Dupuytren en el <i>Messager </i>de San Francisco:</div>
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<br /></div>
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<blockquote>
«A partir de este momento, señor cónsul, usted es visto por todos, hasta por los que todavía tienen por usted una cierta estima, como un hombre sin fe y sin honor. Su promesa fue tan pública, tan nítida, tan categórica, que todos los que la oyeron de su boca se han indignado de su retractación, la que cualificamos de infamia. Entonces, sepa, señor Calvo, que hay veinte personas listas para jurar delante de Dios que le oyeron decir: "Depongan sus armas, y les garantizo que salvarán la vida todos, y también el señor De Raousset." En cuanto a mí, que escribo estas líneas, juro sobre mi honor haberle oído decir esto; juro sobre mi honor también, que sin esta promesa, un buen número de mis compañeros habría vuelto al combate, y habríamos empezado de nuevo una lucha a muerte antes que consentir ver a alguno de los nuestros delante de los tribunales militares de México, porque sabíamos que esto era enviarlos a la muerte. Pero su promesa nos había desarmado; hoy usted lo niega. Ahora, esto puede ser muy político, muy diplomático, tal vez hasta el acto de un buen negociante; pero tenga la plena seguridad de que los hombres de buen corazón lo ven como un miserable.»</blockquote>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El señor Calvo, lejos de procurar que los franceses fueran alimentados convenientemente y tratados con compasión, se presentó en la enfermería solo una vez. No levantó la voz ante ninguna de las circunstancias penosas por las que tuvieron que pasar nuestros compatriotas. Estos últimos, divididos en escuadras, al día siguiente del combate, fueron llevados al cementerio, donde se les forzó a cavar anchas fosas. Ellos cumplieron esta tarea creyendo que cavaban sus propias tumbas; eran solo las de las víctimas del combate, pero era también un refinamiento de la crueldad de los mexicanos. El cónsul estadounidense, el mayor Roman, visitó casi todos los días a nuestros compatriotas, y les sirvió de mil maneras; él protegió tan enérgicamente a los estadounidenses que habían tomado parte del asunto, que les obtuvo, como pudo, todas las satisfacciones deseables. Veinticinco bastonazos fueron administrados a un sargento mexicano que había maltratado a uno de los presos estadounidenses bajo supervisión del mayor Roman. Así es como deben hacerse representar y respetar las grandes naciones. En un periódico estadounidense encontramos una carta con fecha del 1 de diciembre de 1857, de Guaymas, en la cual se dice que los principales residentes franceses de esta ciudad se esfuerzan por obtener respuestas del señor Pepe Calvo, vicecónsul de Francia. Se dice que este señor, nacido en las islas Filipinas, de padres franceses, ha ejercido funciones consulares desde hace muchos años. El corresponsal añade que durante la campaña del señor De Raousset, el señor Pepe Calvo jugó un rol muy singular: asegurarse de que los primeros franceses que se opusieran a la renovación del combate y hablaran de huir al consulado francés, después del asunto, serían proveídos de sumas considerables. ¿De dónde venía este oro? Los residentes franceses, añade, examinaron minuciosamente todas las circunstancias de este drama, y de su investigación ha resultado para ellos la convicción de que el señor Calvo no se portó como convenía a un representante de Francia.</div>
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La instrucción del proceso comenzó el 10 de agosto. El defensor del señor De Raousset era un capitán hecho prisionero por él dos años antes, en Hermosillo; él reconocía sinceramente las bondades que se habían tenido con él en ese entonces. El comandante y los oficiales del batallón, cuyos nombres están bajo la carta antes citada dirigida al cónsul, buscaron, a excepción de uno solo, disculparse a costa del señor De Raousset. Ningún testigo de descargo fue escuchado. Gaston, siempre tranquilo, intrépido y generoso, tuvo a bien escribir más tarde, en vísperas de su muerte, las líneas siguientes:</div>
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<br /></div>
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<blockquote>
«No dije una sola palabra que hubiera podido levantar sobre nadie la menor sospecha de complicidad; no pasó así con los desdichados por los cuales me consagré. De más de doce hombres del batallón que han sido interrogados, entre ellos cuatro oficiales, el comandante, el oficial contable y dos capitanes, once intentaron disculparse a costa mía; uno solo, llamado Bazajou, respondió convenientemente. Perdono a estos ingratos.»</blockquote>
</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Tiempo después el señor Pannetrat me contó un sueño horrible que el señor De Raousset había tenido. días antes del asunto. Se había despertado sobresaltado y pegando gritos; su figura estaba cubierta de sudor, su mosquitero totalmente desgarrado; acababa de soñar que había sido traicionado, ejecutado, entregado a sus enemigos.</div>
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<br /></div>
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Cuando el oficial mexicano Borunda hubo acabado su acalorada alegata, el señor De Raousset le apretó la mano y le dijo: “Soy demasiado pobre para reconocer convenientemente lo que le debo; acepte esto y guárdelo en memoria mía,» y, separando su sortija de sello, la pasó a las manos de su defensor, demasiado emocionado para responderle. Borunda se negó a aceptar más tarde diez onzas de oro y un bello caballo de silla que le ofrecía el señor Pannetrat; muchos oficiales mexicanos habrían querido estar en su lugar.</div>
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<br /></div>
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El conde de Raousset-Boulbon fue condenado a muerte como conspirador y rebelde, por unanimidad de voces. El señor Martineau, intérprete oficial, se rehusó a leerle su sentencia, diciendo que los jueces mismos pronto se arrepentirían; fue destituido en el acto.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El señor De Raousset fue puesto inmediatamente <i>en capilla</i>; es decir en una habitación en el fondo de la cual estaba un altar. Cerca de su cama se encontraba un ataúd; en las paredes, en las cortinas de su cama había letreros que llevaban la inscripción siguiente: ¡Solo resta morir! Un gran número de cirios encendidos alumbraban esta escena lúgubre. El preso apenas les puso atención. Él se ocupó de poner orden a sus asuntos. Trabajando, conversaba con el señor Pannetrat, hablaba de la muerte del mariscal Ney y de otras cosas similares.</div>
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<br /></div>
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El coronel Campusano, presidente del consejo de guerra, y conocido después con el nombre de «el verdugo de Guaymas», era al mismo tiempo capitán del puerto, comandante de plaza y juez de instrucción. Sus antecedentes eran de los más deplorables. Constantemente de acuerdo con los contrabandistas, robaba al Tesoro; como abastecedor general del gobierno, pillaba las administraciones civiles y militares. He aquí lo que dice de él el serial del <i>Messager </i>que ya hemos citamos antes:</div>
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<br /></div>
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<blockquote>
«Este Campusano ha sido condenado a la degradación militar y a la pérdida de todos sus títulos y funciones como traidor a su patria, porque, sobre el campo de batalla, pasó al lado enemigo. El mismo Campusano ha sido condenado a la degradación civil y a la pérdida de todos sus derechos de ciudadano por el crimen de bigamia; y hoy, aunque reintegrado en sus derechos militares, la degradación civil no pesa menos sobre él. Una de sus mujeres legales vive en Tépic; otra mujer legal vive en Ures, y, el marido legal de estas fue visto en Guaymas con dos amantes a quienes mantiene a costa de sus robos. Los señores Busquet y Breban, restaurantistas asociados, murieron en el combate del 13 de julio; pocos días después, el coronel Campusano, rellenando este día las funciones de subastador, puso sin aviso previo su establecimiento en subasta. Antes de la apertura de la subasta, él ordenó expulsar de la sala a un individuo que sabía que tenía ganas de comprar, y sobre la primera tasación, adjudicó el establecimiento una de sus amantes. Este establecimiento, que contenía más de mil piastras (5 000 francos) en material y provisiones, fue vendido a 83 piastras (410 francos). Pero, después de la venta, había que ajustar, y entonces los gastos, que volvían al bolsillo del subastador, absorbieron la totalidad del precio de la adjudicación. Convendremos que es imposible poner más orden y economía en sus asuntos. ¡Y es un hombre semejante el que fue el juez instructor del proceso de De Raousset, y el presidente del tribunal militar que lo condenó!»</blockquote>
</div>
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<div style="text-align: justify;">
Los otros jueces no valían más que su digno presidente. Para ellos es todo el honor de la sentencia que han dado, excepto la parte, claro, que pertenece a Calvo y sus cómplices. La noticia de la condena de muerte dio lugar a diversas manifestaciones. Mientras que los guardias nacionales que pelearon en Hermosillo se entregaban a la alegría y desfilaban en las calles con música viva, una parte del ejército regular y algunos oficiales no disfrazaron en absoluto su dolor. Fue cuestión de un levantamiento en su favor. El mayor Roman, cónsul estadounidense, pidió dos veces al señor Calvo reunirse con él y con el gobernador con el fin de obtener el perdón para el señor De Raousset; dos veces el señor Calvo respondió que él no podía intervenir, que la justicia del país debía seguir su curso, etc. El señor Roman, indignado, no pudo evitar condenar abiertamente la conducta de su colega.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La misma tarde, el señor De Raousset hizo llamar al señor Pannetrat, que se deshizo en lágrimas; el conde hizo lo que pudo para consolar a nuestro amigo común. Hablaron una media hora acerca de asuntos íntimos: Gaston, a menudo, repetía que él había sido condenado solo como conspirador y rebelde, lo que le hacía de él solo un condenado político. Él tenía razón de estar satisfecho de esto, porque la posteridad se encarga a veces de interpretar la sentencia de estos condenados y de hacerlos mártires de la civilización; él presentía tal vez que un día sería saludado por las generaciones futuras como el mártir de Sonora. Nosotros somos de los que creen que esta idea ya le sonreía a su alma ávida de gloria, y que no contribuyó poco a mantenerlo en la actitud firme que asombraba a todos sus verdugos.</div>
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<div style="text-align: justify;">
Pasó una parte de la noche escribiéndole a su familia, a unos amigos, cartas que respiran la moral más pura, la fe, la sensibilidad, la inteligencia, nobles atributos de estas grandes almas, que Francia deja a veces extraviarse tan lejos de ella. Él temía por esta numerosa correspondencia que debía pasar necesariamente por manos del señor Calvo, y nosotros supimos de parte del señor Pannetrat, el único intermediario admitido, que Gaston obtuvo la seguridad de ver sus cartas alcanzar su destino solo si estas contenían menciones favorables hacia el señor Calvo. Este último se quejaba del modo en el que el señor De Raousset le había pintado y juzgado anteriormente, en diversas ocasiones, sobre todo en California, que es de donde le había venido la opinión, y quería blanquearse con la tinta de su víctima, antes de pagar su sangre...</div>
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<br /></div>
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Puede jactarse de haber tenido un singular éxito.</div>
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Al presentarse el señor Calvo en la capilla del prisionero, este le expresó de nuevo sus temores sobre la suerte de sus cartas y algunos objetos que quería enviar. El señor Calvo le juró, sobre su honor, que todas sus voluntades serían ejecutadas religiosamente; luego le imploró al señor De Raousset una retractación de lo que hubiera podido escribir contra él. Gaston debió consentir, por prudencia. Él le escribió a este hombre una carta reparadora, y hasta rogó a su hermano destruir todo lo que en sus papeles podría ser ofensivo para el cónsul. Son los mismos papeles que, de San Francisco, el autor de este libro y el señor Pannetrat enviaron, por intervención de señor Mersch, al hermano de Gaston.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El señor Pannetrat, llamado por tercera vez esa noche, recibió del señor De Raousset las comunicaciones verbales destinadas a serme transmitidas, y a echar un poco de luz sobre lo que pudiera tener de misterioso en el fondo este drama. Circunstancias inesperadas nos exigen mucha reserva.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Escuché pues, el clamor supremo que mi amigo me envió en una carta sublime, una carta en la cual me confía el cuidado de su memoria. Ahora podía comprenderlo mejor que antes de separarnos. Previendo el caso de no poder comunicarnos, habíamos fijado perfectamente sobre cada uno cada cosa. No obstante, no podemos ir más allá en esta senda sin darnos de topos solo con sepulcros; pero sin embargo faltaría a mi deber de historiador imparcial si no hiciera mención del hecho siguiente:</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Entre las cartas que el señor De Raousset le confió, sin sellar, al señor Calvo, hay una que todavía no salió a la luz; fue enviada al señor Dillon. ¡El señor Calvo se negó a permitir esta carta la primera vez porque le pareció demasiado fuerte!... «Ruegue al señor De Raousset escribirle al señor Dillon en términos menos duros» dijo el señor Calvo al señor Pannetrat. Gaston escribió entonces una segunda carta que llegó a su destino a pesar de los reproches y la amargura de la que fue rellenada. Incluso nos abstendremos de reproducir la primera línea, que es una acusación seguida de un perdón... Al haber muerto el señor Dillon, yo, el autor de este libro, me detengo y no procuro más compulsar ningún documento...</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
A petición del señor De Raousset, el señor Pannetrat destruyó un paquete de cartas comprometedoras para varias grandes familias de los estados de Sonora y Sinaloa. La mayoría de estos actos se cumplieron con orden y calma, a menudo bajo el ojo del señor Calvo, que venía para echar una mirada furtiva a través de los barrotes de la prisión.</div>
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<div style="text-align: justify;">
¿No conviene admirar a este hombre que en vísperas de morir muestra todavía tanta nobleza de sentimientos para perdonar a unos y consolar otros? Le habían dejado sus pistolas en la esperanza sin duda de no tener que ejecutarle; pero, como él lo declara en una de sus cartas, el suicidio era, en sus ojos, una cobardía, y no le pasó por la cabeza ni un segundo.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Habiendo sabido del señor Calvo que todo condenado debía morir de rodillas y con los ojos vendados, el conde se rebeló y no pudo contener su indignación, él que, cuando niño, había abandonado el colegio antes de ponerse de rodillas diciendo: «¡Hay ponerse de rodillas solo delante del Dios!» Tomó la pluma, le escribió al gobernador. El general Yáñez tuvo, no diremos la generosidad, sino el sentido común de acceder a su petición, y procurar que la ejecución se hiciera de manera conveniente, como lo veremos después. Durante todo el curso de este asunto, Yáñez mostró más diligencia y perfidia que otros generales mexicanos, y eso es todo. No podemos tomar en serio los elogios obligatorios que el pobre preso fue forzado a conceder a sus verdugos, bajo pena de ver su correspondencia confiscada. ¡Nos preguntamos solamente si hay algo más odioso en la historia que los hombres que imploran palabras de elogio por parte de quien ellos llaman criminal!... Es a Yáñez a quien se deben las defecciones parciales del batallón, los retrasos hipócritas que demoraron el combate quince días!</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando el señor De Raousset lo hubo acabado con los asuntos pendientes de este mundo, enfocó su pensamiento en el más allá, e hizo pedir un sacerdote. Tuvo la dicha de verse asistido, no por uno de estos sacerdotes miserables que forman la mayoría del clero mexicano y que deshonran la religión, sino por un hombre de un mérito verdadero, don Vicente Oviedo. Venido para consolar al preso, el pobre sacerdote se vio tan emocionado que las palabras no lograban salir de sus labios, y sus ojos se desbordaban de lágrimas. Fue entonces que Gaston mismo, con la calma de un cristiano y el coraje de un caballero francés, se dedicó a consolarlo. Él hablaba con asco profundo de las vanidades de este mundo, que habían tomado tanto espacio en su vida. Su alma parecía cernerse en alturas sublimes donde la imaginación del confesor no podía seguirla; él pintaba de modo tan brillante, tan radiante y tan dulce al mismo tiempo, las glorias, las felicidades de la otra vida, que el sacerdote mismo permanecía a menudo asombrado, y lo escuchaba religiosamente. ¡La conferencia había durado tres horas!... El pobre sacerdote se levantó, lo abrazó varias veces, y se retiró, con lágrimas en los ojos, diciendo: «¡Este hombre es un santo!»</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Versos como los siguientes, que hemos encontrado en sus papeles gracias a la complacencia de Sr. conde Edme de Marcy, no son los de un santo?</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: center;">
¡Bendito seas, Señor! En este mundo breve,</div>
<div style="text-align: center;">
donde cada sueño se va como un vapor</div>
<div style="text-align: center;">
que se deshila y deja solo el rastro leve</div>
<div style="text-align: center;">
del pájaro que al cielo azul surcar se atreve,</div>
<div style="text-align: center;">
sufrimos y lloramos... ¡Bendito seas, Señor!</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
¡Señor, bendito seas! En esta oscura vía</div>
<div style="text-align: center;">
que el hombre, vacilando, recorre y donde emplea,</div>
<div style="text-align: center;">
en cargas y trabajos la fuerza de sus días,</div>
<div style="text-align: center;">
pusiste Tú, Señor, la fe y nuestra alegría</div>
<div style="text-align: center;">
en un mundo mejor; ¡Señor, bendito seas!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Esto nos recuerda que unos días antes de su salida de San Francisco, Gaston de Raousset, rodeado de amigos, hablaba con bastante elocuencia de los diferentes destinos que traían a los hombres a este lugar. Él todavía dudaba de su hado, pero acariciaba siempre su idea, la cual consideraba útil a la humanidad y a la civilización. Él se defendía atrevidamente de toda reprobación y de todo reproche, y decía: «Yo mismo tomé un día delante de Dios y delante de los hombres el compromiso de corazón y de alma de no concebir o hacer nada que fuera censurable ante Dios, ante los hombres o ante mí mismo.» Luego había añadido: «Como Jesucristo a sus apóstoles, si puedo expresarme así, les digo a todos: «¡Pronto no me verán más entre ustedes!»</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El sábado 12 de agosto de 1854, a las cuatro de la mañana, el coronel Campusano, seguido del asesor y del escribano forense, entró en la capilla del conde, quien dormía profundamente. Se declaró listo para partir; le dijeron que tenía todavía una hora; él la aprovechó para hacer su aseo con tanta sangre fría como le era habitual. Era hora de almorzar cuando apareció don Vicente Oviedo, el sacerdote que había venido el día anterior; los dos conversaron a solas un rato. Cuando volvió el coronel, Gaston pasó su mano por sus cabellos, se respingó orgullosamente el bigote, y dijo: «¡Estoy a sus órdenes!» La escolta se puso en marcha.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una gran agitación reinaba en la ciudad, que fue obstruida de gente que acudió de todos los puntos de la provincia. El ejército se distribuyó en la plaza de Gobierno. Los oficiales de todo grado, en fastuosos uniformes, tenían a su cabeza al tan generoso general Yáñez, quien, cubierto de bordados y de plumas como un charlatán de feria, caracoleaba sobre un caballo de desfile. Un batallón de línea acampaba sobre el lugar de la ejecución, entre la fuerte y la bahía. Una gran parte de la población se había escalonado sobre las pendientes del fuerte, el resto cubría las terrazas de las casas vecinas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El conde de Raousset-Boulbon apareció a las seis en punto, acompañado del sacerdote don Vicente Oviedo y de la escolta, comandada por Campusano. Traía la cabeza desnuda, andaba con paso firme; sus rasgos no estaban alterados en absoluto; se defendía de los rayos del sol con un sombrero de paja con el que se abanicaba con graciosa negligencia. Su calma extraordinaria asombraba a todos los mexicanos. Llegado sobre el borde de la bahía, a la cual le daba la espalda, haciendo frente a la muchedumbre que cubría las pendientes del fuerte, y a un pelotón de seis soldados mexicanos de quienes le separaban solo de siete a ocho pasos, oyó pacientemente la lectura de la sentencia que lo condenaba a ser fusilado. Un grito desgarrador le hizo voltear los ojos hacia una de las terrazas de donde se transportaba a una mujer desmayada, y una emoción ligera pasó como un rayo por su noble figura. Poniendo su sombrero en el suelo y sus manos detrás de la espalda dijo a los soldados del pelotón: «¡Vamos, mis valientes, hagan su deber, y apunten al corazón!» Los espectadores fueron entonces testigos de un incidente de los más singulares. El orden de hacer fuego, dado con una cierta vacilación, fue ejecutado solo parcialmente; testigos visuales dicen que varios soldados habían disparado al aire, tan fuera de sí estaban. Advertido de lo que pasaba, el tan cortés general Yáñez, asustado, ordenó que acabaran cuanto antes. Volvieron a empezar; ¡varios disparos resonaron y es señor De Raousset cayó sobre las piedras!...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Murió en el acto; una bala había atravesado la cara y el cráneo; dos balas habían penetrado la región del corazón; la cuarta, después de haber golpeado la línea media del pecho, rompió una pequeña medalla de plata que cayó, partida en dos, en la playa. Sus vestiduras se incendiaron, así que fue necesario echarle encima varias cubetas de agua. Así es como murió el conde de Raousset-Boulbon, a la edad de treinta y seis años, lleno de fuerza y de vida, como él mismo lo dijo, y con un coraje, una calma que, más que nunca, revelaron el tamaño de su alma.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La emoción demasiado contenida de la muchedumbre estalló en sollozos, en gritos, en exclamaciones que no se pueden describir. Las mujeres huían escondiendo el rostro con sus pañuelos; más de un hombre que no pudo dominar su emoción dejó caer las lágrimas. Este coraje estoico, esta sangre fría frente a la muerte los tenían como fulminados. Entonces solamente todos parecieron comprender el valiente al que acababan de perder y de asesinar, a quien soñaba con la regeneración de México en provecho de Francia y de la civilización. No somos de los que juzgan y aprecian a los hombres solo según el número y la importancia de sus éxitos; nos gusta, al contrario, encontrar héroes entre los que siempre experimentaron reveses. ¿Qué sería Hernán Cortés para la historia si hubiera fracasado en 1519 delante de Tabasco y la capital de los aztecas?.. .. ¿Qué sería hoy sin una de esas circunstancias famosas que ayudan tanto a los grandes hombres?... ¿Qué serían hoy de otras famas de la historia sin el azar o los medios de acción?...</div>
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<br /></div>
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¡Pobre señor De Raousset! ¡cuántas veces no analizó él este tema!...</div>
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<br /></div>
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El cuerpo fue levantado, puesto en un ataúd, y depositado en una fosa cavado aparte del cementerio. Campusano hizo abrir el ataúd, sumergió el dedo en la herida que contenía los fragmentos de la pequeña medalla, y los retiró. El sacerdote recitó unas oraciones, y luego cada uno se fue. El día siguiente, el padre don Vicente Oviedo hizo exhumar el ataúd, y lo hizo transportar al cementerio de los cristianos. Una pared de ladrillos indica el sitio donde descansa... ¡Todavía no le levantamos el más mínimo monumento! El señor Pannetrat, pidió permiso de rendir este último deber a la memoria de nuestro amigo. El señor Calvo respondió que había que primero referirlo al ministro, etc. etc.. ¿Por qué no mejor al emperador de Japón? En su odio, él todavía no sabía que inventar para saciarlo.</div>
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<br /></div>
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Unos días antes de la ejecución, 184 prisioneros habían sido enviados a San Blas; el día 25 partieron nueve de ellos a Callao, y el día 27, sesenta y tres partieron a San Francisco. Veintiuno que todavía quedaban en Guaymas debían irse dentro de poco a San Blas. El abad Lavau, profesor en Ures, y el abad Delmas, que le habían pedido al señor Pannetrat algún recuerdo del señor De Raousset, recibieron de él dos pañuelos de batista que guardaron cuidadosamente. Estos clérigos no podían disfrazar la indignación que les inspiraba la conducta de algunos voluntarios durante el enfrentamiento en Guaymas. En Ures, la población mexicana había estado a punto de azotar públicamente a uno de los que se habían dado a la fuga.</div>
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<br /></div>
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El señor Pannetrat trajo solo dos cartas escritas por el Gaston, una para el señor Cavallier y otra para mí. Para todas las demás, el señor Calvo quiso permitir solo copias certificadas por él mismo. Guardando los originales, él ya violaba la palabra que le había dado al señor De Raousset. La carta a la dirección del señor Dillon debía serle confiada al señor Pannetrat. No ocurrió en absoluto así. El señor Calvo lo envió a su colega por una diferente vía.</div>
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<br /></div>
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No diremos nada de la impresión que causó la muerte del señor De Raousset en California, en México y en Francia; su memoria fue en todas partes el objeto de las simpatías más nobles y vivas. Más de un amigo lo lloró mucho tiempo y amargamente; servicios funerarios fueron celebrados para él en varias ciudades de California.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Debidamente autorizado por él para velar sobre su correspondencia, para recibir y abrir sus cartas, recibí un número bastante grande de ellas en San Francisco; la noticia de su muerte nos permitió informarnos de eso. Siendo obligado a respetar el carácter íntimo de estas diversas comunicaciones, lamentamos no poder hacer de estas ciertos extractos, que habrían podido aumentar el interés de esta historia.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Acabaremos esta obra con la reproducción de los diversos documentos que siguen; son las cartas que el señor De Raousset escribió antes de su muerte. Son demasiado bellas para no interesar a los lectores más indiferentes. La mayoría de estas cartas han sido publicadas, pero con lagunas que en esta publicación verá rellenadas.</div>
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<br /></div>
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</div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span">«Guaymas, 10 de agosto de 1854. </span></b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
«Mi querido y buen hermano, </div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
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«Cuando recibas esta carta, no estaré más en este mundo. He aquí brevemente las circunstancias que trajeron mi muerte. Dejé San Francisco el 25 de mayo; ya te escribí por qué y cómo. Después de un viaje muy atropellado, durante el cual sufrimos un naufragio de doce días en una isla desierta y sin agua, acabé por llegar a Guaymas, donde desembarqué el 1 de julio. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«El 13, los franceses, en total de cerca de 300, se rebelaron. Apenas es posible, pues esta carta será leída por otras personas antes de alcanzarte, que cuente en consecuencia de qué acontecimientos se efectuó este acto militar. Los franceses, antes de mi llegada, estaban organizados en un batallón de voluntarios al servicio de México; ellos tenían sus oficiales y un comandante, buen soldado, pero incapaz de dirigir una acción. Las pretensiones y la susceptibilidad de este hombre me obligaron a dejarle un mando que estaba por encima de sus fuerzas: él llevó a los franceses al combate como un rebaño de corderos, desde los primeros disparos, se dispersaron y se pusieron en un desorden terrible. Le había dado un plan de ataque general y no supo hacer ejecutar su detalle más simple. Los mexicanos pelearon con mucho valor; su general es un hombre de una valentía incontestable, y ellos lo secundaron muy bien.El combate comenzó a las cuatro de la tarde: a las seis, los franceses, desanimados, y habiendo perdido, entre muertos o heridos, cerca de una tercera parte de su efectivo, se refugiaron en la casa del agente consular francés y se rindieron a discreción. En este malhadado combate, pude solo actuar como soldado y dar el ejemplo. Soy consciente de haber hecho, para llevarlos adelante, todo lo que puede ejecutar un hombre; pero nunca pude reunir alrededor de mí más de una veintena. Me quedé dos o tres minutos a caballo sobre una muralla, para mostrarles que se podía pasar del otro lado: un solo hombre me siguió.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En otra parte me lancé solo hasta el cuartel de los mexicanos, que estaba a una centena de pasos; nadie me siguió. Me quedé unos minutos apoyado allí, contra una muralla en ruinas detrás de la cual había soldados mexicanos, y esperé a que los franceses vinieran a mí. Recibí en mi manga izquierda un golpe de bayoneta y un disparo. Ellos lo vieron, creyeron que estaba herido, y sin embargo nadie vino; tuve que ir a reunirme con ellos.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Cuando los franceses entraron en la casa del cónsul, todo acabó, los veía claramente perdidos: había hecho mi deber y tenía el derecho de pensar en mi salvaguardia; varios me aconsejaron huir, podía hacerlo, me era fácil reunir una docena de marinos, apoderarme de un buque y de irme por mar.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Perdóname, mi buen hermano, por no haberlo hecho; habríamos llamado a esto una huida. Había venido para compartir la suerte de los franceses y quise compartirla hasta el final; hice, de declaración deliberada, el sacrificio de mi vida; no me rendí, me hice prisionero. Ayer, el 9 de agosto, he sido juzgado por un consejo de guerra y condenado a muerte, seré fusilado mañana o pasado mañana. El general Yáñez quiso otorgarme la autorización de escribirte y me dio su palabra de que, sin sufrir ninguna humillación, seré fusilado de pie y con los ojos descubiertos, las manos libres.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Cuando me dejé hacer prisionero, sabía que hacía el sacrificio de mi vida. Desde hace veintisiete días estoy encarcelado y aislado, tuve todo el tiempo de ver venir mi muerte y de pensar en lo que es, pues la recibo a mis treinta y seis años, con la sangre fría, con certeza, en la plenitud de mi vida y de mi fuerza. No creas que sufro en esta situación, que no afecte tu pensamiento que hay que considerar esto como una agonía lenta y dolorosa.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No, mi hermano, te equivocarías: muero con una gran calma. Hay en mi vida una suma de bien y de dolor, considero este suplicio como una expiación del dolor, el poco de bien que he hecho y, sobre todo, el bien que he querido hacer, le dan calma a mi conciencia. Si estoy aquí, es por haber mantenido mi compromiso, por haber sido fiel al discurso que cavará mi tumba. Quise hacer bien a los hombres que me habían dado su confianza, amé sinceramente al país en el cual voy a morir; aparte de ciertos arrebatos naturales de pasión y de cólera de mi organización, quise sinceramente el bien de este país, y este podía solo beneficiarse de la realización de mis ideas.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Si la legación de Francia me hubiera apoyado en lo más mínimo cuando fui a México, tengo la convicción de que el resultado habría traído grandes ventajas a México y a los desgraciados franceses que luchan en California contra un futuro sin salida. Bien podría haber hecho mucho mal si hubiera querido halagar y exaltar las malas pasiones; pero puedo decir que siempre apelé solo a sentimientos generosos. Mi conciencia está, pues, tranquila.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Tengo en la inmortalidad del alma una fe profunda, creo firmemente que la muerte es la hora de la libertad, creo firmemente en la misericordia infinita del Creador hacia sus criaturas. Cuando me quedo un tiempo pensando en este orden de ideas, llego a una exaltación que me hace considerar la muerte como la hora más afortunada de mi vida. Lo ves, mi hermano, muero tranquilo, y no debes tener ninguna inquietud sobre la manera en la que habrán pasado mis últimos instantes.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Dejé en San Francisco, en las manos del señor Gronfier, agente de la señora viuda Lyon-Allemand, papeles que te serán enviados o probablemente llevados por una persona de confianza. Protegerás estos papeles y quemarás todo lo que te parezca poco conveniente, así como ciertos escritos completamente íntimos. Encontrarás un libro cerrado con cerradura que contiene notas; borrarás lo que te parecerá conveniente borrar, entre otros, ciertos sueños quiméricos que pude haber anotado cuando no tenía nada mejor que hacer, y que no deberían sobrevivirme. Después de haber escrupulosamente arreglado estos manuscritos, los guardarás para que sirvan como comprobantes en caso de que mi memoria fuera atacada y tuvieras que defenderla.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Cuando Emile tenga veinte años, podrás dárselos a conocer; ya que lo quieres hacer un hombre, le dirás que estudie un poco lo que era el tío Gaston. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Le pedí a un oficial mexicano que recogiera de mi cadáver una pequeña medalla que llevo en el cuello, él la enviará a ti por medio de un amigo que irá a París: le darás esta medalla a mi sobrina como recuerdo de mí, y le dirás recordar siempre, mirándola, que la belleza más grande de la mujer es la sabiduría; que una mujer debe tener una vida seria y pensar en el gobierno de la casa en lugar de soñar con bailes y baratijas; harás todo para hacer de tu hija una mujer de esta naturaleza, atada a su marido y a sus deberes, en su casa, una mujer, finalmente, como su madre; lo harás para la felicidad de tu hija.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En cuanto a tus hijos, dales una carrera, dales a sus vidas una ocupación y un fin, si no, teme por su futuro. Desconfía de la educación universitaria, la más detestable que hay; lo sabes como yo por experiencia, nueve de cada diez alumnos salen del colegio sin haber aprendido nada. Cuida la educación de tus niños, que aprendan mucho, y que aprendan sobre todo cosas prácticas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El duque de Aumale me decía: «Haré ciertamente aprender a mi hijo un oficio práctico y manual para que pueda ganarse la vida.» Medita este discurso, mi querido hermano, y no olvides que el que hablaba así es hijo de rey. Tu posición de fortuna te pone en condiciones de darles a tus niños la educación más completa posible. No descuides nada, es tu deber, y su futuro lo resentiría.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Te hablo así de tus niños y de ti, porque, después de una separación de años, estamos destinados a volver a vernos. Por diversos caminos y en más o menos tiempo, todos llegamos al mismo plazo, la muerte; la muerte es la reunión de los que se quisieron. Nuestro padre era un hombre que apenas tenía la costumbre de desarrugar delante de nosotros su rostro severo: ¿cómo es que, desde hace años, lo veo en sueños siempre sonriente y bueno?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Cómo es que haya yo conservado para mi madre un culto y una afección y aspiraciones continuas hacia ella, yo que nunca la conocí? Es que hay entre nosotros, sin duda, una cadena misteriosa que comienza antes de la cuna, que se extiende más allá de la tumba, y de la cual la vida es solo un eslabón. Sí, volveremos a vernos todos, no hay que llorar a los que mueren, porque ellos se reunirán con los que amaron y esperarán a quienes los aman.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Todavía tengo unas recomendaciones que hacer: escribo a medida que se presentan en mi mente. No olvides ciertos manuscritos que dejé en manos en las cuales me aflijo de verlos. Envié a África, al señor Borrely La Sapie, otros manuscritos, libros y un retrato de mi madre. Le pedí estos objetos durante años sin que me haya sido posible recibir ninguno. Son cosas que te agradaría mucho poseer, y que me agradaría mucho saberlas entre tus manos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Conociste en su tiempo mi relación con Héloïse. Tuve con ella una niña de quien el futuro me inquieta. Es un deber mío recomendártela, dejo a tu buen corazón el cuidado de juzgar lo que podrás hacer por ella.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Conozco el afecto que tu madre tiene por mí, sé cuánto mi muerte va a afligirla, consuélala; dile que después de todo, mi vida ha sido tan triste, tan estropeada, desencantada por las decepciones que la atravesaron, que en realidad ella debe ofrecerme pocos pesares. Agradécele todas las bondades que tuvo hacia mí, que me perdone los problemas que le causé.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«¡Dile a tu buena y excelente mujer que haga rezar por mí a sus hijos, que acostumbre a estos pequeños ángeles a escuchar sobre el tío Gaston y a que aprecien su memoria! ¡La buena Laurence! ¡Cuántas veces, en el curso de mis aventuras, pensé que habría sido mejor para mí vivir tranquilo y retirado en las santas alegrías de la familia, con una mujer excelente como ella!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Sabes quienes eran mis amigos, diles que no los olvidé. A las puertas de la tumba, a la que descenderé mañana, todos los que me quisieron se me hacen más caros, y, de lo más profundo de mi corazón, les agradezco las horas de alegría que su afecto me dieron. No olvides sobre todo a Edme de Marcy, porque de todos él fue el que más me quiso y al que yo quise más.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Ya es hora de acabar esta carta ya larga; cuando reflexiones sobre mi vida, piensa que fue de una naturaleza excepcional, que sus virtudes y defectos se condujeron a través de caminos extraños; hay que juzgarla solo con una gran moderación.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Adiós, mi buen hermano, continúa en tu vida como lo hiciste hasta este día, tendrás razón; continúa consagrado a tu mujer y a tus hijos; hazme revivir en medio de ustedes con el pensamiento, y cree que el pesar más vivo que tengo, es el de no poder pasar, antes de morir, unas horas con mi familia. Adiós, de nuevo, adiós por última vez, y hasta que nos veamos de nuevo un mundo mejor. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«Gaston.»</b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Encontrarás adjunta una copia de mi sentencia: verás que soy condenado como conspirador y rebelde, pero que no me da ningún término afrentoso. Esta sentencia debe ser asimilada como una condena política. El señor Calvo, agente consular de Francia en Guaymas, ha sido generoso conmigo en mis últimos instantes, me ha dado señales de interés por las que le agradezco, tengo que ejercer frente a él una reparación justa y de aprecio. En los papeles que te serán enviados de San Francisco, hay algunos que tienen sobre él notas hostiles; te recomiendo borrar completamente todo lo que, en estas notas, tiene mención del señor Calvo. Habrá también otras cosas que hay que borrar, pero no puedo señalártelas aquí, pues mi carta será leída por otras personas. Comprenderás el pesar que siento ahora por haber escrito tales injusticias; lo que me consuela, es que serán conocidas solo por ti y por mí. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«Verificado y asegurado.</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«Guaymas, 10 de agosto de 1854.</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«El vicecónsul,</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«Firmado: Joseph Calvo.»</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>Sello del viceconsulado de Francia en Guaymas.</b></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
</div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span">«Guaymas, 10 de agosto de 1854.</span></b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«La persona que te enviará esta carta es el señor Calvo, agente consular de Francia en Guaymas. El señor Calvo me dio en estos últimos días pruebas de interés por las que me siento agradecido. Él se encarga de enviar mis cartas para ti y unas personas a las que les escribo. El señor Calvo te dará sobre mi muerte los detalles que deseas conocer sin duda, y él podrá asegurarte, de visu, que pasé esta prueba supremo como es debido a un caballero. Estoy a esta hora en capilla; el señor Calvo te explicará lo que es. El cura de Guaymas acaba de salir, es un hombre inteligente y dulce, un hombre como hace falta para endulzar lo que hay de demasiado leonino e indómito en mí. Después de mañana por la mañana, veré resplandecer la última cápsula y quemarse el último cartucho.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Mis últimas horas serán tranquilas, y gracias a este sacerdote excelente, veo que también serán dulces. Mi corazón se reabre a las ideas religiosas de la juventud, y voy a la muerte como a una fiesta. Si el padre Deschamps está todavía en Aviñón, escríbele de mi parte, estoy seguro que lo llenarás de alegría. Si tus niños cayeran algún día en las ideas ridículamente irreligiosas que yo mismo tuve algunas veces, hazles leer esta carta y diles que el tío Gaston, lleno de vida, de fuerza y de razón, murió en las manos de un sacerdote, y era, sin embargo, un hombre intrépido. Por cierto, no es el miedo el que me hace actuar así; no veo en Dios a una ser terrible, lo veo infinitamente bueno y misericordioso, y si voy a Él, es porque estoy incitado por el sentimiento y por la necesidad de amar. Partamos, hermano, hay que decirnos adiós, y por última vez. Recibe al señor Calvo como a un amigo, es tu hermano que va a morir quien te lo pide.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«Gaston.»</b></div>
</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡Arrancándole esta última plegaria, el señor Calvo le robaba un moribundo!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span">«Guaymas, 10 de agosto de 1854. </span></b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
«Mi querida madre:</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Usted ya habrá tenido conocimiento de mi carta a Victor cuando esta que escribo le sea enviada por el señor Calvo, agente consular en Guaymas. El señor Calvo me dio recientemente pruebas de interés que deben hacerlo considerarse como amigo. Recíbalo como tal, y que sea acogido en mi familia como yo lo fui en la suya. Si el señor Calvo había podido hacer algo para salvarme, no dude que lo habría hecho. El general Yáñez mismo no deseaba mi muerte, pero fue forzado a obedecer a los rencores que levanté entre ciertos hombres de este país, a pesar del deseo ardiente que tenía de ser útil para el mismo. El general actúa noblemente además; la sentencia que me condena no lleva ninguna calificación injuriosa...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Mi querida madre, me cuesta no poder abrazarla antes de morir; es el pesar más grande que me llevo, porque en cuanto a la vida, muero en un estado de calma demasiado perfecto como para lamentarme, los sentimientos de mi infancia me vuelven casi con su primera frescura. Puede rezar por mí, con certeza de que, habiendo muerto religiosamente, puedo sacar provecho de sus oraciones... Adiós, mi buena madre, adiós y hasta la vista... Me olvidaba, ingrato, de hablar de nuestro buen primo N... La señora... me quiso como una madre; dígale que voy a la muerte como un caballero y que muero cristiano. Adiós, mi madre, adiós de nuevo, y por última vez. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«Gaston.»</b></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
</div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<span class="Apple-style-span"><b>«Guaymas, 10 de agosto de 1854. </b></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
«Al señor De Lachapelle. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Usted fue uno de mis mejores y más fieles amigos. Creo que me ha conocido y a preciado bien y ha comprendido lo que había en mí de devoción hacia los intereses y el afecto de los hombres que me rodeaban; sabe cuán poco me preocupaba mi propia persona. Es usted, pues, entre mis amigos, al que debo legar el cuidado de mi memoria. Lo hago con confianza. En consecuencia de acontecimientos de los que no puedo hablar, he sido hecho prisionero, traído ante un consejo de guerra y condenado a muerte, ayer, el 9 de agosto. Mi sentencia debe ser ejecutada mañana o pasado mañana. Debo a la cortesía del general Yáñez morir convenientemente, fusilado, de pie, con los ojos y las manos libres.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«No quiero acusar a nadie de mi muerte, y perdono a los que la causaron; incluso estoy, hasta cierto punto, satisfecho de las pruebas de ingratitud que me han sido dadas. Todo hombre se lleva más allá de la tumba la responsabilidad de su vida. La ingratitud y el suplicio me serán sin duda contados como una expiación del dolor que pude causar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Muero a mis treinta y seis años, lleno de vida y de fuerza, y puedo decir, como André Chénier, que se dio una palmada en la frente subiendo al patíbulo diciendo: "todavía me quedaba algo aquí." ¡Bien! La vida me causa pocos pesares. La mía ha estado atravesada muchos problemas. Tengo una fe profunda en la inmortalidad del alma y en la mejor existencia más allá de la tumba. La muerte me parece una hora para despertar y ser libre. No hay que compadecer a los que mueren así.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Una consideración que me da mucha calma es la gran cantidad de hombres que valían más que yo y que, antes de mí, perecieron por el suplicio. ¿Por qué me quejaría de morir como ellos?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Le recomiendo despedirse en mi nombre de todos los que supo que eran mis amigos. Si algunos se extrañan de que no me he volado los sesos, dígales que siempre consideré el suicidio como un crimen o una cobardía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«A usted, a los que me apreciaron y conocieron, lego el cuidado de mi memoria; le digo adiós desde el fondo de mi alma, y lo espero en un mundo mejor.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«G. de Raousset-Boulbon.»</b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Me olvidaba de decirle particularmente adiós a Mersch, este buen y noble corazón, este espíritu tan delicado, tan iluminado, tan modesto y lúcido, hacia quien tuve tanta estima y un afecto tan sincero.»</div>
</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<b><span class="Apple-style-span"></span></b></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span">«11 de agosto. </span></b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
«Mi buen hermano. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«La ley que me permite disponer por testamento de todos los objetos que poseo aquí, recibirás los objetos siguientes, que no tienen otro valor que el de un recuerdo: </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«1: Un sable que me ha sido ofrecido por el batallón francés y que porté en batalla el 13 de julio; </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«2: Un revólver de gran dimensión, que no me dejó desde el 15 de mayo de 1852; los dos tiros descargados son del combate de 13; </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«3: Un pequeño revólver que llevé como arma defensiva en varias circunstancias; </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«4: La camisa de lana que llevaba 13, perforada en la manga izquierdo por una bayoneta y quemada por un disparo. Este traje fue el que usé durante muchos años; es el traje del obrero y del marinero, el hábito del trabajador. Les dirás a tus niños que me gustó más vestirlo que cometer bajezas por medio de las cuales me habría sido más fácil vivir en la abundancia y el placer; </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«5: Un prontuario de artillería; </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«6: La medalla de la cual te hablé y por la cual tu hija me recordará; </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«7: Una vieja y quebrada carabina, que es lo más precioso que poseo en el mundo. Con ella me gané el pan, me alimentó en mis viajes, me dio las emociones más poderosas y más orgullosas de mi vida. La camisa de lana y esta carabina son el símbolo de mi vida en los cuatro años que acaban de pasar. Contarás a tus niños la historia de esta carabina, y esta historia les dará corazón. Les dirás que en lugar de buscar una vida ociosa y alegre en industrias fáciles, pero indignas, preferí trabajar como un obrero, rodar barriles sobre los muelles, vender el producto de mi pesca y de mi caza, correr como un salvaje a través de los desiertos, y apoyar a la vez en mi espalda un corzo, esta carabina, y a menudo una escopeta de dos cañones. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Adiós, hermano, las horas pasan, y la última sonará pronto. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«Firmado: Gaston.»</b></div>
<div style="text-align: right;">
<b><br />
</b></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<blockquote>
«Debo añadir, para el honor de mi memoria (el señor Calvo, así como todos los que tuvieron conocimiento del proceso, pueden atestiguarlo), que negué de responder a toda pregunta relativa a otras personas. No dije una palabra que hubiera podido hacer levantar sobre nadie aunque fuera la más mínima sombra de sospecha de complicidad. No fue así por parte de los desdichados a quienes me consagré; más de doce hombres del batallón que han sido interrogados, entre ellos cuatro oficiales, el comandante, el oficial contable y dos capitanes, once trataron de disculparse a mi costa. Uno solo, llamado Bazajou, respondió convenientemente. Perdono a estos ingratos.</blockquote>
</div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b>«Verificado y asegurado.<br />
</b><b>«Guaymas, 18 de agosto de 1854.<br />
</b><b>«El vicecónsul, </b><b>Joseph Calvo.»<br />
</b><b>Sello del viceconsulado.</b></div>
</blockquote>
<blockquote>
<b><br />
</b></blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span">«11 de agosto de 1854.</span></b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
«Mi querida madre:</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«El portador de esta carta es el señor Martin Pannetrat, que le dará sobre mí detalles que le interesarán. «Póngalo en contacto con el señor E. Chauffard, el señor Baciocchi, la señora de Oléon, etc.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Adiós</div>
</blockquote>
<blockquote style="text-align: right;">
<b>«Gaston.»</b></blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span">«Guaymas, 11 de agosto de 1854.</span></b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
«Mi querido Pannetrat,: </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Perdóneme por haber sido para usted la causa indirecta e involuntaria de problemas graves. Estoy sin embargo feliz de ver que la justicia no hizo un crimen de sus sentimientos de buena amistad para mí.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Quisiera, ya que usted va a París, que se encargue de unos objetos que quiero enviar a mi hermano. Podrá ponerse en relación con él escribiéndole a la caballeriza de Braine, cerca de Laon (Aisne).</div>
<div style="text-align: justify;">
«Le lego por testamento mi reloj, estropeado en mi naufragio, y su cadena; guárdelos en memoria de mí.</div>
<div style="text-align: justify;">
«También le lego todo lo demás que se encuentre en su casa y de lo que no haya dispuesto. Podrá encontrar allí unos recuerdos que hay que distribuir a mis amigos.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Adiós. Acuérdese de mí.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span">«Conde de Raousset-Boulbon.»</span></b></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b><span class="Apple-style-span">«Guaymas, 11 de agosto de 1854.</span></b></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
Al señor..:</div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Mi fidelidad a mi palabra y a mis compromisos que se encuentran en el libro de grabados que le confié me obligaron a combatir el 13 de julio a pesar de las dudas que tenía sobre salir al combate. El batallón tenía oficiales y un comandante, y tuve que respetar su susceptible incapacidad, e incluso dejarle el mando durante el combate. El desgraciado no comprendió la primera palabra de las instrucciones que le había dado.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Desde los primeros disparos, el batallón cayó en un desorden horrible. Unos se reunían bajo el fuego de personas que no eran soldados; otros no devuelve el fuego sin desmoralizarse. La única cosa que podíamos hacer, era lanzar hacia adelante este rebaño de hombres y ocupar el cuartel mexicano. Estoy consciente de haber intentado para ejecutarlo todo lo que puede hacer un hombre intrépido. Llegué a quedarme dos o tres minutos a caballo sobre la cresta de una pared, y un solo hombre, un soldado de África llamado Delille, se determinó a pasarla. Corrí solo hacia la muralla del cuartel mexicano, en la cual me respaldé durante unos minutos, con los brazos cruzados y mirando a mis hombres, de los cuales ninguno vino.</div>
<div style="text-align: justify;">
Recibí allí una estocada de bayoneta y un balazo en la manga izquierda de mi camisa de lana. Nunca pude reunir alrededor de mí más de veinticinco o treinta hombres, incluso al final, cuando la artillería mexicana, totalmente desmontada, había dejado de disparar. Pannetrat podrá darle de viva voz los detalles de este asunto. Creo, mi amigo, que he cumplido mi deber hacia todo mundo.</div>
<div style="text-align: justify;">
«El general Yañez, que mandaba a los mejicanos, es un valiente, y sus soldados se mantuvieron firmes; a pesar de su blandura, los franceses pusieron fuera de combate a un tercio de su efectivo; tengo grandes obligaciones con el general por la cortesía que usó en la redacción de mi sentencia y en su ejecución. Ruego que se junte a esta carta una copia de la sentencia. Usted verá que soy condenado como conspirador y rebelde, pero que no se me califica allí ni de traidor, ni de filibustero, ni de pirata. Puede, con esta sentencia a la mano, rectificar todo lo que habría erróneo en las publicaciones estadounidenses. En esto, como en muchas otras cosas, usted es, naturalmente, uno de aquellos a quienes lego el cuidado de mi memoria. Moriré fusilado, de pie, con los ojos y las manos libres.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Pannetrat va a ir a París, así que quisiera que él se encargue de llevar mis papeles a mi familia, en Aviñón, o a mi hermano, a la caballeriza de Braine, cerca de Laon, en el departamento de Aisne. Le ruego que, con el señor Gronfier, haga de estos papeles un paquete atado y sellado que le confiará al señor Pannetrat en el momento de su salida, o a toda otra persona perfectamente digna de confianza, en caso de que el señor Pannetrat no partiera.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Muero perfectamente tranquilo y sin pesares.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Conservé la medalla que su mujer me regaló; será recuperada sobre mi cadáver y enviada a una hija de mi hermano que la llevará toda su vida. Devuelva a su mujer el beso de adiós que me dio cuando dejé San Francisco.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Adiós, mi amigo, adiós, piense algunas veces en mí y no me compadezca.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<b>«Conde de Raousset-Boulbon.»</b></div>
</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
He aquí el informe del general Yáñez al ministro de guerra, en la ciudad de México:</div>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
«Excelencia:</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«El 9 de agosto, en consejo de guerra ordinario, presidido por el general graduado, el coronel del quinto batallón, Domingo Ramilles de Arellado, y compuesto de los señores capitanes Antonio Mendoza, Juan B. Navarro, Domingo Duffoo, Julio Gómez, Venceslao Domínguez e Isidoro Campos, ha sido examinado en forma el proceso de instrucción contra el conde Gaston de Raousset-Boulbon. El consejo, después de haber oído la defensa y las disculpas del acusado, después de haber cumplido con las formalidades de la ley, declaró, por unanimidad, que el señor De Raousset sería pasado por las armas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Aprobando esta sentencia (y después de haber consultado al asesor), ordené, el día 10, que esta fuera ejecutada en la plaza del Malecón, a las seis de la mañana, el sábado 12, con la orden, al mismo tiempo, de que el condenado fuera puesto inmediatamente en capilla.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Durante el tiempo en que él se quedó a capilla, el conde recibió toda la asistencia que su situación requería.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Él hizo su testamento, disponiendo libremente de objetos que poseía en este puerto; escribió varias cartas, habló con uno de sus compatriotas, con su defensor y con el señor vicecónsul de Francia, al cual le encomendó parte de sus últimas disposiciones; le permitimos, en resumen, todo lo que era permisible, con humanidad y conforme a las circunstancias. Los consejos de nuestra santa religión le fueron prodigados por el cura de este puerto, Vicente Oviedo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Finalmente, el sábado 12 del corriente, la madrugada, la guarnición de la plaza estaba armada. Parte de la tropa, según mis disposiciones, estaba formada en batalla no lejos del lugar de la ejecución. Otra parte formaba, sobre este último lugar, el cuadrado de costumbre. Todo estaba dispuesto para dar a un acto tan importante la solemnidad y el respeto que merece la justicia de la nación. El condenado fue conducido al lugar designado en medio de una fuerte escolta, y allí, después del cumplimiento de todas las formalidades requeridas por la disposición, se cumplió la sentencia, y fue fusilado el conde de Raousset-Boulbon, que recibió la muerte con gran valor, y que se arrepintió por sus faltas como cristiano. Ha sido dado al cadáver sepultura eclesiástica en el cementerio de este puerto.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Con la comunicación presente, Su Excelencia encontrará el proceso verbal de la causa instruida contra el pobre señor De Raousset. También adjunto copia de sus disposiciones testamentarias, que esta comandancia general hizo cumplir en lo que le concernía, reuniendo los objetos designados y se le entregaron al señor vicecónsul de Francia, para que sean enviados según la voluntad del testador. </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Espero que Su Excelencia informe a S.A.S., el General Presidente, de la ejecución de la sentencia que pronunció contra el conde de Raousset la justicia nacional, dándole cuenta al mismo tiempo de las presentes comunicaciones, etc. </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«¡Dios y libertad!</div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<b>«José María Yáñez»</b></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Algunas personas encontraron que Gaston se había apresurado demasiado de empezar de nuevo, es decir; debió haber esperado otras circunstancias, mostrar más paciencia, haber actuado de manera distinta, etc. etc... Siempre es así con los que fracasan. Estas personas tienen tal vez razón; tal vez se equivocan; olvidamos demasiado a menudo que lo mejor es enemigo de lo bueno.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En el tiempo que pasó entre la primera y la segunda expedición, el señor De Raousset fue literalmente asediado muchas veces por una multitud de aventureros que lo apresuraban sin cesar a empezar de nuevo, sin ofrecerle, no obstante, los medios para hacerlo. La mayoría de estos fogosos fueron los que lo abandonaron en el momento más difícil. Gaston temía ante todo pasar por alguien que se había dormido en sus primeros laureles, y cuando probó su suerte por última vez, el 13 de julio, fue por la interpelación malhadada de un imbécil que le había dicho delante de toda la tropa: «¿No usted el mismo hombre que en Hermosillo?..»</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Estos eternos dadores de consejos a menudo lo fatigaban en San Francisco como en Sonora, hablando de ellos, dijo un día: «Hay gente que dice sin parar, y con un aplomo perfecto: ¡Napoléon habría debido pasar por allí!»</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Lo censuramos, como aliado y amigo, solo en una sola circunstancia: cuando, guiado por funestos consejos, rechazó la alianza del elemento estadounidense que se le ofrecía; hay que buscar apoyo donde se pueda encontrar. Hoy, México estaría al fin de sus revoluciones y marcharía hacia su regeneración. Ahora, en lo sucesivo, este es asunto del Tío Sam.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hasta la poesía se agregó a esto; publicamos un día en el Messager de San Francisco la siguiente, de un californiano:</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<b>¡LA ESPADA!</b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<i>En imitación de Kœrner.</i></div>
<div style="text-align: right;">
<i>Al señor conde de Raousset-Boulbon.</i></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
— Oh, fiera espada a mi cintura atada,</div>
<div style="text-align: center;">
¿Por qué en la funda tiemblas, sepultada?</div>
<div style="text-align: center;">
— No veo por qué en la funda me retienes,</div>
<div style="text-align: center;">
si, libre, nunca el miedo me detiene.</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
Que luzca al sol mi bella empuñadura,</div>
<div style="text-align: center;">
¡Y brillen mis aceros con dulzura!</div>
<div style="text-align: center;">
¡Vencer, morir, al alma condecoran!</div>
<div style="text-align: center;">
¿Existe otra nación como Sonora?</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
Hay que plantar allá con sombra fiera,</div>
<div style="text-align: center;">
que cubra a todo el mundo, una bandera.</div>
<div style="text-align: center;">
Muchos valientes seguirán tu grito</div>
<div style="text-align: center;">
y harán pagar con sangre mil delitos.</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
Que Europa al protocolo le haga guerra,</div>
<div style="text-align: center;">
Esa ya no es tu escuela ni tu tierra.</div>
<div style="text-align: center;">
— Oh, fiera espada a mi cintura atada,</div>
<div style="text-align: center;">
¿Por qué en la funda tiemblas, sepultada?</div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
¡Hurra!</div>
<br />
<br />
<br />
<blockquote>
<span class="Apple-style-span" style="font-size: x-small;">__________________________</span> </blockquote>
<blockquote style="text-align: justify;">
<span class="Apple-style-span">* Esta joven está en este momento en Aviñón, en el convento de La Concepción, donde, bajo los auspicios de la condesa de C... está completando su formación.</span></blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div style="text-align: right;">
<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/correspondencia-y-poesia-del-senor-de.html"><b>IR A LA SECCIÓN DE CORRESPONDENCIA</b></a><br /><br /><br /><br />
</div>
</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.820694988040543 2.347659176660158748.805998988040542 2.3231866766601588 48.835390988040544 2.3721316766601586tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-2472742869334022512012-02-20T21:00:00.001-08:002012-03-11T08:12:36.749-07:00CORRESPONDENCIA Y POESÍA DEL SEÑOR DE RAOUSSET-BOULBON<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">PRIMERA PARTE: CORRESPONDENCIA</span></div>
<br />
<br />
La firma que está debajo del retrato que se encuentra a la cabeza de esta obra es la de la carta que el señor De Raousset escribió al autor de este libro la víspera de su fusilamiento, mientras estaba en capilla ardiente. El original de esta carta nos fue enviada a San Francisco por el capitán Pannetrat, favor de lo más precioso porque de todas las otras cartas escritas por el conde durante sus últimos días, el señor Calvo juzgó solo enviar copias cetificadas y conservar las originales en sus manos.<br />
<br />
Entre más avanzo hacia el término de mi tarea, más me alegro de haberla comenzado. En effet, à mesure que j'écris les dernières pages de cette curieuse biographie, me llegan documentos de diversa naturaleza que aumentan su entendimiento e interés. Es a estas numerosas amistades que acompañan piadosamente su memoria que el señor De Raousset debe este contingente inesperado. Este crecimiento de riquezas es tanto más precioso ya que estas adiciones sucesivas son todas piezas inéditas debidas a la pluma de nuestro amigo desafortunado; hay que decir que son brillantes, notables páginas de ideas sublimes a veces, justas siempre, ingenuas y simples también, que están llenas de un estilo fácil y vigoroso. Hay sin embargo descuidos muy perdonables al <i>currente </i><i>calamo </i>de un amigo de colegio que le escribe a su amigo, sin dudar que vendría un día en que sus amigos que le sobrevivieron recogerían cuidadosamente todos estos fragmentos esparcidos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
Dejamos pasar algunos de estos descuidos; ellos enriquecen el retrato dándole sombras, y son una prueba más del carácter de intimidad sincera bajo cuya inspiración estas cartas han sido escritas. Si todos los pedazos de poesía no son de una fuerza transcendental, hay que adjudicarlo, sin sorpresa, a la pluma del que era un joven alumno de retórica; pero también las hay, escritas más tarde, mientras que el adolescente se hacía hombre, que tienen un sello de grandeza, que andarían orgullosamente al lado de lo que muchos poetas pudieron producir; ciertos pasos son de un lirismo insuperable. El público mismo tiene que solo leer y juzgar. Suprimimos en esta correspondencia solo los pasos demasiado personales o los que nos parecían poco interesantes para el lector. También suprimimos varios cuya publicación habrían legitimizado, justificado y servir a provocar resentimientos; pero a propósito de lo que pasó en Europa como en América, quisimos obedecer a un sentimiento de condescendencia más que a cualquier otro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
Es al señor Victor Smith, juez del tribunal de Saint-Étienne y depositario de esta correspondencia, a quien debemos esta preciosa comunicación.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: 130%;"><span style="font-weight: bold;"><br />
I</span></span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;"><br />
(de 1836 a 1844)</span><br />
<br />
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br />
<div style="font-weight: bold; text-align: center;">
Señor Gonon, hijo, calle de Lyon (Saint-Ètienne).</div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"><br />
</span></span></div>
<blockquote style="text-align: right;">
Friburgo, 24 de octubre de 1835.</blockquote>
<blockquote style="text-align: justify;">
«Mani, que llegó esta mañana, me envió la carta que tuviste la bondad de escribirme. Para decirte qué placer me causó habría que decirte cuánta es mi amistad por ti, lo que está por encima de las fuerzas de la débil naturaleza humana. No tomes esto como un cumplido común, me daría pena.</blockquote>
<blockquote>
«Respondo en detalle a tu carta. Primero, me acusas de no haberte escrito todavía. Si el señor Gonon no tuviera una cabeza de chorlito, se acordaría de que habíamos convenido que él escribiría primero. Yo, que no tengo mala memoria, esperaba desde un mes mortal que él nos diera sus queridas noticias, y, si no hubiera conocido el buen corazón de señor Gonon, casi habría podido creer que había olvidado a su buen amigo.</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
</div>
</div>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
«He aquí pues una inculpación grave de la que soy completamente inocente. Si no te quisiera tanto y que por esta misma razón no hubiera temido molestarte, te habría hecho un gran discurso con exordio y conclusión para probarte mi inocencia. Sin embargo te disculpo esta vez y perdono tu injusticia; pero que vuelva a suceder. Ahora, la lección es bastante larga, así como mi jeremiada; paso a otra cosa.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
«El señor Lodoyx de Mauvesin no se fue. Su señor padre, irritado un poco por la ligera mediocridad de su boleta de calificaciones, le demostró el deseo de verlo pasar un año más entre nosotros. Por mi parte, doy gracias de este feliz descontento de su padre, ya que conservo a un amigo. Lodoyx se irá el próximo año, y, como debo ir de vacaciones, es posible que nos vayamos juntos, por lo menos hasta Lyon, y de allí no estamos lejos de Saint-Etienne, ¡y entonces!...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
«Me preguntas cómo nos divertimos, qué es lo que hacemos. Ah, querido amigo, no has pasado suficiente tiempo en un internado para poder responderte tú mismo? Creo que no has perdido la memoria todavía. Sería demasiado temprano.<br />
<br />
“Todos los días nos llegan viejos y nuevos; pero de aquellos de quienes me hablas, Saint-Ferréol no volvió; esperamos a Dancey; Sarcey... el inmortal Sarcey, el asombroso Sarcey, este muchacho dibujante, pintor, literato y todo un gran cazador, este músico famoso, Sarcey el famoso, el célebre Sarcey... Sarcey nos llegó ayer como un trueno, inesperado. Me ha encargado de decirte mil cosas amables.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Me has pedido también que te hable de Gaston; lo estoy guardando para el final[...]<br />
<br />
«Voy a ocuparme seriamente de mi retórica que, creo, me interesará mucho. Vuelto de mis errores de juventud, voy a trabajar mucho y a encerrarme con el griego y el latín. Quiero adquirir instrucción y mucha; esto lo que hace a un hombre hoy. ¡Oh! ¡Cómo querría volver a empezar tantos años que desperdicié con mi pereza! Los pesares vienen muy tarde; pero sin embargo todavía puedo reparar mal que bien mi descuido culpable trabajando bien mi retórica. Emplearé mis momentos libres al estudio de la historia y que a traducir un poco de inglés. Ya transcribí unos pedazos de <i>La Alhambra</i> empezaré con lord Byron un poco más tarde.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
«Para ti, que puedes divertirte todo el día, te incito a emplear bien tu tiempo. Espero que no necesites mi recomendación. Si tienes ganas de viajar al sur, reserva esto para las vacaciones, y si no desprecias venir a probar nuestro clima y nuestro cielo azul de Provenza, puedo servirte de Cicerón, y visitaremos juntos las bellezas de un país que, te aseguro, trae bastantes memorias interesantes para merecer tu atención.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Si hubieras pensado en lo que te pedí cuando te fuiste, me habrías enviado con Mani un pequeño cuaderno bonito y bien atado, en el cual habría trabajado este año que te habría dejado en memoria cuando te viera en Saint-Etienne, a finales de este año, cuando salimos de vacaciones; pero eres un muchacho al cual los buenos pensamientos vienen siempre demasiado tarde.</div>
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
«Pensaré este año en hacerte unos dibujos bonitos que te iré enviando. Adiós; ¡ves que no soy perezoso para escribirles a mis amigos, es verdad que entre amigos hay muchas cosas que decirse! Pero soy un hablador. Besos de todo, todo mi corazón. Para siempre,</div>
<div>
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«Gaston.»</span></div>
<div style="text-align: right;">
</div>
</div>
</blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;"><br />
</span></div>
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br />
<blockquote>
«Ahora, no olvides lo que te voy a decir. Esta carta, como bien lo piensas, no pasa por la vía ordinaria. Así que, cuando me escribas, procura no hablar de esto. Escríbeme como si fuera la primera vez, como si no me hubieras escrito nada, pues tu carta no la han visto los padres. Yo también te voy a responder como si fuera la primera vez. Escríbeme pronto si puedes, y por la vía ordinaria, pues la otra es peligrosa para mí, muy peligrosa. Sin embargo, no dudes, cuando se presente la ocasión, de pasarme una carta de contrabando. Me gustan más así, porque podemos hablar a corazón abierto.<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<b>«</b><span class="Apple-style-span" style="font-weight: bold;">Gaston de Raousset-Boulbon. »</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;"></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">Al mismo.</span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%; font-weight: bold;">«</span><span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">Friburgo, 13 de diciembre de 1835.»</span></span></div>
<br />
Voy a comenzar, querido amigo, por regañarte, y muy seriamente: primero, debiste escribirme antes; segundo, tu escritura no es siempre muy descifrable; tercero, tienes una manera de expresarte tan oscura, que a menudo ocupo en comprenderte tanto tiempo y dificultad como la que dedico lo a comprender una balada de las <i>Orientales</i> de Victor Hugo. Este tono es severo, pero un amigo debe hablar francamente, y, por otra parte, sabes bien que si te enfadaras, tu cólera me alegrará. A propósito de cólera, voy a hacerte reír.</blockquote>
<blockquote>
«¿Recuerdas que en un viaje te enojaste con Jean le Bouc, quien vino una tarde a reírse a carcajadas en la puerta de tu habitación? No recuerdo dónde estábamos. Creo que fue en New-Quirchen. Además, no importa. Entonces, pues, Jean le Bouc se reía diciéndote buenas tardes, y su ojo escrutador te asombró seguramente. Debes recordar que el día siguiente, mientras nos contabas esto, te recibimos con largas carcajadas que debieron desconcertarte. </blockquote>
<blockquote>
«Recordaste tal vez esta aventura por la tarde, mientras te calentabas cerca de un buen fuego y el viento aullaba contra los cristales, blancos de escarcha y de hielo. Buscabas el sentido del enigma, y, después de largos cálculos y numerosas conjeturas, tu risa se agregó al silbido ahogado del beso de noviembre que se metía húmedo en la chimenea y, te reenvió a la cara una bocanada espesa de humo que te sofocó en seguida y convirtió tu risa en una tos maligna y brusca.</blockquote>
<blockquote>
«Ahora pues, he aquí la aventura que te interesa tanto. Me imagino cerca de tu fuego, frente a ti, sentado en una amplia poltrona, con las pinzas en la mano, atizonando, según mi costumbre, los carbones apagados de donde se eleva y recae por intervalos una llama inestable y macilenta que proyecta sobre las paredes una luz sombría y temblorosa como los sueños de Ossian sobre las cimas de Morven, una gran forma blanquecina como los niños de su lira melancólica, Évelina y Malvina. Tendida la oreja hacia mí, tu amigo, me escuchas con la atención de nuestros viejos antepasados, los galos, sentados alrededor de su bardo armonioso, y te digo: "Sucedió pues durante el viaje, sentados alrededor de una mesa el 14 de diciembre. </blockquote>
<blockquote>
«El final de las clases me interrumpió ayer, muy a mi pesar, en medio de mi historia tan poco romántica; voy a tratar de elevar la lira de mi prosa sentimental al mismo tono y continuar. </blockquote>
<blockquote>
«Sentados alrededor de una mesa, De Mauvesin, D'Astros y yo esbozábamos al lápiz, silenciosos, nuestras notas, memorias, impresiones y pensamientos en nuestros cuadernos. De pronto, en medio de estas palabras vagas y sin consecuencia, estas palabras de pensamiento y de memoria que venían y despegaban más ligeramente que el ala de la golondrina que se juega y zigzaguea sobre una onda pura; en medio, digo, todas estas palabras de memoria, uno de nosotros dejó salir, como pasando, una palabra sobre tu inclinación al temor, no digo al miedo... Y nosotros también soltamos nuestras palabras; de modo que finalmente la conversación trató sobre ti, y finalmente se inauguró el proyecto de hacerte una broma. </blockquote>
<blockquote>
«Sé que sabes lo que es una broma. Una broma de cara redonda y risueña, con mirada turbia, pequeña, esquiva y maligna; la broma, como un Esopo deforme y jorobado, un ser que toma todos los disfraces, todas las formas, más o menos como un gorro de lana cabe en cualquier cabeza. Esta broma era un maniquí, sí, un maniquí que pondríamos bajo tu cama; lo hicimos; D'Astros y Mauvesin lo llevaron, y luego Boysseul vino y te dijo buenas tardes... ¡Ah, ah! y según tu laudable costumbre, miraste tal vez bajo tu cama; pero eres corto de vista y no lo viste. Y el día siguiente, una pelea con Boysseul y nos burlamos de ti... ¡Pobre Gonon! ¡no te diviertes tú... ¡hete aquí lanzado en el mundo, no viajarás en banda, pobre, pobre Gonon!</blockquote>
<blockquote>
«He aquí una historia larga; no te molestará, porque todo molesta, creo, en el mundo, excepto las memorias.... ¡Y, bueno, es un recuerdo, una memoria del tiempo pasado, del tiempo pasado que no volverá más!... ¡Medita! Por otra parte, me divierte de contarla; esta tarde, tengo el ánimo desazonado, estoy triste, melancólico; compadéceme. </blockquote>
<blockquote>
«Me preguntas si hablo inglés. ¿Inglés, yo? no más de lo que tú hablas latín o griego; hago mi retórica. ¡Viva mi profesor, el reverendo padre Bouix! Recuerda este nombre, porque yo nunca lo olvidaré; el padre Bouix es uno de los mejores jesuitas que hayan portado el birrete; un hombre que apareció en la agria senda de mis estudios para sembrar de rosas las puntas del peñasco que me desgarraban el pie. ¿Inglés? ¡Ah bien, sí! ¡Inglés! ¿Acaso voy hacia allá?...<br />
<br />
«Vas a comenzar con Historia, y no tienes tiempo, dices. Yo podría responderte con uno de nuestro espirituales autores: </blockquote>
<blockquote>
<blockquote>
<i>¡Oh! cuánto hay que hacer</i><i>¡Cuándo no lo hay! </i></blockquote>
</blockquote>
<blockquote>
«Deja las tonterías y toma Historia. Es un buen estudio. En el momento en el que te escribo un libro de Historia Antigua está sobre mi pupitre. La hoja sobre la cual te escribo está apretada contra mi cuaderno de notas de Historia Universal.<br />
<br />
«Me iré de vacaciones este año. ¡Si es que puedo! pasaré a Saint-Etienne. Me harás bajar a una mina. Me confesaré antes de intentar esta aventura, y puede que ya no salga de allí nunca; estoy cansado de la vida.</blockquote>
<blockquote>
«¿Hiciste ya tu relación de viaje? ¿No? Yo tampoco. ¿Te molesta eso? ¿Sí? A mí también. Tienes tiempo, yo no lo tengo; tomo lecciones de Discurso Francés, Retórica y a veces de Poesía.<br />
<br />
«Valentin, el anticuario Valentin, que es un buen chico, te recuerda. Crees bien si piensas que todos a quienes les hablaste te recuerdan igualmente.<br />
<br />
«No sé si alguien te escribió una noticia triste: De Habiers murió.</blockquote>
<blockquote>
<blockquote>
<i>Porque todo pasa en este mundo. Esas ramas arrancadas,<br />
¡mira cómo sueltan sus hojas desecadas,<br />
Ante el soplo del invierno!...</i></blockquote>
</blockquote>
<blockquote>
«Adiós, mi reloj me advierte que el fin de la hora de estudio se acerca. El reloj acaba de enviarme con sus vibraciones lejanas las siete horas y cuarto. <i>Fugit irreparabile tempus.</i> Respóndeme rápido.</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«GASTON.»</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
__________________________________<br />
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;"></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">Al mismo.</span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"><br />
</span></span>«<span class="Apple-style-span" style="font-size: 14px; font-weight: bold;">Friburgo, 6 de enero de 1836.</span></div>
<br />
«Hace pocos días, mi querido amigo, debes haber recibido de mí una carta donde Lodoyx ha incluido algo de él. Así, sin retraso, me perdonarás escribirte una humilde carta.<br />
<br />
«Creo que Pittenon debe pasar aquí en poco tiempo para después ir a Saint-Etienne. Le daré unas cuantas cosas para ti. Me pides versos; me serviré tal vez de esta ocasión; pero no es probable. He aquí por qué. Tenía la intención, lo sabes, de irme de vacaciones pasando por Grenoble, la Cartuja y la alta Provenza hasta Hyères, de donde habría subido a Aviñón por Marsella.</blockquote>
<blockquote>
«Pero es posible que yo abandone este proyecto a causa de ti. Digo a causa de ti, porque me gusta más ver a buenos amigos que bellos paisajes. Tu me comprendes. Iré por la vía ordinaria; solamente les pediré a mis padres el permiso de hacer una desviación hacia Saint-Etienne, y de pasar allá un día con mi querido Jean-Baptiste (¡Qué nombre tan feo! hará falta que te bautice de otro modo.)</blockquote>
<blockquote>
«El día en que llegue podremos visitar las bellezas de Saint-Etienne; al día siguiente haremos lo que tú quieras, una pequeña e interesante cacería, por ejemplo; y sobre todo quiero descender a la mina. La mañana siguiente me voy de nuevo para Lyon, a donde me acompañarás, espero; de allí bajaré con el Ródano, bajo el cielo encantado, a mi encantadora Provenza. ¿Te conviene este plan? </blockquote>
<blockquote>
«Preparamos las piezas del carnaval: tenemos una ópera, una comedia ligera y una pieza alemana. Hicimos la ópera muy bella. ¡Pero una ópera en un internado es algo tan tonto! Hicimos la comedia ligera interesante: me gustaría que estuviera entes de un bello drama. A otros les gustaría que estuviera después, como para descansar del drama en sus cuadros jocosos. Yo soy de otro modo; me gustan más las grandes emociones. Me gusta más las cumbres blancas y demacradas de los Alpes que los risueños vallejos de nuestra bella Provenza.<br />
<br />
«Prefiero la voz de la avalancha al canto de la curruca; me gusta más fruncir el ceño que sonreír; es mi gusto. ¡Oh! si te contara por qué soy tan sombrío, cual es el principio de este aire triste y severo que me gobierna algunas veces; si te dijera cuál chispa enciende de vez en cuando en mis ojos húmedos el fuego sombrío que me devora; ¡si te dijera por qué tengo esta mirada feroz no me creerías!...</blockquote>
<blockquote>
«Qué cáliz amargo he tenido que apurar... ¡Oh, cielos! ¡Si creyera en mis presentimientos, qué futuro sombrío me espera!... ¡Oh! cuando pienso en eso, si no tuviera la fe para decir... ¡Condenado!... ¡El infierno!... ¡Cien veces me habría suicidado!... Soy un poco raro... me gustaría encontrarme con grandes infortunios, pero de esos infortunios extraordinarios, ¡infortunios de persecución, de sangre y de muerte!...<br />
<br />
«Sí, por mi honor, me gustarían estos infortunios, estas desgracias, proveído, no obstante que la gloria fuera su precio.... Me gustaría ver fracasar los esfuerzos del mundo contra la energía de mi alma. Leía otro día un pedazo del señor O. Mahony, titulado "Un hombre contra el mundo." ¡Qué palabras tan bellas! ¡un hombre contra el mundo!... </blockquote>
<blockquote>
«Es Fréron contra Voltaire y toda la filosofía. La virtud contra el vicio y el crimen; la energía contra la infamia, ¡qué belleza!, ¡qué destino sublime! Me da envidia... ¿Ves?, yo quiero esto; ¡yo contra todos! Es necesario... Me decían el otro día: ¡Serás un gran hombre virtuoso o un gran criminal!... Rechazo lo último, acepto con ardor el augurio primero. ¡UN HOMBRE CONTRA EL MUNDO!<br />
<br />
«La campana vino a interrumpirme: nos fuimos de paseo; el aire vivo de los campos suizos disiparon lo sombrío de mis pensamientos; estoy en el estudio y continúo mi carta. Te hablaba pues de la comedia ligera; te dije lo que pensaba de ella. En tercer lugar, la pieza alemana, que no logra interesarme, ya que no sé una palabra de alemán.</blockquote>
<blockquote>
«He aquí, pues, tres piezas, de las que ninguna me disgusta. Esto es triste, verdaderamente. Si el padre prefecto lee esta carta, va a encontrarme muy rebelde, muy malo de espíritu; pero, a fe mía, hablo francamente y como pienso. </blockquote>
<blockquote>
«Tenemos una sesión académica el domingo, es decir, pasado mañana. Tendré allí un rol muy importante, pero estoy harto de muchas cosas; ¡y, bueno, esa es otra razón más!... y luego, al final, qué sé yo!... ¡Oh! si supieras lo que pasa en mi corazón.... ¡Pero, bah! dejemos eso...<br />
<br />
“Dejé correr mi pluma y mis pensamientos, ahora voy a detenerlos; los segundos porque son muy peligrosos; la primera porque ya no tendrías ganas de leerme. Sobre este punto, soy más juicioso que tú; tú no escribes, garrapateas. Imítame, pues; escribe bien por energía. Hay tal vez un mérito en ello; Sería mejor si, como mi vecino, el Alsaciano, hubiera nacido con una sangre espesa y linfática, a la que nada puede emocionar. Pero no; ¡tenía que haber nacido con una sangre de fuego! Basta con una impresión ligera para que mi corazón salte con más facilidad que la con la cual la tempestad enblanquece el Océano...<br />
<br />
«He aquí una carta muy larga; te dije mucho más de lo que era mi primera intención; pero, que quieres, digo como <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Madame_de_S%C3%A9vign%C3%A9">la señora de Sévigné</a>: cuando te escribo, mis pensamientos, mi pluma, mi tinta, todo vuela... Adiós; creo que el padre Audibert tiene ganas de decirte un par de palabras: le cedo a disgusto lo bajo de esta página.</blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«GASTON DE RAOUSSET.»<br />
<br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br /></div>
</blockquote>
¿Es necesario llamar la atención del lector al carácter extrañamente profético y bello de esta carta?... ¡Qué inmensa aspiración de esta gran alma hacia lo sublime!... ¡Qué secreto presentimiento de luchas ingratas, de reveses siniestros a sufrir en la búsqueda ardiente de este fin glorioso que ya soñaba su joven imaginación!<br />
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">Al mismo.</span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 14px;"><span style="font-weight: bold;"><br />
</span></span>«<span class="Apple-style-span" style="font-size: 14px; font-weight: bold;">Friburgo, 11 de febrero de 1836.</span></div>
<br /></div>
«Tengo en verdad gran curiosidad de saber las razones que te impiden responderme un poco más rápido.<br />
<br />
¿«Dime, pues, mi querido amigo, qué son las ocupaciones graves que toman todo tu tiempo, que hasta no encuentras una pequeña media hora para el mejor de tus amigos? A conciencia, vanamente procuro explicarme lo que hace con su día un ocioso; ¿acaso el buen corazón de mi querido Gonon comienza a hacerse egoísta? Es una sospecha que le injuria y que me apresuro a rechazar. Sin embargo, si quieres probarme tu amistad, espero que pongas en uso la única prueba que admitiré: que, de ahora en adelante, tus cartas se sucederán con más rapidez.<br />
<br />
«¡Escribir, siempre escribir! Esto te molesta tal vez... Estoy harto de eso. A mí me divierte escribirte y recibir tus cartas. Además, si te molesta, te propongo una recompensa. Escucha: mis poemas te gustan; me pediste unas piezas... Entonces, si me escribes más a menudo, yo, por mi parte, aumentaré la colección que te he prometido. ¿Contento?<br />
<br />
¿«A propósito, ya hiciste tu relación de viaje? ¿Dónde te has quedado? ¿Qué cuentas de interés? ¿En nuestra conversación cerca de Stanz-Stad? Acuérdate. Yo todavía no la he comenzado; no sé si debo empezar; mis clases de Retórica me absorben totalmente, y, si esto puede agradarte un poco, ya que me agradó a mí, te informo que el sufragio de nuestros jóvenes académicos me nombró presidente de la academia de Retórica.</blockquote>
<blockquote>
¡«Como te asombraría si me vieras aquí durante un tiempo con mi nueva manera de vivir! ¡Mi pobre Gonon, que asombrado estarías! Verías a este Gaston, tan loco antaño, tan vivo, tan ligero. Sí... ¡por desgracia!... lo verías ahora grave, serio, pensativo, trabajando con un celo admirable y proponiéndose a, seriamente, redoblar su retórica...<br />
<br />
«Y luego, francamente, si fuera un poco más lo mío, pediría entrar en la congregación religiosa. Pero me conoces bastante para comprender que esto no conviene de ninguna manera a mi carácter.... Esperemos sin embargo que la vocación pueda llegarme; lo deseo de todo corazón. ¡Es que, ves, comienzo a reflexionar seriamente sobre mi futuro, y el futuro... ¡el futuro no está en este mundo!<br />
<br />
«La campana suena para el paseo, voy a tener que dejarte. ¡Adiós, adiós!</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«GASTON DE RAOUSSET,</span><br />
«Tu bien amigo. Respóndeme bien rápido.»<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________<span style="font-weight: bold;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">Al mismo.</span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 14px;"><span style="font-weight: bold;"><br />
</span></span>«<span class="Apple-style-span" style="font-size: 14px; font-weight: bold;">Friburgo, 14 de febrero de 1836, domingo.</span></div>
<br /></div>
</div>
</div>
</blockquote>
<blockquote>
«Me molesta escribirte por la vía ordinaria; no puedo decirte nada. La aduana se ocuparía de quitar o de prohibir lo que te podría enviar de interés. Así que me declaro a favor del contrabando; y, para no volver allá demasiado a menudo, voy a hacer un volumen. Temo mucho que lo pequeño de esta escritura canse la debilidad de tus ojos, y, más todavía, la de tu paciencia. Pero, mi querido amigo, créeme que la mía (mi paciencia) querría una escritura un poco más rápida. Y si empleo ésta, es con el fin de poder decirte más. Para escribir así, no es paciencia lo que me falta, es energía. Haz lo tuyo de tu parte.<br />
<br />
«Crees que Mauvesin te olvidó, y dices que te acostumbrarás a eso... Este tono de ligereza, cuando se trata de perder a un amigo, me dio mucha pena. ¡Si todo debiera acabar entre nosotros, terminarías por acostumbrarte... fácilmente... Gonon, esta manera de actuar de tu parte me apena, repito. Perjudicas tu buen corazón, por lo menos, siempre creí que este era bueno. Yo, cuando amo, es con constancia... con una constancia inquebrantable. Acuérdate de esto: si alguna vez un destino celoso debiera poner una barrera entre nosotros, nunca sería yo quien comenzaría a forjarla; si tuviera culpas, reclamaría tu perdón; si las tuvieras hacia mí, siempre estaría dispuesto a perdonarte. Es una lección un poco severa la que te doy aquí, pero es una lección de amigo, y la mereces. Cuando amo es con constancia. Vas a tomarme por un moralista muy fastidioso; el fin de mi carta probará lo contrario.<br />
<br />
«Volvamos a Mauvesin. ¿Que él te ha olvidado? ¡En absoluto!.. Él te escribió tres o cuatro veces y no recibió respuesta; tiene razón en quejarse. Luego: tú le has escrito, dices. Afirmo que él no recibió nada. ¿Es culpable? Así que muérdete los labios y jura (nada muy temerario). Todo se explica: la aduana habrá considerado apropiado parar su correspondencia. ¿Quién sabe si algún día no lo harán con la nuestra? En este caso, más miramientos, escribiremos por las vías externas... tanto pero si nos pueden interceptar...<br />
<br />
«He aquí que hemos hablado bastante de mí. Hablemos de ti, ahora. ¿Qué haces, querido Gonon?... ¿Quieres a alguien bello?... ¿quién es, pues? ¡Eh, dime! ¿Es bonita? ¿Tiene espíritu? ¿Canta como una sirena? ¿Tiene bellos ojos negros, bellos cabellos negros que enmarcan con gracia interesante la palidez de una cara muy melancólica? ¡Oh, dime!...</blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%; font-weight: bold;"><br />
«15 de febrero, lunes.</span></div>
<br />
«Es hoy es el lunes antes del carnaval. Sabes bien que aquí este día no es nada extraordinario. Tendremos una pieza, y no tengo en ella ningún interés. Pero tú, como vas a divertirte, tienes todo lo que quieres. ¡Si estuviera contigo, mi querido Gonon, qué escapadas haríamos! ¡Demonios! ¡Cuando pienso en eso...! Verás sin duda a Amédée, a Pamphile, etc.; van a hacer tantas cosas, montón de locos. A propósito de Pamphile, me había prometido mucho escribirme y no lo hizo; sin embargo, estaba tan bien con él (por lo menos eso creía yo) ¡Si supieras qué pena siento de perder a mis amigos!.... ¡Este pobre Pamphile, decimos que es lanzado hasta el cuello! Tú me entiendes. ¡Me da pena para él! Un poco, está bien; ¿pero demasiado?... ¡No! Te ruego, cuando lo veas, acuérdate de recordárselo. ¡No olvido a mis amigos tan rápidamente!<br />
<br />
«¡Vas pues a divertirte como un loco estos días! Primero el teatro: me vuelve loco el teatro... Y luego las máscaras y los bailes de máscaras. ¡El bello traje de carnaval negro que va a cautivar el corazón de mi pobre Gonon! Verás su talla esbelta y libre; la talla de una sílfide que querrás tomar en tus brazos; y luego ese ojo negro que brilla con un fuego tan maligno, y luego ese pie amable... ¡Oh! ¡mi Dios! no dormirás en quince días... ¡pobre corazón! Es una cosa terrible el amor.<br />
<br />
«Te había dicho que redoblaría mi retórica. ¡Bah, bah! una vez en vacaciones, reflexionaré... Pero ahora temo decir demasiado: ¡Viva la libertad!<br />
<br />
«Estaría bien el caso, ahora, de hacerte aquí alguna pieza de versos en el género que te gusta tanto; pero te aseguro que mi disposición es mínima. Por otra parte, para tener éxito en este género, hay que hacer hablar al corazón; ¿y cómo hacerlo? ¿Decirle a las paredes algo tierno?... Si sin embargo estuviera dispuesto uno de estos días, te prometo hacerte algunos.<br />
<br />
«Mi carta se irá hasta el miércoles de ceniza, y cada día hasta entonces, le iré escribiendo más tonterías.<br />
<br />
«Vamos a oír esta tarde una comedia ligera y una pieza alemana. No espero tener en ellas gran interés. Si estuvieras aquí, verías al señor Stanislas disfrazado de oficial superior y al pequeño Gelé vestido de mujer. Es una suerte rara la de él, no poder aparecer en el escenario sino metamorfoseado en muchacha.</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"><br />
«16 de febrero, martes.</span></span></div>
<br />
«Tuvimos ayer una pieza alemana y una comedia ligera. La primera nos molestó como de costumbre. Ahí estaba Gelé, como jovencita lugareña, pero jugó su papel tristemente; su amable hermano era oficial superior, pero era algo ridículo verlo actuar con su flema acostumbrada. Luego, la comedia ligera, que fue encantadora. Tête-de-Veau tenía un papel que actuó perfectamente. Duhais, como de costumbre; Benaisse, perfecto; Gelé, a quien su ejemplo lo tiene sin duda electrizado, actuó pasablemente por primera vez de su vida.<br />
<br />
«En definitiva, esta comedia ligera, le encontramos tan bien que todos, de unánime acuerdo, pedimos una segunda representación, y se va a presentar de nuevo hoy con la ópera.<br />
<br />
«¡Oh, mi querido Gonon, espero que le des a esta carta una respuesta sólida, escuchas? Envíamela cuando encuentres un medio... ¡Pero cuidado! no queremos que nos la traguen. Estamos en la mesita, y preferiría la puerta a la mesita. Háblame muy poco del internado y mucho de lo que haces tú. Te diré mañana por la mañana qué pasó de interesante esta tarde, y mañana por la noche esta carta estará de camino a Saint-Etienne. Estoy muy cansado hoy, así que no esperes versos.<br />
<br />
«Si supieras cómo me aburro, como nos aburrimos; bostezo cada día, hasta ahora que te escribo; tengo miedo de que mi alma se escape en un bostezo. Creo, verdaderamente, que el carnaval de Friburgo nunca había estado tan fastidioso en el internado: si no tuviéramos las piezas, nos moriríamos de aburrimiento. ¡Y tú, allá, como debes divertirte!... Debes estar como loco. ¡Oh, si estuviera contigo... Te envidio.<br />
<br />
«Son las nueve y cuarto, me aburro a morir; en un cuarto de hora más iremos a recreo; por lo menos allí podré hablar. No sé si mi carta te molesta; si es así, qué fastidio, pero es necesario que me leas hasta el final de la página, y para distraerme voy a escribir muy bien.<br />
<br />
«Te prometí versos, poesías, espero para hacer esto las vacaciones; ya tengo cualquier pacotilla; tenía tres mil e hice más este año en tres meses. Me aburro de escribir, voy a dibujar... Es la una y media, estoy en el estudio, me aburro a morir; hace un calor del infierno, ¿que hacer? Estoy enfermo. ¿Qué tal si trato de hacer algunas rimas para agradarte? ¿Que dices de esto? Pero cómo hacerlo con este dolor de cabeza?<br />
<blockquote>
<i>Mi inspiración demolida<br />
exhala sin medida.</i></blockquote>
«¡Adiós!, ¡todavía te escribiré mañana por la mañana sobre lo que haya pasado esta tarde, y podrás decir que te hice la crónica de mis tres días de carnaval!... Esta carta es demasiado larga, y pensándolo bien, debería sentirme mal por ti. Pero este estilo vuelve tan poco a menudo que, creo, no encontrarás malo que lo adopte para el pasado, el presente y el futuro. Quién sabe si te escribiré otra carta como esta de aquí a finales del año. Tú, cuando me escribas de esta manera, tienes tiempo y nada que temer. Escríbeme veinte páginas, un cuaderno... ¡Adiós! suena la campana, voy a la ópera; hasta mañana.</blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%; font-weight: bold;"></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%; font-weight: bold;"><br />
«17 de febrero, miércoles.</span></div>
<br />
«Hoy es miércoles de ceniza. ¡Qué día después del martes de carnaval! ¡Cuánto duelo después de tanta fiesta! Esto es verdaderamente triste; pasar así de un extremo al otro sin la menor transición. Hay algo de raro en que, a pesar de lo que acabo de decirte, no deje de gustarme: me gusta reír con buenos amigos, hacer escándalo, pero también me gustan las grandes emociones siniestras.<br />
<br />
«Ayer pues, se presentó de nuevo la comedia ligera; ¡igualmente encantadora! Luego vino la ópera. No me gustó, no tuve un solo instante de placer durante la representación.... ¡Es que mi carácter cambió tan considerablemente!... ¡Oh! ¡si me vieras!... Sería demasiado largo contarte las mil y una causas que hicieron mi carácter lo que es hoy. Apenas ayer hablaba con alguien que me dijo lo que pensaba: estoy, dice él, irreconocible. Tomé una redondez y una seguridad que no tenía el año pasado. Parece que la poesía contribuyó considerablemente a darme un aire raro y original del que me acusaba ayer el reverendo padre prefecto. Pero al final cambié solo para bien...<br />
<br />
«El fin de la hora de estudio vino para interrumpirme. ¡Estuvimos en misa y allí recibimos la cruz de ceniza sobre la frente! ¡Es el sello de la muerte! Cuando Pittenon pase por Friburgo, le daré probablemente muchas cosas para ti. He aquí pues que se acabó el carnaval; ¡los días de fiesta pasaron como el torrente, el hijo de la tormenta!<br />
<br />
«Estoy triste, sombrío, es en mí natural... Siento un peso terrible sobre el corazón, y este corazón nada puede emocionarlo... Solo una idea de futuro y de gloria... ¡La gloria! ¡Oh!, ¡es una cosa tan bella la gloria! Si supieras qué pensamiento, qué esperanza de futuro se prepara en silencio en el fuego de mi alma... No quiero hacerte confidencias, me tratarías de visionario. ¿Qué te diré? Me aburro, estoy sombrío. La vida que llevo aquí es monótona a morir... Esta regularidad, esta vida apática, no pueden convenir a mi sangre de fuego. Me hace falta otra cosa... Pero no veo lo que te escribo... Mi pensamiento, mi cabeza, mi corazón todo es un caos. ¡Adiós!</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
«Tu amigo<br />
<span style="font-weight: bold;">«GASTON.»</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
<div style="font-weight: bold; text-align: right;">
<blockquote>
<span style="font-size: 85%;">«Friburgo, l de marzo de 1836.</span></blockquote>
</div>
<span style="font-weight: bold;">Al mismo.</span><br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<blockquote>
«Hace casi dos meses que no recibo de ti ninguna noticia. Ciertamente no es por pereza que no me escribes; te conozco bastante, hubo sin duda impedimientos graves.<br />
<br />
«Te había escrito hace unos días, pero el reverendo padre Restau no quiso dejar ir mi carta. Él tuvo razón, porque leyéndola con la cabeza descansada, vi que había demasiada ligereza y que mi imaginación estaba en batalla campal de cabo a rabo.<br />
<br />
«Lo repito, tuvo razón en impedir su envío; espero sin embargo que esta tenga mejor suerte. A medida que el invierno huye con sus largos estudios vespertinos, mi ardor para el trabajo comienza a apagarse y preveo que no avanzaré mucho este verano. Sería una nueva razón que me incitaría a redoblar mis cursos de Retórica.<br />
<br />
«Parece que el nuevo poema del señor <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Alphonse_de_Lamartine">De Lamartine</a> acaba de aparecer bajo el título de <i><a href="http://fr.wikisource.org/wiki/Jocelyn">Jocelyn</a> o El cura de campo</i>. Se dice que es muy bueno, yo no sé; pero todo el mundo cree en un poema épico, yo creo que que hay que suprimir "épico" para poner simplemente "poema". ¡Dios quiera que no sea un poema <i>hético</i>!<br />
<br />
¡«Oh! mi querido amigo, estoy totalmente decepcionado de mis viejos errores en cuanto a la literatura. No me hables de nuestros pobres autores modernos. ¡El romanticismo, qué triste literatura!... Cuando tomo <i><a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Atal%C3%ADa_%28Racine%29">Athalie</a> </i>al lado de nuestras rimas modernas, cuando hago la comparación; cuando pongo a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Fenelon">Fénelon</a> al lado de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Chateaubriand">Chateaubriand</a>, porque no hablo ni de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Bossuet">Bossuet</a> ni de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Jean-Baptiste_Massillon">Massillon</a>, <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Louis_Bourdaloue">Bourdaloue</a>, <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Jules_Mascaron">Mascaron</a> ni todos los demás. Cuando los comparo, si es posible establecer una comparación... saca tú las conclusiones. Pero creo que, muy afortunadamente, tú no eres romántico.<br />
<br />
«Es el tiempo del deshielo; no hay nada más fastidioso que nuestros recreos; apenas uno pone un pie en el patio está inundado. Cayó mucha nieve, así que cuando se derrite se forma un lodo espantoso. </blockquote>
<blockquote>
«Espero con impaciencia la vuelta del verano; nos divertiremos, lo espero, y nuestra clase de Retórica se hará interesante, aunque ya lo es: haremos una revisión de los modernos.<br />
<br />
«Si ves a Pamphile, dale muchos saludos de mi parte. Había prometido escribirme y he aquí que hace ya casi un año que espero a que cumpla su promesa. Si él me escribe, puede tener por seguro que me va a alegrar mucho.<br />
<br />
«Hoy es jueves, no sé si iré de paseo; hace un clima de deshielo detestable.<br />
<br />
«Te abrazo de todo corazón,<br />
<br />
«Tu amigo para siempre. </blockquote>
</div>
</div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«G. DE RAOUSSET. »</span></div>
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%; font-weight: bold;"></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%; font-weight: bold;"><br />
“Friburgo, 21 de marzo de 1636.</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">«Al mismo.</span></div>
<br />
«Contra mi costumbre dejé pasar unos días sin responderte. Perdóname; sabes que un alumno de Retórica debe manejar su tiempo y este nunca sobra.<br />
<br />
«Leí en una carta de Pamphile a Camont que habías encontrado al buen Pamphile en Lyon. Si se te presenta una nueva ocasión de verlo, te ruego, no olvides de recordarle de aquel que antaño se honró con el título de su amigo.<br />
<br />
«Creo que él me olvidó; ¿pero importa? ¡En mi corazón la memoria de su amistad nunca se perderá. ¡Pobre Pamphile!, no creerías cuánto me compadezco de su suerte. Él tenía ciertamente una buena disposición a la virtud; pero su imaginación del Sur; la sangre de fuego que incendió el sol de la Provenza. ¡El cielo lo puso en una casa dónde nada le faltaba para hacerse un santo... lo pudo ser... ¡y en un instante se perdió! </blockquote>
<blockquote>
«Y helo allí, en el mundo, solo y sin guía, a merced de sus pasiones delirantes... ¡Pobre Pamphile! ¡Qué reflexiones tristes me inspira en el momento en el que te escribo... Cuántas acciones de gracias debo a la Providencia que me dio en este internado el asilo de la virtud!... ¡Oh, mi querido amigo! unos días apenas fluyeron... acabas de salir... ya no tendrás la instrucción de nuestros Padres... pero podrás recordarlas; la impresión no puede ser borrada, En cuanto a mí…</blockquote>
<blockquote>
<blockquote>
<i>Navego feliz, al amparo del mar<br />
y veo mi esquife en la orilla flotar.<br />
Pero un día llegará...<br />
Me echará el destino al Océano del mundo,<br />
y tendré que retar maremotos profundos,<br />
y al futuro remar.</i> </blockquote>
</blockquote>
<blockquote>
<blockquote>
<i>¿Quién me asegura que la ola espumosa<br />
no vendrá entonces a mi mano callosa<br />
a mi remo quebrar?<br />
¿No seré, más bien, como la hoja inerte,<br />
que siente que un soplo otoñal es tan fuerte<br />
que un fiero huracán?</i> </blockquote>
</blockquote>
<blockquote>
<blockquote>
<i>¡Que hacer!... ¡Desdichado!.. ¡Santa Providencia!<br />
Tu sola bondad sostendrá mi creencia;<br />
a ti recurriré....<br />
Podrá desgarrar la tempestad mi vela;<br />
mis ojos podrán distinguir una estela<br />
que nos muestre la fe.</i> </blockquote>
</blockquote>
<blockquote>
<blockquote>
<i>Del dragón infernal huyo la porfía,<br />
apretado a la cruz, invoco a María.<br />
¡Celeste la verdad!....<br />
Tu mano desviará los escollos y el mal,<br />
Ella debe guiarme hacia playa inmortal<br />
¡De tu eternidad!...</i></blockquote>
<i><br />
</i><br />
<i>«</i>Sí, mi querido Gonon, he aquí los sentimientos que me animan; ¡estos puedan durar para siempre! Perdóname por decírtelo confiando mis pensamientos a la cadencia de la rima. Aquel quien sopesa cada instante de mi vida no me puede reprochar la pérdida del cuarto de hora que me costaron estos versos, el cual, por otra parte, fue empleado para loarlo y bendecirlo.<br />
<br />
«Una tan larga y tan severa lección moral podría muy bien no parecerte tan atractiva... Así que cambiemos de texto…<br />
<blockquote>
<i>Oh, Lira, a veces novicia<br />
yo quiero pedirte de nuevo<br />
acordes de nombre longevo;<br />
para esta muy feliz noticia<br />
que anuncio a mi Gonon querido.<br />
Sabes que en un valle florido,<br />
entre esos campos con sus frondas,<br />
donde el hielo cuela sus ondas,<br />
iremos los días del calor,<br />
a en las aguas limpias de un baño<br />
sacar la salud y el vigor...</i></blockquote>
«¡Pero, Dios mío! me doy cuenta de que el fin de la hora de estudio va a sonar. El amargo tintineo de la campana detiene la armonía de la lira... Total, estamos haciendo en Belfaut un estanque magnífico... 250 pies de longitud, 150 de ancho. Todo el internado está encantado. He aquí muchos versos, perdóname si te molestan.<br />
<br />
«Muchos saludos por parte de Mauvesin. </blockquote>
<blockquote>
«¡Adiós!</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">« GASTON DE RAOUSSET-B. »</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;"></span></div>
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"></span></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">«Friburgo, 20 de abril de 1836.</span></span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">Al mismo.</span></div>
<br />
«Dime ¿de dónde viene el viento que sopla para hacer girar tan rápidamente la veleta de tu afecto?... La frase es un poco dura; pero sabes que hablo sin rodeos, y no retraigo un solo discurso. Sí, dije y repito: la veleta de tu afecto. Hace casi un mes que me debes una respuesta, y todavía la espero... Creo sin embargo que esta llegará finalmente porque no me creo que voy a quedarme como el individuo que, queriendo pasar un río, se sentó en la orilla a esperar a que acabara de fluir.<br />
<br />
«Dije: la veleta. Compara mi conducta con la tuya; ¿alguna vez hice esperar una sola respuesta? Yo te escribo dos o tres cartas por cada una tuya; y si se pone de tu lado todo el tiempo del día, y del mío unos minutos, podemos triplicar mi mérito y llevar el número de las cartas que te escribo a diez por cada una. Todavía podemos triplicar mi mérito, visto que tú no mereces que yo te escriba, y esto hará treinta cartas por cada una... Esto es verdad, sin embargo. ¡Sí, dije una veleta!, y en efecto, no te esforzarías tanto si sintieras hacia mí una verdadera y sólida amistad! Trágate esta píldora, y que te cure.<br />
<br />
«A propósito de amistad, me gustaría que pudieras escuchar las conferencias que nos hace sobre el tema el buen padre Barelle. Me gustan mucho; hay bien unas pocas cosas que sacuden mi manera de ver las cosas, pero me he propuesto a pedirle que me las aclare mañana. Tu sabes que a estas alturas los consejos no son inútiles para mí... Pero no vayas a creer que son los tuyos los que pido.<br />
<br />
«Recibí, hace un tiempo, una carta de Palamède: él imploró mi misericordia; el traidor todavía no me había escrito. Sabes que soy tan bueno; lo perdoné, y nos escribimos regularmente. ¡Es un muy bueno chico este Palamède!<br />
<br />
«Me anunciaste, hace unos tres meses, que Pittenon debía pasar por Friburgo hacia el tiempo de Pascua. Todavía no lo vemos. Es todavía un muy bueno chico este Pittenon. Me dijiste también que él debía ir a Saint-Etienne; te ruego decirme si deseas que te envíe cualquier cosa. Te lo enviaré con un placer del cual no puedo darte otra medida sino la de mi amistad.<br />
<br />
«Corre el rumor de que vamos mañana a Belfaut. Qué bueno si es verdad; por otro lado, tengo miedo de ir a Belfaut; allá siempre estoy triste; debes saber por qué.<br />
<br />
«Es el 5 de mayo y hoy se debe bendecir el estanque. Se nos anunció este día como muy solemne. Preparamos piezas que, se dice, deben ser representadas sobre el mismo lago (así como lo llamamos, "el lago"). Nos llegó ayer un polaco del cual no te digo el nombre, porque es tan barroco como ningún otro nombre polaco o ruso... Oí decir que Ronchard iba a publicar sus poemas; ¡que le haga mucho bien!... Mi querido amigo, te aseguro que la poesía es un faro famoso...<br />
<br />
«Adiós,</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«GASTON.»</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;"></span></div>
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<blockquote>
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%; font-weight: bold;">«Friburgo, 26 de abril de 1836.</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">«Al mismo.</span></div>
<br />
«Mi querido Gonon, es muy dulce tener un amigo quien te quiera y que comprenda tus sentimientos. ¿Este amigo no lo eres tú para mí acaso? ¡Bien! Entonces quiero confiarte todo lo que pasa en mi alma. ¡Dios mío! ¡Qué abismo es el corazón del hombre! Ahora que me vuelvo razonable y que comienzo a escudriñar a sangre fría, y gracias a las conferencias del padre Barelle, lo qué hay allí dentro... ¡Qué desgracia!...<br />
<br />
«Vengo de ojear uno de mis cuadernos, y encontré allí un carta que le envié a un alumno el 16 de diciembre de 1835... Se trata de la gloria... Voy a citarte unos fragmentos, no como poesía, porque no hice más que poner cadencia a la expresión de mis sentimientos sin ocuparme de producir bellos versos... Tengo miedo al releerlos... ¿Qué significa todo esto?... ¿Qué es la gloria?... Escucha y ten piedad de mí...</blockquote>
<br />
De esta pieza larga, que no está entre sus mejores, citaremos solo unos versos:<br />
<blockquote>
<br />
<blockquote>
<i>¡La gloria!... ¡Oh! ¡este nombre ciego adorador!...</i><br />
<i>Un día mi sacrificio, un día el noble ardor</i><br />
<i>cuyo fuego hambriento consumió mi alma,</i><br />
<i>un día vendrá, ya lo dije, desde el cielo...</i><br />
<i>El tiempo y mi valor cumplirán mi anhelo.</i><br />
[...]<br />
<i>No me pidas apoyo, no me me pidas paz</i><br />
<i>Debo protegerme en la carrera esquiva</i><br />
<i>a la que me lanzo... ¿Qué es esa luz viva</i><br />
<i>que me abre los ojos?, ¿la luz del combate?</i><br />
<i>Oh, Gloria, ¿es tu precio que un día me mate?</i><br />
<i>¿Será mi canción encanto y armonía?</i><br />
<i>Lo ignoro... uno o lo otro</i>[...]<br />
[...]<br />
<i>Es un presentimiento ininteligible;</i><br />
<i>Así lo creo: me basta que sea posible:</i><br />
<i>Entonces al tiempo y al futuro encargo</i><br />
<i>de la Gloria la tarea de descifrarlo.</i><br />
<i>Con nuestra mirada en las sendas distantes</i><br />
<i>Medimos lo largo... más muertos que antes.</i><br />
<i>Dijiste conmigo.... El momento es seguro,</i><br />
<i>¡La Gloria a nosotros! ¡camino al futuro!...</i></blockquote>
<br />
«He aquí mi querido Gonon, los pensamientos que yo tenía el 16 de diciembre del año pasado. ¡Ahora, si supieras cómo la gloria me parecía tan poca cosa!... Esta gloria que soñé tanto, que algunas veces todavía me sorprendo soñándola... ¡La gloria!... ¡Oh, es una gran palabra, un fantasma muy brillante y muy engañoso! Es como los frutos del Mar Muerto: ¡si abres sus bellas cáscaras encontrarás solo cenizas infectas!<br />
<br />
«Y no es solamente hacia la gloria que siento asco... Sabes que conozco bien, por mi pobre experiencia, los que son llamados los placeres del mundo. Estoy hastiado de ellos; el mundo me desagrada... El mundo es una gran comedia donde cada uno se esfuerza por ser más ridículo que los otros. Hay gente que ve un drama en la conducta de los pobres humanos; yo veo solo una simple comedia: tienen a bien degollarse y masacrarse, aun cuando no hay en toda Europa un pedazo de tierra que no esté rojo de toda la sangre derramada en estos últimos cuarenta años. Solo veo en ello una bufonada, una farsa que me repugna, que me da asco, y de la cual desvío los ojos.<br />
<br />
«No encuentro nada más conmovedor que el infortunio de los perritos de Perrin Dandin en <i><a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Los_Litigantes_%28Racine%29">Les plaideurs</a></i>. No veo nada más que un teatro, y nada tan ridículo que lo que se llama el buen tono y el espíritu, las costumbres del mundo.<br />
<br />
«Te dije, hace dos meses, que tenía ganas de entrar en la congregación: estoy persuadido de que habría aprovechado mucho allí y habría progresado en la senda de la virtud, por la cual, desgraciadamente, camino con mucha dificultad. Estuve a punto de solicitar mi admisión: pero la conducta que veo en estos señores, y unas costumbres que me desagradaron singularmente me hicieron volver mi camino... No me explico más, pero espero poder, sin ayuda de la congregación, pero con la ayuda del Dios, encontrar mi humilde camino.<br />
<br />
«Adiós, mi buen y caro amigo, el fin de la hora de estudio acaba de sonar. No puedo decirte más, y después de esto, te abrazo de todo corazón; soy para siempre tu amigo.</blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«G. DE RAOUSSET.»</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br /></div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"></span></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">«Aviñón, 8 de septiembre de 1836.</span></span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">«Al mismo.</span><br />
<br /></div>
«Espero cada día noticias tuyas y cada día mi espera termina en decepción. Reconocerás que soy muy bueno al escribirte carta tras carta sin recibir de ti una sola palabra; pero hagamos tregua de reproches: apenas estoy de humor para molestar a mi querido Gonon.<br />
<br />
«Me divierto y me aburro en vacaciones: qué quieres, así es la vida. Los reyes bajo la púrpura, y el pastor bajo paja indigente que le presta asilo, todos en este mundo debemos probar las vicisitudes ridículas que atraviesan nuestra existencia cotidiana.<br />
<br />
«Es verdaderamente una cosa inexplicable el corazón del hombre; un día querer una cosa y al día siguiente rechazar con desdén el objeto del deseo; perseguir, sin alcanzarlo nunca, este fantasma indefinible como un sueño que se llama felicidad. He aquí lo que es que la vida... ¡Oh! sin miedo de la fulminante la eternidad que nos amenaza, cómo, hace mucho tiempo, mi desesperación habría roto el pacto despótico que me ata a la vida como a un cadáver...<br />
<br />
«¡Pero, bah!, tengo la culpa de ensombrecer mis pensamientos y los tuyos; echemos juntos nuestras miradas sobre imágenes más alegres. ¡Si supieras como estaría feliz de verte! ¡Oh! Si tuvieras tantas ganas como yo, vendrías para encontrarme en Lyon cuando me vaya a Friburgo al fin de las vacaciones. Si hay oportunidad, escríbeme, y, por mi parte, te señalo el día feliz que nos reunirá. Le escribí a Mauvesin; él recibirá mi carta en Munich, pero daría todo en el mundo para que no la recibiera: ¡es tan tonta, tan tonta!<br />
<br />
«Dibujo de vez en cuando: hago mis paseos en las afueras de Aviñón, donde estamos instalados desde nuestra llegada a causa de la mala salud de mamá. Nos iremos 15 de este mes a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Montfaucon_%28Gard%29">Montfaucon</a>, y espero que después de este viaje podamos ir definitivamente a descansar en Bourbon bajo el altar de nuestros <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Penates">penates</a>. </blockquote>
<blockquote>
«Adiós.</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«GASTON DE R.» </span></div>
</blockquote>
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________<br />
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"></span></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">«<a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Boulbon">Bourbon</a>, 8 octobre 1836.<br />
</span></span><br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">«Al mismo.</span><br />
<br /></div>
</div>
«Tu carta que me agradó en cuanto la recibí, pero, ¡Dios mío!, merecerías que te hiciera una buena peluca. ¿Serás obstruido siempre por una pereza incorregible? Hay en tu conducta un descuido imperdonable, porque nunca hay muchos asuntos... Nunca, y tú, sobre todo, joven ocioso, imberbe, andariego, ¿quién te crees para dejarme sin una carta durante dos meses? ¿Quién? <i>horresco referens</i>, tu mejor amigo. Reconoce que es imperdonable y que tengo razón en regañarte y darte los nombres más odiosos que puede inventar mi cólera y ennegrecería este papel, si te quisiera un poco menos. Quiero parar mi diatriba, pero a condición de que reflexiones cinco minutos antes de leer lo que sigue. Reflexiona que en tu silencio están todas tus culpas, ¿me oyes? Todas.<br />
<br />
«Ahora cambiemos de asunto; abandono la grosería del reproche para conversar con el corazón en la mano con un amigo a quien quiero y que me quiere. ¡Pueda mi estilo más fluente darte una idea débil de los sentimientos que me agitan, y una imagen fiel de la llama dulce que devora mi imaginación de dieciocho años![...]<br />
<br />
«<i>Una aventura</i>... ¡Diablo! no pienso en eso, mi aventura no es otra cosa que simples castillos en España, Sin embargo, he aquí: estaba ayer en un espectáculo y mis ojos cayeron en un camerino frente al mío, sobre la carita más encantadora que jamás haya sido labrada en el regazo de la madre naturaleza. Eran ojos tan dulces, tan vivos, parecían tan tiernos, tan amorosos, que una de sus miradas debía bastar para operar en la mejor cabeza una conmoción mental (ya que a toda fuerza se quiere aspirar a que el amor sea una locura). Pero era sobre todo una delicadeza de rasgos, una cara tan femenina, formas tan elegantes, tan endebles, tan flexibles, tan medulosas, tan perfectas, una postura tan voluptuosa, que la cabeza me dio vueltas. Olvidé que estaba en el espectáculo; la vi solo a ella[...]<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br /></blockquote>
Reencontramos, unos años más tarde, en 1844, al señor G. de Raousset instalado en una casa de campo cerca de París; aunque sus días estaban ya muy atareados, él iba de pesca y de cacería; soñaba, escribía y diseñaba proyectos durante el veraneo; él le escribe a su amigo:<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;"><br />
</span><br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br /></div>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">«Mi muy querido...</span><br />
<br /></div>
«Me puse a educar un halcón; pero haría falta para guiarme en esta empresa difícil un tratado de cetrería. Este debe encontrarse en París sobre los muelles o con los grandes <i>bouquinistes</i>. Este libro debería tratar especialmente de la manera de criar los halcones para la caza; me hrás un gran favor si me consigues este libro lo más pronto posible, porque tengo un halcón de tres semanas que continúa creciendo en tamaño, en fuerza y en ferocidad. No te asombres del precio que te pedirán, estas obras son caras.<br />
<br />
¡«Adiós, querido amigo! Trata de venir para vernos, no para atender nuevos asuntos, sino para que yo te agradezca por tu amistad tan buena, tan excelente y tan perfecta. </blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«G. DE R. »</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;"></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">«Al mismo.</span><br />
<br /></div>
«Diviérteme, Dancey, salvaje Dancey. ¡Cómo querría poder darle a cada uno una de mis manos!<br />
<br />
«Y sea dicho en todo lo alto; mis manos valen tanto como muchas otras: no son ni blancas, ni bien torneadas; no tengo hoyuelos sobre las falanges de mis dedos, a menudo tengo las uñas sucias, y sin embargo le ofrezco a cada uno un buen puñado de estas manos feas.</blockquote>
<blockquote>
«Adiós.</blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«R.-B. »</span></div>
</blockquote>
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;"></span></span></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">1 de diciembre de 1844.</span><br />
</span></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">«Querido amigo.</span></div>
<br />
«Me aburría en París y gastaba allí mi dinero. El último lunes me eché en el convoy de mediodía y por la tarde cenaba aquí,<br />
<br />
«Aquí me quedo[...]<br />
<br />
«No pierdo de vista África. Recoge toda la información que nos pueda ser útil. Ocúpate en encontrar un tercero que, si se puede, valga más que nosotros, y tan pronto como la temporada sea propicia, créeme, le pediremos a esta tierra de África regada nuestros sudores, y si hace falta, de nuestra sangre, este oro sin el cual la vida es un presidio donde la miseria sirve de grillete.<br />
<br />
«Coraje y audacia; tal vez nos jugamos la vida, pero ¿qué valor puede tener nuestra piel mientras no hayamos encontrado el medio de forrarnos con billetes? Por lo demás, te veré en París y hablaremos de nuestros proyectos»[...]</blockquote>
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________<br />
<br /></div>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">«21 de diciembre de 1844</span></span></div>
</blockquote>
<blockquote>
[...] </blockquote>
<blockquote>
«De tu lado, ya debes haber hecho los pasos necesarios para disponer de una suma igual, los industriales a quienes consulté aquí y en otra parte son del parecer que se puede llegar a buenos resultados. En cuanto a mí, miro como cierto que si no llegamos a una brillante fortuna, debemos por lo menos alcanzar la <i>aurea mediocritas</i> que conlleva al bienestar y a menudo a la felicidad.<br />
<br />
«Una buena granja en África, el cultivo de los campos, rebaños que nos pertenecen a nosotros, bosques, prados, vides, olivos, el gusano de seda, todo un pueblo humilde que se agita sobre el suelo del que se es rey... estos mil detalles que hacen tan activa la vida del agricultor, esta regularidad sin sacudidas que la hace tan tranquila; la vida de los campos, en una palabra, eclipsa la <a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/Rue_Saint-Jacques_%28Paris%29">calle Saint-Jacques</a>, y te considero bien hecho para ella.<br />
<br />
«¡Pobre muchacho! ¿Estás hecho, pues, para vivir en el estudio oscuro de un notario?...<br />
<br />
«Aleja de ti los temores del futuro. Después de esta solidaridad, que no puede sino durar muchos años, cualquiera que sea el futuro reservado para nuestra empresa, confía en que estamos hechos para darnos siempre la mano. Tendré siempre algo de la fortuna de mi padre para ayudarte en el futuro, en caso de que algo malo pase.<br />
<br />
«Valor, pues; pasaré el mes de febrero en África, y tal vez en abril los dos estaremos allí.»</blockquote>
<blockquote>
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
</blockquote>
<br />
Toda la correspondencia del señor De Raousset se convierte en una incesante repetición de sus proyectos de colonización; habla de los obstáculos que encuentra, de los capitales que le hacen falta, de la belleza de su dominio de Ben-Bernou, etcétera.<br />
<br />
Veamos lo que escribe el 15 de mayo de 1848, en Aviñón:<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br />
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
«<span style="font-weight: bold;">Querido amigo,</span><br />
<br /></div>
«Llegué finalmente de África, en donde te felicito por no haber puesto nunca los pies. ¿Qué te diré? por poco que los acontecimientos vengan a embrollarse, África está perdida para nosotros. ¡Qué fortuna se derrumbó de un solo golpe! ¿Cómo estás? etcétera...»<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-weight: bold;">«22 octobre 1848.<br />
<br />
</span></span><br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br /></div>
</blockquote>
<blockquote>
«Mis negocios van mal. La revolución me lleva entre las patas. Si no puedo hacerle frente a la tempestad de las próximas elecciones, me iré de Francia a... Dios sábe a dónde. El mundo es grande.»</blockquote>
<br />
Cuando dio por terminada la publicación del periódico <i>La Liberté</i>, habiendo sido derrotado en las elecciones, habiendo agotado sus últimos recursos, y habiendo tomado la decisión de irse a América, escribió la siguiente carta:<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
__________________________________</div>
<br />
<span style="font-weight: bold;"></span><br />
<blockquote>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-weight: bold;">«Querido amigo,</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
«Te pido hacerme un favor inestimable: ya lo verás. Pero primero unas explicaciones son necesarias.<br />
<br />
«Sabes en qué confusión espantosa la revolución de febrero dejó mis asuntos en África. Me quedan solo mi cabeza y mi valor.<br />
<br />
«Tomo mi parte de esta nueva ruina y voy a poner manos a la obra para rehacer mi fortuna.<br />
<br />
«Hay un lugar entre todos los lugares del mundo donde este resultado puede lograrse más fácilmente; estoy hablando de California. No me digas que no; sería inútil, tengo datos demasiado positivos para que me sea posible dudar de esto.<br />
<br />
«Me iré pues, y antes de un mes, probablemente. No creas que voy allá para picotear las minas. En todos los lugares nuevos, donde la población cada día aumenta, falta todo; el comercio, de cualquier género, es una fuente infalible de ganancia. Se trata de una muchedumbre de comercios elementales que no exigen ningún estudio preliminar. Tendría muchas cosas que hacer si tuviera dinero para llevar allá algunas mercancías, pero no tengo dinero.<br />
<br />
«Si no te pido, es porque tal vez no lo tienes; porque si lo tuvieras, te consideraría capaz de ofrecérmelo; pero no resintamos lo que nos falta, tomemos ventaja de lo que sí tenemos. El favor que te quiero pedir es este: </div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
«Una de las cosas más necesarias en un lugar como California son las armas. ¡Si yo tuviera dinero, las compraría y me las llevaría, pero no tengo dinero! He aquí cómo puedes ayudarme…»</div>
</blockquote>
Aquí, el señor De Raousset le explica a su amigo cómo debe hacer para obtener de un fabricante de armas de Saint-Etienne una cierta cantidad de diversas armas, las que vendería a precios ventajosos desde su llegada a California, prometiendo expedir el precio por correo; él pide la intervención de su amigo con el fabricante de Saint-Etienne, y añade:<br />
<blockquote>
<div style="text-align: justify;">
<br />
«Pon tu mano sobre tu corazón, mi viejo amigo, y me harás este favor.<br />
<br />
«Para mí, es tanto como la vida misma. Con esto llegaré a California con la frente en alto.<br />
<br />
“Me harían falta fusiles comunes, pero sólidos, de dos tiros, unas carabinas cónico-cilíndricas del mismo tipo, con bayonetas, muy bien engrasadas, embaladas en Saint-Etienne y listas para pasar el mar.<br />
<br />
“Adiós y apresurémosnos; si me retraso no tendré dinero para irme.</div>
</blockquote>
<blockquote>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-weight: bold;">«GASTON.</span><br />
<span style="font-weight: bold;">«<a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Serres_%28Aude%29">Château de Serres</a> par Varzy, 13 de marzo de 1850. »</span></div>
</blockquote>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<br />
¡Qué angustias! ¡Qué fracasos! ¡y cómo sufrió seguramente haciendo los preparativos de esta salida para un exilio del que no debía volver jamás, como él lo presentía en secreto! Lo vi desembarcar en San Francisco; él tenía solo su carabina... (Esto lo digo sin incriminar en lo más mínimo los sentimientos del excelente amigo al cual se dirigía en la carta: uno no es amo de las circunstancias.)<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
<a href="http://raousset-boulbon.blogspot.com/2011/04/correspondencia-y-poesia-del-senor-de_30.html"><b>IR A LA SECCIÓN DE POESÍA</b></a><br /><br /><br /></div>
</div>
</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.819716 2.345522348.817102 2.3405867999999996 48.82233 2.3504578tag:blogger.com,1999:blog-3967507982032726166.post-78395244746635656732012-02-20T20:59:00.000-08:002012-02-20T12:10:28.993-08:00CORRESPONDENCIA Y POESÍA DEL SEÑOR DE RAOUSSET-BOULBON<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: center;">
<b><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">SEGUNDA PARTE: POESÍA</span></b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<blockquote class="tr_bq">
<div style="text-align: center;">
<b>A MADAME DE P…</b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
Allá, altos palacios, grandes catedrales,<br />
príncipes, señores y figuras reales<br />
entre los batallones pasan gravemente;<br />
rondan los caballeros al fiero uso;<br />
París, donde el placer ilumina incluso<br />
la ruina de los indigentes.<br />
<br />
Aquí, árboles verdes cimas encumbradas;<br />
nobles corazones, almas recatadas;<br />
el dolor no existe en este paraíso<br />
donde todo es bello, esta casa vuestra,<br />
donde cada día la dicha se muestra<br />
incluso a quien no creer quiso.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<b>¡LA COLGADA!</b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
Hoy la han colgado en la horca los verdugos.<br />
Cerca de poste fatal nadie ha llorado;<br />
su pelo flotó por encima del yugo;<br />
los cuervos buscaban sus muertos mendrugos,<br />
y vela el cadalso un arquero enlutado.<br />
<br />
La vimos tan bella, la vimos tan pura;<br />
brilló como estrella su ojo azulado;<br />
jinetes galantes la encontraron dura...<br />
<br />
por ella un príncipe cayó en la locura.<br />
Y vela el cadalso un arquero enlutado.<br />
<div>
<br /></div>
Mataron con lanzas, la gente decía,<br />
a un clérigo joven que a ella había amado...<br />
A grandes de Francia les hirió la hombría:<br />
desposó la horca su amada este día,<br />
y vela el cadalso un arquero enlutado.<br />
<br />
<b>G. R.</b><br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<b>LA CADENA</b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
Te enmohecieron mis lágrimas, ¡Oh, cadena!...<br />
Pasé muchos días y amargas lunas<br />
insomne en la losa vil de mi condena,<br />
jadeante, bajo el hierro de mi fortuna.<br />
<br />
Tus goznes enormes muerden las murallas<br />
cerca de las rejas y el ancho cerrojo,<br />
y vienes hasta mí, arrastrando tus mallas,<br />
para ceñir de metal mi cuello rojo.<br />
<br />
Yo mis días o mis años los ignoro;<br />
me han hecho encerrar aquí desde hace tanto;<br />
ahora, tan débil como sombra, lloro,<br />
tengo cien años... Di, cadena, ¿tú cuántos?...<br />
<br />
Si sobre tus anillos los presos lloran,<br />
océanos sin final formarían, seguro,<br />
con la gota de agua que cae cada hora<br />
y lame tus enlaces entre estos muros.<br />
<br />
¿Tú no te cansas a veces, Oh, cadena<br />
de oír a tantos que gimen por sus vidas,<br />
o ver al que muere, con profunda pena,<br />
con su último aliento darte de mordidas?..<br />
<br />
De tu gran pilar cuelga de la cintura,<br />
más de uno que allí quedó sin aliento,<br />
y se hunden cada día en charca impura,<br />
los que cuyos huesos bajo mis pies siento.<br />
<br />
Pero hoy la muerte de cuencas vacías<br />
vendrá cual relámpago esta noche cruel,<br />
y me dormiré con la caricias frías<br />
de tus duros pliegues que entran en mi piel!...<br />
<br />
<b>G. R.</b><br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<b>LOS MUERTOS Y EL NIÑO</b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
Si velas hoy en la sombra no te espantes<br />
si escuchas unos suspiros penetrantes;<br />
las voces que te mantienen tan despierto,<br />
se oyen como el eco de un arpa ajena,<br />
ellos hablan a los que viven en pena;<br />
¡esos que hablan son los muertos!<br />
<br />
Seguido vimos tus pálidas miradas<br />
contemplar triste las tumbas demacradas...<br />
Niño, ¿qué haces con los ojos abiertos?<br />
¿Qué tienes, qué gran dolor te resquebraja?<br />
Escuchamos que dijiste en voz muy baja:<br />
¡Oh, felices los que han muerto!<br />
<br />
Te vimos por la noche salir por horas,<br />
lejos de los vivos y de donde moran,<br />
sobre los peñascos, en bosques cubiertos<br />
grave, serena, austera, una voz te dijo:<br />
hay que morir un día, hay que morir, hijo,<br />
¡ven a unirte con los muertos!<br />
<br />
¿Acaso te ha manchado un crimen terrible<br />
negro como el caos, como el abismo horrible?...<br />
El oro de reyes que cubra el desierto<br />
no vale más que tu llanto arrepentido;<br />
ve hacia tu tumba, desciende agradecido,<br />
¡vas a llorar con los muertos!<br />
<br />
¿Vendiste el campo que tu padre había arado ?<br />
¿No tienes amigo, ni hermana, ni hermano?...<br />
¿Crueles usureros y amigos inciertos<br />
expulsaron a tu madre de su hogar?<br />
La tumba hospitalaria te abre un lugar,<br />
¡dormirás entre los muertos!<br />
<br />
¡Oh alma! ¿perdiste a tu amada valiosa?<br />
¿A tu rival se le entregó tan gozosa?<br />
¿Los celos y sus tan crueles desaciertos<br />
hicieron en tu corazón una herida?...<br />
Ven, baja a la tumba a encontrar la salida,<br />
¡tu amor será de los muertos!<br />
<br />
Tuvimos días de juventud y de vigor,<br />
tuvimos como maestro loco al amor,<br />
fuimos grandes, fuertes, ricos y despiertos;<br />
ven y desciende a la sombría morada,<br />
niño, y dirás, acostado en tu almohada;<br />
¡Oh, felices los que han muerto!<br />
<br />
<b>G. R.</b></blockquote>
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<b><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">II</span></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;"><br />
</span></b></div>
<div style="text-align: center;">
<b><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">(1849)</span></b></div>
<br />
En los papeles que, gracias a la amabilidad del señor conde Edmé de Marcy, pudimos leer después de nuestra vuelta a Francia, encontramos unos fragmentos en prosa y en verso que el señor De Raousset había escrito antes de su salida para América. Creemos que debemos hacer los extractos siguientes:<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
Sí, usted tiene razón, todo hombre en la vida<br />
carga con su cruz y su pesar despacio,<br />
la envidia su suerte que crece convida,<br />
ve su alma a esclava del placer reducida;<br />
las penas conoce el mármol del palacio.<br />
<br />
Nadie en ningún grado de escasez o duelo,<br />
o desdicha a la que Dios lo ha conducido,<br />
debe gritar: «Mi triste desconsuelo,<br />
es este amargo cáliz que me dio el cielo,<br />
sufro; ¡maldito sea el día en que he nacido!»<br />
<br />
Muy a menudo puse en vagas quimeras<br />
la dicha que huye de mí en la realidad.<br />
Entonces imagino, escapo a las afueras<br />
feliz, sueño con el cielo en primavera<br />
en el que he poblado la inmensidad.<br />
<br />
Feliz de poder hablar lenguas divinas,<br />
con las estrellas, al soplo de los vientos,<br />
feliz de contar en valles y colinas,<br />
y de bosques, en la calma de las ruinas,<br />
a la noche su alegría y sus tormentos.</blockquote>
<br />
Estos sentimientos de resignación piadosa se encuentran frecuentemente en sus escritos; hasta en su drama sobre <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Bianca_Cappello">Bianca Capello</a>, que estoy leyendo, veo al príncipe cardinal, hermano de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_I_de_M%C3%A9dici">Francesco de Médici</a>, decirle a <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Juana_de_austria">Juana de Austria</a> cosas admirablemente cristianas a las que él responde con estas palabras tan dulces, tan amargas, tan profundas: “¡Mi hermana, el sacrificio es fuente de inmensas alegrías!» Y en otra parte: “Las malas pasiones que se agitan lejos de las leyes del Dios llevan el germen del castigo; tarde o temprano ellas se apagan con lágrimas y remordimiento.»<br />
<br />
La pieza siguiente no nos parece menos bella. Sus dos cantos son todo un poema.<br />
<br />
<br />
<blockquote class="tr_bq">
<b>QUEJA Y ENSUEÑO.</b><br />
<b><br /></b><br />
<b>I</b><br />
<br />
Una tarde de este invierno indiferente<br />
el teatro anunciaba una función famosa;<br />
la ciudad estaba extática y la gente<br />
en tumulto se acercaba presurosa.<br />
<br />
<br />
Yo huyo del ruido, y sacudiendo la testa,<br />
erraba sin rumbo, escuchando al azar<br />
el beso mezclado a los ecos de fiesta<br />
que en el cielo oscuro se oía temblar.<br />
<br />
El viento nocturno y sus quejas funestas:<br />
alrededor de los sepulcros desiertos<br />
hay llantos que, a veces, en sombras siniestras,<br />
a quienes morirán dedican los muertos.<br />
<br />
Qué importan un beso y la tumba que llora,<br />
y las almas errantes, suspiros y llantos,<br />
¡Misterios nocturnos!, ¡no importan! Ahora<br />
El ciego placer nos regala sus cantos.<br />
<br />
¡Que importa! no me explico qué magnetismo<br />
más que la pena guio mis pasos perdidos;<br />
Del teatro ruidoso crucé el umbral mismo,<br />
sonrisa en labios y corazón herido.<br />
<br />
<br />
La gente era mucha, bulliciosa tanto,<br />
que al mirar al intrépido trapecista<br />
pasaban sin más de la risa al espanto,<br />
y vi tus manos aplaudir al artista.<br />
<br />
Qué buena actuación, la chusma avasallada<br />
En sus gradas triples "bravos" exclamaba,<br />
las llamas de la bóveda iluminada,<br />
sol chispeante, en cascadas la luz volcaba.<br />
<br />
¡Poder del azar! yo había, con toda calma,<br />
venido a buscar una hora de placer,<br />
y encuentro más bien una herida en el alma,<br />
de esas que hacen vivir o perecer...<br />
<br />
Una dama estaba allí, joven, y pura,<br />
Y en cuanto la miré busqué con audacia<br />
los rayos dulces de su pupila obscura,<br />
como flores de un ramo aspiré su gracia.<br />
<br />
¡Qué mirada hechizante, casta y salvaje,!<br />
¡Qué oda infinita el Amor cantaría!<br />
Vi su mirada como uno ve una imagen<br />
reflejada en un lago en la selva sombría!<br />
<br />
Y me sentía triste, y sobre mi mejilla,<br />
al contemplar sus ojos, una lágrima huyó,<br />
y en esta clara mirada se leía:<br />
"¡la felicidad no está aquí, y no soy yo!"<br />
<br />
¡No está aquí y no soy yo! Altura misteriosaa donde sus rezos ascienden, sagrados,<br />
Virgen y Cruz de quienes su voz piadosa<br />
invoca a diario los nombres consagrados!...<br />
<br />
Díganme qué es la devoradora llama.<br />
qué esperanzas vanas, sueños, pesadillas;<br />
qué dolor llena ese corazón de dama,<br />
cuando en las losas reza, de rodillas.<br />
<br />
… … … … … … … … … …<br />
… … … … … … … … … …<br />
… … … … … … … … … …<br />
… … … … … … … … … …<br />
<div>
<br /></div>
<br />
Pues, durante esa noche larga y fatal<br />
embriagué mi alma con perdidos sueños,<br />
mi desasosiego me hace mucho mal,<br />
quisiera olvidarla; no soy más mi dueño.<br />
<br />
¡Fatalidad, locura! ¡El cáliz amargoque me persigue de la infancia a la muerte!<br />
¡Por qué, pues, la vi! ¡Qué castigo tan largo!<br />
¡Por qué pues, Oh, Dios, este cáliz tan fuerte?<br />
<br />
<br />
<b>25 de febrero de 1849.</b><br />
<br />
<br />
<br />
<b>II</b><br />
<br />
¡Pues no, ya no puedo arrancarte de mi mente,<br />
oh, profundo recuerdo! Dulce llama ardiente,<br />
crecerás a la par de estos fuegos dispares<br />
que, antaño atizados por las mismas Vestales,<br />
sin tregua ardían para quienes, virginales,<br />
velaban los altares.<br />
<br />
¡Olvidar! ¡olvidar! cuando el alma se quema,<br />
cuando este embriagador y tan dulce poema<br />
nos vierte encima el perfume de un amor tierno;<br />
cuando el alma descansa y se mece sin lucha,<br />
¡Olvidar! Olvidar cuando uno solo escucha<br />
Una palabra: ¡eterno!<br />
<br />
No, no puedo olvidar, y callarme es en vano;<br />
Mucho tiempo he andado, soñador, este llano<br />
al que mundo llamamos agreste y ruidoso;<br />
Pero he aquí el espíritu en mí que resucita,<br />
Desde que sentí, frente a ella, contrita<br />
mi alma vibrar de gozo.<br />
<br />
¡Dios puede ser mi testigo! Desde ese día<br />
en que yo sufrí esa graciosa epifanía,<br />
he luchado y he sufrido y hasta he rezado;<br />
De mis labios, cerrados por tres meses largos<br />
no salió nada que le diera un rato amargo;<br />
Fingí haberla olvidado.<br />
<br />
¡En vano! Me rindo al encanto que me engaña.<br />
¡Oh, río, oh llano de verdor! ¡Oh, montaña!<br />
Estrellas de noche, confidentes serenas<br />
a quienes contaba sobre ella lo ocurrido,<br />
cuando a ella la vean lleven a su oído<br />
la historia de mis penas.<br />
<br />
<br />
Mas no le digan cosa que parezca grave <br />
Nada que espante un corazón ingenuo y suave,<br />
de donde irradian, como un soplo de los cielos,<br />
solo respeto y virtudes, fe y oraciones.<br />
<br />
Por eso no le causen malas emociones<br />
Ni funestos anhelos.<br />
<br />
<br />
Murmullos de noche, oh, brisa perfumada,<br />
oigan el sonido de su boca enamorada,<br />
vean esos ojos dulces, son un gran don<br />
para mí, que sufro de una insensatez feroz;<br />
¿no le llevarían sobre mí una dulce voz<br />
de simpatía y de perdón?<br />
<br />
Díganle que, prosternado en esta penumbra,<br />
Sueño en mi noche espesa, triste y de ultratumba,<br />
aspirar un día a por su amor ser feliz.<br />
La amo y se lo digo, y muero de impaciencia,<br />
Así como antes el proscrito de Florencia,<br />
Dante, amaba a Beatriz.<br />
<br />
<br />
Entonces, como hoy, las discordias civiles<br />
Enfrentaban a reyes, nobles y serviles;<br />
Entre dos combates él abría su cuaderno,<br />
Cuando Dante, alma de tristeza aquejada,<br />
unía en una oda a Florencia y a su amada,<br />
Era cielo e infierno.<br />
<br />
Hoy como entonces, terrible, en nuestras afrentas<br />
El negro horizonte se carga de tormentas...<br />
Dios se cansa, se va, retira su mano fría<br />
¿Quién mantiene, pues, el equilibrio del mundo?<br />
¿Quién vislumbra el futuro, ese abismo profundo?<br />
¿Habrá un nuevo día?<br />
<br />
Esta pluma tal vez hará sitio a la espadamañana, o un día en que la suerte me evada,<br />
mañana, mi sangre, de mis venas vertida,<br />
Puede apagar el relámpago de mi hado;<br />
¡Día supremo! llamar con mi labio helado,<br />
llamar a mi querida.<br />
<br />
¡Oh, no rompas este poema tan serenoque es canto de mi corazón, de ti muy lleno.<br />
Puedes hacerlo; para mí es ley lo que dices...<br />
¡Pero no lo hagas! voy hacia ti, graciosa,<br />
como el mendigo va a la mano generosa,<br />
¡Créelo, mis días no son nada felices!...<br />
<br />
<b>Junio de 1849.</b></blockquote>
<br />
<br />
<br />
¡He aquí las muy lastimeras estrofas de un hombre que todavía tenía que ver perderse su fortuna, de un hombre apenas en rozado por el primer contacto con el mundo y sus miserias! La adversidad, este escollo para las pequeñas naturalezas, no hacía más que irritar y agrandar su alma alterada de amor, de gloria y de verdad...<br />
<br />
Yo, que fui como su hermano en las costas remotas, que seguí paso a paso las etapas de sus últimos años, me pregunto mientras escribo estas líneas si no es mejor para él dormir en su tumba sobre una playa extranjera.<br />
<br />
En efecto, si el señor Gaston de Raousset hubiera regresado pobre, vencido, desdichado a esta Europa que que cree siempre estar al servicio de la marcha de la civilización hacia las regiones desconocidas del futuro, ¿qué le habría pasado?... ¿Qué acentos mucho más llenos de amargura no habrían arrancado de él el encuentro con las miserias en medio de las cuales resisten tantas <i>pequeñas grandezas</i>?... ¿Habrían encontrado el menor eco sus ideas, habría recibido el menor apoyo de la caja de los millonarios de la Bolsa, en las filas de los discípulos de Baal, en los salones dorados donde está entronados solo la intriga y la fortuna?... Imbuido de nuevas ideas y de concepciones tan intrépidas como anchas, ¿habría podido plegarse a las exigencias de una sociedad más o menos en decadencia?... Dejemos pues dormir a este pobre amigo sobre la playa de Guaymas, la playa donde debió encontrar esta calma que solo la muerte puede conceder, como él mismo lo decía.<br />
<br />
Lloremos en el señor De Raousset-Boulbon a uno de esos gloriosos hijos de Francia a quienes su patria no supo cuidar, y a quienes el exilio parece perseguirlos hasta la tumba.<br />
<br />
Un azar bienaventurado nos hizo poner la mano sobre unas páginas que son continuación de la novela titulada <i>Une Conversion</i>, publicada en otro tiempo por <i><a href="http://fr.wikipedia.org/wiki/La_Presse_%28France%29">La Presse</a></i>, novela digna del éxito que obtuvo. Estas varias páginas son el comienzo de una tardía segunda parte desgraciadamente inconclusa. Fueron escritas con esa inspiración, ese ímpetu, esa facilidad que distinguen el estilo del conde Gaston de Raousset-Boulbon. Las añadimos a este volumen, con interés solo en el bello tema que trata, y que, habiendo sido escrito precipitadamente, habiendo regresado de un viaje largo, pone a su autor en la obligación de solicitar la indulgencia de los lectores.<br />
<br />
Sentimos tanto más que el señor De Raousset-Boulbon no haya acabado esta segunda parte de <i>Una Conversion</i>, tanto más que se ve nacer allí otro amor, y que uno escucha gruñir la tormenta que debe seguir a la calma después de la tempestad, la calma falsa en la que el personaje central, Robert de Langenais, había confiado demasiado temprano. Este sólo hecho denota del conde un gran conocimiento del corazón humano.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
* * *</div>
</div>
</div>Carlos Malhttp://www.blogger.com/profile/16052595569343948553noreply@blogger.com0104 Boulevard Kellermann, 75013 Paris, France48.819707811329067 2.345666885375976648.81840081132907 2.3431993853759767 48.821014811329064 2.3481343853759764